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Lo que la revista “The New Yorker” no quiere corregir sobre Venezuela

Como resultado de varias docenas —probablemente cientos— de mensajes de lectores que criticaron en las últimas semanas la cobertura errónea sobre Venezuela publicada en la revista estadounidense “The New Yorker”, el reportero Jon Lee Anderson emitió una respuesta en una publicación online el pasado 23 de abril.
 
Es la primera vez que la revista ha abordado públicamente su señalamiento erróneo de que Venezuela es uno de los países más “desiguales socialmente” (señalé el error en un artículo publicado a mediados de marzo).

A pesar de que Anderson priva a sus lectores de la oportunidad de evaluar los argumentos de sus críticos (no ofreció hipervínculos a ninguno de mis dosartículos sobre el tema, tampoco a las reseñas de Corey Robin, Jim Naureckas y otros), claramente escribe en respuesta a dichas afirmaciones.

Para su crédito, Anderson admite inequívocamente dos de los tres errores que cometió: sobre los homicidios en Venezuela, reconoce que escribió falsamente que “Venezuela tiene la tasa de homicidios más alta de América Latina. 
 
En realidad, Honduras tiene la tasa más alta”. 
 
Anderson procede a explicar por qué la alta tasa de homicidios en Venezuela es, no obstante, un grave problema, posición que ninguno de sus críticos, incluyéndome, disputa.

La importancia de este error recae mejor en su revelación de una cultura mediática bajo la influencia de una consistente demonización de un país considerado un enemigo oficial de Estados Unidos. 
 
Esta cultura ciertamente jugó un rol en permitir que las obvias falsedades de Anderson se mantuviesen sin corregir durante cinco meses —cinco meses después de la primera vez que escribí sobre esto, un mes después de que confrontase directa y públicamente a Anderson por el error, e incluso entonces, días después de que escribiese otro artículo instando a los lectores a exigir una corrección.

A pesar de que la revista “The New Yorker” no ha dedicado literalmente ni un artículo al país aliado de Estados Unidos, Honduras, desde que su actual líder Porfirio Lobo llegó al poder a través de unas elecciones represivas y farsas realizadas en dictadura, a Anderson se le permitió afirmar que Venezuela —país que tiene la mitad de los homicidios per cápita de Honduras— es líder en asesinatos en América Latina. 
 
Se pudiera sospechar razonablemente que una afirmación, publicada en la página web de “The New Yorker”, de que Estados Unidos tiene una tasa de homicidios más alta que Bolivia (la tasa de Bolivia, en realidad, es dos veces más alta) habría sido retractada de manera más expedita.

La explicación de Anderson para este segundo error —en el que se afirma que Chávez llegó al poder gracias a un golpe de Estado en lugar de por medio de elecciones libres— revela aún más los efectos corrompidos del vilipendio generalizado de Chávez en los estándares periodísticos básicos de la exactitud.

Anderson escribe que, a pesar de su metida de pata, obviamente sabía que Chávez “ganó la presidencia tras haber ganado una elección en 1998”, ya que lo había “entrevistado varias veces, viajado con él y llegué a conocerlo muy bien”. 
 
Entonces, el hecho de que Anderson escribió tal afirmación errónea y que pasó por los procesos de revisión más rigurosos en la industria expone una ideología dominante bajo la cual él y sus muchos editores y correctores operan.
 
 Tal como escribió Jim Naureckas, de Fairness & Accuracy in Reporting, “es como escribir un perfil largo de Gerald Ford de EE.UU que se refiriera al momento cuando fue electo presidente”.

Finalmente, Anderson ofrece un intento desesperado por justificar su tercer error factual, al afirmar lo siguiente:

“Varias cartas que he recibido disputan, fuera de contexto, mi referencia a “la misma Venezuela de siempre: uno de los países petroleros más ricos, pero socialmente desiguales”; varios citan una estadística económica conocida como el coeficiente Gini (medida de desigualdad de ingreso).”

Nótese que Anderson nunca explica a sus lectores lo que realmente es el coeficiente Gini de Venezuela. Según las Naciones Unidas, el Gini de Venezuela, 0.397, lo hace el país menos desigual de América Latina y lo ubica seguramente en el rango medio del resto del mundo. 
 
Solo al esquivar este obstáculo empírico brutal puede Anderson intentar defender su posición. 
 
Procede a publicar nuevamente tres párrafos de su ensayo original, que de ninguna manera mitiga la falsedad de su afirmación original, para dar “contexto”. 
 
Anderson finalmente concluye ofreciendo una justificación innovadora de su error:

“En términos de los componentes de inequidad social, notablemente el ingreso y la educación, Chávez ha tenido algunos logros reales (el ingreso es lo que capta el coeficiente Gini, aunque esta estadística tiene sus propias limitaciones, algunas particulares a Venezuela).
 
 Sin embargo, en materia de vivienda y violencia, su récord fue tristemente insuficiente. 
 
Esos factores sociales están íntimamente relacionados, a sí mismos y a la cuestión de igualdad.”

Cabe presentar una recapitulación rápida antes de desempacar el argumento de Anderson. 
 
