En 1963, el historiador Howard Zinn fue despedido del Spelman College de Atlanta, en el estado norteamericano de Georgia, donde oficiaba como catedrático en el Departamento de Historia, a causa de su activismo en torno a los derechos civiles.
En el año 2005, fue invitado a regresar para pronunciar el discurso de graduación.
Este es el brillante y conmovedor texto de su discurso, pronunciado el 15 de mayo de ese año, y que reproducimos en Sin Permiso como homenaje al gran historiador y luchador político que desapareció la pasada semana a los 87 años]
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Me siento profundamente honrado por haber sido invitado a volver a Spelman después de 42 años. Me gustaría dar las gracias al cuerpo docente y los miembros del Consejo que votaron a favor de esta invitación que se me hace, y especialmente a su presidenta, la doctora Beverly Tatum.
Además, es un privilegio especial estar aquí con Diahann Carroll y Virginia Davis Floyd.
Pero un día como este es vuestro: hoy os licenciáis como estudiantes. Para vosotros y vuestras familias es un día feliz.
Sé que tenéis vuestras esperanzas para el futuro, de modo que puede ser un tanto presuntuoso deciros cuáles son las esperanzas que tengo yo depositadas en vosotros, pero son exactamente las mismas que tengo en el caso de mis nietos.
La primera esperanza que tengo es que no os veáis desalentados por el aspecto que presenta el mundo en este momento.
Es fácil sentirse desanimado, porque nuestra nación se encuentra en guerra, — otra guerra más, guerra tras guerra — y nuestro gobierno parece determinado a extender su imperio aun a costa de las vidas de decenas de miles de seres humanos.
En este país hay pobreza, y personas sin techo, y gente que carece de atención médica, y aulas abarrotadas, pero nuestro gobierno, que tiene a su disposición billones de dólares, se gasta su opulencia en guerras.
Hay un millar de millones de personas en África, Asia, América Latina y Oriente Medio que necesitan agua limpia y medicinas para combatir la malaria, la tuberculosis y el SIDA, pero nuestro gobierno, que dispone de miles de armas nucleares, sigue experimentando con armas nucleares aun más mortíferas. Sí, resulta fácil descorazonarse con todo esto.
Pero permitidme deciros por qué, pese a lo que acabo de describir, no debéis sentiros desanimados.
Quiero recordaros que hace cincuenta años la segregación racial estaba tan fuertemente arraigada aquí en el Sur como lo estaba el apartheid en Sudáfrica.
El gobierno nacional, aun con presidentes liberales como Kennedy y Johnson en el poder, miraba hacia otro lado mientras se golpeaba, se asesinaba y se negaba la oportunidad de votar a las personas negras.
De modo que las personas negras del Sur decidieron que tenían que hacer algo por sí mismas. Iniciaron boicots, sentadas, piquetes y manifestaciones, y fueron golpeadas y encarceladas, y algunas fueron asesinadas, pero sus gritos de libertad se oyeron por todo el país y en todo el mundo, y el Presidente y el Congreso hicieron finalmente lo que antes no habían conseguido: aplicar las enmiendas número 14 y 15 de la Constitución. Mucha gente había dicho: el Sur nunca cambiará.
Pero sí que cambió. Cambió porque la gente corriente se organizó y se arriesgó y desafió al sistema y no cejó. Fue entonces cuando la democracia revivió.
Quiero recordaros también que cuando se estaba librando la Guerra de Vietnam, y los jóvenes norteamericanos iban muriendo y volvían a casa paralizados, y nuestro gobierno bombardeaba las aldeas vietnamitas — dejando caer bombas sobre escuelas y hospitales y matando gente normal en gran número — parecía que no hubiera esperanza de detener la guerra.
Pero como en el caso del movimiento del Sur, la gente empezó a protestar y enseguida la protesta prendió. Se trataba de un movimiento de toda la nación. Los soldados regresaron y denunciaron la guerra, los jóvenes se negaron a ingresar en el ejército, y la guerra tuvo que terminar.
La lección que esa historia entraña es que no debemos desesperar, que si tienes razón y te empeñas, las cosas cambiarán. Puede que el gobierno intente engañar a la gente, puede que los diarios y la televisión hagan lo propio, pero la verdad siempre halla el modo de salir a la luz. La verdad tiene un poder mayor el que de cien mentiras.
Sé que tenéis cuestiones practicas que atender: conseguir un empleo, casaros, tener niños. Puede que alcancéis una próspera posición y se juzgue que habéis tenido éxito según la definición de éxito de nuestra sociedad, por riqueza, posición o prestigio. Pero eso no basta para una buena vida.
