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La persecución de John Kiriakou


Nadie excepto John Kiriakou está siendo responsabilizado por la política de tortura de EE.UU.
 
 Y John Kiriakou no torturó a nadie, solo denunció la tortura.

En una galaxia muy lejana

Hace mucho tiempo, con notas mediocres y sin capacidad atlética, solicité una Beca Rhodes.
 
 Supongo que el comité Rhodes en mi escuela necesitaba práctica, y me vi ante un riguroso examen oral.
 
 La última pregunta que me lanzaron debía probar mi capacidad de pensar moral y justamente: “Eres un soldado. 
 
Tu prisionero tiene información que podría salvar tu vida. 
 
La única manera de obtenerla es mediante la tortura. ¿Qué harías?”

En aquel entonces, hace un millón de años, en un EE.UU. que ya no existe, mi respuesta obvia fue no torturar jamás, no rebajarme nunca, no sacrificar jamás la propia humanidad y el alma, incluso si significara la muerte. 
 
Mi reacción visceral: convertirme en torturador era una forma propia de un muerto viviente.
 
 (Un estudiante actual, después de los años de “interrogatorio realzado” de Bush y después de 24 [serie de televisión], probablemente detallaría técnicas específicas que deberían emplearse). 
 
Mi asesor me dijo más tarde que mi respuesta había sido uno de los pocos momentos brillantes en una entrevista que de otra manera había sido espectacularmente infructuosa.

Ahora es de dominio público que entre 2001 y 2007 aproximadamente el Departamento de Justicia de EE.UU. (DOJ) aprobó actos de tortura cometidos por miembros de la CIA y otros. 
 
Los actos tuvieron lugar en prisiones secretas (“sitios ocultos”) contra personas detenidas indefinidamente sin proceso.
 
 Fueron descritos en detalle y autorizados explícitamente en una serie de memorandos secretos de tortura escritos por John Yoo, Jay Bybee y Steven Bradbury, abogados de la Oficina de Asesoría Jurídica del DOJ. (Los abogados de la Asesoría Jurídica responden directamente al DOJ, que supuestamente es independiente de la Casa Blanca, pero obviamente no era así.) 
 
Ni uno solo de esos hombres, o sus jefes en el Departamento de Justicia, han sido responsabilizados por sus acciones.

Algunos prisioneros torturados incluso fueron asesinados por la CIA. 
 
El Fiscal General (Ministro de Justicia) Eric Holder, anunció recientemente que tampoco se responsabilizará a nadie de esos asesinatos.
 
 “Sobre la base del expediente objetivo totalmente desarrollado respecto a las dos muertes”, dijo, “el Departamento ha renunciado al procesamiento porque la evidencia admisible no sería suficiente para obtener y sustentar una condena más allá de una duda razonable”.

José Rodríguez, un alto funcionario de la CIA, admitió haber destruido videos de evidencia potencialmente admisible, mostrando la tortura de cautivos por agentes del gobierno de EE.UU. en una prisión secreta que se piensa que se encontraba en una base aérea en Tailandia de la época de la Guerra de Vietnam.
 
 No fue responsabilizado por eliminar radicalmente esta evidencia, ni por su papel en la tortura de seres humanos.

Solo John Kiriakou

El único hombre en todo el archipiélago de los horrores secretos de EE.UU. que enfrenta un juicio es el exagente de la CIA John Kiriakou. De una cantidad innumerable de hombres y mujeres involucrados en la pesadilla de esos años, es posible que uno solo termine en la cárcel.

Y, por supuesto, no torturó a nadie.

Las acusaciones contra Kiriakou afirman que al responder preguntas de periodistas sobre sospechas de que la CIA torturó a detenidos en su custodia, violó la Ley de Espionaje, que es una oscura ley de la era de la Primera Guerra Mundial que apuntaba a castigar a los estadounidenses que dieran ayuda al enemigo.
 
 Se aprobó en 1917 y desde entonces ha sido objeto de muchas dudas judiciales y parlamentarias. Kiriakou es uno de seis denunciantes del gobierno que han sido acusados bajo esa Ley por el gobierno de Obama. Desde 1917 hasta que Obama llegó al poder solo tres personas han sido acusadas de esa manera.

El Departamento de Justicia de Obama afirma que el exagente de la CIA “reveló información clasificada a periodistas, incluido el nombre de un agente encubierto de la CIA, e información revelando el papel jugado por otro empleado de la CIA en actividades confidenciales”.

Las acusaciones resultan de una investigación de la CIA. La investigación fue provocada por la interposición de una demanda en enero de 2009 por cuenta de detenidos en Guantánamo que contenía información clasificada que la defensa no había recibido a través de canales gubernamentales, y por el descubrimiento en la primavera de 2009 de fotografías de presuntos empleados de la CIA entre los materiales legales de algunos detenidos en Guantánamo. 
 
