Pablo Gonzalez

Así nació el ELN


La guerrilla que quiere superar los 50 años de guerra

 El comandante Nicolas Rodriguez Bautista narró como fue la toma de Simacota en 1965 que le dio vida a una lucha armada que estaría a punto de terminar si se suman al actual proceso de paz.

Entonces un día le dije a Fabio que yo quería despedirme de mi familia, porque yo sabía que venía el combate y hasta ahí… me quedo mirando y me dijo: ¿Cómo así que hasta ahí? ¿Qué ideas tiene usted en la cabeza?, después del combate va a volver a ver a su papá y a su mamá, y me dio un poco de explicaciones; sin embargo, como habían algunas cosas logísticas por hacer, fui con José Ayala. 

Fuimos, recogimos unas cosas de logística, una munición, una dinamita y visitamos a los viejos. Cuando regresamos encontramos a la gente, prácticamente con el equipo al hombro; esos días dieron charlas de motivación, de cómo estaba la lucha en América Latina, porque en ese momento estaba el furor de la lucha en Guatemala, los dirigentes de ese momento eran César Montes, Marco Antonio Jhon Sosa, Fabricio Ojeda en Venezuela, para ese momento, también se cumplía la famosa operación LASO en Marquetalia, El Pato, Río Chiquito y Guayabero, contra las autodefensas del sur del país -que dieron origen a la FARC-, y las luchas universitarias en Bogotá y Bucaramanga que no paraban y la algidez de la coyuntura entre los obreros petroleros y Ecopetrol. En el país entero se respiraba un ambiente de conflicto. 

Llegamos y eso fue organizando y arrancando. Cada pelao hacía sus cábalas de pa’donde vamos, cada uno quería hacer la operación en su pueblo.

 Los hermanos de la mona Mariela, Jorge y Emilio González, y Salomón Amado Rojas, eran los baquianos; nos metimos por unas trochas selva adentro, arrancamos del Cerro de los Andes con dirección Sur, luego cruzamos la quebrada La Pitala por la cabecera, un día, dos días, tres días, pasamos por un sitio que se llama el Cerro de las Pavas donde tenía la gurrera Domingo Leal Leal, en la Pitala pasamos por la gurrera de Salvador Amado Rojas; descabeceramos otro río, el río Vergelano por la parte de arriba y de ahí nos encaminamos a coger la Cordillera de los Cobardes, teníamos que cruzarla de norte a sur para llegar a Simacota. 

En el camino íbamos charlando con el campesino común y corriente, campesinos ya conocidos, amigos de los muchachos enguerrillerados que sólo sabían que los muchachos estaban organizados, cuando los vieron llegar… Una cosa que ayudaba muchísimo era el buen trato a la población civil, eso si mucho respeto, prohibido cualquier tipo de relación diferente a la relación guerrillero-base. En el río Vergelano hicimos un polígono, un entrenamiento militar para afinar la puntería y realizamos las marchas de día porque era pura selva, caminos reales, trochas. 

Llegando a la Cordillera de los Cobardes nos encontramos con un muchacho de nombre Luis, creo que Luis Quintero, que había tenido un problema con otro campesino y se había metido en esa selva huyéndole a la policía y al ejército; se metió a romper selva al pie de la cordillera y allá tenía su finquita, ese muchacho fue el apoyo para el descanso nuestro, porque hasta ahí gastamos unos cuatro días y de ahí en adelante gastaríamos otros tres o cuatro días hasta Simacota. Compañeros yo me voy para la guerrrilla, le dejo la finquita a la señora, nos dijo Luis; la señora se quedó con dos o tres niños pequeños. 

Esa finca se llama Pénjamo y vendría a ser famosa por los operativos militares que ocurrieron después, ahí descansamos dos o tres días, nos recuperamos un poco y volvimos a arrancar, de Pénjamo nos fuimos a quedar a un punto que se llama el Marañón, una finquita abandonada, por ahí no pasaba nadie; ese camino lo utilizaban los cuatreros para robar mulas en las veredas de San Vicente y llevarlas a vender al Hato y Simacota y viceversa, eran caminos reales abandonados, caminos antiguos por donde anduvo Rangel en la época de la violencia; cruzamos la cordillera, eso es terreno de páramo, de frailejón. 

