Queríamos que Grecia ganara a Alemania.
No porque fomentáramos ningún nacionalismo, de lo peor que podía pasar en Europa en estos momentos, sino porque a los ojos de muchos el equipo griego representaba Syriza, el Kommunistikó Kómma Elládas y la resistencia ciudadana, y el equipo alemán, simplificando un poco y bordeando claramente la injusticia, al gobierno Merkel y a los codiciosos amos que mueven sus hilos, el Deutsche Bank y sus poderosos colegas y alrededores.
Nuestra tristeza ha tenido en la mañana del sábado una pequeña compensación.
Nuestra tristeza ha tenido en la mañana del sábado una pequeña compensación.
El diario global e imperial ha entrevistado a Andrés Iniesta [1], uno de los jugadores más elegantes y precisos que se recuerdan.
Luis Martín, el periodista encargado, le habla de temas de la selección, y al final le pregunta: “
Luis Martín, el periodista encargado, le habla de temas de la selección, y al final le pregunta: “
¿Le afecta la crisis?”.
El magnífico jugador del Barça y de la selección responde así: “Hombre claro, no soy ajeno a los problemas que hay a mi alrededor…
El magnífico jugador del Barça y de la selección responde así: “Hombre claro, no soy ajeno a los problemas que hay a mi alrededor…
Ves que el de la panadería del barrio ha de cerrar, que han despedido a un amigo…
La sociedad está perdiendo valores de una manera evidente.
Tienes una hija y te da miedo imaginar el mundo que les estamos dejando a los niños…
Ya no es solo el problema económico.
Detrás de eso hay dramas personales que no puedes ignorar y que me preocupan, claro que me preocupan”.
Pues está bien, no dice ninguna cosa del otro jueves, pero está mejor que bien que alguien que vive, como Iniesta, una situación privilegiada, hable de crisis, de gentes despedidas, de panaderías cerradas, de miedo (¡miedo!), de pérdidas de valores, de dramas personales y de la preocupación por todo ello.
Pues bien, un ruego, una petición no imposible: si la selección gana el campeonato (si no, desde luego, no pasa nada) u obtiene un excelente resultado, no estaría de más que los seleccionados con las primas que van a conseguir, tuvieran algún gesto político-social.
Pues está bien, no dice ninguna cosa del otro jueves, pero está mejor que bien que alguien que vive, como Iniesta, una situación privilegiada, hable de crisis, de gentes despedidas, de panaderías cerradas, de miedo (¡miedo!), de pérdidas de valores, de dramas personales y de la preocupación por todo ello.
Pues bien, un ruego, una petición no imposible: si la selección gana el campeonato (si no, desde luego, no pasa nada) u obtiene un excelente resultado, no estaría de más que los seleccionados con las primas que van a conseguir, tuvieran algún gesto político-social.
No pasaría nada, no sería grave, hay antecedentes. Andrés Iniesta debería encabezar una actitud así. Muchos ciudadanos se lo agradeciéramos.
El periodista le pregunta finalmente: “una curiosidad. ¿Usted no será familia de Robe Iniesta?”
El periodista le pregunta finalmente: “una curiosidad. ¿Usted no será familia de Robe Iniesta?”
“¿El de Extremoduro?”, responde Iniesta.
“Pues creo que no, pero le tendré que preguntar a mi padre”, añade.
Andrés Iniesta tal vez no sea familiar del Iniesta extremeño y extremoduro, que también vale su peso en rebeldía.
Andrés Iniesta tal vez no sea familiar del Iniesta extremeño y extremoduro, que también vale su peso en rebeldía.
Pero uno de sus familiares, creo que un tío si no ando muy errado, fue militante del PCE en tiempos del fascismo y se la jugó en más de una ocasión.
Fundó, si no ando muy equivocado otra vez, una empresa pequeña para trabajos o arreglos de construcción a la que puso el nombre de “Compañero” o “Camarada”.
Y eso, todo eso, se nota.
Y eso, todo eso, se nota.
Es parte de las tradiciones obreras.
Otra de las muchas cosas que debemos agradecer a la inmensa influencia cultural-política del partido que fue eje de la resistencia contra la dictadura fascista del general criminal africanista.
Hasta aquí llegan los efectos de aquella lucha admirable.
Nota: [1] El País, 23 de junio de 2012, pp. 60 y 61
Nota: [1] El País, 23 de junio de 2012, pp. 60 y 61