Pablo Gonzalez

No estados fallidos, sino estados en desastre, el caso de Guatemala y México


Los matices diferenciales entre las dos repúblicas presas del neoliberalismo son ahora, en el desenvolvimiento pleno del siglo XXI, casi imperceptibles entre Guatemala y México.

 Los indicadores sociales y la vida misma nos indican el calvario diario del ciudadano de los sectores populares para sobrevivir en un mundo lleno de estrecheces e inseguridad. 

Y se sufre más no por la carencia de comida o dificultades de acceso a la educación sino por algo muy preciado en la vida de todo ser humano y que en algún momento, resultado del embobamiento del consumo mínimo u ostentoso, no se pondera de la manera debida: la tranquilidad.

México como Guatemala vive la locura de los delincuentes organizados, principalmente la demencia criminal de las variadas y asaz avaricias de los narcotraficantes, sujetos que desestructurados psicológicamente que llevan su mundo catódico, negativo; a todos los ámbitos de la sociedad. 

La crisis de una sociedad, de una nación se puede ejemplarizar muy bien en el actual ciudadano mexicano.

Eligieron los mexicanos a un presidente de poca profundidad política y cultura, tan justo y exacto para ese viejo sistema capitalista mexicano que tras setenta años de dictadura del PRI, se sigue reproduciendo en alternancia con el PAN en el ejercicio del control de los poderes públicos, de la superestructura del Estado. 

Un hombre de discernimiento tendrá -eso se espera- como primera consejera a su mujer y una actriz de telenovela de dudoso talento, frívola y banal, no puede ser un gran aporte para la escasa materia gris del señor Peña Nieto. 

Ya ve usted los niveles de “responsabilidad” de este hombre que sumida la nación en una gran crisis de gobernabilidad no pudo aplazar su gira por China y Australia, urgido quizá por algo que se sospecha. 

Los $7 millones de dólares que costó la nueva residencia de la familia presidencial pudiera ser “obsequio chino”, pues la casa, da la casualidad, era propiedad de una firma mexicana en consorcio con la compañía china Railway Construction Corporation, que había obtenido la licitación apenas el 3 de noviembre para la construcción del tren de alta velocidad México-Querétaro.

 Los funcionarios chinos, por cierto, pidieron ayuda internacional hace unos días para detener el exponencial problema de la corrupción en el gigante asiático que se mueve en todas las esferas de la vida económica, por lo tanto, la sospecha no puede descartarse en este caso tan particular.

El PAN es el PRI y el PRI es el PAN. No hay una ideología que los diferencia ni una voluntad política que los haga distintos. Ambos son la misma basura pestilente que ya llega casi a un siglo y que ha llevado a los pueblos del sur y centro de México a ser verdaderos estados preinsurrecionales porque los poderes del Estado mexicano no tienen presencia o incidencia en las comunidades para garantizarle la vida y la seguridad, sino la muerte y la violencia.

 México se ha hecho ingobernable y la coyuntura actual con un presidente que coge camino para China (posiblemente para apaciguar el trinquete de la casa de 7 millones de dólares donde la muñidora fue su esposa) y Australia refleja de cuerpo la contextura muy superficial como la piel del agua, de este señor representante del mundo neoliberal mexicano. 

El pueblo mexicano ya se cansó como sucede actualmente con el pueblo de Guatemala. Ambos naciones están hastiadas de una clase política altamente corrupta y de una clase empresarial que determina las políticas de Estado, porque sencillamente, aquí como allá, los poderes del Estado no mandan; están subordinados programáticamente al poder económico dominante.

Lo lamentable en México es que la mayoría de ciudadanos no están plenamente conscientes de que la guerra civil atípica ha estado beligerante desde hace diez o doce años desde el momento en que, torpemente, el señor Felipe Calderón creyó que se podía derrotar al monstruo de mil cabezas del crimen organizado a pura bala y trancazo.

 El aparecimiento constante en todo el territorio nacional de fosas con cuerpos de seres humanos mexicanos expresa que el gobierno mexicano no tiene control sobre la fuerza pública y si en el pasado, por ejemplo, en los países Centroamericanos o Colombia los grupos paramilitares eran incondicionales colaboradores o perpetradores de la guerra sucia, en México, en cambio, lo hacen los encargados de la seguridad ciudadana, no necesariamente el ejército. 

Por eso, repito, es una guerra civil atípica, porque no puede calificarse de otra manera tan atroces hechos de violencia como los sucedido a los 43 muchachos de Ayotzinapan.

La respuesta de los ciudadanos en marchas, plantones o destrozos de ira no conduce a ningún buen resultado político. 

Podrán pasar toda la vida gritando y maldiciendo (eso le importa poco al viajero presidente, al final), pero si se toca de otra manera ese poder económico y político intocable, entonces, las fuerzas políticas y sociales se modifican. 

El agotamiento del diálogo da lugar a las guerras y cuando no hay opción, a las guerras se les responde con otra guerra. 

No hay otra manera de hacerse respetar.

Por Luciano Castro Barillas

Publicado por LaQnadlSol
USA.

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