Pablo Gonzalez

Los recuerdos de un asesino


Acabo de leer la crónica de un periodista de la agencia española EFE, contando los recuerdos de Félix Rodríguez, viejo veterano de la CIA.

Rodríguez, que nació en Cuba, se fue al exilio al llegar la Revolución de 1959 y, nos dice el periodista que arriesgó la vida regresando a invadir su país por bahía de Cochinos y sufrió la derrota que en menos de 72 horas les inflingieron a los soldados de la CIA las fuerzas del Ejército Rebelde y las milicias de trabajadores, campesinos y estudiantes que los enfrentaron.

Para Rodríguez la causa de esa derrota sin excusas fueron los planes que “cambiaron los asesores de Kennedy”.

Los invasores derrotados fueron devueltos a los Estados Unidos, pero sus parientes ricos y el propio gobierno norteamericano debieron pagar, como indemnización al pueblo cubano, unos cuantos millones en medicinas y alimentos para niños. 
Manuel Artime, el jefe militar de la Brigada 2506 acabó siendo apodado “el general Compota”.

En el recibimiento que el gobierno de Estados Unidos brindó a los contrarrvolucionarios vencidos, dice Félix Rodríguez que conoció al presidente Kennedy, que sería asesinado año y medio después.

El viejo invasor –ahora tiene 72 años– dice que el asesinato de Kennedy fue ordenado por Fidel Castro, por temor a los planes del presidente estadounidense para derrocarlo. 
Hace rato que el informe de la comisión Warren que el nuevo presidente –Lyndon Johnson– nombró para investigar el asesinato de su predecesor, dejó de ser tomado en cuenta. 
La comisión Warren culpó a Lee Harvey Oswald de ser el solitario autor del magnicidio. Pero las balas que mataron a Kennedy partieron al menos de tres sitios diferentes.

El asesinato de Kennedy fue la manera eficaz que encontró la CIA de fraguar un golpe de estado sin violar el orden constitucional: el presidente fue asesinado por un loco solitario y lo sustituye el vicepresidente, como estipulan las leyes y ese presidente se encargará de involucrarse en la guerra de Vietnam con medio millón de soldados. 
Nixon continuó la guerra y Johnson y él llevaron a los Estados Unidos a perder por vez primera una guerra que el pueblo norteamericano rechazaba.

En los días del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, Fidel Castro estaba recibiendo un emisario suyo para zanjar los problemas entre los Estados Unidos y Cuba.

Los viejos lobos de la CIA de los tiempos de Allen Dulles, los contrarrevolucionarios cubanos que hubieran querido la invasión de los Estados Unidos a Cuba eran en verdad quienes odiaban a Kennedy: el complejo militar industrial ansiaba un presidente dispuesto a involucrarse en un conflicto que le llenara las arcas. 
Todos esos factores intervinieron en la conspiración que culminó en el asesinato del presidente de los Estados Unidos. Y por lo menos dos cubanos entre los duros anticastristas – Eladio del Valle y Herminio Díaz – han sido identificados entre los que hace cincuenta años le dispararon a Kennedy.

Félix Rodríguez podía haber estado entre esos pistoleros asesinos, pero tuvo otra misión por cuenta de la Agencia, cuatro años después. Estaba destacado en Bolivia y fue él quien dio la orden de la CIA de asesinar al comandante Ernesto Che Guevara.

Ahora Rodríguez lo evoca y dice que, herido y preso en La Higuera, era “una piltrafa”. La CIA, no obstante, sentía terror de esa piltrafa porque, al margen de su estado físico, el Che se alzaba como un héroe a quien la piltrafa moral que era Félix Rodríguez dio las instrucciones de asesinar por cuenta de sus jefes.

El Che es reconocido, venerado allí donde murió. 
Los bolivianos saben hoy que él fue de los que trató de adelantar la liberación que se dieron cuando eligieron presidente a Evo Morales. 
No se puede asesinar la libertad americana.

Por Guillermo Rodríguez Rivera.

Related Posts

Subscribe Our Newsletter