Recordemos el relato de Tolstoi, La muerte de Ivan Ilich. Un hombre reflexiona sobre su vida en su lecho de muerte, sobre cómo obró correctamente en todo, obedeció las normas, se hizo juez, se casó, tuvo hijos, y se le consideró un éxito. Sin embargo, en sus últimas horas, se pregunta por qué se siente fracasado.
Después de convertirse en célebre novelista, el mismo Tolstoi decidió que eso no bastaba, que debía hablar contra el trato que se daba a los campesinos rusos, que debía escribir contra la guerra y el militarismo.
Tengo la esperanza de que sea lo que sea que hagáis por conseguir una buena vida — ya seáis profesores, trabajadores sociales, gentes de empresa, abogados, poetas o científicos —dediquéis una parte de vuestra vida a hacer de éste un mundo mejor para vuestros niños, para todos los niños.
Tengo la esperanza de que vuestra generación exija la terminación de la guerra, que vuestra generación haga algo que no se ha hecho todavía en la historia y borre las fronteras que nos separan de otros seres humanos sobre esta Tierra.
No hace mucho vi una foto de portada del New York Times que no me puedo quitar de la cabeza. Mostraba a varios norteamericanos corrientes sentados en sillas en la frontera meridional de Arizona con México.
Sostenían escopetas a la busca de mexicanos que pudieran intentar cruzar el límite con los Estados Unidos. Esto me resultó horrendo: el darme cuenta de que en este siglo XXI de lo que llamamos “civilización,” hemos recortado lo que decimos que es un solo mundo en doscientas entidades creadas artificialmente a las que llamamos “naciones” y estamos dispuestos a matar a cualquiera que cruce una frontera.
¿No es el nacionalismo — esa devoción a una bandera, a un himno, a una frontera, tan feroz que conduce al asesinato — uno de los grandes males de nuestro tiempo, junto al racismo, junto al odio religioso? Estas formas de pensar, cultivadas, nutridas, adoctrinadas desde la infancia en adelante, han sido útiles a quienes están en el poder, mortales para quienes no están en él.
Aquí en los Estados Unidos nos educan de modo que creamos que nuestra nación es diferente de las demás, una excepción en el mundo, de una moralidad única; para que nos extendamos por otras tierras a fin de llevar la civilización, la libertad, la democracia.
Pero si sabéis algo de historia, sabéis que no es verdad.
Si sabéis algo de historia, sabéis que masacramos a los indios de este continente, que invadimos México, enviamos ejércitos a Cuba y las Filipinas.
Asesinamos a un número ingente de personas, y no les llevamos democracia o libertad. No fuimos a Vietnam a llevar democracia; no invadimos Panamá para acabar con el narcotráfico; no invadimos Afganistán e Irak para detener el terrorismo.
Nuestros objetivos eran los objetivos de todos los demás imperios de la historia del mundo: mayores beneficios para las empresas, mayor poder para los políticos.
Nuestros poetas y artistas parecen tener una comprensión más clara de la enfermedad del nacionalismo.
Quizás los poetas negros están menos cautivados por las virtudes de la “libertad” y la “democracia”, habiendo disfrutado tan poco de ellas su propio pueblo.
El gran poeta afroamericano Langston Hughes se dirigió a su país de este modo:
You really haven’t been a virgin for so long.
It’s ludicrous to keep up the pretext.
You’ve slept with all the big powers
In military uniforms,
And you’ve taken the sweet life
Of all the little brown fellows.
Being one of the world’s big vampires,
Why don’t you come on out and say so
Like Japan, and England, and France,
And all the other nymphomaniacs of power.
(Lo cierto es que no has sido virgen tanto tiempo. / Es ridículo seguir con el pretexto. / Te acostaste con todas las grandes potencias / Con uniformes militares, / Y arrebataste la dulce vida / De todos los hombrecillos morenos. / Siendo uno de los grandes vampiros mundiales, / Por qué no sales y lo dices / Igual que Inglaterra, Japón, Francia / Y todas las demás ninfómanas del poder.)
Soy veterano de la Segunda Guerra Mundial, considerada como “una guerra de las buenas”, pero he llegado a la conclusión de que la guerra no soluciona ningún problema fundamental y sólo conduce a más guerras.
La guerra envenena la mente de los soldados, les lleva a matar y torturar, y corrompe el alma de la nación.
Tengo la esperanza de que vuestra generación exija que sus hijos se críen en un mundo sin guerra.
Si queremos un mundo en el que la gente de todos los países sean hermanos y hermanas, si consideramos a los niños del mundo como niños nuestros, entonces la guerra, —en la que los niños son siempre las mayores víctimas — no puede aceptarse como medio de resolver problemas.
Pasé siete años como miembro del cuerpo docente del Spelman College, entre 1956 y 1963.
