por KATIA CHORNIK//
A pocos días de ser elegido como el artista latino de mayor éxito de todos los tiempos por Sony Music y de agotar las entradas en sus dos últimos conciertos en el Royal Albert Hall de Londres, es evidente que el éxito de Julio Iglesias, no mengua. Con una carrera de medio siglo y 300 millones de álbumes vendidos, el arrastre del ex futbolista continúa siendo un fenómeno inexplicable, incluso para él. “Uno no puede ni siquiera entender la causa del porqué las gentes te siguen… si tuviera el éxito alguna lógica, lo tendríamos todos”, dijo en una entrevista televisiva en 1988.
Dos de los hitos más importantes de la carrera de Iglesias ocurrieron en Santiago, según su sitio web: en 1977 congregó a más de 100.000 individuos en el Estadio Nacional, considerado “el mayor acontecimiento musical de la Historia”, y en 1991 a 170.000 personas en el Parque O’Higgins, “la mayor audiencia en Sudamérica para un evento semejante”.
Las actuaciones de Iglesias no han sido siempre recibidas con clamor. En febrero de 1975, en plena dictadura de Pinochet, el artista se presentó en un lugar radicalmente distinto a los espectaculares escenarios donde suele actuar. La presentación ocurrió en la Cárcel de hombres de Valparaíso – una elección curiosa para un cantante acostumbrado a un público predominantemente femenino – y tuvo un final inesperado.
Este episodio poco conocido de Iglesias permanece vivo en la memoria de varios ex presos políticos que se encontraban recluidos en ese recinto 39 años atrás, a quienes he entrevistado en relación a mi investigación musicológica “Sonidos de la memoria: Música y cautiverio político en el Chile de Pinochet”. En cambio, al preguntarle a Iglesias acerca del episodio en la Cárcel, el artista respondió que no conservaba ningún recuerdo de éste.
LA CÁRCEL DE VALPARAÍSO
Durante la dictadura de Pinochet, la Cárcel de Valparaíso (actualmente el Parque Cultural de Valparaíso) fue el principal recinto de detención de la V Región.
Los presos vivían una situación de constante hacinamiento y estaban separados en tres galerías, generalmente dependiendo del delito.
En la primera estaban los reos culpados de crímenes financieros, en su mayoría provenientes de clase socioeconómica entre media y alta.
En el segundo piso se encontraban los condenados por delitos comunes, pertenecientes a estratos modestos.
En la última galería se hallaban los presos políticos, que incluían obreros, marinos constitucionalistas, artistas, estudiantes y profesores universitarios, periodistas y abogados, entre otros profesionales.
Ex cárcel pública de Valparaíso
Foto: Mario Cordero Cedraschi
Presos políticos en la Cárcel porteña existieron entre 1973 y 1990, particularmente en 1973-1974, y a partir de 1983, según lo constata el Informe Valech. Éstos eran discriminados del resto de la población penal y sujetos a condiciones de malos tratos.
Eran frecuentemente allanados, interrogados y torturados por personal de Gendarmería, Carabineros, la Marina y los servicios secretos.
La actividad musical de los presos en la Cárcel era limitada. “Era difícil porque estaban prohibidas, pero igual tratábamos”, comenta Mauricio Redolés, músico y poeta, quien llegó a la Cárcel en abril de 1974 en un precario estado de salud, pesando 25 kilos producto del trato recibido anteriormente en la Academia de Guerra, Barco Lebu, Cuartel Silva Palma y el Campamento de Prisioneros Isla Riesco (Colliguay), y de la falta de atención médica. Completó un total de veinte meses de presidio político.
Mauricio se comunicaba con otros reclusos a través de las ventanas, cantando tangos. Otro preso político llamado Álvaro Vidal – un músico que tocaba jazz, rock y música folklórica – le prestaba la guitarra y enseñaba algunos trucos.
En la Cárcel Mauricio dio su primer recital, interpretando Los momentos, Qué pena siente el alma y Nuestro México.
Uno de los episodios que Álvaro recuerda con cariño fue haber tocado, junto con otro preso político que era concertista en guitarra, el concierto en Re Mayor de Vivaldi. “Me costó mucho aprenderlo ya que no soy guitarrista clásico.”
A pesar de la prohibición general de hacer música, presentaron la obra a todos los encarcelados, incluidos los presos comunes.
“Gustó mucho”, cuenta Álvaro con orgullo. Actualmente Álvaro sufre un serio problema crónico en la columna a raíz de las torturas recibidas durante su presidio político de dos años y medio.
A pesar del régimen de terror, precarias condiciones de vida y censura, los prisioneros de la Cárcel de Valparaíso y otros de los 1.132 recintos de detención política en el Chile de Pinochet desarrollaron diversas actividades musicales.
Para muchos reclusos, escribir, interpretar, enseñar o escuchar música eran formas de registrar, procesar, recordar, olvidar o trascender experiencias difíciles.
La música les ayudaba a mantener un sentido de normalidad, era un medio de distracción y comunicación entre ellos y con el mundo exterior. Véase canciones de la Cárcel de Valparaíso.
