Los familiares califican el acto del 26 y 27 de septiembre como un crimen de Estado y descalifican la versión de las autoridades que quieren exponerlo sólo como un hecho del crimen organizado. Al final, fueron policías municipales los que dispararon contra los estudiantes.
Fuente: Cencos
Un niño de tez blanca, pelo castaño y todavía con el uniforme de la escuela sostiene en sus pequeñas manos una cartulina blanca donde se lee: “Soy estudiante, tengo miedo”.
Con el ceño fruncido y gritando consignas gana la atención de quien camina por avenida Reforma y hace un alto para tomarle una fotografía o alentarlo con canciones de protesta.
Él, como miles más, salió las calles de la Ciudad de México para exigir que aparezcan vivos los 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzipan, Guerrero desaparecidos desde el 27 de septiembre.
Indignación es lo que realmente se siente en los gritos desgarradores de la gente que se dirige del Ángel de la Independencia al Zócalo de la Ciudad de México.
Seis personas murieron, varias resultaron heridas, entre ellas uno de gravedad, y de 43 se desconoce su paradero tras el ataque del 26 y 27 de septiembre donde policías municipales de Iguala dispararon a quemarropa contra los camiones de los normalistas y de civiles.
En el cruce de Insurgentes y Bucareli un joven con el rostro cubierto grafitea sobre La Fuente del Globo: “Pienso luego me desaparecen”.
Una mujer lo increpa por llevar tapada la cara.
“Nosotros somos pueblo, le dice, ¿tú quién eres? Quítate la máscara”.
Él, la ignora, se sube a su bicicleta y se retira.
Además de los contingentes del Sindicato Mexicano de Electricistas, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, de las facultades y escuelas de la Universidad Nacional Autónoma de México, también asisten miles de ciudadanos que no pertenecen a ningún grupo, que van porque un hecho como el de Iguala no puede quedar impune.
Madres con sus hijos en carreolas, personas en sillas de ruedas, niños, jóvenes, ancianos, todos con una sola consigna: “vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Caminan por Reforma para luego tomar avenida Juárez, una cuadra de Eje Central y después 5 de Mayo. En el Zócalo, los espera un pequeño templete en la esquina de José María Pino Suárez y Plaza de la Constitución.
Como van llegando, las personas se acomodaban como piezas de dominó, una tras otra en las calles aledañas, la plancha esta cerrada, el Gobierno del Distrito Federal prepara una feria del libro.
Son cinco los padres de familia y compañeros de los desaparecidos que hablan en el mitin pero es a Melitón Ortega a quien se le quiebra la voz al recordar la masacre.
“Nosotros, como padres de familia, tenemos el dolor, tenemos la desesperación de que nuestros hijos están desaparecidos, de que nuestros hijos están asesinados, de que nuestros hijos están heridos de gravedad… El único delito de nuestros hijos fue ir a una escuela pública”, dice al micrófono.
Luego, Rubén Albarrán, cantante de Café Tacuba, y el actor Daniel Giménez Cacho leen el planteamiento firmado por organizaciones de la sociedad civil donde se exige: la presentación con vida de los desaparecidos; el castigo a los culpables y apoyo a las normales rurales.
Los familiares califican el acto del 26 y 27 de septiembre como un crimen de Estado y descalifican la versión de las autoridades que quieren exponerlo sólo como un hecho del crimen organizado.
Al final, fueron policías municipales los que dispararon contra los estudiantes.
Lo que duele es pensar que ese niño con su pancarta tenga razón, que ahora hasta los estudiantes deban tener miedo tan solo por serlo.
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