Pakistán amaneció ayer conmocionado por la peor matanza cometida por los talibanes contra la comunidad cristiana, que costó la vida a más de ochenta personas y pone en jaque la estrategia de diálogo del Gobierno con los radicales.
El último recuento ha elevado a 82 el número de fallecidos, que aún puede subir dado el estado crítico de varios de los más de 140 heridos ingresados en hospitales de la localidad noroccidental de Pesháwar, en una de cuyas iglesias se produjo la masacre.
“No teníamos palabras ante el horror que teníamos delante”, explicó a Efe el director de la Liga Interconfesional de Pakistán (APIL), el cristiano Sayid Ishaq, quien visitó ayer junto a diversas autoridades regionales a las víctimas hospitalizadas.
“No es solo un atentado contra nuestra minoría, sino también contra la humanidad de este país”, dijo Ishaq, quien calificó la situación tras el ataque “como la peor sufrida hasta ahora por los cristianos paquistaníes”.
Miles de miembros de la minoría cristiana -que agrupa a unos 4 millones de fieles- se manifestaron ayer en las principales ciudades del país asiático en protesta por la masacre y en demanda de mayor protección del Estado ante la violencia de los radicales.
Las protestas durante la mañana entorpecieron el tráfico esta mañana en algunas zonas de Lahore, Karachi e Islamabad, pero no revistieron apenas carácter violento.
En Pesháwar las manifestaciones congregaron a varios centenares de personas, algunas de las cuales han lanzado pedradas contra los ventanales del hospital Lady Reading, donde se encuentra el grueso de los heridos por el atentado.
Según medios locales, los manifestantes alegan que la falta de personal sanitario en ese y otros centros de la ciudad provocó la muerte de numerosos heridos.
El atentado suicida del domingo, en el que dos insurgentes talibanes hicieron explotar sendas cargas a la salida de la misa dominical en la iglesia de Todos los Santos, ha provocado enérgicas condenas tanto dentro como fuera del país.
El papa Francisco y el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, mostraron su repulsa por el ataque, mientras que dentro del país la condena ha sido unánime y ha revelado contradicciones en la clase política por su intención de negociar con los radicales.
“A causa de esto (el ataque), al Gobierno le es imposible avanzar en lo que había planeado y deseado”, afirmó ayer el primer ministro, Nawaz Sharif, desde Londres camino de Nueva York, adonde se dirige para asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas.
Sharif se refirió a la mentalidad de los terroristas como “brutal e inhumana” y calificó a los talibanes como “enemigos de Pakistán”, a pesar de lo cual el jefe de Gobierno ha sido uno de los principales defensores del diálogo con ellos.
El otro gran valedor de las negociaciones ha sido el líder populista y exgloria del críquet local, Imrán Khan, cuyo partido gobierna en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa -con capital en Pesháwar- con un programa cercano a los sectores religiosos más conservadores.
Citado por medios locales, Khan se preguntó en público porqué había tenido lugar el atentado en puertas de un proceso negociador y pidió que la masacre “no fuera politizada”.
Medios locales arremetieron hoy contra la intención gubernamental de entablar diálogo con los autores de reiteradas matanzas de civiles inocentes.
“¿Algunos de nuestros políticos creen que se puede hablar con esta gente (TTP)?”, se pregunta hoy el editorial del Express Tribune.
“El diálogo no puede funcionar”, abundó en declaraciones a Efe el analista y escritor Razá Rumi, director de uno los principales centros de estudio político del país.
“La matanza de ayer y el asesinato hace una semana de dos altos cargos del Ejército en el norte del país muestran que los radicales no tienen ninguna intención de negociar, por lo que un hipotético proceso de conversaciones no tiene ningún futuro”, razonó Rumi.