Colegio San José: La Enseñanza del Terrorismo

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El asesinato de la Historia

Alejandría en llamas.

El asesinato de la Historia es un extracto del primer capítulo del libro "Veinte grandes conspiraciones de la Historia" del periodista español Santiago Camacho (libro que pueden descargarse aquí). 

Este primer capítulo, llamado "Creadores de dioses", versa sobre los orígenes del cristianismo. 
Allí se habla sobre los elementos que el cristianismo tomó "prestados" de religiones anteriores, se duda de la existencia del nazareno y, sobre todo, se narra la ferocidad de ese brutal cristianismo primigenio, que ha sentado las bases de este virus que asola Occidente desde hace demasiado tiempo.

Los cristianos, entre otras barbaridades, se encargaron de eliminar todo el rico legado cultural grecorromano y para ello no dudaron en desarrollar actividades que hoy calificaríamos de terroristas (asesinato, quema de libros, etc). 
Impulsados por un enfermizo fervor religioso fundamentalista, que no dudaba en eliminar cualquier voz disidente, acabaron con el mundo clásico para inaugurar su era de oscurantismo y represión, tergiversando la historia a su favor, buscando chivos expiatorios que camuflaran sus atrocidades, además de canonizar a genocidas que habían sembrado la muerte y destrucción en nombre de su abyecta secta. 
Para tener una idea de su perfidia nada mejor que saber que fue lo que realmente sucedió con la Biblioteca de Alejandría.

En el proceso de creación de su religión de Estado los conspiradores cristianos no se contentaron con patrocinar y cimentar la mayor falsificación histórica de todos los tiempos, sino que además, se metieron de lleno en una desmedida campaña de censura a gran escala destinada a silenciar a millones de disidentes a través del asesinato, la quema de libros, la destrucción de obras de arte, la desacralización de templos y la eliminación de documentos, inscripciones o cualquier otro posible indicio que pudiera llevar a la verdad, un proceso que condujo a Occidente a unos niveles de ignorancia desconocidos desde el nacimiento de la civilización grecorromana.

Las autoridades eclesiásticas no pararon hasta obtener el derecho legal de destruir cualquier obra escrita que se opusiera a sus enseñanzas. 
Entre los siglos III y VI bibliotecas enteras fueron arrasadas hasta los cimientos, escuelas dispersadas y confiscados los libros de ciudadanos particulares a lo largo y ancho del Imperio romano so pretexto de proteger a la Iglesia contra el paganismo.
 Uno de los mayores crímenes de toda la historia humana fue la destrucción de la biblioteca de Alejandría en 391.

Una leyenda tendenciosa fue enseñada durante siglos en los colegios, especialmente en los religiosos, según la cual los árabes habrían destruido la célebre biblioteca cuando conquistaron la ciudad en el siglo VII. Se trata de un cuento infamante y sin sentido histórico destinado a enmascarar la verdad.
Los árabes nunca pudieron incendiar la biblioteca de Alejandría, sencillamente porque cuando las tropas de Amru llegaron a la ciudad en 641 ya hacía cientos de años que no existía ni rastro de esta institución ni de los edificios que la albergaban.

Lo único que encontraron los árabes fue una ciudad dividida, arruinada y exhausta por siglos de luchas intestinas. El máximo exponente de la belleza y cultura clásicas no fue destruido por los guerreros árabes que tomaron lo que quedaba de la ciudad sino por los cristianos monofisitas un cuarto de siglo antes.
 Tras el mandato del emperador Teodosio I ordenando la clausura de todos los templos paganos, los cristianos destruyeron e incendiaron el Serapeum alejandrino. 
Las llamas arrasaron así la última biblioteca de la Antigüedad. Según las Crónicas Alejandrinas, un manuscrito del siglo V, el instigador de aquella hecatombe fue el patriarca monofisita de Alejandría, Teófilo (385-412), caracterizado por su fanático fervor en la demolición de templos paganos.
 Los cristianos enardecidos rodearon el templo de Serapis. 
Fue el propio Teófilo, tras leer el decreto de Teodosio, quien dio el primer hachazo a la estatua de Serapis, cuya cabeza fue arrastrada por las calles de la ciudad y luego enterrada. 
La ruina de la ciudad fue tan atroz que uno de los padres de la Iglesia griega, san Juan Crisóstomo (347-407), escribió: “La desolación y la destrucción son tales que ya no se podría decir dónde se encontraba el Soma”. 
Se refería a la tumba de Alejandro, el mausoleo del fundador de la urbe y el monumento más emblemático de la ciudad. 
Con este acto de barbarie Teófilo creía cumplido para siempre su propósito de enterrar las verdades ocultas sobre su religión y su presunto fundador, que seguramente no le eran desconocidas merced a sus contactos con los sacerdotes paganos. 
Aquella villanía nos ha afectado a todos pues se calcula que la pérdida de información científica, histórica, geográfica, filosófica y literaria que provocó trajo consigo un retraso de casi mil años en el desarrollo de la civilización humana. 
Para mayor escarnio, en el lugar en que se erigía aquel templo del saber fue edificada una iglesia en honor a los presuntos mártires de las persecuciones del emperador Nerón.