Según una descripción, Kiriakou otorgó varias entrevistas sobre la CIA en 2008. Documentos del tribunal imputan que suministró nombres de agentes clandestinos de la Agencia a un periodista, quien supuestamente las entregó a un equipo legal relacionado con Guantánamo. 
 
El equipo trató de hacer que los detenidos identificaran a los funcionarios específicos de la CIA que participaron en sus entregas y torturas. Kiriakou está acusado de suministrar las identidades de agentes de la CIA que puedan haber permitido vincular nombres con las fotografías.

Sin embargo muchos observadores creen que la verdadera “ofensa” ante los ojos del gobierno de Obama fue bastante diferente. En 2007 Kiriakou se convirtió en un denunciante. 
 
Declaró como primer (aunque ex) funcionario de la CIA que confirmó el uso de waterboarding [asfixia inducida artificialmente mediante el uso de agua N. del T.] en prisioneros de al Qaida como técnica de interrogatorio, y luego la condenó como tortura. Mencionó específicamente el waterboarding de Abu Zubaydah en una prisión secreta en Tailandia. 
 
Se pensaba que Zubaydah era un líder de al Qaida, aunque es más probable que fuese solo un operador a nivel medio. Kiriakou también entró en conflicto con la CIA debido a sus esfuerzos para conseguir la aprobación de la publicación de un libro que había escrito sobre el trabajo de contraterrorismo de la Agencia. 
 
Sostiene que su caso es realmente un caso de Primera Enmienda en el cual se castiga al denunciante, que se trata de un procesamiento selectivo para atemorizar a poseedores de información del gobierno a fin de que guarden silencio cuando vean algo malo.

Si Kiriakou hubiera torturado a alguien personalmente, incluso hasta la muerte, no habría ninguna posibilidad de que enfrentara problemas. John Kiriakou tiene 48 años. 
 
Se enfrenta a un largo túnel con una sentencia potencial de hasta 45 años de cárcel porque en el Estado de seguridad nacional que manda en Washington, apartarse de la línea al hacer declaraciones sobre un crimen se ha convertido en el único crimen posible.

Bienvenidos a la selva

John Kiriakou y yo compartimos abogados a través del Proyecto de Responsabilidad Gubernamental y he tenido la oportunidad de hablar con él en numerosas ocasiones. Es de voz suave, pensativo, y se ríe rápidamente ante un chiste malo. 
 
Pero cuando el asunto se vuelve hacia su caso y la forma en que lo ha tratado el gobierno su humor cambia. Sus frases se acortan y la rápida sonrisa desaparece.

Comprende el papel que el gobierno ha elegido en su caso: la cabeza empalada en una pica, el ejemplo, el mensaje para cualquiera que haya estado involucrado en los horrores de EE.UU. después del 11-S. Haz el trabajo sucio del país, secuestra, mata, encarcela, tortura y te encubriremos. 
 
Destruye la evidencia de todo eso y te recompensaremos. Pero habla explícitamente y cuenta con que te castigaremos.

Como tantos de los que hemos servido honorablemente al gobierno de EE.UU. solo para que toda su fuerza se vuelva contra nosotros por un acto o actos de conciencia, duele el intento de tratar de reconciliar las dos imágenes del gobierno de EE.UU. en tu cabeza. 
 
Es como tratar de procesar las acciones de un padre abusivo al que quieres amar a pesar de todo.

Uno de los representantes de Kiriakou, la abogada Jesselyn Radack, me dijo: “Es un error judicial que John Kiriakou sea la única persona inculpada en relación con el programa de tortura de la era de Bush. La significación histórica no puede subestimarse. 
 
Si un crimen tan horrendo como la tortura patrocinada por el Estado puede permanecer impune, perdemos todo el prestigio moral para condenar las violaciones de los derechos humanos de otros gobiernos. Al ‘mirar hacia adelante, no hacia atrás’ hemos dado un gigantesco salto hacia el pasado”.

Un exagente clandestino de la CIA, que utiliza el seudónimo de “Ishmael Jones,” propone una potencial defensa para Kiriakou: “Un testigo tras otro podrían explicar al jurado que se está procesando a Kiriakou selectivamente, que sus filtraciones no son nada en comparación con filtraciones de funcionarios del gobierno de Obama y altos burócratas de la CIA. Un testigo tras otro podrían mostrar al jurado que por cada material secreto publicado por el señor Kiriakou, los libros de altos burócratas de la CIA contienen muchas veces lo mismo. 
 
El exjefe de la CIA George Tenet escribió un libro en 2007, aprobado por los censores de la CIA, que contiene docenas de casos de información clasificada con nombres y suficiente información para encontrar nombres”.

