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CRÓNICA DE SIRIA

FAISAL MAKDAD, VICECANCILLER SIRIO, DURANTE UNA ENTREVISTA EN LA BBC

Me cuentan que al padre de Faisal Makdad, el vicecanciller sirio, lo secuestraron, días atrás, en su casa de una aldea en Deraa, sur de Siria. 
 
Los secuestradores son, qué duda cabe, insurgentes terroristas, de los que hoy abundan en allá. 
 
El padre, de 80 años de edad, sigue desaparecido.

A Faisal Makdad lo habíamos entrevistado días antes del suceso, en Damasco. 
 
Fue exactamente el 7 de mayo cuando nos recibió en su despacho.
 
 Él entonces irradiaba una calma notoria, mientras hablaba en torno a la situación de su país respecto al mundo.
 
 Claro, no podía imaginar lo que ocurriría pocos días después con su padre.

Razón por la cual, no considero ahora pertinente abundar en detalles de aquel diálogo en el cual, hablando de la guerra y los entramados del imperialismo ansioso por devorar a Siria para convertirlo en un satélite más de sus recorridos en el reparto del mundo, pudimos descubrir la solidez intelectual de los diplomáticos sirios.

Me cuesta imaginar a Faisal Makdad fuera de la imagen que él nos dejó durante aquel diálogo de casi dos horas. 
 
Me cuesta pensar que ese hijo, como cualquier hombre a quien secuestran a un ser querido, ahora no podrá conciliar el sueño pensando en la suerte que estaría corriendo su primogenitor.

“GARA” LLAMA “REBELDES” A LOS TERRORISTAS, OFENDIENDO E INSULTANDO A LOS GUDARIS VASCOS

En el mercado del Zoco, conversé al azar con un hombre a quien, que por haber aparecido en la televisión estatal, un grupo de insurgentes le cortó una oreja.
 
 “¿Es esa la revolución que proclaman?”, se preguntó. 
 
Y, en verdad, la tal revolución no existe. 
 
Sólo grupos de mercenarios de disímiles corrientes -religiosas o ideológicas- impulsados por los dólares de afuera.

Pero la vida en Siria es así ( y la muerte) distinta a la Siria que conocí seis años atrás, cuando pude comprobar, in situ, que no en vano su gente tenía fama de pueblo pacífico. 
 
Acaso el más apacible de todo Medio Oriente. 
 
Y esa notoriedad se evidenciaba en cualquier barrio o ciudad por donde el viajero cruzara.

Pude constatar que quienes profesan tal o cual religión conviven en sin el más mínimo problema con el que practica otra. 
 
Pero ahora aquello cambió y, como dice Fady Marouf, todo no es sino una pesadilla.

Se instaló el terror. 
 
El miedo diario. Por ejemplo, cuatro días después de que hayamos estado caminando frente a la mezquita Omeya (“Omaiá” pronuncian los sirios), un coche bomba explotó dejando un saldo de un muerto y varios heridos.
 
Podía haber sido cualquiera de nosotros. 
 
Y eso lo vivimos estando allá, día tras día, del mismo modo que lo viven los sirios.
 
 Ya hablé en crónica anterior del tronar de morteros sucesivos y del peligro que se cierne en cada segundo.

Es fácil suponer que el último día de cualquiera acecha, ominoso, en cualquier vereda, en cualquier ventana, en cualquier habitación. 
 
Nadie está a salvo de ello. 
 
“No negamos un temor profundo: que, tras haber sido el pueblo más pacífico de Medio Oriente, terminemos acostumbrándonos, también, a esta violencia”, me manifestó en la calle una persona.

“Y lo terrible de esta tragedia es que mientras ellos, el imperialismo, Israel y aliados, envían aquí a la peor ralea de gente – beodos, asesinos, mercenarios, terroristas, y/o enfermos terminales-, nosotros estamos perdiendo a nuestros mejores hijos”, nos dijo aquella vez Faisal Makdad.

Mario Casartelli (Damasco-Asunción, mayo de 2013)

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