Pablo Gonzalez

Greta Garbo y Marlene Dietrich


Greta Garbo y Marlene Dietrich, dos mujeres enlazadas por el común destino de ser diosas de la gran pantalla, vecinas en Hollywood, con amigos, compañeros y amantes comunes, juraban y perjuraban no conocerse. Jamás coincidían en fiestas y se evitaban hasta el ridículo.

Pues bien, hoy sabemos que mentían: Greta y Marlene se conocían muy bien puesto que de jovencitas, antes de que el terremoto “Hollywood” sacudiera sus vidas, habían compartido cartel en “Bajo la máscara del placer”, una película muda rodada en Berlín.
 Pero una vez ricas y famosas las dos se negaban y todo indica que no se tenían en buena estima. Marlene cuando hacía refería a Greta decía “esa otra mujer” o “esa campesina”. Pero en una ocasión se le escapó un exabrupto contra su rival que supera los límites del decoro:

-Es enorme allí abajo- dijo- y además lleva la ropa interior sucia.

¿cómo podía conocer Marlene la fisonomía íntima de Greta y sus usos higiénicos?

Para hacer nuestras cábalas, hemos de remontarnos a Berlín. El Berlín de entreguerras era la caña de marchoso, con un ambiente tremendamente vanguardista, con un montón de clubes donde los hombres se travestían y las mujeres fumaban sin sostenes. Estar “in” significaba divertirse, liberarse sexualmente y catar de todo un poco. Marlene era una musa omnipresente en todos los saraos. Culta, inteligente, liberal, políticamente activa, bella y moderna, representaba a la perfección aquel espíritu de Berlín años 20.





Greta no. Greta, descendiente de familia humilde, era dependienta en unos grandes almacenes cuando fue pescada en Suiza por un cazabellezas y se encontró de repente en medio de una vorágine artística, armada tan solo por su bonito rostro. Era una pardilla recién salida del cascarón de 19 años cuando conoció a la arrolladora Marlene, que tenía 23, una hija y un exquisito paladar para las chicas. Los biógrafos coinciden en que no es descabellado pensar que Marlene adoptase a la tímida y bella Greta y que se la llevase de marcha para enseñarle los garitos de moda y, de paso, iniciarla en los placeres sáficos. Tampoco es descabellado pensar que Marlene, que era sexualmente una mantis e intelectualmente una clasista, la despreciase al comprobar que en el fondo, y pese a su interesante fisonomía, la sueca era una pailana.

La Metro contrató a Greta, el bombazo en taquilla fue espectacular. La empresa cinematográfica rival, la Paramount, decidió importar a otra belleza centroeuropea: Marlene, otro bombazo en taquilla. Una vez establecidas en América, ricas y famosas, a ninguna le convenía que se hurgase en aquellas berlinesas locuras de juventud y asumieron la circunstancia del estrellato de modos absolutamente divergentes.

Greta lo llevó fatal, ser centro de atención le repateaba y se obsesionó por mantener fuera de escena su privacidad. Si sabemos algo de su vida sexual es sólo gracias a la indiscreción de algún amante (Mercedes De Acosta, por ejemplo) o aquel otro que dejó escrito en sus memorias que consiguió tener un idilio con la Garbo, y que antes de meterse en la cama, ella le advirtió: “no me gusta el martilleo, ni las cosas bruscas”. Claro que, a saber si ésto es cierto o sólo un afán de sobresalir de un pretendiente con ínfulas.