La marcha iba muy bien, era muy difícil que se filtrara la información porque era muy poca gente la que se enteraba de nuestro paso, además, iba una vanguardia con dos o tres horas de anticipación de la marcha, en esa vanguardia iban dos compañeros de civil, a buena distancia, con el propósito de que si encontraban con alguna persona, uno de ellos hablaba con la persona que se encontraban mientras el otro regresaba y le avisaba a la columna, nosotros nos escondíamos para que la persona pasara, pero realmente fueron medidas que no se necesitaron porque no nos encontramos con nadie.

 Permanentemente Fabio aprovechaba para darnos capacitación, charlas de motivación, recomendaciones sobre las medidas de seguridad, por ejemplo, como borrar huellas. En el punto Olla Ciega salió la primera expedición para el Hato, que en ese momento era corregimiento de Simacota. El Hato era un pueblito pequeño de Santander, donde está el inspector de policía con dos o tres agentes con revólver 38 y bolillo. 

Allí en el Hato vivía el viejo Gustavo González, el papá de Mariela, Jorge y Emilio; para llegar allí se cuadro el cruce porque había mucha casita en el camino, esa es una zona más poblada, de pequeña ganadería, cañadulzales, cafetales y otros cultivos. 

Arrancamos de Olla Ciega como a las cinco y media de la tarde por una falda abajo, descendiendo de la cordillera; el Hato está en un plan, como a eso de las tres o cuatro de la mañana llegamos allí y nos metimos a la casa de los González, a una pieza, era una casa campesina muy grande, ahí nos metimos y nos quedamos todo el día conversando con ese señor; él emocionado de ver a sus hijos en la guerrilla volvió a recordar los tiempos en que fue guerrillero de Rangel, habló bastante con Fabio. 

Allí estuvo a punto de reventarse la vaina, el viejito tomándose sus tragos de fin de año se metió en líos con la policía y algo se le soltó, tal vez les dijo: Hijueputas ustedes no vienen a güevoniar, ustedes no saben con quien se están metiendo, en mi casa tengo… los dos policías se vinieron y le preguntaron a la mujer que era lo que guardaba el viejo en su casa porque los había amenazado, la vieja con mucha serenidad sorteo la situación diciéndoles que ahí no había nada, que comprendieran que el hombre estaba borracho, así se subsano la cosa.

 Por la noche del 5 de enero reiniciamos la marcha para Simacota, la idea era caer allá el 6 para coger por sorpresa el cuartel de la policía. Íbamos alrededor de 20 hombres marchando con los que se incorporaron en el camino, estábamos muy cansados y era muy poco lo que nos rendía y, además, se hicieron mal los cálculos, o sea, se pensaba que nosotros salíamos el día 5 en horas de la noche del Hato y que al amanecer del 6 ya estábamos llegando a Simacota, y eso era un terreno muy duro, muy quebrado, por la noche no pudimos prender la linterna porque esa zona era poblada, llevábamos 5 o 6 bestias para borrar las huellas y no tantos rastros; estas eran cosas pequeñas pero definitivas para mantener la clandestinidad.

 Llegó el 6, comenzó a amanecer y estábamos aún muy lejos de Simacota, nos tocó meternos a un cafetalito, por allá no hay montañas, sino cafetales y cañadulzales, ahí estuvimos todo el día; de allí salen Fabio, Ayala, Domingo Leal y Jorge González a hacer, pienso yo, la inteligencia.

 Hoy en día uno hace la inteligencia de un objetivo con meses de anticipación y nosotros hicimos la inteligencia de un día para otro, claro que también era muy sencillo porque los policías todo esperaban menos eso; me imagino que en la inteligencia se obtendría el conocimiento del pueblo de uno, que las calles son así, que la policía tal cosa, que en tal hotel come la policía. 

