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A medida que vaya aumentando el rendimiento de las baterías y de las fuentes de generación de energías renovables, es decir, a medida que la energía limpia sea más eficiente y barata y un coche nos permita hacer más kilómetros con una batería eléctrica, los coches eléctricos sustituirán a los de gasolina.

Y resulta evidente, el rendimiento de un motor a gasolina no se va a optimizar mucho más, sin embargo la capacidad de las baterías está muy lejos de llegar a su máximo, y no sería de extrañar que los 500 Km que puede recorrer un Tesla Model S sin recargar pasen a ser el doble o más dentro de una década. Aún más si surgen aplicaciones en este campo de nuevos materiales como el grafeno.

Las ventajas son abrumadoras: nada de emisiones, por lo que tenemos ciudades más limpias, menos gasto en sanidad y mantenimiento, mayor autonomía energética, mayor capacidad de autoabastecimiento, etc.

Por ello no es de extrañar que cuando pienso en el futuro de la movilidad me venga a la cabeza algo tan bonito como esto:


Sin embargo, si lo piensas de nuevo, esto no soluciona el problema de raíz.

Aunque el futuro pasa inevitablemente por la energía limpia y las renovables, aún no es una realidad puesto que en el mejor de los casos no constituye ni un tercio de la oferta total, y es poco probable que en un futuro cercano lleguemos a cotas próximas al 100%.

Pero hay más pegas: Aunque un coche eléctrico no produzca gases contaminantes por sí mismo, el proceso de obtención de materias primas, fabricación y transporte sí que lo hace. Además, y esto es lo más grave: en este caso este coche es un mamotreto de 1.800 Kg que se usa para mover, generalmente por trayectos de menos de 2 km, a una sola persona de, pongamos, 70Kg.

Por si no queda claro, estamos hablado de mover 25 veces tu peso, consumir una enorme cantidad de recursos y energía eléctrica y demandar infraestructuras con un alto grado de mantenimiento para mover tu culo del sofá de tu salón a la butaca de los multicines del centro comercial de al lado de casa. Y si te paras a pensarlo, esto no tiene ningún sentido.

Menos aún si piensas que más de el 50% del espacio de muchas ciudades está invertido a carreteras y aparcamiento, o si se valora el número de muertes por atropello que se dan en cualquier gran ciudad con tráfico.

¿Cuál es la solución?
La tenemos delante de nuestras narices: una combinación de transporte público y bicicleta. Para trayectos cortos una bicicleta requiere una infraestructura mucho menos amplia que el tráfico de coches, con la ventaja de que el factor peso con respecto a la persona que transporta es del 0,20 aproximadamente, y no 25 veces su peso, como un coche.

Es más seguro, con menos posibilidades de producir un accidente mortal, su fabricación y transporte produce menos residuos, su vida útil es más alta y en unas sociedades donde la obesidad y enfermedades derivadas de la falta de ejercicio adquieren tintes de epidemia, ayudaría a reducir aún más la inversión en sanidad y la calidad de vida de sus habitantes.

Ojo, no tiene sentido prohibir el coche privado, habrá casos en los que tenga sentido, pero priorizar el transporte público, los canales para compartir vehículo y limitar el protagonismo del coche dentro de las ciudades en beneficio de la bicicleta (normal o eléctrica) puede ser la forma perfecta de afrontar el transporte del futuro.

A veces buscas la solución en la ciencia ficción, cuando la llevamos teniendo delante de nuestras narices desde la época de Julio Verne.

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