Los lectores puede que recuerden que primero respondió Anderson a la evidencia de desigualdad de ingreso al proclamar, en Twitter, su agnosticismo hacia los datos empíricos.
 
 Luego, un editor principal de la revista justificó la opinión de Anderson, argumentando que Venezuela era uno de los países más desiguales entre otros ricos en petróleo, un punto que desacredité. 
 
Ahora, Anderson ha establecido una definición de inequidad social que minimiza la alta igualdad educativa y de ingreso de Venezuela a favor de altas tasas de homicidio y vivienda desigual.

Sin embargo, sólo la aseveración que el record de Chávez “fue tristemente insuficiente” en materia de vivienda y violencia no se convierte naturalmente al hecho de que Venezuela se posicione como un líder mundial en desigualdad social. Anderson debe basarse en estadísticas internacionales comparativas para justificar su posición, pero no lo hace.

A pesar de que el índice de homicidios en Venezuela es alto en los estándares internacionales y representa una significativa enfermedad social, esto no necesariamente hace que el país sea el más desigual socialmente, en comparación con algún otro con un bajo nivel de homicidios. 
 
¿Los homicidios en Venezuela están más inclinados hacia los ciudadanos de bajos recursos que los de Costa Rica? ¿O Haití?
 
 ¿Los asesinos en Venezuela atacan más a mujeres o minorías étnicas que en México o Guatemala? 
 
Y dado a que la alta tasa de homicidios afecta directamente a mucho menos que a uno de cada mil venezolanos anualmente, ¿cómo es que esta estadística podría tener más peso que el efecto de las masivas reducciones en la desigualdad de ingresos y la pobreza?
 
 Si basa su argumento únicamente en tasas de homicidios, Anderson no tiene explicación creíble para decir por qué Venezuela es uno de los países más desiguales socialmente del mundo.

Anderson tampoco ofrece estadísticas para demostrar que la vivienda es más desigual en Venezuela que en cualquier otro lugar. 
 
La razón es porque no lo es.

De los 91 países para los cuales las Naciones Unidas tienen datos disponibles, Venezuela se ubica en el puesto 61 en términos del porcentaje de población urbana que vive en barriadas.
 
 Es decir, dos tercios de los países del mundo de los cuales hay datos disponibles tienen mayores porcentajes de ciudadanos urbanos viviendo en barriadas. 
 
En el Hemisferio Occidental, abarca Guyana, Honduras, Perú, Anguilla, Guatemala, Nicaragua, Belice, Bolivia, Jamaica y Haití.

También vale la pena mencionar que estos datos fueron tomados en 2005, cuando el porcentaje de la población urbana de Venezuela viviendo en pobreza y pobreza extrema fue de 37%. Para 2010, según Naciones Unidas, este porcentaje se había reducido un cuarto, a 28% (p. 43).
 
 Asimismo, 2005 precede un gran impulso gubernamental en 2011 para construir viviendas asequibles.
 
 A inicios de este año, la presidencia de la Comisión de Vivienda de Venezuela afirmó que “en los años 2011 y 2012 el gobierno bolivariano junto con el pueblo cumplío la meta de construir 350 mil viviendas”.

Parece, entonces, que Anderson ha descubierto una nueva definición de “inequidad social” que ha eludido a economistas y sociólogos en todo el mundo, la cual sistemáticamente reduce la igualdad educativa y de ingreso de Venezuela al enfatizar una alta frecuencia de asesinatos y una tasa de personas viviendo en barriadas que es baja de acuerdo a estándares internacionales.

A pesar de que se puede aplaudir a Jon Lee Anderson por finalmente reconocer el valor de los indicadores sociales y los datos estadísticos, ni a él ni a su revista se les puede permitir definir “inequidad social” de la manera que quieran. 
 
Ningún científico social que analice los datos disponibles podría argumentar, como Anderson, que Venezuela es uno de los países más desiguales socialmente del mundo. 
 
A pesar de que los juegos semánticos pueden ser convenientes para evitar una corrección necesaria, los lectores deberían avisarle al editor de “The New Yorker”, David Remnick (david_remnick@newyorker.com) que es necesario que se retracten por la afirmación de Anderson.

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Actualización (4/24): Jim Naureckas, de FAIR, también presenta duras críticas de Jon Lee Anderson y sus correctores por un intento transparentemente inadecuado de justificar su error sobre la desigualdad social de Venezuela.
 
 Lea más en el artículo “Jon Lee Anderson Explains: Because I Said So”.

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Keane Bhatt es un activista en Washington, D.C. Ha trabajado en Estados Unidos y América Latina en varias campañas relacionadas a desarrollo comunitario y justicia social. Sus análisis y opiniones han sido publicados en varios medios de comunicación, incluyendo NPR,The Nation, The St. Petersburg Times, y CNN En Español. Es autor de del blog de NACLA “Manufacturing Contempt,” el cual analiza críticamente la prensa estadounidense y su manera de mostrar el hemisferio. Conéctese con su blog en Twitter: @KeaneBhatt

Artículo publicado originalmente en inglés en NACLA 
 

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