Bueno, ellos vinieron por la noche y a eso de la una de la mañana arrancamos para Simacota, y se volvió a hacer mal el cálculo, entre el cálculo que se hace yendo uno de día por el camino, al cálculo de 20 hombres por la noche y sin poder prender la linterna, el tiempo se duplica, la marcha es dos o tres veces más lenta en esas circunstancias.

 Recuerdo que al final dijo Fabio, los que tengan aliento síganme, y arrancamos a toda, se pierde el orden de marcha que llevábamos, porque era el que fuera capaz de aguantar el paso… El 7 de enero, a las seis de la mañana, llegamos a una casita en un filo donde se observa toda la panorámica del pueblo, el estanco, la Caja Agraria, la Alcaldía, la salida para un pueblo llamado Chima, la salida para el Socorro y el cuartel de policía. 

En ese sitio se nos presenta un primer problema que estuvo a punto de dañar la acción, como era 7 de enero la gente no estaba trabajando, sino que había seguido derecho y estaba enfiestada; comienza a bajar toda esa cantidad de gente para el pueblo y tenemos que empezar a detenerla, estábamos a 250 metros del pueblo. 

En medio de esa situación Fabio nos comenzó a repartir los puestos para el ataque, usted se va por allí, ustedes van al cuartel de la policía, y así. ¿Cuál era el plan?, era aniquilar por sorpresa a los policías, capturar al alcalde Félix, no recuerdo el apellido, un viejo corrompido, un gamonal y asesino en el pueblo, nadie lo quería, a ese tipo se le iba a hacer un juicio popular y se le iba a fusilar; sacar la plata de la caja Agraria, expropiar el estanco, la farmacia que era de propiedad del alcalde, esos eran los objetivos de carácter operativo y el objetivo político central era irrumpir en la vida política del país con el Manifiesto de Simacota.

 A la carrera Fabio comenzó a repartir la gente, usted póngase de civil, usted entréguele la escopeta a fulano, usted con el revólver… ahí no se hizo ningún plan, de pronto ellos ya lo tenían.

 José Ayala era el jefe del grupo que iba con arma larga a reforzar el comando de asalto a la policía que entraría con arma corta. 

En medio de la multitud de gente que estábamos deteniendo se nos fue una señora de las detenidas, esa señora dio aviso al sargento de la policía que estaba borracho en un hotel a la salida del pueblo por donde nosotros íbamos a llegar. 

Detrás del comando de asalto a la policía arrancó el grupo que iba con arma larga a reforzarlo, el propósito era: van 5 o 6 compañeros con arma corta y tratan de aniquilar a los policías, pero si el combate se prolonga va un grupo de 8 hombres con armas largas a reforzarlo. 

Otro comando del que era responsable José Solano Sepúlveda o Hernán Moreno, no recuerdo, encargado de capturar al alcalde; Fabio y Rovira son los encargados de asaltar la Caja Agraria, de recuperar el dinero, Fabio por el conocimiento que tenía de como alzar una caja fuerte ya que había trabajado en el Banco del Comercio y en el National City Bank fue secretario. Otro comando tenía la tarea de controlar la carretera que va de Simacota a Chima, y otro comando debía controlar la carretera hacía el Socorro, el responsable era Wilson, el enfermero, yo estaba en ese grupo. 

Todo el mundo amontonado en una casita, la gente entre la confusión se preguntaba que si éramos del ejército o si éramos policías, pero la vestimenta no era ni de ejército ni de policía; les hablamos de la lucha, pero la gente sin entender, había un rico altanero que estaba disgustado, le quitamos un revólver 38. Comienza a ser mayor el número de campesinos retenidos que de guerrilleros y empezó a generarnos una primera situación difícil, a los compañeros encargados de mantener el control la situación se les comenzó a salir de las manos. 

