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“Dialéctica de lo concreto”

Karel Kosík es un joven filósofo checo, nacido en Praga en 1926. Como militante del Partido Comunista de Checoslovaquia participó activamente en la lucha clandestina contra el nazismo. 

Después de liberado su país, hizo estudios filosóficos en Moscú y Leningrado (entre 1947 y 1949). 

En 1956 se da a conocer con un artículo sobre Hegel en una discusión sobre la filosofía marxista y suscita, a su vez, agudas objeciones. 

En 1958 publica un volumen de carácter histórico: 

La democracia radical checa. Más tarde (en 1960) participa en el Coloquio Internacional de Royaumont sobre la dialéctica, con una intervención que hoy constituye el primer capítulo del presente libro, y que fue publicada originariamente en la revista italiana Aut, en 1961. 

En 1963 asiste al XIII Congreso Internacional de Filosofía, celebrado en México, donde presenta una importante comunicación: “¿Wer ist der Mensch?“, en la que concentra algunas ideas fundamentales expuestas ya en su libro Dialektika konkrétniho (Dialéctica de lo concreto ), que ese mismo año había aparecido en su lengua original en Praga, provocando un enorme interés y acalorados comentarios no sólo entre los filósofos checos, sino, en general, en los medios intelectuales praguenses más diversos. 

Posteriormente, en 1964, participa en un coloquio del Instituto Gramsci, de Roma, donde da a conocer una brillante ponencia titulada “Dialéctica de la moral y moral de la dialéctica”, y pronuncia una conferencia sobre “La razón y la historia” en la Universidad de Milán.

La presente obra es hasta ahora su trabajo fundamental. Ha sido vertida al italiano, en 1965 (Bompiani, Milán), y acaba de aparecer en alemán (Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main). Nuestra versión se basa en la edición italiana, pero hemos tenido presente también la alemana, de la cual hemos tomado nota sobre todo en relación con algunas ligeras modificaciones introducidas por el autor.

A Karel Kosík tuvimos la oportunidad de conocerlo filosófica y personalmente durante el citado Congreso Internacional de Filosofía, celebrado aquí. Desde el primer momento nos produjo en todos los sentidos la más grata impresión.

 De aquel mar de delegados que trataban de afirmar su personalidad con sus fugaces intervenciones o, al menos, con la tarjeta blanca que desde una de sus solapas nos hacían saber su nombre y su nacionalidad, queda con el tiempo el recuerdo de algunas comunicaciones, bastantes contactos personales y unos cuantos nombres. 

Entre ellos, para nosotros, el de Karel Kosík. No conocíamos hasta entonces al hombre ni a su obra.

 Cuando él mismo nos habló de ella—o más exactamente, cuando nos la expuso—mientras nosotros teníamos ya en las manos el ejemplar en checo de su Dialéctica de lo concreto que nos acababa de entregar, nos dimos cuenta que aquel delegado al Congreso, de aire juvenil y aspecto no muy intelectual, que en francés o ruso me exponía las tesis principales de su libro, y que respondía con vivacidad y firmeza a mis dudas u objeciones, era un pensador marxista eminente en el que se conjugaban de un modo peculiar la hondura de su pensamiento, la originalidad de éste y la brillantez de su exposición.

 Bastó este Conocimiento informal del contenido esencial de su libro y el intercambio de ideas a que dio lugar entre nosotros, para que recomendáramos con vivo interés a la Editorial Grijalbo su publicación en español. 

Cuando dos años después tuvimos ocasión de leer totalmente la obra en su versión italiana, comprendimos que no nos habíamos excedido en nuestra estimación inicial. Estábamos, efectivamente, ante una de las obras más ricas en pensamiento, más sugerentes y atractivas que conocíamos en la literatura marxista.

El pensamiento de Kosík ha suscitado ya críticas muy positivas, de las que son testimonio, por ejemplo, las de Lubomir Sochor (en la revista Crítica marxista, Roma, 1, 1964) y Francisco Fernández Santos (en su obraHistoria y filosofía, Madrid, 1966). A éstas hay que agregar las aparecidas en su propia patria, a las que hacíamos referencia anteriormente, y que llevaron en un análisis general del trabajo ideológico a prevenir celosamente contra el encumbramiento exagerado de Kosík, aunque sin desconocer— según se decía en él—los méritos de su libro.

Pero asomémonos ya al pensamiento de nuestro autor. Este se inscribe en el movimiento antidogmático y renovador del marxismo que, con diferente fortuna e ímpetu, se registra en el campo marxista desde 1956; es decir, a partir del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Dicho movimiento se desarrolla sobre una doble base—que se muestra muy acusadamente en Kosík—: a) vuelta al verdadero Marx, una vez despojado de los mitos, esquematismo y limitaciones a que fue sometido durante años por una concepción dogmática del marxismo, y b) análisis de nuevas ideas y realidades, producidas en nuestro tiempo, que Marx, por tanto, no pudo conocer, y que no pueden ser ignoradas por un marxismo vivo y creador.

