Desde la concreción material del Genocidio de armenios hasta el inicio del siglo actual, las representaciones particularistas han dominado las narraciones de los sobrevivientes y sus descendientes.
Este abordaje procede de interpretar los aciagos sucesos partiendo de principios idealistas que afirman la primacía de las ideas o incluso, su existencia independiente de las interacciones socio-económicas mantenidas por los seres humanos.
Para nuestro caso, sea que se encuentre basada en concepciones nacionalistas xenófobas, en motivaciones de índole religiosa, en perimidas teorías racistas, o en una conjunción de todas ellas, esta mirada conlleva una inevitable consecuencia: formula la responsabilidad exclusiva del Estado turco-otomano en la criminalidad desarrollada.
En las dos últimas décadas, acompañando el progreso de la perspectiva comparativa en el estudio de los genocidios, la Tragedia armenia comienza a relacionarse con otros crímenes de Lesa Humanidad.
Entre ellos, los acontecidos en Latinoamérica durante las últimas dictaduras militares, en Ruanda y Bosnia en los años noventa, en nuestra América con los pueblos originarios e, invariablemente, con los europeos judíos durante la Segunda Guerra Mundial.