Cuando va el grupo grueso, el grupo principal, llegando al pueblo el sargento de la policía, que le habían contado sobre la avanzada de la tropa, sale a mirar y entonces Fabio lo saluda con la mano, el tipo tomado también le contesta el saludo como dos buenos amigos, quien sabe el tipo que pensaría, de pronto una patrulla; cuando ese grupo está a diez metros del sargento suena el tiroteo abajo en el comando de la policía, el tipo se sorprende y enseguida se le elimina. Se controla el estanco, la Caja Agraria, el alcalde se vuela… de una forma muy rápida se controló la situación. Figúrese en un momento de esos, yo digo que la gente volvería a revivir las épocas de invasiones de liberales a pueblos conservadores o al contrario.

 Con todo bajo control comienza a llamarse a los comandos a recorrer el pueblo y a pedirle a la gente que se concentre en la placita. Simacota era un pueblo con cercas de piedra, calles empedradas, donde no hay sino una vía central por donde pasa el carro y las mulas, el clásico pueblo de hace 20 años. Recuerdo que a Domingo Leal, como Santandereano de esos enteros, no le faltaba un cuchillito de 10 pulgadas en la pretina, siempre lo cargaba con él; cuando iba a eliminar al centinela no le funcionó el revólver, entonces sacó el cuchillo y lo mató a puñaladas. 

En la acción se recuperaron cinco fusiles 7 m.m., algunos revólveres, una escopeta 44 en la casa del alcalde. Se cargaron, también, unas mulas con enlatados del estanco que pertenecían al departamento y con drogas que pertenecían al alcalde, de la Caja Agraria se recuperaron cerca de cincuenta mil pesos. 

A la cárcel fue un comando con la intención de liberar a los presos, esa era otra tarea, tal vez desentonaba un poquito con el carácter de ese pueblo, pero la idea era hacer justicia; los compañeros van y los presos no quieren salir. 

De todas maneras los soltaron al otro día, porque no había guardianes, ni armas ni nada. Realmente no fue complicado el control del pueblo, pese al primer impacto de la gente, al temor, la preocupación, cuando la población ve que nada va a pasar comienza a abrir las puertas, a salir y a conversar con nosotros. 

Llevamos bastante tiempo, aún no eran las siete de la mañana cuando irrumpimos y ya eran la 9 y media; estábamos en un ambiente familiar entre guerrilla y población, la gente en la novelería, que si son liberales, que si son conservadores, que como es la cosa, y cada uno de nosotros a conversar con los habitantes y a decirles que vayan a la plaza a escuchar un discurso.

 Hay un pasaje de un borrachito que grita, viva el partido liberal!, los compañeros le dicen que nosotros no somos liberales, entonces vuelve y grita Viva el partido conservador!, y los compañeros le dicen que tampoco somos conservadores, entonces el borrachito entusiasmado vuelve y grita Viva el partido Comunista, el compañero le pone en conocimiento que tampoco somos comunistas, el borrachito desconcertado se queda mirando al compañero y exclama ¿entonces, quién putas diablos son ustedes?. 

Realmente nos sentíamos muy seguros, porque la situación ya estaba controlada, creo que un policía se voló pero sin fusil, el alcalde había dejado en la casa el revólver y la escopeta, ya todos partíamos de que la situación estaba muy bien, pero no… Resulta que el primer comando que se fue, dos pelaos de civil, uno que sabía cuáles eran las líneas telefónicas, tenía como primer objetivo incomunicar al pueblo, pero el muchacho en lugar de cortar la línea telefónica cortó la línea de la luz y las líneas telefónicas las cortó a lo último cuando se dio cuenta; cuando nosotros entramos la telefonista, que era la novia del comandante del puesto militar del batallón Galán acantonado en el Socorro, le alcanzó a decir de la novedad que había, algo así como que manden refuerzos porque nos matan.