Este movimiento se ha visto sujeto, en más de una ocasión, a falsas concepciones que, aun procediendo de visiones en parte opuestas, desembocan en un resultado común: presentar el mencionado esfuerzo renovador y creador como algo extraño al marxismo. 

Y así ha sucedido en más de una ocasión con Kosík. En unos casos, no se acepta como marxista una posición que arraiga en las fuentes mismas o que somete a análisis temas—nuevos o viejos—que escapan a una mirada dogmática.

En otros casos, se interpreta ese esfuerzo renovador y crítico como un desvanecimiento de la línea divisoria entre el marxismo y lo que ya es ajeno—cuando no opuesto—a él. Es lo que sucede cuando a Kosík se le pone en compañía de filósofos que no pasan de ser simples—aunque relumbrantes—merodeadores del marxismo, con los que se puede andar en ciertos momentos “juntos, pero no revueltos”.

Entre las cuestiones que Kosík rescata para una temática marxista, en la que hasta ahora casi no habían encontrado acomodo, está la del “mundo de la pseudoconcreción”, es decir, el mundo de la praxis fetichizada, unilateral, en el que los hombres y las cosas son objeto de manipulación. Se trata del mundo de la vida cotidiana de los individuos en las condiciones propias de la división capitalista del trabajo, de la división de la sociedad en clases. 

A él se halla ligada una visión peculiar de las cosas (la falsa conciencia, el realismo ingenuo, la ideología). Este mundo tiene que ser destruido para que el conocimiento verdadero pueda captar la realidad.

 La dialéctica, ligada a una praxis verdadera, revolucionaria, es la que permite ese conocimiento verdadero o reproducción espiritual de la realidad. Kosík aborda así cuestiones tocadas en nuestros días por un sector de la filosofía idealista, que al analizarlas no ha hecho sino mistificar problemas vivos de la realidad humana y social. 

A luz de los conceptos más fecundos del marxismo —los de dialéctica y práctica—Kosík desentraña su verdad. Con ello, no sólo integra en el marxismo una temática que por haber sido impuesta por la propia realidad (la de la cosificación, enajenación y falsa conciencia de los individuos en la vida cotidiana) reclama nuestro análisis, sino que toma viejas cuestiones, como la del conocimiento, y les da un sesgo, aparentemente nuevo, pero fiel—dentro de su rico despliegue teórico—a las fuentes más vivas del marxismo. Kosík plantea, en efecto, un problema filosófico fundamental, y fundamental también para el marxismo, como es el del conocimiento, y después de despojarlo de las capas de simplicidad y obviedad que los manuales al uso habían acumulado en torno a él, nos lo presenta en su verdadera y original faz marxista; es decir, en toda su riqueza. 

Pues, pese a que Marx, desde su Tesis I sobre Feuerbach había delimitado claramente su posición frente a un activismo idealista y frente a un pasivismo materialista, la teoría marxista del conocimiento en boga durante años (el conocimiento como reflejo de la realidad) no hacía sino retrotraernos a posiciones que el propio Marx ya había superado. Kosík afirma que el conocimiento no es contemplación, entendiendo por ésta la reproducción o el reflejo inmediato de las cosas. 

Pero el concepto de conocimiento como reproducción— desligado del elemento de actividad, de creación humana, tan firmemente subrayado por Marx—no es propiamente dialéctico-materialista, pues el hombre sólo conoce—dice Kosík justamente—en cuanto crea la realidad humano-social. 

La categoría que le permite a él rechazar una concepción gnoseológica simplista y devolver su riqueza a la teoría materialista del conocimiento es—volviendo de nuevo a Marx—la categoría de praxis.

Otra de las categorías marxistas a las que Kosík insufla nueva vida, en estrecha relación con lo anterior, es la de totalidad, o más exactamente, de acuerdo con su expresión, la de “totalidad concreta”. Tomando en cuenta los usos y abusos que hoy se hacen, en todos los ordenes, de los conceptos de “totalidad”, “estructura” o “todo estructurado”, la aportación de Kosík, en este punto, es sumamente valiosa. 

A las concepciones actuales de la totalidad—falsa o vacía—o a las ideas escolásticas acerca de ella, Kosík opone una concepción dialéctica que le rinde granados frutos cuando la aplica a la realidad social, particularmente a las relaciones entre el hombre y el sistema. Algunos marxistas de nuestros días, influidos evidentemente por cierto estructuralismo, toman tan al pie de la letra algunas afirmaciones de Marx en El Capital que disuelven al hombre concreto en el sistema. Kosík, por su cuenta, y al margen de esa lectura estructuralista de El Capital, explica claramente las relaciones entre estructura social y praxis y, sobre todo, demuestra que el hombre concreto no puede ser reducido al sistema. 

