
El creyente no puede entender el porqué no puede existir Dios como sí lo entendemos los ateos.
Los ateos que hemos sido creyentes abarcamos un doble campo epistemológico.
Al haber sido creyentes, sabemos cómo piensa y siente un creyente; y, al ser ateos, también podemos saber cómo piensa y siente un ateo.
Es la misma relación que existe entre un niño y un adulto.
El adulto ha sido niño y, por esa razón, puede entender al niño; mientras que el niño no puede entender al adulto hasta que llegue a tal estado.
El creyente habla de la profundidad de sus sentimientos de tal forma que –según él- quien no los siente no puede entenderlos.
El creyente habla de la profundidad de sus sentimientos de tal forma que –según él- quien no los siente no puede entenderlos.
Los ateos que hemos sido creyentes sí podemos saber de qué hablan los que "sienten" a Dios.
El ateo que ha sido creyente, además de abarcar los dos campos epistemológicos, posee el principal: el de la razón; y la razón ofrece la auténtica luz que ilumina la verdad.
El ateo que ha sido creyente, además de abarcar los dos campos epistemológicos, posee el principal: el de la razón; y la razón ofrece la auténtica luz que ilumina la verdad.
Quien no la siente no puede experimentar la claridad de ideas que proporciona la razón después de haber pasado por la fe.
Es una combinación explosiva.
Ni siquiera el ateo que no ha sido creyente puede saber lo que se siente.
La luz de la verdad se hace transparente como el agua limpia y cristalina.
Los ojos se abren de par en par y se traspasa la línea de la fe para llegar a la auténtica realidad.
Es, simplemente, indescriptible, alucinante, extraordinario, inefable.
Se ve todo claro, es un cambio radical como el ciego que de repente ve.
Cuando pasas de la fe a la razón, se experimenta un shock.
Cuando pasas de la fe a la razón, se experimenta un shock.
Se experimenta una pérdida. Pierdes la ilusión por todo aquello por lo que hubieras dado la vida: por tu dios, por Cristo, por el cielo... pero ganas en verdad, en libertad, en dignidad, en autonomía.
El cambio es tal, que no hay ganas de volver atrás.
La verdad es adictiva, es poderosa, es cruel, pero ensancha los pulmones al entrar aire fresco... y empieza una nueva vida.
Una vida auténtica, sin sombras, sin engaños, sin mentiras.
Entonces Dios se queda tan pequeño ante el hombre... tan poca cosa.
Y el hombre se hace Dios.
El hombre, desde el momento que entierra a Dios, se da cuenta de que el único dios que existe es él; y a partir de ahí, el hombre se hace dueño de sí mismo.
Ya no depende de nadie más.
Se hace autónomo, se hace maduro; y al utilizar la razón empieza a dar soluciones a los problemas de la humanidad sustituyendo los inútiles sermones de los púlpitos por la ciencia y la filosofía, desembocando en el pensamiento racional que sustituye a los dioses, y exclama: ¡basta!
Ya les hemos dado más de dos mil años de oportunidad a los dioses para que nos demuestren sus poderes, pero todo ha sido en vano.
Ya les hemos dado más de dos mil años de oportunidad a los dioses para que nos demuestren sus poderes, pero todo ha sido en vano.
Si en algo ha mejorado la humanidad respecto a tiempos pasados, no ha sido por los dioses, sino por la intervención del propio hombre, quien –abandonando su heteronomía- ha tenido que intervenir echando a los dioses todopoderosos para sustituirlos por una mente sana sustentada en la razón.
Y la razón no necesita engañar ni castigar para hacerse valer: se basta a sí misma.
Con el ateísmo, el hombre se hace mayor, se hace adulto.
Con el ateísmo, el hombre se hace mayor, se hace adulto.
Ya no necesita quimeras. Puede andar solo y sabe enfrentarse solo a la realidad.
Con la muerte de Dios, nace el auténtico hombre.
Con la muerte de Dios, nace el auténtico hombre.
Autor: Bernat Ribot Mulet
http://jackrational.blogspot.com/2013/07/68-la-experiencia-de-ser-ateo.html