 La muchacha oyó el tiroteo en el cuartel de policía y en ese momento se cortó la línea. A nosotros nos habían dado una bomba de dinamita para que la colocáramos sobre la carretera, en el libro de Jaime Arenas, éste dice que las áreas estaban minadas con dinamita, nos dieron una bomba, un pedazo de cable y unas baterías, pero como el ambiente estaba tan sano los trabajadores del municipio dijeron que en una bodega habían como cinco o seis arrobas de dinamita, eso para nosotros era un tesoro, nosotros sabíamos hacer bombas de clorato, azúcar y aluminio negro, pero dinamita no la conocíamos, entonces el responsable del grupo que estaba a la entrada del cuartel de policía se fue y dejó encargado a otro pelado, a un tolimense que tenía un fusil de perilla, el ambiente estaba bueno y él no vio ningún problema. 

Había como diez cantinas de esas grandes de leche, cuando la gente comenzó a hablar de que nosotros luchábamos por la libertad, por la igualdad, alguno sugirió que esas cantinas de leche que eran de una de las haciendas más grandes de ahí que se repartieran, entonces comenzamos a repartirle la leche a la gente; eran como las nueve y media o diez del mañana, Fabio ya había bajado y nos había dicho mucho cuidado y mando a recogerlos. 

Ya se habían echado los discursos en la plaza… Nosotros estábamos a la entrada del pueblo, cuando vemos un carro, lógico nos cabríamos, nos pusimos en guardia, entonces la gente dice: no compañeros, tranquilos, a esta hora viene la camioneta a recoger la leche; nosotros nos confiamos de que era la lechera cuando aparece una camioneta con ejército y se armó la tirazón. 

Estábamos en un sitio muy mal ubicado porque se había bajado la guardia, pensábamos que no iba a llegar nadie, no se había hecho un plan para nada, estábamos en la tónica de hablar con la gente, no teníamos ni idea que el Socorro estuviera tan cerca de Simacota porque no conocíamos y tampoco se nos informó. 

Yo creo que el primer disparo se le hizo al carro por ahí a unos 15 o 20 metros; la única arma que había era el fusil de Elí, él le hizo un disparo y salió en carrera a llevar el aviso; Luis Quintero, el otro del comando, tenía una carabina 22 que tocaba voltearle el cañón para abajo y cerrojearla porque el proveedor que tenía no le servía el resorte para impulsar los tiros hacía la recámara.

 El que cortó la línea telefónica, no se si del susto comenzó a correr, tenía una escopetica de un sólo tiro, en buenas condiciones, en esas circunstancias era buena, ese pelao arrancó en carrera y de ahí se desertó, había estado en el partido un poco de tiempo.

 Yo tenía una escopeta 44 que porta un tiro muy delgadito, una escopeta de cartucho pero estaba muy mal de munición no tenía sino ocho tiros, le martillé el primero y totió, esa escopeta uno la cerrojeaba pero el tiro no le salía porque no tenía uña extractora; también llevaba un pedazo de revólver, lo martillé pero no me totió ningún tiro. 

Total ahí no hubo resistencia; quedamos sólo dos totalmente inhabilitados, qué íbamos a hacer, pues arrancar a correr a lo loco; nosotros del susto vimos un camión pero de verdad era una camioneta con siete u ocho soldados; la información que le llegó a Fabio y a los que estaban arriba era que había llegado un camionado de ejército.

 Yo arranqué detrás de Luis y llegó a una cerca de piedras, se agarró de la baranda y brincó, cuando estaba arriba yo le dije que me diera la mano y él no alcanzó, sonaron tiros y él se fue; yo quedaba como a unos veinte metros del ejército, me tocó correr por toda la cerca en medio de la tirazón, caminé como 80 o 100 metros de ahí en adelante ya estaba seguro. 

Cogí por la cañada arriba y justo fui a salir a la cabecera por donde se iba a replegar todo el personal. En medio del pueblo había una bañadera de ganado, los soldados que quedaron arrancaron para esa casa, de ahí se dominaba prácticamente todo el pueblo. 

