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Heiner Müller definió en una ocasión “el socialismo real” como una época «entre la edad de hielo y el comunismo». 
 
La expresión no parece decir nada, pero en realidad dice mucho.
 
 El fracaso de la revolución mundial, que dejó a la Unión Soviética completamente aislada en el plano internacional (una situación que en última instancia acabó favoreciendo el ascenso de Stalin y todo lo que ello supuso), primero, y la extensión de su modelo a toda Europa oriental manu militari tras la Segunda Guerra Mundial después, creó una situación particularmente extraña en los países que formaban el bloque oriental. 
 
Por una parte se reclamaban en lo ideológico portadores de la idea del comunismo, una idea que justificaba todas las estrecheces y medidas de excepción del presente, mientras que, por la otra, era cada vez más evidente el estancamiento político y económico, que se traducía en el tedio y la apatía de la ciudadanía.
 
 La “dictadura del proletariado”, la fase de transición que había de conducir al comunismo, se había convertido en una forma de estado –en una particularmente desagradable para muchos ciudadanos– y la espera, en un modo de vida en que ni se avanzaba ni se retrocedía. 
 
El socialismo realmente existente se encontraba, efectivamente, en algún lugar «entre la edad de hielo y el comunismo».

Con la caída del Muro de Berlín la historia entró de lleno en todo el bloque oriental. Lo hizo como capitalismo dinámico y como «destrucción creativa». 
 
Es una parte de la historia de Europa que no figura en los libros de texto, ni de la que los medios de comunicación escriben artículos conmemorativos, porque, como recordarán, se había producido «el fin de la historia», aquella perversión hegeliana acuñada por Francis Fukuyama y explotada a la perfección por los think tanks estadounidenses. 
 
La proclamación de la “victoria de la Guerra fría” nunca fue suficiente para los ganadores.
 
 Había que clavar la cabeza del enemigo en una lanza y pasearla por todos los rincones del país chorreando sangre. 
 
En la mejor y más ancestral tradición germánica, se sobreentiende. 
 
Y eso fue exactamente lo que hicieron las élites políticas y económicas alemanas. 
 
Cuando un periodista le preguntó a Lothar Späth, a la sazón miembro del Presidium de la CDU, si la terapia de choque económica para la República Democrática Alemana era una forma de capitulación incondicional, éste respondió lacónicamente: «le contestaré brutalmente: sí». [1]

El mayor matadero de Europa

Desde hace unas semanas se proyecta en algunas pequeñas salas de Alemania Goldrausch – Die Geschichte der Treuhand, un documental basado en el reportaje de investigación de Dirk Laabs, Der deutsche Goldrausch – Die wahre Geschichte der Treuhand [La fiebre del oro alemana – La verdadera historia de Trehuand] (Múnich, Pantheon, 2012). 
 
El documental –algo lastrado por su realización para televisión– es desde luego oportuno: cuando Alemania está, un día sí y al otro también, en el punto de mira de los articulistas de todo el sur de Europa, nos recuerda que las primeras víctimas de la élite política y empresarial alemana no fueron otros que sus propios compatriotas.

¿Qué fue Treuhand? ¿Qué significó para miles de alemanes? Inmediatamente antes de su desintegración y con la intención de facilitar el proceso de reunificación, el último gobierno de la RDA creó una agencia para la privatización (Treuhandanstalt) de las empresas estatales de Alemania oriental (Volkseigener Betriebe, VEB).
 
 La sede se estableció en la Alexanderstraße de Berlín, a tiro de piedra de la celebérrima Alexanderplatz. 
 
El 1 de julio de 1990 Treuhand asumió la gestión de 8.400 empresas, 25.000 comercios al por menor, 7.500 restaurantes y hoteles y 1'7 millones de héctareas de tierra cultivable. 
 
Todas estas empresas, grandes y pequeñas, daban empleo a más de cuatro millones de trabajadores. 
 
Y a todo ello aún había que sumar el capital confiscado al Ministerio de Seguridad del Estado y parte de las propiedades del Ejército de Alemania oriental (Nationale Volksarmee). 
 
Uno de los primeros directores de Treuhand estimó en 1990 en 600 mil millones de marcos el valor total de su catálogo de empresas. 
 
La propiedad de titularidad pública de la RDA, un estado en vías de desaparición, debía, a propuesta de Werner Schulz (Alianza 90/Los Verdes) y otros representantes del movimiento ciudadano en Alemania oriental, distribuirse de manera equitativa entre sus ciudadanos, quienes, al fin y al cabo, habían contribuido a su construcción y desarrollo. 
 
Si los ciudadanos de la RDA habían de convertirse en ciudadanos de derecho de la nueva Alemania tal y como pedían sus vecinos occidentales, a la fuerza habían de poseer un capital propio. 
 
Treuhand tenía que ser el organismo encargado de dárselo, pero de este modelo no quedó más que la idea y Treuhand acabó convirtiéndose en todo lo contrario a lo que supuestamente tenía que ser.

