Un equipo de científicos que ha realizado un novedoso análisis de datos procedentes de centenares de fuentes ha concluido que los humanos están a punto de provocar un destrozo sin precedentes en los océanos y la fauna que vive en ellos.
“Tal vez estemos sentados al borde del abismo de una gran extinción”, ha declarado Douglas J. McCauley, ecólogo de la Universidad de California en Santa Barbara y uno de los autores del nuevo estudio, publicado este jueves en la revista Science.
Ahora bien, McCauley y sus colegas también han concluido que todavía estamos a tiempo de evitar la catástrofe. A diferencia de los continentes, los océanos permanecen en gran parte intactos y siguen hallándose en un estado suficientemente salvaje como para recuperar la salud ecológica.
“Estamos contentos desde muchos puntos de vista”, afirma Malin L. Pinsky, biólogo marino de la Universidad Rutgers y también coautor del informe.
“ Los impactos se aceleran, pero no son tan malos que no podamos revertirlos.”
Las evaluaciones científicas del estado de salud de los océanos rayan en la incertidumbre: es mucho más difícil para los investigadores juzgar el bienestar de especies que viven debajo del agua en extensiones de miles de kilómetros que examinar la salud de especies terrestres.
Además, los cambios que pueden observar los científicos en determinados ecosistemas oceánicos no reflejan necesariamente la tendencia imperante a escala del planeta. Pinsky, McCauley y sus colegas buscaron una manera de aclarar el estado de los océanos juntando los datos de toda una gama de fuentes, desde los descubrimientos en el registro fósil hasta las estadísticas sobre el moderno tráfico naval de buques contenedores, las capturas de peces y la minería en el fondo marino. Aunque muchos de los hallazgos ya se conocían, nunca se habían combinado de esta manera.
Diversos expertos han declarado que el resultado constituye una síntesis notable que permite un pronóstico matizado y esperanzador.
“Yo lo veo como un llamamiento a actuar para reducir el desfase entre la conservación en tierra y en el mar”, ha declarado Loren McClenachan, del Colby College, quien no ha participado en el estudio. En opinión de los científicos, ya hay indicios claros de que los humanos están menoscabando los océanos de modo significativo.
Sin duda, algunas especies oceánicas sufren un exceso de capturas, pero son todavía mayores los daños causados por la pérdida de vastos hábitats, pérdida que probablemente se acelerará en la medida en que la tecnología incremente la huella ecológica humana, afirman los científicos. Los arrecifes coralinos, por ejemplo, se han mermado un 40 %, en parte debido al calentamiento provocado por el cambio climático.
Algunas especies de peces ya están migrando a aguas más frías. La cabrilla negra, antaño muy común en las costas de Virginia, se ha desplazado hacia Nueva Jersey. Otras especies menos afortunadas pueden no encontrar nuevos hábitats.
Al mismo tiempo, las emisiones de anhídrido carbónico alteran la química del agua marina, haciendo que sea más ácida. “Si aumentas la temperatura del agua de tu acuario y viertes en ella un poco de ácido, tus peces no estarán muy contentos”, dice Pinsky. “ Y eso es lo que estamos haciendo en los océanos.”
Ecosistemas frágiles como los manglares están siendo sustituidos por piscifactorías, que según las previsiones producirán de aquí a 20 años la mayor parte del pescado que consumimos.
Los pesqueros de arrastre que barren con sus grandes redes el fondo marino ya han dañado casi 52 millones de kilómetros cuadrados de suelo oceánico, reduciendo a escombros una parte de la plataforma continental. El estudio señala que la caza de ballenas a gran escala está prohibida, pero estos animales colisionan ahora más a menudo con buques a medida que aumenta el tráfico naval.
Las explotaciones mineras también comportarán una alteración de los océanos. Las licencias concedidas ya abarcan alrededor de 1,2 millones de kilómetros cuadrados de suelo submarino, según revela el estudio, cuando en el año 2000 todavía no se había concedido ninguna. La minería submarina es capaz de destruir ecosistemas únicos y contaminar las aguas profundas.