La reducción del hombre a una parte del sistema (como homo economicus) lejos de ser propia de Marx es lo más opuesto a él. Esa reducción es propia, en cambio, de una concepción de la realidad social (nos advierte Kosík): la de la economía clásica, y responde, a su vez, a una realidad social determinada: la cosificación de las relaciones humanas bajo el capitalismo. Pero el hombre concreto—afirma Kosík con razón—se halla por encima del sistema y no puede ser reducido a él.

En algunas cuestiones capitales para el marxismo, la presente obra arroja una viva luz. Sabido es cuánta oscuridad y deformación se han acumulado en el materialismo histórico —no sólo fuera del marxismo, sino, en ocasiones, en nombre de él—sobre el verdadero papel de la economía. Kosík contribuye a poner las cosas en claro partiendo de la distinción marxista esencial entre estructura económica y factor económico, distinción que corresponde, a su vez, a la que nosotros subrayamos en otro lugar (cf. nuestra Filosofía de la praxis, Ed. Grijalbo) entre papel determinante y papel principal de lo económico. Kosík aclara que la estructura económica—y no un supuesto “factor económico” (concepto sociológico vulgar, extraño al marxismo)—constituye la clave de la concepción materialista de la historia. 

La distinción citad le sirve, a su vez, tanto para rechazar todo reduccionismo (del arte por ejemplo) a lo económico, como para fundamentar el primado de la economía.

Kosík se ocupa en dos ocasiones, a lo largo de su libro, del arte. Y en las dos enriquece el tema. Una vez lo hace en relación con el problema anterior: al rechazar la reducción —de origen plejanoviano—del arte a las condiciones sociales (búsqueda de su “equivalente social”), y otra, al abordar—en un terreno distinto del gnoseológico en el que lo abordó Lenin—la dialéctica de lo absoluto y lo relativo. Frente a una concepción historicista de las relaciones entre obra de arte y situación dada, Kosík aborda la cuestión de cómo y porque sobrevive aquélla a su época.

 En esta vital cuestión—que Marx planteó dejando en suspenso la solución—Kosík nos ofrece una de las respuestas más esclarecedoras que conocemos. También al examinar el problema de las relaciones entre lo genéricamente humano y la realidad humana históricamente dada, el análisis de la dialéctica de lo absoluto y lo relativo prueba su fecundidad.

Entre las cuestiones abordadas por Kosík resulta muy sugestiva la referente a la significación de la problemática de El Capital. Después de rechazar una serie de interpretaciones de esta obra que, a juicio suyo, no nos revelan su sentido, Kosík nos ofrece su propia interpretación.

 Con este motivo, se detiene en el problema de la formación intelectual de Marx y examina críticamente algunas de las manifestaciones de la amplia literatura escrita en los últimos años sobre esta cuestión. Examina especialmente el modelo de su evolución como paso de la filosofía a la ciencia, y, por tanto, aborda el problema de la abolición de la filosofía o paso de ésta a la no filosofía, aunque esa fase final se conciba (H. Marcuse) como una teoría dialéctica de la sociedad.

En contraste con las interpretaciones antes citadas, El Capital constituye para Kosík la odisea de la praxis histórica concreta, es decir, del movimiento real del mundo capitalista producido por los hombres mismos. Pero esta praxis desemboca necesariamente en la toma de conciencia de elle y en la acción práctico-revolucionaria fundada en esa toma de conciencia. 

De ahí la unidad de la obra, subrayada por Kosík, entre su comienzo (análisis de la mercancía) y su final inconcluso (capítulo sobre las clases). Este análisis de El Capital, a nuestro juicio, responde claramente a la concepción del marxismo como filosofía de la praxis, ya que: a) integra la teoría (el análisis científico) en la praxis revolucionaria, y b) basa esta praxis en el conocimiento de la praxis histórica y del movimiento real de la sociedad. 

Las interpretaciones deEl Capital, que dejan a un lado este momento de la praxis—como hemos sostenido firmemente en nuestra Filosofía de la praxis—, no pueden dar razón del verdadero sentido de su problemática. Por haberlo tenido presente, Kosík pone este sentido ante nuestra mirada.

Esta caracterización de El Capital le permite a Kosík responder a la cuestión tan debatida en nuestros días (cf. los trabajos de L. Althusser y M. Godelier, entre otros) del sentido mismo del pensamiento de la madurez de Marx. Considerado el proceso de su evolución intelectual, ¿estamos ante el paso de la filosofía a la economía, o también, de la filosofía a la ciencia? 