Como primera señal de lo que los antiguos ciudadanos de Alemania oriental habrían de ver en los próximos años, los puestos directivos de Treuhand se reservaron a alemanes occidentales. 
 
Tras la dimisión de Rainer Maria Gohlke por disputas con el consejo administrativo, Detlev Karsten Rohwedder asumió la presidencia del organismo. 
 
Rohwedder era un empresario socialdemócrata que se había hecho un nombre en Alemania occidental saneando y privatizando empresas del sector industrial, labor por la que recibió en 1983 el premio de Directivo del año. 
 
Rohwedder asumió el cargo convencido de que 40 años de “socialismo real” habían perjudicado más al tejido industrial de Alemania que la Segunda Guerra Mundial. [2] 
 
Pero su presidencia duró poco: Rohwedder fue asesinado en la noche del 1 de abril de 1991 por los disparos de un francotirador cuando se encontraba en su casa de Düsseldorf. 
 
El crimen se atribuyó al “comando Ulrich Wessel” de la Fracción del Ejército Rojo, pero los autores nunca pudieron ser identificados, en uno de esos crímenes envueltos de misterio y los vahos del alcantarillado estatal que pueblan la historia contemporánea de la República Federal. Rohwedder fue sustituido por Birgit Breuel (CDU) el 13 de abril de aquel año y ocupó el cargo hasta la disolución de Treuhand. 
 
El motto de Breuel: «privatizar rápido, porque somos de la opinión que la privatización es la mejor forma de saneamiento.»

El estado de las empresas en la antigua Alemania oriental dejaba ciertamente mucho que desear, pero el atraso tecnológico quedaba compensado por la economía planificada, cuya súbita desaparición ponía seriamente en riesgo a las empresas de la RDA en una economía de mercado libre. 
 
Por si fuera poco a todo ello aún se había de sumar la desaparición de la demanda de su principal mercado hasta la fecha, un bloque oriental sumido en el caos económico.
 
 Como es notorio, la receta neoliberal no sólo no vigorizó al enfermo –¿alguna vez lo ha hecho?–, sino que empeoró su dolencia: en 1992 la tasa de paro de Alemania oriental subió hasta el 14'2% (1'2 millones de desempleados), una tendencia que continuó en los años posteriores. 
 
La promesa de «paisajes florecientes» de Helmut Kohl en 1990 se convirtió en una broma de mal gusto a medida que en los nuevos estados federados se multiplicaban las fábricas abandonadas, el deterioro de las infraestructuras y las colas de desempleados sin ninguna perspectiva de reinserción en el mercado laboral. 
 
La nueva situación económica descompuso el tejido social y trajo consigo fenómenos hasta entonces marginales o incluso desconocidos en la República Democrática Alemana como la mendicidad, la drogodependencia o la criminalidad, y la extrema derecha encontró en los jóvenes carentes de perspectivas y los trabajadores no cualificados marginados del nuevo mercado laboral un terreno abonado para su crecimiento electoral. 
 
En Hoyerswerda (Sajonia) y Rostock (Mecklemburgo-Pomerania occidental) se incendiaron los centros de refugiados que buscaban en Alemania asilo político en uno de los incidentes racistas más graves de la Europa contemporánea. 
 
En los muros de toda Alemania oriental aparecieron pintadas como “Treuhandmafia” o “Treuhand: el mayor matadero de Europa”. Las oficinas de Treuhand en Berlín llegaron a ser incendiadas por desconocidos.

El expolio de la RDA

Treuhand nunca fue una agencia de privatización que trabajase con criterios de transparencia, pero superó incluso la opacidad habitual de las instituciones de un país que internacionalmente se precia de la honradez y buena conducta de sus empresarios. 
 
Muchas de las pequeñas empresas en el catálogo de Treuhand cayeron en manos de empresarios de dudosa reputación. 
 
De hecho, según Christoph Partsch, gestor de Treuhand entre 1992-1994, para la adquisición de pequeñas empresas no se necesitaba «más que tener un buen contacto con alguien en Treuhand. 
 
Se les daba cita y podían comprar lo que querían. Inversores a los cuales yo no habría vendido ni siquiera un coche usado fueron atendidos con una amistad fuera de lugar.»
 
 El caso más sonado de corrupción fue el de Michael Rottmann, quien, después de comprar haciendo uso de información confidencial la VEB Wärmeanlagenbau, transfirió con la ayuda de sus cómplices 150 millones de marcos de las cuentas de la compañía a sus cuentas personales en el extranjero antes de darse a la fuga. 
 
El desfalco de Rottmann ocasionó la bancarrota y ulterior cierre de la empresa, dejando a 2.000 trabajadores en la calle. [3] 
 
Entre 1991 y 1994 se denunciaron 1.801 casos de crimen de guante blanco relacionados con Treuhand, pero hasta 1996 sólo se condenó a penas de prisión a 6 personas y se multó a otras 180, una cifra a todas luces baja en comparación con los casos denunciados.
 
 En 1998 una comisión investigadora del Bundestag intentó cifrar los daños económicos causados por los casos de corrupción. 
 