Fue una época reconfortante, pues los amigos que hicimos en aquellos años lo han seguido siendo todos estos años. Mi mujer, Roslyn, y yo y nuestros dos hijos vivíamos en el campus.
Y a veces cuando íbamos a la ciudad, los blancos nos preguntaban: ¿cómo se vive entre la comunidad negra? Era difícil explicarlo.
Pero una cosa sí sabíamos: que en el centro de Atlanta nos sentíamos como en terreno extraño, y cuando volvíamos al campus de Spelman, nos sentíamos en casa.
Aquellos años en Spelman fueron los más emocionantes de mi vida, desde luego los más educativos. Fueron los años del gran movimiento sureño contra la segregación racial, y yo me comprometí con él en Atlanta, en Albany, Georgia, en Selma, Alabama, en Hattiesburg, Mississippi, y en Greenwood e Itta Bena y Jackson.
Aprendí algo sobre la democracia: que no viene del gobierno ni llega de lo alto, viene de la gente que se une y lucha por la justicia.
Aprendí algunas cosas sobre la raza, aprendí algo de lo que cualquier persona inteligente se da cuenta en un cierto momento: que la raza es algo fabricado, una cosa artificial, y aunque la raza importa (tal como ha escrito Cornel West), importa sólo porque cierta gente quiere que importe, del mismo modo que el nacionalismo es algo artificial.
Aprendí que lo que realmente importa es que todos nosotros — de cualquiera de las llamadas razas y las llamadas nacionalidades — seamos seres humanos y nos apreciemos unos a otros.
Tuve la suerte de estar en Spelman en un momento en el que pude ser testigo de una maravillosa transformación en mis alumnos, tan corteses, tan sosegados, y que de pronto comenzaron a salir del campus e ir a la ciudad y participar en sentadas, ser detenidos, y a salir de la cárcel llenos de fuego y rebeldía.
Podéis leerlo en en el libro de Harry Lefever Undaunted By The Fight: Spelman College and the Civil Rights Movement, 1957-1967.
Cierto día, Marian Wright (hoy Marian Wright Edelman), que era alumna mía en Spelman, y fue una de las primeras detenidas en las sentadas de Atlanta, vino a nuestra casa del campus para mostrarnos una petición que iba a fijar en el tablón de anuncios de su residencia.
El encabezamiento resumía la transformación que se estaba produciendo en el Spelman College. Marian comenzaba así la petición: “Señoritas que quieran participar en piquetes, por favor firmar aquí”.
Tengo la esperanza de que no os contentéis sólo con tener éxito del modo en que la sociedad mide el éxito; que no obedezcáis las reglas cuando las reglas son injustas, que saquéis fuera el valor que sé que está dentro de vosotros.
Hay gente magnífica, blancos y negros, que nos servirán de modelo. Y no me refiero a afroamericanos como Condoleezza Rice, o Colin Powell, o Clarence Thomas, que se han convertido en servidores de los ricos y los poderosos.
Me refiero a W.E.B. DuBois y Martin Luther King y Malcolm X y Marian Wright Edelman, y James Baldwin y Josephine Baker y ltambién a la buena gente blanca, que desafío el orden establecido para trabajar en pro de la paz y la justicia.
Otra de mis alumnas de Spelman, Alice Walker, que, al igual que Marian, ha seguido siendo amiga nuestra todos estos años, procedía de una familia de arrendatarios rurales de Eatonton, en Georgia, y se convirtió en una escritora célebre. En uno de sus primeros poemas publicados, escribió:
It is true —
I’ve always loved
the daring
ones
Like the Black young
man
Who tried
to crash
All barriers
at once,
wanted to swim
At a white
beach (in Alabama)
Nude.
(Es verdad: / Me han gustado siempre / los atrevidos / Como el joven negro / Que trató / de romper / Todas las barreras / de una vez, / quiso nadar / en una playa blanca (en Alabama) / Desnudo.)
No estoy sugiriendo que lleguéis tan lejos, pero podéis ayudar a derribar barreras, desde luego las de raza, pero también las del nacionalismo; que hagáis lo que podáis hacer, no tenéis que hacer nada heroico, solamente algo, unidos a otros millones que harán solamente algo, porque todos esos “algo” se juntan, en ciertos momentos de la historia, y mejoran el mundo.
La maravillosa escritora afroamericana Zora Neale Hurston, que no quería hacer lo que la gente blanca quería que ella hiciera, que insistía en ser ella misma, contaba que su madre le dio este consejo: Da un salto a por el sol; puede que no llegues, pero al menos te levantará del suelo.
Al estar aquí hoy, estáis ya sobres los pies, listos para dar el salto.
Espero que tengáis una buena vida.
Traducción para http://www.sinpermiso.info: Lucas Antón
https://dedona.wordpress.com/2015/03/28/contra-el-desaliento-howard-zinn/