Representación de la muerte de Hipatia.

En el año 415 comenzó una persecución contra los paganos de Alejandría, dándoseles la opción de convertirse a la nueva fe o morir. 
Esto era especialmente doloroso para filósofos y académicos, ya que suponía rechazar todo el conocimiento que tanto trabajo les había costado alcanzar. 
Hipatia, la filósofa y matemática más importante de la ciudad, se negó y se mantuvo firme en sus convicciones por lo que fue acusada de conspirar contra Cirilo, líder cristiano de Alejandría. 
Unos días después, un enardecido grupo de fanáticos religiosos interceptó el transporte en el que se dirigía a trabajar, la arrancaron de éste y con filos de conchas marinas le fueron arrancando la piel hasta que murió a consecuencia del dolor y la pérdida de sangre. 
Cirilo, instigador de este sádico asesinato, fue canonizado. 
El asesinato de Hipatia se considera el momento histórico en que se produce definitivamente la muerte del mundo clásico.

En el siglo V la destrucción era tan completa que el arzobispo Crisóstomo pudo declarar con satisfacción: 
“Cada rastro de la vieja filosofía y literatura del mundo antiguo ha sido extirpado de la faz de la Tierra”.
 En un momento del proceso se estableció la pena de muerte para quien escribiera cualquier libro que contradijera las doctrinas de la Iglesia. 
Papa tras Papa se continuó con este proceso sistemático de asesinato de la Historia. Gregorio, obispo de Constantinopla y el último de los doctores de la Iglesia, fue un activo incinerador de libros. 
Donde el brazo de la cristiandad no pudo llegar para destruir el trabajo de los antiguos autores se ocupó de corromper y mutilar sus obras: 
“Tras quemar libros y clausurar las escuelas paganas, la Iglesia se embarcó en otra clase de encubrimiento: la falsificación por omisión. 
La totalidad de la historia europea fue corregida por una Iglesia que pretendía convertirse en la única y exclusiva depositaría de los archivos históricos y literarios. 
Con todos los documentos importantes custodiados en los monasterios y un pueblo llano degenerado al más absoluto analfabetismo, la historia cristiana pudo ser falsificada con total impunidad”.

La construcción de iglesias sobre las ruinas de los templos y lugares sagrados de los paganos no sólo era una práctica común sino obligada para borrar por completo el recuerdo de cualquier culto anterior. 
A veces, sin embargo, un hado de justicia poética hacía que estos esfuerzos terminaran por tener el efecto contrario al pretendido. Tal es el caso de lo ocurrido con muchos monumentos egipcios. 
Dada la imposibilidad material de demoler las grandes obras de la época faraónica, o de borrar los jeroglíficos grabados en la piedra, se optó por tapar los textos egipcios con argamasa, lo cual, lejos de destruirlos, sirvió para conservarlos a la perfección hasta nuestros días, lo que ha posibilitado que podamos tener un conocimiento del antiguo Egipto más detallado que el de los primeros siglos de nuestra era y, lo que es más importante a efectos de lo que aquí estamos tratando, aquellos jeroglíficos preservaron la verdad, ya que contenían la esencia y el ritual del mito celeste, que tiene enormes similitudes con la historia evangélica.

 http://1977voltios.blogspot.com/2012/09/el-asesinato-de-la-historia.html#ixzz25kWnPDEQ

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