IGLESIAS EN LA CÁRCEL
La actuación de Iglesias fue ideada por un reo condenado por estafas. Como tenía gran influencia, consiguió que su ídolo – que se encontraba en la V Región con motivo del Festival de la Canción de Viña del Mar – aceptara hacer una presentación entre rejas.
Los detalles del cómo se logró el acuerdo son inciertos. Posiblemente el preso se valió de aliados dentro y fuera de la prisión, que estaban conectados con el artista.
Se anunció la venida de Iglesias dos días antes que ocurriera. Entre los presos comunes había gran expectación. Los reos políticos tenían una postura distinta: “No estábamos ni ahí con Julio Iglesias: nos preocupaba nuestra situación, nuestra salud, la política”, comenta Mauricio.
La construcción del escenario estuvo a cargo de los presos de la segunda galería, y comenzó la noche anterior al día del evento, con tal estrépito que mantuvo despierto al resto del penal. Álvaro se sorprendió cuando vio el escenario terminado.
En lugar de hallarse en un espacio amplio como por ejemplo el patio, estaba en la primera galería que era muy estrecha.
El escenario era de dimensiones mínimas: aproximadamente tres metros de largo por dos de ancho. Tenía un solo micrófono, y de mala calidad. Álvaro pensó: “ahí Iglesias no va a cantar”.
El espectáculo estaba programado para las 10 AM. Ese día, Gendarmería ignoró sus propios estatutos de disciplina: realizó la cuenta de presos sólo una vez, en lugar de tres.
Este cambio de rutina nunca había ocurrido antes, ni siquiera cuando apareció el General Sergio Arellano Stark, comandante de la fatídica “Caravana de la Muerte”.
Las autoridades intentaron congregar a todos los reos frente al escenario.
Los presos comunes accedieron pero los presos políticos se rebelaron y permanecieron en su galería, desde donde observaron todos los pormenores.
Iglesias apareció con mucho retraso, a las 4 PM, acompañado de una comitiva de alrededor de veinte personas. El cantante portaba una chomba chilota.
Cuando hizo su entrada el cantante, los presos comunes se alborotaron, pidiendo canciones y autógrafos. Cuando finalmente se restableció el orden, Iglesias se dirigió al público y según cuenta Redolés, el artista español se mandó un par de frases que no cayeron nada de bien.
Mauricio y Álvaro recuerdan sus palabras: “Aparentemente soy un hombre libre pero en realidad soy un prisionero de mis compromisos, de cantar aquí y allá, de los hoteles, los aviones. Las fans no me dejan en paz. Os entiendo muy bien.
Os traigo un abrazo de fraternidad y espero que recuperéis la libertad lo más pronto posible.”
Las palabras del artista no fueron bien recibidas. Los presos políticos se ofendieron mucho: “Él se estaba riendo de nosotros. Comenzamos a gritarle epítetos espontáneos al unísono: ¡buena, concha de tu madre! ¡hijo de puta! y de ahí para adelante. Iglesias tenía cara de sorpresa, miraba para todos lados, estaba desconcertado”, recuerda Álvaro. Mauricio añade: “Iglesias preguntó: y vosotros allá arriba, ¿por qué estáis tan enojados? Alguien le explicó que había presos políticos.
Cuando hizo su entrada el cantante, los presos comunes se alborotaron, pidiendo canciones y autógrafos. Cuando finalmente se restableció el orden, Iglesias se dirigió al público y según cuenta el cantante Mauricio Redolés, quien era uno de los presos políticos que estaba en el lugar, el artista español se mandó un par de frases que no cayeron nada de bien.
El manager anunció que Iglesias se iría. Y se marchó sin haber cantado ni una sola canción.”
Para Álvaro, el episodio fue “el acontecimiento más absurdo que he visto en mi vida. Iglesias fue muy caradura, se fue sin decir nada”. Los presos políticos temieron que hubiera represión pero no ocurrió. “Ni siquiera los patos malos reaccionaron mal a nuestros abucheos. También se sentían ofendidos.”
¿Por qué Julio Iglesias había aceptado cantar en una lúgubre cárcel de hombres, estando acostumbrado a grandes escenarios y al clamor de un público mayoritariamente femenino? ¿Estaría motivado por curiosidad, un impulso benéfico o un deseo de publicidad?
¿Tendría en su mente al cantante de música country Johnny Cash, cuyas grabaciones de conciertos en cárceles estadounidenses “Johnny Cash at Folsom Prison” (1968) y “Johnny Cash at San Quentin” (1969) le valieron los primeros puestos en los rankings Billboard y ventas de discos superiores a las de los Beatles?
¿Y por qué Iglesias se marchó? Quizá el enterarse de la existencia de presos políticos en aquella cárcel causó su partida.
Tal vez la mala acogida que tuvieron sus palabras, o las condiciones mediocres del escenario fueran el detonante.
http://www.elmostrador.cl/cultura/2014/05/15/el-dia-que-julio-iglesias-intento-tocar-en-una-carcel-de-presos-de-pinochet-y-le-gritaron-hijo-de-puta/