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Stalin y el colapso de la Operación Dropshot


El Plan Dropshot contemplaba el lanzamiento de 300 bombas nucleares sobre las más importantes ciudades de la Unión Soviética, acompañado de la descarga de 250 mil toneladas de bombas convencionales.

Desde el ya lejano año 1978, en que el gobierno de Estados Unidos desclasificó el documento hasta entonces secreto, se sabe que en 1949, el presidente Harry S. Truman había ordenado la elaboración de un plan de ataque atómico contra la Unión Soviética. 
Ese plan recibió un nombre muy sugestivo y altamente revelador: Dropshot, literalmente lanzar el disparo, y que en el español de México podría traducirse como un descontón, un golpe a traición, decisivo y demoledor, que pone de inmediato fuera de combate al adversario.

El Plan Dropshot contemplaba el lanzamiento de 300 bombas nucleares sobre las más importantes ciudades de la Unión Soviética, acompañado de la descarga de 250 mil toneladas de bombas convencionales sobre otras localidades y regiones, desde la frontera soviética con Europa hasta el extremo oriental del inmenso país.

 La fecha inicialmente propuesta para el inicio de la Operación Dropshot fue el 1 de enero de 1950.

Como Dropshot era un plan ultrasecreto, la URSS no podía saber nada de él. 

Pero no hay ninguna duda de que la dirección soviética sospechaba que algo así se estaba cocinando. 

Por ello, desde los ataques atómicos estadounidenses contra Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, el compañero José Stalin dispuso el inmediato inicio, y a marchas forzadas, de un programa para dotar a la URSS de la bomba atómica en el más breve tiempo posible.

La programada agresión atómica no pudo llevarse a cabo en la fecha prevista por la falta de certeza sobre el éxito del plan, ya que el alto mando militar y la cúpula política estadounidenses sabían, sospechaban o imaginaban que, luego de Hiroshima y Nagasaki, la Unión Soviética se habría preparado para enfrentar una nueva agresión imperialista. Y para derrotarla nuevamente, que ese era en realidad el temor principal.

Con la decisión de no lanzar el ataque “no estuvo de acuerdo el general Curtis Le May, entonces comandante de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Europa, y luego comandante de la fuerza aérea y miembro de la Junta de Jefes de Estado Mayor hasta el gobierno Kennedy”. 

Muchos años después, en sus memorias (América in Danger), Le May se quejaría: “Teníamos el poder de destruir por completo a Rusia sin siquiera herirnos las manos”.

Pero a partir de agosto de 1949, en que la Unión Soviética, bajo la dirección de Stalin, fabricó su primera bomba atómica, Dropshot sufrió un colapso definitivo. 

Ya no era posible lanzar el ataque sin esperar una respuesta más o menos del mismo calibre y naturaleza. 

Y si bien es cierto que el plan de agresión atómica contra la URSS (y ahora contra Rusia) nunca fue definitivamente abandonado, es evidente que su posibilidad de realización sólo se encuentra en las mentes más irracionales y belicistas de la cúpula política y militar estadounidense.

Por todo esto es muy difícil exagerar el importantísimo papel desempeñado por Stalin para evitar la destrucción de su país.

 Stalin impidió que se hicieran realidad los propósitos de EU de reducir al país de los soviets “a un montón de ruinas radiactivas”. 

Con cerebro frío y voluntad de acero, impidió que 300 ciudades soviéticas enfrentaran el trágico destino de Hiroshima y Nagasaki. 

Un destino que implicaba multiplicar, hasta alcanzar millones, el número de víctimas de las dos urbes japonesas.

Extraña, por decir lo menos, que esta gigantesca hazaña de José Stalin no se consigne, se minimice, se soslaye, se desvirtúe o de plano se oculte en los análisis de la vida y la obra del dirigente soviético.

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