Los océanos son tan vastos que puede parecer que sus ecosistemas son refractarios al cambio. Sin embargo, McClenachan advierte que el registro fósil demuestra que en el pasado ya se han visto devastados por catástrofes globales.
“Las especies marinas no son inmunes a la extinción masiva”, señala. Según el estudio, los mares se han salvado en gran medida, hasta ahora, de la masacre que han experimentado numerosas especies terrestres.
El registro fósil indica que una serie de especies animales de gran tamaño se extinguieron cuando llegaron los humanos a los continentes y las islas. Por ejemplo, los moas, unas aves gigantes que habitaron una vez en Nueva Zelanda, desaparecieron tras la llegada de los polinesios en el siglo xiv, probablemente en el transcurso de un siglo.
No obstante, no fue hasta después de 1800 que, con la revolución industrial, se aceleraron realmente las extinciones en tierra firme. Los humanos empezaron a alterar el hábitat del que dependían los animales salvajes, segando los bosques para obtener madera, arando los prados para cultivar vegetales y tendiendo carreteras y vías ferroviarias a lo largo y ancho de los continentes. Las especies comenzaron a extinguirse a un ritmo mucho más rápido.
A lo largo de los últimos cinco siglos, los científicos han registrado 514 extinciones de especies de animales terrestres. En cambio, los autores del nuevo estudio han observado que en los océanos las extinciones documentadas son mucho menos frecuentes. Se sabe que antes de 1500 desaparecieron unas pocas especies de aves marinas, y desde entonces los científicos solo han documentado 15 extinciones en los océanos, entre ellas las de animales como la foca monje del Caribe y la vaca marina de Steller.
Aunque es probable que estas cifras sean fruto de una subestimación, McCauley afirma que la diferencia, de todos modos, es reveladora. “ Somos fundamentalmente predadores terrestres”, explica. “A un mono no le resulta fácil provocar la extinción de algo que vive en el mar.” Muchas especies marinas que se han extinguido o están amenazadas de extinción dependen de la tierra firme, como las aves marinas que anidan en arrecifes, por ejemplo, o las tortugas marinas que ponen huevos en las playas.
De todos modos, los humanos todavía están a tiempo para detener el peligro, cree McCauley, concretamente con programas que limiten la explotación de los océanos. Según dice, puede que no se pueda rescatar al tigre en la selva, pero seguro que sí al tiburón tigre. “Hay un montón de instrumentos que podemos utilizar”, señala. “ Haríamos bien en aprovecharlos y utilizarlos como es debido.”
McCauley y sus colegas alegan que si se limita la industrialización de los océanos a algunas regiones, es posible que las especies amenazadas puedan recuperarse en otras. “Creo sinceramente que el mejor colaborador para salvar el océano es el propio océano”, ha afirmado Stephen R. Palumbi, de la Universidad de Stanford, uno de los coautores del nuevo estudio.
Los científicos también indican que estas reservas deberían escogerse teniendo en cuenta el cambio climático, de modo que puedan encontrar refugio las especies que huyen de las altas temperaturas o de la alcalinidad del agua. “ Se trata de crear una sucesión de zonas intactas a lo largo de las costas para que estas especies puedan adaptarse”, insiste Pinsky.
Al fin y al cabo, advierte Palumbi, al frenar las extinciones en los océanos también se reducirán las emisiones de anhídrido carbónico, en vez de adaptarse simplemente a las mismas. “ Si para finales de este siglo no hemos abandonado el rumbo que estamos siguiendo ahora, creo sinceramente que no hay mucha esperanza para los ecosistemas normales del océano. Mientras, tenemos la oportunidad de hacer lo que podamos.
Tenemos un par de décadas más de lo que pensábamos, así que, por favor, no perdamos el tiempo .”
15/01/2014
Traducción: VIENTO SUR