Los compañeros en la plaza la única razón que reciben es que entró el refuerzo y nada más; inmediatamente se da la voz de repliegue y la gente tiene que comenzar a retirarse. Fabio le ordena a José Ayala, a Luis José Solano Sepúlveda y a Hernán Moreno, que eran los tres hombres de experiencia y don de mando, que vayan a reforzar el comando que estaba en la entrada. 

El ejército no se da cuenta que los compañeros bajan por la calle, los soldados estaban en la plaza y empiezan a tirar hacía arriba, los compas llegan por detrás y los ubican, matan dos y ponen los otros a correr; ahí se recuperan dos fusiles Garand M-1, los soldados no hacen resistencia sino que se vuelan porque ellos tampoco sabían que pasa en Simacota; ellos se llevaron un chasco bien grande porque como no sabían que pasaba mandaron sólo unos pocos soldados. * La Muerte de Pedro Gordillo Allí muere el compañero Pedro Gordillo, Parmenio. 

Resulta que él estaba encargado de arriar unas bestias que ya estaban cargadas con medicina, comida y enlatados, con esas cosas él sube a la plaza llega a una calle y sigue derecho, atrás como a unos 150 metros estaban los soldados atrincherados, a Parmenio le disparan a esa distancia, le meten un tiro en toda la espalda que lo partió de una vez y lo dejó allí tirado en medio de la calle, muerto. Con la muerte de Parmenio todo el mundo se dispersó por el pueblo, se formó el desorden y todos nos volvimos a reencontrar a la salida del pueblo. 

Cuando le dicen a Fabio que ha muerto Parmenio me manda a que le saque los documentos y todo lo que tiene en el bolsillo, cuando voy bajando a cumplir la orden un compañero ya lo había montado en una mula y lo traía, pero cuando la calle termino y la mula comienza a subir no fue capaz con la carga y el cadáver de Parmenio se quedó en medio del tiroteo por el desespero nuestro, porque donde hubiera estado claro que eran 6 o 7 soldados el cadáver de Parmenio no se queda, lo habríamos arrastrado, sabíamos que a ningún herido lo podíamos abandonar bajo ninguna circunstancia, eso estaba claro; como estaba esa tirazón y nosotros nunca habíamos escuchado tiros de guerra hechos por el ejército y estábamos tan desprevenidos cuando comienza el tiroteo se deja el cadáver. 

Yo le saco las cositas que llevaba, los documentos y todo, para mí es un impacto muy grande, es el primer compañero que cae pero, además, Parmenio era mi amigo, amigo; el hombre estaba partido, el tiro le entró por la columna y le salió por el abdomen, estaba destrozado, muerto… Nos seguimos replegando, yo creo que eran como las diez de la mañana del 7 de enero de 1965. Después, por comentarios, me entero que entre Fabio y Medina se comenzaban a presentar diferencias. Fabio, hablando con otros compañeros dice que tiene una discusión acalorada con Medina porque cuando él estaba distribuyendo a la gente para entrar a Simacota Medina entra en una discusión fuerte con él, Medina dice que no se le debe disparar a la policía, que se les debe intimidar rendición y solamente si van a reaccionar hay que dispararles, viene entonces, dice Fabio, la primera discusión, que luego entendería uno que tenía un carácter esencialmente político pero que en ese momento uno no lo entiende. 

Fabio dice hay que entrar es combatiendo, ya si los policías se rinden en el combate se les respeta la vida, pero nosotros no podemos llegar a intimidarlos siendo que están armados. 

De todas formas hay una discusión que tiene que ver con el cómo se concibe la confrontación.

 En segundo lugar, dice Fabio, que en el momento del repliegue Medina, tal vez por el nerviosismo, comienza a gritar que nos vamos para Santana, o sea, que dice públicamente el nombre de la vereda para donde nos vamos replegar a pesar de que existían las voces convencionales para el repliegue, ese es un error táctico grave, yo no oí eso pero ese es uno de los cargos que se le haría a Medina al hacer el balance de Simacota. 

