Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

El trasfondo ideológico de los cambios en Cuba

Una breve aproximación al contexto histórico

No es posible explicar los principales cambios que se han observado en la subjetividad de la sociedad cubana de modo aislado, sin tener en cuenta los acontecimientos ocurridos en el contexto regional y mundial.

Entre los siglos XX y XXI el mundo experimentó importantes transformaciones en cuyo trasfondo estaba la destructiva e irrefrenable expansión del capitalismo transnacional, que tuvo en las debilidades estructurales y funcionales del socialismo en Europa Oriental y Asia y en el subdesarrollo de la periferia, factores que las facilitaron y catalizaron.

El tramo final del siglo XX vivió el retroceso del socialismo, la desaparición del Estado de Bienestar en Europa Occidental, la instalación de economías con predominio del mercado en China y Viet Nam y el debilitamiento y empobrecimiento de los estados nacionales en el llamado Tercer Mundo.

Desaparecido el equilibrio bipolar, el Primer Mundo con los Estados Unidos a la cabeza arreció sus pretensiones hegemónicas intentando configurar un esquema unipolar en el que un mercado minoritario y privilegiado de países altamente desarrollados, financieramente protegidos y militarmente poderosos ocupaban la parte superior de una pirámide sustentada por la subordinación en todos los órdenes del resto del mundo al cual miraron las transnacionales como a su dominio, sin fronteras ni límites jurídicos y éticos.

Pero el propio desarrollo desigual consustancial al sistema capitalista ha ido condicionando el surgimiento de fuertes tendencias hacia una configuración multipolar del mundo, en el que, sin embargo, predomina el mercado capitalista y su lógica.
 
 Por otra parte, el proceso de creciente empobrecimiento, destrucción del medio ambiente, la acumulación de injusticias y el empleo indiscriminado de la fuerza han hecho emerger importantes manifestaciones de rechazo popular, algunas con matices orgánicos visibles que en el caso del entorno latinoamericano y caribeño llegan a cristalizar en gobiernos populares que se enfrentan con mayores posibilidades a los poderes fácticos de sus países y se plantean cambios estructurales de largo alcance.

La actual crisis capitalista mundial, ha agudizado las contradicciones generatrices de luchas populares en el propio primer mundo, que han elevado a un plano notable una crítica callejera al capitalismo, pero hasta el presente inorgánica, además de carente de una perspectiva teórica y política que la oriente y le otorgue coherencia, sistematicidad y perspectiva.

Para Latinoamérica y el Caribe, lo que está sucediendo en el Primer Mundo sirve de alerta respecto de la naturaleza del capitalismo, revelando su incapacidad para resolver sus contradicciones, sin ideas nuevas respecto de cómo enfrentar la crisis que la naturaleza del sistema genera y empleando la represión de múltiples formas como modo de contener la indignación y las protestas populares.

En este contexto, la sociedad cubana que ha pasado por medio siglo de experiencias signadas por la finalidad de desarrollar una sociedad de naturaleza socialista, si bien ha realizado importantes y sostenidos logros sociales, no ha llegado a construir un sistema maduro en el que tenga lugar un metabolismo socioeconómico socialista funcional, estable, eficiente, y tiene hoy ante si el peligro de derivar hacia el capitalismo, pero también la alternativa de mantener la lucha por encontrar una solución continuidad orientada al socialismo.

Este es un momento de importantes definiciones y decisiones. Cuba no puede proponerse competir en el orden de la producción material con los países capitalistas desarrollados ni promover una imagen de bienestar sobre la base de los patrones consumistas del capitalismo tardío, pero si no es capaz de un desarrollo que asegure el crecimiento proporcional y eficiente de sus capacidades productivas, no serán suficientes los llamados políticos ni los postulados ideológicos.

Otra breve aproximación, esta vez a algunos aspectos de los cambios en la mentalidad del cubano.

