Pablo Gonzalez

AL-SISI ‘FOR PRESIDENT’: BONAPARTISMO Y PETRODÓLARES


El general de brigada Abdel Fatá Al-Sisi, de 59 años, renunció el miércoles pasado a sus credenciales militares y anunció que se va a presentar a las elecciones presidenciales egipcias. 

Lo hizo en una larga comparecencia en la televisión egipcia, vistiendo todavía su uniforme militar (dijo que esa sería la última vez que lo vestiría, después de una carrera de 36 años).

El anuncio de Al-Sisi fue más al estilo Jimmy Carter que al de Ronald Reagan. 

Fue brutalmente sincero sobre la debilidad de la economía egipcia. Admitió que existe un elevado desempleo, sobre todo entre los jóvenes. Reconoció que la mayoría de los egipcios no tiene una atención médica adecuada. Lamentó que Egipto dependa de la ayuda extranjera.

 Dijo que el país tiene un problema de terrorismo. Reconoció que, tras la caída de Hosni Mubarak, nadie puede soñar con ser presidente de Egipto sin el apoyo del pueblo egipcio y prometió unas elecciones limpias y someterse a los resultados (Mubarak solía obtener el 98 por ciento de los votos en las elecciones).

Al-Sisi es realmente popular. En los sondeos, una mayoría de los egipcios dice que le va a votar. Lo malo es que los jóvenes no votaron su constitución, irritados porque encarceló a algunos de sus más destacados líderes. 

Y la mayoría de los jóvenes dice que no tiene la intención de votar en las elecciones presidenciales. El verano pasado, Al-Sisi fue apoyado por una coalición de movimientos juveniles y obreros, el ejército y los funcionarios. 

Pero el sector juvenil le ha abandonado. Los funcionarios también están descontentos y han organizado huelgas. Los trabajadores del servicio postal fueron a la huelga cuando estuve en Egipto hace un par de semanas.

 Así las cosas, Al-Sisi solo es apoyado ahora por sus antiguos votantes, los que se opusieron al fundamentalismo musulmán y se cansaron de los desórdenes que se produjeron tras la revolución de 2011.

Hay dos motivos para la presentación de Al-Sisi a las elecciones presidenciales. El primero es una especie de bonapartismo, una devolución de la presidencia a un militar, como ha sucedido con los cuatro presidentes posteriores a 1952.

 La tradición fue brevemente interrumpida en 2012-2013, cuando el puesto fue ocupado por un civil, el presidente de los Hermanos Musulmanes Mohamed Morsi. El ejército es el administrador de un enorme sector público, de las elites empresariales del estado y de los funcionarios.

En segundo lugar, Al-Sisi se representa a sí mismo como la vía para el logro de nuevas inversiones en Egipto. Los gobiernos que dependen del dinero que viene del exterior, en lugar de los impuestos del estado, son denominados por los politólogos “estados rentistas”. 

En el siglo XVIII, Francia fue un rico estado rentista que vivió de las inversiones. En la actualidad, la mayoría de los estados rentistas obtiene sus ingresos de productos básicos como el petróleo y el gas natural.

Egipto tiene pocos recursos de hidrocarburos. Pero otra vía para recibir “rentas” o dinero procedente del exterior es ofrecer al donante un valor estratégico. 

Los 1.450 millones de euros al año que EEUU dio a Egipto después de 1978 fueron una renta estratégica. Ahora, Arabia Saudí se siente amenazada por el desafío que representa Irán, dado que el gobierno de Obama parece estar haciendo las paces con Teherán. Y teme que surja un movimiento musulmán populista que impugne su legitimidad.

 Así, conseguir que el ejército egipcio proporcione seguridad a las pequeñas monarquías del Golfo tiene sentido, tanto para los emires como para Egipto. Por eso este está siendo contratado como un poderoso guarda de seguridad.

Cuando estuve en Egipto a comienzos de marzo, leí una entrevista con Al-Sisi y su círculo en Al-Shuruq. En ella decía que Egipto necesita casi 109.000 millones de euros en inversiones en infraestructuras. Cuando leí la entrevista, Al-Sisi y sus colegas generales creían que podían obtener eso y mucho más (quizá 181.000 millones de euros) de las monarquías de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, a cambio de una oferta firme de protección militar frente a Irán y los movimientos islamistas. Poco después, Egipto y Emiratos Árabes Unidos (EAU) llevaron a cabo sus primeros ejercicios navales conjuntos en el Golfo.

Una explicación de por qué ha tardado tanto Al-Sisi en presentar su candidatura es que era reacio a postularse a menos que tuviera garantizadas estas cuantiosas ayudas de las monarquías del Golfo. La prensa árabe dice que Al-Sisi espera beneficiarse de una concesión de EAU de miles de millones para construir viviendas.

