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Papá Capitalismo y su hija Corrupción


La caza al corrupto se está convirtiendo en el deporte-rey de España, desviando la discusión política a derroteros falaces o cuando menos exentos de rigor racional. En mitad de una confusión calculada, se intenta crear un ambiente dual en el que solo existen las manzanas podridas y la gente santa y saludable a tiempo total.

Nunca nos preguntamos dónde reside el origen de tal fenómeno, quiénes son los agentes que corrompen y cuál es el contexto económico, social, cultural, político e ideológico en el que se produce el mismo.

Sólo puede corromper en términos éticos o morales aquella persona que tiene poder económico o el estatus suficiente para comprar la voluntad de sujetos supeditados a su capacidad de dominio hegemónico. De resultas de ello, el beneficio máximo siempre queda en manos del agente corruptor, el que pretende y consigue con la transacción corrupta que la voluntad del corrompido se acople a las exigencias del poder establecido.

El que se deja corromper es una pieza pasiva movida por los hilos de la situación de hecho, no resistiendo sus principios éticos individuales a la ventaja tangible de una prebenda inmediata. Voluntades comparadas suponen silencios cómplices y principios particulares que saltan por los aires.

Se ha dicho y estudiado hasta la saciedad que el capitalismo tiene la suficiente energía y capacidad de hacer suyas las contradicciones que genera y de convertir y vender como mercancía incluso las ideas críticas, radicales, opositoras y rebeldes que ponen en cuestión sus propios presupuestos conceptuales y su doctrina ética. Una camiseta del Che se transforma así en un fetiche vaciado de contenido ideológico para consumo emocional de las masas.

El virus capitalista

La energía capitalista contamina todas nuestras actitudes y costumbres, resultando muy complicado evadirse de su influjo ideológico persistente, sibilino y cotidiano. En esa contradicción fuerte, vivimos todos, sin excepción.

Sin embargo, cabe señalar que en la dicotomía corrupto-gente limpia se diluyen los conflictos reales en una paradoja grotesca e injusta. 

Los poderes fácticos y financieros siempre suelen quedar a la sombra del bombardeo mediático, soportando las culpas y responsabilidades los sujetos señalados como corruptos de hecho, que en el fondo no son más que testaferros y subalternos del gran poder capitalista anónimo que permanece en la trastienda hegemónica de la realidad sociopolítica.

Así banqueros, ejecutivos de alto rango, empresarios transnacionales, mercados fantasmales y categorías asimiladas que mueven los hilos del motor capitalista no suelen figurar, salvo excepciones puntuales, en las listas negras de la corrupción conocida. 

Y, en muchos casos, personajes de segundo y tercer rango son crucificados con saña y expuestos a la opinión pública como chivos expiatorios del mal absoluto.

No estamos defendiendo la corrupción como un mal necesario o ineludible, ni tampoco nos adherimos al refrán popular de que todos tenemos un precio. Simplemente decimos que es el sistema imperante el que abona la existencia de casos de corrupción.

 El capitalismo corrompe desde sus mismos cimientos creando desigualdades de todo tipo y condición, leyes injustas y un reparto de la riqueza criminal y condenable a todas luces.

Ética de izquierdas y moral de derechas

También es importante resaltar que ante el tribunal popular es muchísimo más grave una falta o una sospecha fundada o infundada de un político o sindicalista de izquierdas que una cometida por uno de derechas, lo cual si traducimos con criterio ponderado viene a decir que en la cultura general de una persona situada a la izquierda se espera, con razón, una conducta más intachable y unos principios éticos más inamovibles o exigentes.

 De un personaje de derechas se espera cualquier cosa, si bien esta interpretación juega a su favor porque el rigor que se le supone a sus planteamientos éticos es más blando y evanescente.

Un corrupto de izquierdas es un monstruo, tanto por su rareza o singularidad como por la magnitud amplificada de su quiebra moral. Siempre esperamos más rectitud personal en un líder de la izquierda que en uno de la derecha. 

En el fondo, lo más valioso de la clase trabajadora son sus principios y su dignidad personal; a la derecha le sobra con su capital y su poder efectivo, no obstante debe hacer terapia política ideológica con valores éticos para compensar y desdibujar su posición de dominio directo sobre las voluntades ajenas.

En una situación de estancamiento político e ideológico, la proximidad al adversario de clase puede ocasionar trastornos de conducta inevitables en algunos políticos y sindicalistas de izquierda. Demasiado tiempo en contacto con el poder real suele debilitar el carácter y las ideas propias. 

Sucede en la vida diaria que mantener el pensamiento crítico sea bastante complicado cuando la existencia material es acuciante y el estado de necesidad nos obliga a retorcer o suspender nuestras opiniones particulares para salvar situaciones urgentes vitales de emergencia.