La comisión no pudo ofrecer resultados claros y señaló los tres mil millones de marcos como cifra más baja y los diez mil millones de marcos como más elevada. 
 
El desinterés de las autoridades alemanas por investigar las irregularidades de Treuhand incluso a día de hoy es claro: Klaus Klamroth, director de Treuhand en Halle entre 1990 y 1992, almacena las actas de Treuhand en el garaje de su casa, como muestra la película. 
 
En cualquier caso, una ventaja para los investigadores, teniendo en cuenta que, a diferencia de las actas de la Stasi, la mayor parte de las actas relacionadas con Treuhand serán secretas hasta el año 2050. [4]

Por su parte, la mayoría de las grandes empresas fueron adquiridas por sus competidoras en Alemania Occidental con dos objetivos.
 
 El primero de ellos fue ganar acceso a los nuevos mercados en Europa oriental y Rusia, fusionando las empresas recién adquiridas con la matriz germano-occidental. 
 
El segundo no tenía nada que ver con criterios financieros.
 
 Muchas empresas se adquirieron para poner fin a la competencia germano-oriental. Detlef Scheunert explica en el documental el caso de la VEB Werk für Technisches Glas Ilmenau de Turingia. 
 
En su opinión, las catorce líneas de producción de esta empresa germano-oriental de vidrio «podían abastecer a todo el bloque oriental.» «La visité con la compañía Schott de Maguncia y otros competidores: “¡Por el amor de Dios, fíjese en qué capacidad!”, dijeron, “¡Si se pusieran a distribuir en serio, íbamos a tener que cerrar!”» «El reconocimiento del competidor occidental había al fin llegado», comenta Scheunert con ironía. 
 
El caso de Ilmenau no fue único: Pentagon, una fábrica de cámaras fotográficas de Alemania oriental –cuyo funcionamiento mecánico era impecable, pero que no podía competir con los bajos costes de producción de las empresas japonesas que entonces lideraban el sector–, cerró dejando a 5.000 trabajadores en la calle pocos días antes de la Reunificación.

El gobierno de Kohl no dudó en utilizar Treuhand para chantajear a sus vecinos. 
 
Según Walter Romberg (SPD), el último ministro de Finanzas de la RDA, el gobierno de Alemania occidental se negó a dar el dinero necesario para la modernización de su industria: «O todo o nada. 
 
No os daremos ni un marco si no renunciáis a la soberanía de vuestra moneda y aceptáis nuestro modelo económico.» 
 
¿Quién hizo esta reclamación? Un viejo conocido de todos ustedes: el actual ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, que entonces lideraba las negociaciones con el último gobierno de la RDA como ministro de Interior de la República Federal Alemana. Los resultados son de sobra conocidos. 
 
Günter Lorenz, secretario general en Halle del sindicato IG Metall (industria), ha declarado que la función real de Treuhand fue «la desposesión de los alemanes orientales de su economía y de su propiedad estatal en beneficio de la industria occidental. […] En última instancia a costa del contribuyente. 
 
Tanto en el Este como en el Oeste.» [4]

El 31 de diciembre de 1994 Treuhand se disolvía, poniendo fin a cuatro años de frenesí privatizador en el que ni siquiera se descansaban los fines de semana. 
 
El 85% de las empresas de Alemania oriental en su catálogo acabaron en manos de alemanes occidentales, un 5% fue adquirida por alemanes orientales y el resto por inversores internacionales. 
 
Tras cuatro años de actividad, se clausuraron 4.000 empresas y se destruyeron dos millones y medio de puestos de trabajo.
 
 El expolio de la República Democrática Alemana había quedado consumado. 
 
Los enormes costes económicos y sociales de la Reunificación –Treuhand generó una deuda al estado de 256 mil millones de marcos–, que aún hoy los contribuyentes alemanes han de pagar de sus salarios mediante el llamado “impuesto de solidaridad” (Solidaritätzuschlag), hicieron que la coalición entre socialdemócratas y verdes aprobase años después la Agenda 2010, el mayor recorte del Estado social, con el fin de solventarlos. 
 
Pero aumentar la dosis del medicamento no hizo más agravar la situación: las reformas del gobierno roji-verde han incrementado en Alemania la brecha social entre ricos y pobres, hundido los salarios y empeorado las condiciones de trabajo del mercado laboral alemán, en el que las figuras del trabajador precario y el working poor han dejado de ser una excepción para convertirse en norma. 
 
Sin embargo, el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, sorprendió a todos al proponer en el 2011 para Grecia la misma fórmula de Treuhand. [5] Una fórmula que ahora, precisamente, se trata de exportar a toda Europa.

Notas:

[1] Achim Engelberg, “Auftritt der Zyniker”, Der Freitag, 4 de junio de 2012. [2] Íbid. [3] “Kaufhaus des Ostens”, Der Spiegel, 8 de noviembre de 2012. [4] Achim Engelberg, art. cit. [5] “Juncker fordert Treuhand-Modell für Griechenland”, Der Spiegel, 21 de mayo de 2011.



Àngel Ferrero es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.

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