En la confrontación entre Fabio y Medina, en aquel momento lo que comienza a madurar es una diferencia política, por ejemplo, el hecho de cómo hacer la primera acción: para Medina debía evitarse que hubiesen policías muertos; para Fabio lo más importante era garantizar el éxito de la acción a costa de que murieran o no policías, son dos valoraciones diferentes. Hay un momento en que Fabio afirma que Medina le dijo: hermano esto es una aventura, estamos descubiertos, devolvámonos -cuando ya el grupo estaba detectado por el oficial-; Fabio tiene la astucia y la decisión para decir, podemos sortear la cosa y lo que tenemos que hacer aquí es jugarnosla.

 Para Medina es un hecho de aventura según nos comenta Fabio, para él era definitivo hacer esa acción, constituía un elemento político decisivo, surgir dando un golpe; lo otro hubiera sido, estar delatados, iniciar un repliegue y resistir un operativo sin haber coronado el objetivo, lo que hubiese representado un golpe político muy grande dadas las condiciones en que se habían vivido los mese anteriores. Nos comenzamos a replegar sin problema. 

Hubo un gesto muy bonito en relación con el cuerpo de Parmenio, el sacerdote de Simacota pelea con el ejército y junto con el pueblo logran enterrarlo en el cementerio de allí. Viene el repliegue y se presenta un incidente.

 Nos vamos retirando por una área, vemos que ya estamos a salvo, la marcha es lenta, es pesada, es continuar la marcha que llevábamos desde el veintipico de diciembre, sólo habíamos parado un momento en el Hato, llevamos días andando, la gente va muy mal, paramos en Santa Ana, le compramos una res a un campesino y nos pusimos a comernosla; el enemigo nos detecta desde lejos y casi nos da un golpe, estábamos matando la vaca, un compañero se fue a hacer una necesidad y ve al ejército que viene a 20 metros de nosotros, nos toca replegarnos, imagínese eso fue apenas al otro día de la toma a Simacota, íbamos a desayunar y se presenta este incidente.

 Llevábamos varias bestias con los equipos, el ejército aparece por la trocha, por donde nosotros deberíamos continuar, nos toca descargar obligadamente las bestias y coger a campo traviesa. 

En la tarde anterior a nuestra llegada a Santa Ana, al descargar las mulas creíamos que nos íbamos a encontrar con los enlatados y resulta que se habían confundido los animales y se quedó toda la comida que valía la pena para el repliegue, sólo nos llevamos un poco de vainas que no se necesitaban como un poco de alpargatas no. 42, café verde para secar y pendejadas que no solucionaban ningún problema inmediato.

 Nosotros seguimos replegándonos con una alguna dificultad pero sin problemas. Llegamos a la finca de Luis Quintero, allí duramos veinte días esperando que pasara el operativo. Fabio manda a Jacinto Bermúdez y a Salomón Amador Rojas a que exploraran la zona del Cerro de los Andes. 

De esa finca se deserta Manuel Muñoz, Miguel, y delata los compañeros que van haciendo la exploración, estos dos compañeros a pesar de la tortura y el maltrato se mantienen firmes; Miguel delata el sitio en que estamos, pero cuando el ejército viene a buscarnos nosotros ya vamos de camino hacía el Cerro de los Andes. 

Unos quince o veinte días después nos regresamos por el mismo camino por donde habíamos venido. Dice Fabio que Medina a raíz de los problemas de seguridad le plantea guardar las armas, diseminar la gente en fincas, desaparecer el grupo para soportar el operativo enemigo, esa es otra discusión que se mantiene entre si lo correcto es mantener el grupo y proyectarlo o dispersarlo para evitar la acción de las fuerzas armadas. 

* Texto tomado del libro ”El ELN una historia a dos voces” publicado en 1991 por el maestro e historiador Carlos Medina Gallego 

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