Julissa Lebron Vargas es una joven peluquera de 32 años, nacida en Santo Domingo (República Dominicana) y que desde hace 18 reside Mataró. Es una de las más de 300 personas cuya vida se ha visto sacudida por un desahucio en la capital del Maresme.
Agradecida por la ayuda recibida de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), ha decidido colaborar en lo que mejor sabe hacer, cortar el pelo, y por ello cede toda la recaudación de los miércoles a la entidad social: “Es lo mínimo que puedo hacer”.
El caso de Julissa es uno de los 300 que la PAH ha atendido en Mataró “a un ritmo de cien al año y subiendo”, apunta Sebastià Tenés, portavoz de la entidad social.
Sólo en marzo, la plataforma -que se nutre de los voluntarios y las donaciones particulares- ha atendido a 78 familias que iban a ser desalojadas de sus viviendas, bien sea por impago de alquiler o deuda de la hipoteca, lo que demuestra que “los desahucios no remiten aunque la crisis lo haga”.
La PAH de Mataró, integrada en la Federació d’Associacions Veïnals de Mataró (FAVM) se muestra orgullosa de “haber parado todos los desahucios que nos han llegado. Nadie se ha quedado en la calle”. Y lo ha logrado negociando directamente con las entidades bancarias.
La historia de Julissa encaja en el estereotipo de las familias sudamericanas inmigrantes.
En 1992, en pleno apogeo por la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona, llegó su madre.
A los cinco años viajó ella, junto a su padre y sus hermanos.
Se establecieron en Mataró.
Aquí, la joven dominicana acabó de estudiar lo que en su país ya era su pasión, la peluquería, hasta lograr sacarse el título. Después de pasar de aprendiz por varios establecimientos, abrió su propio negocio en un local alquilado en el 97 del paseo Ramon Berenguer.
Su vida se vio truncada al sobrevenir el divorcio. “Mi exmarido no me pasaba dinero”. Ella debía hacerse cargo de las dos niñas del matrimonio y de impulsar un negocio recién abierto, sin ayuda de nadie.
El banco con el que mantenía la hipoteca del piso acabó por ejecutar el desahucio por impago. “Estaba desesperada, no podía dormir y no sabía qué hacer, quedé muy tocada emocionalmente, hasta que acudí a la PAH”.
Allí, habituados a luchar contra las entidades bancarias, negociaron para que entregara el piso como dación en pago y que durante un tiempo pueda vivir en el inmueble con un alquiler social.
Estaba agobiada por tener que hacerse cargo de las dos niñas y tirar adelante con la peluquería, pero le supo tan mal que tanta gente le ayudara y no pudiera devolver el favor que ideó una fórmula insólita.
“Si no puedo participar directamente”, ayudaría desde su propio negocio que, incluso sin llegar a rozar la prosperidad, le permite colaborar económicamente. Julissa ha decidido donar la recaudación íntegra que obtenga los miércoles a la PAH.
“Espero que la iniciativa tenga éxito”, exclama al tiempo que sugiere a todos aquellos que han sido ayudados y no ayudan “que piensen en su situación anterior”.
Por un corte de pelo cobra seis euros, cinco para los niños, bien sea un peinado afro -la mitad de su clientela- o un servicio normal.
El dinero será su “grano de arena” para paliar esta epidemia social del siglo XXI.
Fuente: La Vanguardia