Cualquier intento, el más completo y preciso, no podría reflejar con toda fidelidad el complejo proceso de transformaciones de la mentalidad del cubano a lo largo de más de medio siglo y hasta hoy, mentalidad que de entrada es ella misma una abstracción que dejará al margen obligadamente infinitas particularidades y singularidades. 
 
Pero el intento permitirá una cierta plataforma para orientar el análisis para cuyo desarrollo emplearemos como sujeto: “las mayorías ciudadanas”.

Al triunfar la revolución, Cuba era un país capitalista dependiente. La mentalidad de las mayorías ciudadanas se correspondía con esa realidad. Si bien sentían y sufrían las desigualdades sociales, la desocupación, la pobreza, el analfabetismo, la discriminación, la corrupción administrativa y gubernamental, el abuso de poder y muchos otros males sociales, salvo muy contadas excepciones, no vinculaban esas calamidades con el sistema socioeconómico y político.

Enero de 1959 trajo a las mayorías ciudadanas, primero, la alegría de la derrota de la dictadura pronorteamericana y corrupta de Batista y junto con ello la satisfacción por las sucesivas leyes a su favor que las dignificaban, las cuales iban acompañadas de una prédica revolucionaria que fue abonando un cambio de mentalidad, esclareciendo y explicando las causas reales de los problemas e injusticias que sufrieron desde antes y después de 1902i, a la vez que se abrían oportunidades de desarrollo individual y familiar insospechadas. Todo ello cimentaba y consolidaba el patriotismo, el sentimiento de libertad, soberanía, independencia, así como la imagen generalizada de un futuro posible de bienestar general.

En un plazo históricamente breve, las mayorías ciudadanas experimentaron un importante cambio de mentalidad; desterraron los estereotipos anticomunistas, comprendieron que su situación desventajosa era el resultado de las contradicciones del sistema capitalista, vieron posibilidades reales en la orientación socialista y con esas armas ideológicas y políticas derrotaron a la contrarrevolución interna, a los invasores de Playa Girón, a las bandas contrarrevolucionarias, arrostraron con valor y entereza los enormes peligros de la Crisis de Octubre y los sacrificios impuestos por el bloqueo económico.

En esos años, el empoderamiento de las mayorías ciudadanas tenía lugar con rapidez y autoorganización en los barrios, en los territorios, en los medios de producción y servicios nacionalizados por la revolución cuyas riendas tomaban en sus manos, en las organizaciones revolucionarias que surgían en las que cristalizaba la voluntad de cambiar la realidad en todos los órdenes; en la defensa del país, a través del fortalecimiento de las fuerzas armadas y del surgimiento de las milicias y de la vigilancia popular. 
 
Las mayorías ciudadanas se incorporaron a los planes educacionales y de salud y participaban activamente en la organización de toda la vida nacional. 
 
Se estaba formando una institucionalidad revolucionaria en la que había improvisación y desorganización, pero a través de la cual se canalizaban positivamente las dinámicas de cambio en la sociedad.

La condición de país subdesarrollado, los necesarios gastos materiales y humanos para la defensa, el bloqueo norteamericano y otras agresiones imperialistas, la inexperiencia y el desconocimiento en materia de organización y administración, hicieron elevado el costo de la consolidación del proceso revolucionario, la cual se alcanza en lo fundamental en la segunda mitad de la década de 1960, cuando es derrotada definitivamente la contrarrevolución interna, es asimilado el impacto brutal del bloqueo económico y se estabilizan las relaciones con los países socialistas, en particular las comerciales y militares.

Las mayorías ciudadanas eran protagonistas directas del proceso revolucionario en todos los órdenes, eso creó una mentalidad generalizada de compromiso, deber, participación, colectivismo, compañerismo cultivando un elevado humanismo en ellas. 
 
La incorporación ciudadana a las iniciativas sociales se abría paso con el apoyo de esa conciencia y con la postergación autoconsciente de aspiraciones individuales y familiares.

