El fenómeno de los niños migrantes viene de años atrás y es el resultado directo de la política estadunidense de disuasión, control fronterizo y dilación permanente de cualquier tipo de reforma en la materia.
Los migrantes adultos que viven y trabajan en Estados Unidos, hace años o décadas que dejaron atrás a sus familias y no han tenido oportunidad de reunirse. Las únicas vías para poder lograrlo son el ingreso irregular o el retorno al lugar de origen.
Todos los días los menores migrantes mexicanos son deportados y recibidos por instituciones como el DIF y las casas de acogida de migrantes. Existen convenios entre esos dos países para una repatriación ordenada y segura. No es el caso de Centroamérica.
En primer lugar, no los pueden deportar a México; deben devolverlos a su lugar de origen.
En segundo término, por ser menores de edad deben tener un tratamiento especial. Se debe tratar de ubicar a sus familias y luego proceder a un proceso largo y complicado de deportación o acogida, que requiere la participación de abogados, trabajadores sociales, diversas organizaciones gubernamentales, ONG y consulados. La solución más fácil, económica, justa y humanitaria es entregarlos a sus familias.
Se estima que los menores de edad centroamericanos capturados y detenidos en la frontera llegará a un total de 90 mil a fines de año. Según el Pew Hispanic la población de menores se incrementó en los pasados cinco años en 707 por ciento en el caso de El Salvador; en 930 por ciento en el de Guatemala y mil 272 por ciento en el de Honduras.
Es un fenómeno explosivo que responde, por una parte, a un rumor de que habría un proceso de regularización o un trato especial, lo cual ha resultado ser cierto, por otra a una situación desesperada de miles de familias divididas por el fenómeno migratorio, familias destrozadas y violentadas por el fenómeno de la violencia, el narcotráfico y el pandillerismo y la ausencia de un sistema de seguridad social y familiar que atienda a miles de huérfanos, niños abandonados o dejados en custodia a sus familiares, madres solteras o abandonadas.
Una posible hipótesis es que los migrantes centroamericanos menores de edad han optado por llegar a Estados Unidos imitando el modelo cubano, que les permite acogerse al asilo cuando tocan suelo estadunidense. Los cubanos son los únicos que pueden acogerse a esta prerrogativa, aunque en la práctica los solicitantes de asilo en el mundo entero utilizan el mismo método.
Hace ya una década llegó a Canadá una oleada de mexicanos y gitanos a solicitar asilo y se tuvieron que tomar medidas drásticas para controlar una situación totalmente fuera de lo normal.
Se corrió el rumor de que en ese país se otorgaba asilo con facilidad, y muchos mexicanos se lanzaron a la aventura, con una mochila y con un cuento muy bien armado de que eran acosados, vejados, perseguidos o secuestrados. Varios abogados colaboraron en este proceso y realizaron pingües negocios.
Las consecuencias no se hicieron esperar. Canadá tuvo que modificar sus políticas internas de asilo y refugio y dificultó el proceso para aquellos que realmente lo necesitan. Por otra parte, el conjunto de mexicanos pagamos los platos rotos porque ahora tenemos que solicitar visa para poder entrar a su territorio.
En el caso de Estados Unidos la solución no será tan fácil y por ahora no se ha definido una política expresa por parte del gobierno. En realidad no depende de él, sino de una serie de instancias intermedias, procesos legales y posiblemente de la intervención oficial de ACNUR para enfrentar la crisis.
Resolver el problema será mucho más complicado. Se requieren reformas estructurales en Centroamérica, apoyo externo y gobiernos no sólo democráticos. La democracia es pertinente y necesaria, pero no es la panacea; tampoco lo es el modelo económico neoliberal.
Hasta hace un par de décadas el modo de vida campesino e indígena, tanto en México como en Centroamérica, podía mantener en el nivel de sobrevivencia a una buena parte de la población, pero ese modelo de vida ancestral ha quedado atrás. El campo ya no mantiene a una familia numerosa y en la ciudad no hay trabajo ni condiciones de vida mejores.
En Centroamérica los niños siguen naciendo y a un ritmo acelerado. La tasa global de natalidad en Guatemala es de 4.1 hijos por mujer, 3.3 en Honduras y 2.9 en El Salvador. Habría que evaluar los programas de salud reproductiva en la región si se quiere aliviar de alguna manera la presión demográfica, que es un factor estructural de expulsión y la salida de migrantes.
Para encontrar la solución hay que responder a una pregunta muy sencilla: ¿dónde deberían estar en estos momentos los 90 mil niños y jóvenes centroamericanos? La respuesta es obvia: con sus familias y en la escuela o la universidad.
Efectivamente, para reunir a estos niños con sus familias se requiere de una reforma migratoria por parte de la Cámara de Representantes, o de una política específica para estos casos acuciantes que puede ser decisión presidencial. Pero la dilación, la intransigencia y las posiciones extremistas han convertido un problema migratorio en una crisis humanitaria.
Por otra parte, los niños y jóvenes centroamericanos deberían estar estudiando. Para ello se requiere de instalaciones, maestros, becas, comedores escolares, centros de salud, campos deportivos, etcétera.
La única y mejor manera de retener a la población infantil y juvenil en su país de origen es proporcionándole oferta educativa gratuita y de calidad.