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La otra Park Avenue



Que dos edificios de cinco pisos caigan desplomados de un golpe y se hagan pedazos en la Avenida Park de Manhattan es, a primera vista, una noticia increíble, inalcanzable para la más febril imaginación. Porque ante la mirada del visitante, Park Avenue, imagen siempre presente en los catálogos para turistas, más que una calle, es una joya.

En su curso al norte de la Gran Estación Central, Park es una doble vía cuyo eje separador, a lo largo de varios kilómetros es un jardín cuidado con especial esmero que acoge a ambos lados los edificios de vivienda más elegantes y exclusivos de la ciudad. 

Allí está el hotel Waldorf Astoria pero en toda la Avenida escasean las edificaciones que no estén destinadas sólo a apartamentos de lujo dotados de empleomanía suficiente para garantizar a toda hora protección, mantenimiento y comodidad.

Apenas hay tráfico comercial. Para eso y otras actividades necesarias a quienes allí habitan se usan puertas de servicio en las calles laterales que cruzan la Avenida, la cual preserva así el silencio y la pulcritud orgullosa de sus fachadas. 

Es la parte más limpia y tranquila de una Ciudad en la que más allá abundan el ruido y un ajetreo incesante. Pero Park Avenue se extiende hasta casi el final de la isla que es centro de la ciudad de New York. 

Su nombre sigue siendo el mismo pero en la medida que se avanza hacia el norte todo cambia. Poco a poco surge otra Park Avenue. Los edificios ya no muestran porteros uniformados, el prolongado jardín se va haciendo cada vez más mustio, hasta desaparecer desplazado por el ruidoso tren urbano.

Las viviendas ahora son incomparablemente más humildes y las colman gente diferente, con otra cultura, otra lengua. Park Avenue desemboca, nada más y nada menos, que en el corazón del Harlem hispano, lo que los puertorriqueños llaman, simplemente, El Barrio.

En el centro del Barrio esta la Marqueta, el mercado popular más concurrido y bullicioso de la Ciudad, ubicado exactamente en la mismísima Park Avenue, donde los boricuas y otros latinos compran lo que les permite preservar allá, en la gran urbe, el sabor de la aldea perdida.

A una cuadra de la Marqueta ocurrió la terrible explosión del 12 de marzo que, en segundos, redujo a escombros dos edificios de esa otra Park Avenue. 

El estruendo se sintió en casi toda la ciudad. Inicialmente, como suele suceder con harta frecuencia, algunos temieron la ocurrencia de un acto terrorista y hacia el lugar corrieron policías y bomberos. 

Pronto se comprobó que no había motivo de alarma para los encargados de velar por la seguridad nacional. De hecho, tampoco había motivo para la sorpresa.

En realidad, la tragedia había sido anunciada hace ya bastante tiempo. Los vecinos se habían quejado una y otra vez. Ante sus reclamos, en 2008 el Departamento de Edificios de la Ciudad realizó una inspección y encontró en ambos edificios grietas verticales peligrosas. 

Pero nada se hizo y se repitieron las protestas de los inquilinos (los cuales, por cierto, continuaron pagando puntualmente sus alquileres, pues en caso contrario habrían ido a engrosar las huestes de los “sin techo”).

El 14 de junio de 2013 la Autoridad de Viviendas certificó el avance de las grietas en las paredes y en los techos y comprobó 13 violaciones en el mantenimiento de los dos edificios incluyendo la red suministradora de gas doméstico. 

El olor a gas que era entonces perceptible inundaba ya el área en los días previos al pasado miércoles y aun se mantiene.

Hasta ahora han podido identificarse 8 muertos y más de 70 heridos y es posible que haya otros aun bajo los escombros. Todos son inmigrantes.

El recién inaugurado Alcalde, Bill de Blasio, ha comprometido el apoyo a todas las víctimas independientemente de su status migratorio. Tanto él como la nueva Presidenta del Consejo Municipal, Melissa Mark-Viverito, han llamado a la búsqueda de recursos para reparar la infraestructura más que centenaria de una zona olvidada demasiado tiempo. 

El Barrio debe ser escuchado.

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