Ojalá el asunto fuera realmente tan fácil.

Nunca más

Por lo menos durante seis años formó parte de la política de EE.UU. torturar a los enemigos y abusar de ellos, en algunos casos de simples presuntos enemigos. Ha seguido siendo una política de EE.UU., incluso bajo el gobierno de Obama, emplear “entregas extraordinarias”, es decir el envío de presuntos terroristas capturados a las prisiones de países conocidos por el uso de la tortura y el abuso, una subcontratación de algo que ya no queremos hacer.

Técnicas por las que EE.UU. ahorcó a hombres en Núremberg y en Japón en la posguerra se emplearon y se declararon legales. 
 
Para lanzarse a un programa semejante bajo la supervisión del gobierno de Bush, hombres y mujeres bien informados tuvieron que tener largas discusiones y los subordinados entraban y salían de las salas con fragmentos de investigación para respaldar las justificaciones que estaban elaborando con tanto esfuerzo. 
 
La CIA utilizó indudablemente algunos engorrosos procesos burocráticos a fin de emplear contratistas para su personal torturador. 
 
Los antiguos manuales tuvieron que actualizarse, consultar a psiquiatras, entrevistar a expertos en supervivencia militar e impartir clases de entrenamiento organizadas.

Se grabaron videos de las sesiones de tortura y sin duda los DVD repletos de verdaderos horrores se estudiaron en la central. Según las informaciones, incluso se mostraron técnicas de tortura a altos funcionarios en la Casa Blanca. 
 
Torturadores individuales considerados particularmente efectivos fueron indudablemente identificados, probablemente recompensados y enviados a nuevos sitios secretos para dañar a más gente.

EE.UU. no se despertó un día y comenzó a aporrear a algún punk islámico. No se trató de equivalentes torturadores de policías tunantes. Se creó un sistema, un mecanismo.
 
 El que ahora solo podamos especular respecto a muchos de los detalles y la dimensión de todo el asunto es un tributo a los miles que siguen guardando silencio sobre lo que hicieron, vieron, oyeron, o con lo que estuvieron asociados.
 
Muchos de ellos trabajan ahora en las mismas organizaciones, y siguen formando parte de las mismas firmas contratistas, la CIA, y las fuerzas armadas. Nuestros torturadores.

¿Qué es lo que permite que toda esa gente guarde silencio? ¿Cuántos están simplemente atemorizados al ver lo que le pasa a John Kiriakou y piensan: no yo, no voy a arriesgar mi cabeza solo para que me la corten? 
 
Casi son perdonables, incluso si están colocando su propio interés por sobre el de su país. ¿Pero qué pasa con los otros, los que guardan silencio sobre lo que hicieron o vieron, o lo que ayudaron a cometer o lo que ayudaron o instigaron a hacer de alguna manera, porque todavía piensan que era lo correcto? ¿Los que volverán a hacerlo cuando algún presidente acobardado les diga que lo hagan? ¿O incluso los que gozaron haciéndolo?

El mismo Departamento de Justicia que está persiguiendo al único hombre que habló contra la tortura desde adentro todavía mantiene una unidad especial, 60 años después del final de la Segunda Guerra Mundial, dedicado a dar caza a los pocos nazis que permanecen libres. 
 
Lo hacen bajo la rúbrica de “nunca más”. La verdad es que habría que utilizarla contra nuestro Estado nacional de seguridad. 
 
De otra manera, hasta que tengamos un informe completo sobre lo que nuestro gobierno hizo en nuestro nombre, todo sigue organizado para que vuelva a ocurrir. Eso, si queréis saberlo, es el verdadero horror.

Peter Van Buren es un veterano que durante 24 años sirvió como Oficial de Servicio Exterior en el Departamento de Estado, pasó un año en Irak dirigiendo dos Equipos Provinciales de Reconstrucción. Ahora está en Washington y además de colaborar regularmente en TomDispatch, escribe sobre Irak, Medio Oriente y la diplomacia estadounidense en su blog, We Meant Well. Después de la publicación de su libro We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People (The American Empire Project, Metropolitan Books) en 2011, el Departamento de Estado inició procedimientos de despido, lo reasignó a una posición de preparación de tareas y lo despojó de su seguridad y de sus credenciales diplomáticas. 
 
A pesar de los esfuerzos del Proyecto de Responsabilización Gubernamental y de la ACLU (Unión Estadounidense por las Libertades Civiles), Van Buren se retirará del Departamento de Estado con todos sus beneficios de servicio a finales de septiembre.

Copyright 2012 Peter Van Buren

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175591/tomgram%3A_peter_van_buren%2C_our_9_11_torturers/#more

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