Mi interpretación, pues, es que Al-Sisi se ha basado en un proyecto que procurará importantes rentas estratégicas procedentes del Golfo. En esencia, está repitiendo la estrategia de Anuar Sadat a comienzos de los años 70. Hasta entonces, Egipto había dependido de la ayuda soviética. 

La URSS había exigido en 1967 a Abdel Naser que no hiciera el primer disparo en un conflicto con Israel, lo cual molestó a militares como Sadat ya que parecía una forma de neocolonialismo. Así que Sadat sustituyó la ayuda soviética con la ayuda saudí y, luego, fue recompensado por EEUU con 1.450 millones de euros al año por los acuerdos de paz de Camp David con Israel.

Así como Sadat reemplazó inicialmente el apoyo de la URSS con el de Arabia Saudí y otros países del Golfo, así también está intentando Al-Sisi reemplazar la ayuda de EEUU con las rentas estratégicas del Golfo. De todos modos, la ayuda de EEUU tiene sus inconvenientes. 

En realidad es, sobre todo, ayuda a los fabricantes estadounidenses de armas como Lockheed Martin y Boeing. Así es como Egipto obtiene tanques y helicópteros, pero no dinero por la venta de petróleo. 

Puesto que lo que Egipto necesita realmente es alguien que monte fábricas e invierta en la economía, la ayuda militar de EEUU, en su mayor parte, no es muy útil. 

Al cabo de un tiempo, te encuentras con almacenes de tanques y helicópteros. Egipto no tiene con quién guerrear: ¿para qué los quieren, entonces? Irónicamente, EEUU recompensó a Egipto por su política de paz permanente entregándole montones de armas. Esto beneficia, realmente, a las compañías armamentísticas estadounidenses.

El otro inconveniente es que EEUU quería que el ejército egipcio soportara pacientemente al gobierno de los Hermanos Musulmanes, sobre la base de que había sido legítimamente elegido.

 El gobierno de Obama no quería derrocar a Morsi. Muchos en Washington esperaban que la participación del islamismo en la política parlamentaria diera como resultado una disminución del radicalismo y de Al-Qaeda, pues, según ellos, era un producto, en parte, de la exclusión de los fundamentalistas de la arena política por parte de las dictaduras árabes.

 Al-Sisi dio el golpe de estado contra Morsi ignorando los consejos de Obama.

Por el contrario, las monarquías del Golfo estaban aterradas por el hecho de que los Hermanos Musulmanes controlaran Egipto. Veían a los Hermanos como un conjunto de células de conspiradores con tendencias republicanas y, por tanto, como una seria amenaza para las monarquías del Golfo. 

Querían que los Hermanos Musulmanes fueran expulsados del gobierno y proscritos, por su propia seguridad. 

Egipto invadió Arabia en la década de 1820 y derrotó a los antepasados del rey Abdulá. Los saudíes vieron en los Hermanos Musulmanes de Egipto como potenciales invasores (esta vez a través de métodos más blandos que una incursión militar) y estaban decididos a impedirlo.

El precio históricamente alto del petróleo en los últimos años le ha permitido a Arabia Saudí amasar cientos de miles de millones de dólares. 

Arabia Saudí tiene unos 543.680 millones de euros en divisas extranjeras y su fondo soberano de inversiones es del mismo orden. Kuwait tiene un fondo soberano de inversiones de 289.960 millones de euros y alrededor de 36.250 millones en reservas de divisas. 

El fondo soberano de inversiones de Emiratos Árabes Unidos es de unos 507.430 millones de euros. Por tanto, si Arabia Saudí y demás monarquías del Golfo destinaran parte de este dinero a comprar el ejército de Egipto, eso no sería un mal negocio.

 Costaría más crear y mantener un ejército saudita que fuera sustancialmente más grande y más profesional que el que tiene en la actualidad. Y si, además, consiguen la eliminación de los Hermanos Musulmanes, el negocio sería redondo.

Pero la marginación de los Hermanos Musulmanes tiene un inconveniente, a saber, que algunos de ellos han tomado las armas, lo cual ha espantado el turismo. Este ha representado, en el pasado, el 10 por ciento de la economía de Egipto, pero hoy ha caído estrepitosamente. 

Está por ver si ese dinero puede ser reemplazado por las rentas estratégicas. La represión de los Hermanos Musulmanes llevada a cabo por Al-Sisi ha causado cientos de muertos.

Hamdin Sabahi, rival de Al-Sisi, es un naserista (socialista antiimperialista). Obtuvo el 20 por ciento de los votos en la primera ronda de las elecciones presidenciales en mayo de 2012 y no debe ser subestimado. 

Dio la bienvenida a su rival, pero pidió que la televisión estatal le diera las mismas oportunidades para dirigirse al país. Sabahi es de Kafr Sheij, en el Delta. 


Ha sido humillante para él que el sindicato del lugar haya dado su apoyo a Al-Sisi.

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