Si la pregunta apunta a una respuesta que entienda esa economía o ciencia como el abandono total de la filosofía, el planteamiento es falso, ya que Marx—como subraya con justeza Kosík—no abandona nunca la problemática filosófica implícita en conceptos de los Manuscritos de 1844como los de “enajenación”, “cosificación” “totalidad”, “sujeto-objeto”, etc. En apoyo de ello, Kosík se atiene, sobre todo, no a los trabajos de juventud de Marx, sino a sus obras de madurez y, particularmente, a textos preparatorios de El Capital, como son los Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie. 

Kosík demuestra que las categorías económicas son incomprensibles si no se ven como expresión de una actividad subjetiva de los hombres y de sus relaciones sociales, lo que entraña un conocimiento del ser del hombre. Podría parecer, a una mirada superficial, que esto significa, por parte de Kosík, una recaída en un nuevo antropologismo. Pero lo que él nos propone es una “ontología del hombre” (o examen del “problema del hombre en la totalidad del mundo”), y no una antropología o “filosofía del hombre” (o complemento ético o existencial del marxismo).

La filosofía materialista es para Kosík la última, no superada históricamente, ontología del hombre, cuyo objeto es la especifidad del hombre. Esta la halla, con Marx, en el trabajo, en la actividad objetiva en que se funda el tiempo mismo como dimensión de su ser. En cuanto que en esa actividad objetiva el hombre crea su realidad, el trabajo tiene un sentido ontológico o filosófico. Pero el trabajo es una forma de praxis, y la praxis es propiamente la esfera del ser humano. Sin praxis no hay realidad humana, y sin ella no hay tampoco conocimiento del mundo.

Al postular una ontología del hombre, Kosík se pronuncia contra una antropología filosófica que sitúe al hombre en el centro de la problemática (concepción de la realidad del hombre como subjetividad y de la realidad del mundo como proyección de esta subjetividad).

 Pero la respuesta a esta antropología filosófica no es para Kosík la concepción cientifista y naturalista del mundo sin el hombre. Puede aceptarse esta concepción, característica de la ciencia moderna de la naturaleza, en cuanto que es una de las vías de acceso a la realidad, pero la realidad es incompleta sin el hombre. En suma, Kosík se opone a una concepción antropológica que haga del mundo una proyección humana o vea en la naturaleza una “categoría social”.

 A este respecto nos advierte que aunque el conocimiento de la naturaleza y la industria se hallan condicionados socialmente, la existencia del mundo natural es independiente del hombre y su conciencia. La posición de Kosík no tiene nada que ver, por tanto, con las interpretaciones subjetivistas, antropológicas, que a veces tratan de anexionarse incluso el marxismo. 

Pero el mundo sin el hombre no es toda la realidad. En la totalidad de lo real está el hombre habitando la naturaleza y la historia en las que él se realiza, con su praxis, como ser ontocreador. La praxis, lejos de recluir al hombre en su subjetividad, es la vía para superarla, pues en ella crea la realidad humana que hace posible su apertura al ser, la comprensión de la realidad en general. Por ello, dice Kosík, el hombre es un ser antropocósmico.

A la luz de esta caracterización general de la obra de Kosík, de algunos de sus temas fundamentales y de su posición filosófica, podemos reafirmar lo que decíamos al comienzo: su Dialéctica de lo concreto se inscribe en un esfuerzo de renovación y enriquecimiento del marxismo que entraña, a su vez, una vuelta fecunda a sus fuentes, pero entendidas éstas no como suelen entenderlas en nuestros días algunos abanderados de la renovación del marxismo, es decir, como una vuelta casi exclusiva al “joven Marx”.

 De la vuelta al marxismo ya maduro —particularmente al de los Grundrisse y El Capital—sale afirmado aquél—en manos de Kosík—, frente a toda concepción subjetivista, antropológica o a todo complemento existencialista de él. Pero también sale fortalecido frente a toda concepción naturalista o cientifista que, al oponerse con razón a una concepción un tanto ideológica, no científica—”ética” o “humanista” en el sentido filosófico-antropológico—, recae en un nuevo cientifismo u objetivismo, más sutil, más refinado, mejor armado conceptualmente, pero cientifismo y objetivismo al fin. 

Esta posición de Kosík, que se mueve entre el Scila y Caribdis de las interpretaciones subjetivistas y objetivistas del marxismo, es la que le permite en la presente obra abordar nuevas cuestiones, tratar otras, tantas veces tocadas, con el sesgo nuevo que cobran al acercarnos a su raíz, y, finalmente, es lo que le permite dar al tratamiento de ellas ese aire fresco y juvenil de quien deja a un lado los caminos trillados para buscar en las cuestiones fundamentales el camino real.

Adolfo Sánchez Vázquez

México, D.F., junio de 1967.

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