Sin ánimo de descalificar a persona o institución alguna hay que poner algunos puntos sobre las íes a las posiciones de algunas organizaciones no gubernamentales que han salido a la calle a protestar en contra de la reglamentación de la ley 779 bajo el argumento de que son una concesión a la Iglesia Católica y un retroceso al espíritu que inspiró a la polémica ley.
Primero, los objetivos generales que persigue un grupo de ONG´s son tan genuinos como los del resto de la nación, por ejemplo, trabajar para frenar la ola de violencia contra la mujer, en especial los asesinatos o feminicidios, transformar la cultura de dominación machista en la sociedad, llevar equilibrio y justicia a las relaciones de pareja –incluyendo a los novios- y empoderar a la mujer en un nuevo marco de relaciones cauteladas por el estado.
Segundo, la lucha no será una tarea exclusiva de la ley 779, de los tribunales de justicia o de los ONG´s. La nueva política del estado, completa o incompleta, reclamada por la sociedad, es solo un muro de contención a la violencia, pero no cambiará el sustrato milenario que lo causa.
Tercero, transformar a la sociedad es una tarea de largo plazo encomendado a la educación, que debería estar ahora mismo pasando por el tamiz de todos, bajo la lupa de los conocedores, desde aquellos que se especializan en el tema hasta los padres que son, al final de cuentas, los que pueden medir con precisión milimétrica lo que ocurre en las aulas de clase.
Cuarto, tenemos que saber sí en las escuelas se está cambiando la mentalidad machista, la cultura de dominación, por una nueva visión social.
Hay que evaluar la efectividad de los educadores en este sentido, si requieren de refuerzo, de capacitación, de apoyo en otro sentido.
Por ejemplo, la ley 779 y su reglamento no han sido explicados a los educadores para que lo incorporen a su metodología y pedagogía, no para que sea usado desde ahora como un palo para asustar a los niños o un espantapájaros cuyos efectos se diluirán en cuanto salga del campo de clases.
Más allá
El segundo escenario para trabajar es el hogar, quizás el más importante de todos: Si esta vieja cultura de dominación continúan reproduciéndose en la casa, como si se tratara de una carrera de relevos en que la estafeta del dominio pasa de un padre a otro y el bastón de la sumisión de madre a madre, la escuela hará poco o nada. O tal vez será un proceso de toma de conciencia mucho más lento o prolongado en el tiempo, cuyo saldo negativo será el reguero de muerte y dolor que dejará en el camino.
Si en la calle, el niño lo que ve es la escena de toda la vida, hombres golpeando mujeres, tomando ventaja de ellas en las cosas pequeñas y grandes, mujeres cediendo su lugar y relegándose al papel de la pasividad, el efecto en ellos, sobre todo en los hombres, será muy daniño.
Trato de decir que la tarea nos incumbe a todos, a la Iglesia católica o evangélica, anglicana o bautista, a los “creyentes silvestres”, a las organizaciones civiles, y claro al estado. Lo que tenemos ahora es un punto de partida, y con estos bueyes es que tenemos que arar.
Es político
Sin embargo, y no vamos a pecar de tontos o simplistas, la batalla por cambiar el “modelo” de dominación social es un tema político y la demanda de las organizaciones está adobada por el antisandinismo –el sospechoso usual- que enturbia las aguas en situaciones como esta.
No digo que el régimen de Daniel Ortega sea el escenario perfecto para condimentar estas leyes, pero ¿qué gobierno sería el mejor? ¿el del MRS?, digo que lo hecho hasta ahora ha pasado por una discusión larga y necesaria que no necesariamente ha estado en las mejores manos o planteada en los mejores términos.
Yo me pregunto cómo es que los jefes de las organizaciones no gubernamentales, llamémosles sociedad civil, son especialistas en todo.
Veo a las mismas personas hablando de la ley 779, del medio ambiente, de educación, de libertad civiles, de pedagogía, de religión.
¿Qué clase de personas son estas que tienen la capacidad de decirnos a los demás cómo debemos actuar y hacer?
Oposición para otra cosa
Ciertamente hay organizaciones que gozan de mucho respeto porque se han especializado en su tarea, han invertido recursos humanos y materiales para hacerse escuchar, sus dictámenes son aceptables y contundentes en muchas ocasiones –como los que hemos escuchado en el análisis de los efectos del canal interoceánico.
Pero, en el debate de la ley 779 hemos visto a una explosión de “expertos” que ni siquiera sabemos quiénes son, de dónde salieron, cuáles son sus estudios, qué liderazgo tienen, y a los que, de repente, los medios de comunicación les servimos de caja de resonancia solo porque sus posiciones son radicalmente opositoras.
Si hacemos a un lado el antisandinismo e iniciamos un debate sincero y profundo sobre el tema seguramente nos toparemos con muchos de los argumentos ahora expuestos, tendremos coincidencias, y al hacerlo podremos aclarar mejor las diferencias.