Le gustase o no el martilleo, tuviese la vulva enorme o canija, lo que parece objetivo es que Greta Garbo era bastante amargada: la típica que nunca está satisfecha, de esas que tienen el don de aguar las fiestas, que cuando hace su aparición el ambiente se hiela. Una tía rara que nunca se casó -algo excepcional en la época- siempre pachucha con sus achaques menstruales que le provocaban interminables sangrados. Una mujer de sonrisa en auténtico peligro de extinción, obsesionada con que todos se querían aprovechar de ella, tacaña hasta la miseria -se dice que contaba los huevos de la nevera por si sus empleados mangaban alguno-. En fin, tenía toda la pinta de vivir su sexualidad tortuosamente. Hay voces que señalan a Marlene y su desafortunado comentario vaginal como culpable de los complejos de Greta. Es posible, desde luego no es baladí la impresión que provocan los genitales propios en el ojo ajeno. Pero mi opinión es que su problema radicaba en no haber aceptado su homo o bisexualidad, la cual viviría armariada y con culpa.

De la vida sexual de Marlene sabemos más. Tenía una energía descomunal, era el alma mater





de todas las fiestas, generosa hasta el despilfarro, siempre rodeada de una cohorte de chupópteros aduladores, apasionada y vital, con la tira de hobbies, desde la literatura a la cocina, pasando por la moda o la música. Y el sexo: fue una destrozacorazones. Si hacemos caso de la biografía que escribió sobre su madre, María, la única hija de Marlene, la colección de amantes femeninos y masculinos es pasmosa. Y con preferencias bien definidas, prefería la gente culta y creativa y a los hombres impotentes. Lástima que cuando sus queridos impotentes se recuperaban del pánico inicial de satisfacer a la Dietrich, se relajaban, y recuperaban su potencia.

Quién lo diría, a esta actriz y cantante que tanto disfrutó arengando a las tropas americanas en la segunda guerra mundial con sus canciones y sus piernas, la penetración no le hacía tilín. 
Es posible que el origen estuviese en aquella su primera vez con un profesor de música que la malfolló de cualquier manera y a toda prisa en un sofá. 
El sexo genital le resultaba burdo, tosco y antiestético:
 “Los hombres siempre quieren eso, y si no se lo das se creen que no les quieres” confesó a su hija quizá dándoselas de recatada, porque los hechos apuntan a que le encantaba acostarse con hombres, sobre todo en su madurez, que se fue haciendo más frescachona y le gustaba fardar del estado en el que sus amantes abandonaban su cama debido a las cabriolas.
 Además se aseguraba de marcar con XX en su diario cuando disfrutaba de una sesión de sexo, que era día sí, día también. 
Su voracidad hace pensar en ese impetuoso frenesí por abrazar a Eros que se siente a veces ante el terror que provoca Thánatos, porque ¡qué cuesta arriba se le hizo envejecer!
 También a Greta, pero sus caminos fueron, una vez más, opuestos.

Greta, a los 36 se cortó la coleta, dejó el cine y la vida pública y se escondió. 
Ni siquiera fue a recoger el Oscar honorífico que le dedicó la Academia. 
Se dedicó a vivir camuflada bajo sombreros de ala ancha y gigantescas gafas de sol, sin teñirse ni arreglarse. 
Dicen que en su casa rompió todos los espejos y que se convirtió en una vieja precoz, huraña y solitaria.

Marlene, por contra, dio el callo en el escenario hasta casi los 80 ( miradla aquí cantando Lili Marlene en los años setenta)
Y no cesó de revelarse tozudamente contra el paso del tiempo, esforzándose lo indecible por aparentar ser aquella preciosidad que había sido.
 Se hacía apretadas trenzas que le estiraban el rostro, se parapetaba con pelucas, ceñidores, postizos, pieles y joyas y sólo se retiró cuando sus piernas ¡sus famosas piernas! perdieron la circulación.

Murieron con un par de años de diferencia. Marlene en París a los 91, Greta en Nueva York a los 85, las dos bastante solas. 
Las ultimas palabras de Greta fueron “ha sido una vida desperdiciada, desperdiciada, desperdiciada”, las de Marlene “Lo quisimos todo y lo conseguimos ¿no es verdad?”.


Bibliografía básica:

Marlene Dietrich, por su hija Maria Riva. Editorial Plaza y Janés.

Greta y Marlene. Safo va a Hollywood. Diana McLellan. Y&B Editores.

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