Esas transacciones son habituales y estamos obligadas a ellas desde la precariedad vital de cada sujeto. Que nuestros principios y dignidad no sufran mella resulta a veces muy difícil porque el capitalismo también ha transformado nuestra voluntad en mercancía intercambiable. 

El yo está acosado por multitud de factores ambientales y culturales y, además, las pautas ideológicas vienen marcadas desde arriba, por los medios de comunicación y la publicidad. En determinados y cruciales momentos, la oportunidad de elegir imperiosa hace que los valores hegemónicos del capitalismo rompan nuestra capacidad de pensar libremente y nuestra conciencia y compromiso ético de clase.

 “Todos lo hacen, ¿por qué no yo?” “¿Qué relevancia tiene dejarse corromper tácticamente si mis principios son sólidos e inalterables?”

 “En realidad no lo hago por mí: son mis hijos, mi familia, mi círculo íntimo (siempre hay referentes de tipo ético autojustificativos en ese diálogo consigo mismo) los que me mueven a aceptar esta situación pasajera de corrupto pasivo del sistema capitalista.”

Con bastante probabilidad, una vez dado el primer paso, los siguientes escarceos son más llevaderos y fáciles de digerir. Lo singular se convierte en costumbre, se silencian los latidos íntimos de la conciencia, y lo excepcional se transforma en automatismo irrelevante y fútil. Hasta que un día, la tormenta se hace notoria y pública.

“Legítima” corrupción

Otro aspecto de la corrupción del que se habla menos es aquel legitimado por la ley. Causa menor escándalo, pero es el más pernicioso para la convivencia social. Corrupto es aquel que dicta leyes injustas a sabiendas. Lo es el que acepta empleos o trabajos bien remunerados en empresas privadas después de haber defendido sus intereses en la actividad política. Corruptos son los banqueros, empresarios y dirigentes políticos que se otorgan a sí mismos pensiones astronómicas a costa de la pobreza o precariedad del resto de la población. Corrupto es el empresario que despide a un trabajador avalado por el entramado legal. Corrupto cum laude es el banco que desahucia bajo cobertura de una normativa reglamentaria que no tiene en cuenta los derechos humanos más elementales y éticos.

En definitiva, el capitalismo es el principal factor generador de corrupciones varias a distintos niveles. La caza del corrupto pasivo sin la contrapartida efectiva de identificar al corruptor es una salida fácil e interesada para salvaguardar los muebles del régimen de democracia vigilada en el que vivimos en Occidente. El sistema está podrido desde sus mismas raíces históricas constituyentes. Por muchos presuntos corruptos que caigan, si los agentes corruptores siguen al mando en sus puestos, nada cambiará sustancialmente.

Además de lo relatado, no olvidemos que la corrupción actual es un juego de suma cero muy bien orquestado desde el poder: las corrupciones de distinto signo (derecha-izquierda) se anulan unas a otras como las partículas y las antipartículas subatómicas. Después de las tormentas devastadoras, vendrán los silencios cómplices y el olvido consecuente. Una corrupción tapa a otra y todo se escapa en la nada absoluta del statu quo.

Tendencias Google

A pesar de lo reseñado hasta aquí, resulta curioso hacer un ejercicio prospectivo sin ínfulas científicas usando la herramienta de búsqueda Google para aproximarse al fenómeno de la corrupción de modo meramente indicativo.

Sumando las búsquedas “corrupción PP” y “corrupción PSOE”, el resultado es de 15 millones de entradas (10 el PP). “Corrupción empresas España” alcanza por encima de los 9 millones de links. “Corrupción PNV” agregada a “corrupción CiU” registra algo menos de 4 millones de entradas (3 millones el PNV). 

“Corrupción sindicatos España” arroja, por su parte, unos 800.000 links. Son meras tendencias, sin duda alguna, pero pueden ilustrar la tesis que aquí estamos manteniendo, que también tienen su correlación con estas tres últimas búsquedas.

 “Corrupción clase alta en España”: 43 millones de entradas. “Corrupción clase media en España”: 26 millones de links. “Corrupción clase obrera en España”: menos de 3 millones de resultados.

No confundamos, pues, los síntomas con las causas. Los corruptos no surgen por generación espontánea. El capitalismo crea a los corruptos. 

Además de la pugna fundamental capital-trabajo, el sistema capitalista vive otra lucha feroz para conquistar mercados, la que se da entre las propias empresas para colocar sus mercancías propias en detrimento de la competencia. 

Y la guerra es sangrienta por el sacrosanto beneficio: eliminar al enemigo cueste lo que cueste es su meta final. Y para ello, lo lícito puede ser un impedimento formidable.

 Comprar voluntades y corromper a las instancias políticas suele ser un camino más expedito y seguro. Capitalismo es sinónimo de guerra, lo que no puede el dinero lo puede la violencia.

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