Las mayorías ciudadanas asimilaron la creación del sistema igualitario de distribución de bienes de consumo universalmente subsidiados que instaló la Libreta de Abastecimientos, la cual puso en pie de igualdad a todos, al que tenía alta calificación y al que tenía escasa calificación, al que tenía una vivienda amplia y confortable y al que vivía en un solar, al que tenía vehículo personal y al que se transportaba en los medios públicos, al dirigente político y al ciudadano común.

Situándose por encima de la herencia en la división social del trabajo que naturalmente condicionaba la mentalidad de sectores, individuos y grupos, la Libreta de Abastecimientos ponía en pie de igualdad a todos al facilitar el acceso a la misma alimentación, la ropa, el calzado, otros artículos industriales, lo que junto al acceso universal a la educación y la asistencia médica, además de otras leyes revolucionarias, como la que limitaba el monto del pago de alquileres a una proporción igual de la entrada familiar, cimentaron por encima de las diferencias por capacidades, preparación y lugar ocupado en el edificio social, un sentimiento de igualdad, de justicia, que nutría el amplia sentido de la solidaridad humana que condicionaba la participación de las mayorías ciudadanas en las tareas de la revolución.

La unidad de los cubanos alrededor del proceso revolucionario, dinámica que en lo político se expresó en la disolución rápida y espontánea de los partidos electoreros corruptos y en la sucesiva creciente integración y luego fusión de las organizaciones revolucionarias primero en las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas), luego en el PURS (Partido Unido de la Revolución Socialista) y finalmente en el PCC (Partido Comunista de Cuba) estaba condicionada en sus bases por esas leyes y medidas de amplia justicia social y contaba con el correlato de la sensibilidad positiva que creaba en las mayorías ciudadanas el patriotismo y calidad moral de los dirigentes e integrantes de estas organizaciones y el liderazgo, la ética, las cualidades de estratega y la pedagogía revolucionaria de Fidel Castro.

Con esas sólidas bases, la revolución intentó diferentes modelos de organización y sistematización del metabolismo socioeconómico del país, sobre la base del predominio casi total de la propiedad social sobre los medios de producción y servicios y demás propiedades socializadas y las herramientas de la planificación.

Una vez consolidado el poder revolucionario, tiene lugar a fines de la década de 1960 un ensayo integral de lo que constituyó el primer proyecto nacional de desarrollo. 
 
Este proyecto concebido íntegramente en el país, se basaba en las condiciones de país productor de azúcar, pero rebasaba lo económico. 
 
Contemplaba el predominio de la conciencia, la eliminación del estímulo material y partió en 1968 con la decisión de extirpar la raíz económica del sistema mercantil, eliminando la pequeña propiedad privada que sustentaba un extendido cuentapropismo, en muchos casos con tradición familiar y local. 
 
El objetivo estratégico era liquidar el último reducto de propiedad privadaii y con ello dar un golpe definitivo a la raíz económica del sistema mercantil y a la ideología burguesa. 
 
Todas las actividades que asumían antes los trabajadores por cuenta propia, debían ser en lo adelante asumidas por el Estado.iii

Junto con ello se desvinculó el salario del rendimiento individual, se liquidó el sistema contable instalándose una economía material, se proveyó a diferentes sectores sociales de amplias prestaciones que incluían alimentos, ropa, etc. las cuales recibían los beneficiados sin costo alguno. 
 
Desapareció casi totalmente la práctica de pagar impuestos.
 
 Las organizaciones sindicales de los trabajadores fueron sustituidas por un movimiento de vanguardia denominado Movimiento de Avanzada; una generosa legislación laboral permitía a los trabajadores que fueran miembros de ese movimiento, extremas consideraciones, entre ellas que recibieran una jubilación equivalente al 100% del salario. 
 
Tales prácticas, en particular la desmedida política de gratuidades, influyeron en la mentalidad de la población que se sumaba también voluntariamente a los planes impulsados entonces (la Zafra de los 10 Millones, los cordones agropecuarios, la construcción de viviendas, etc.).

La revolución cifraba sus planes futuros en la conciencia ciudadana, que en ese proceso cultivó y consolidó conceptos igualitaristas de vida ya presentes desde los primeros años. Se calificaba al pueblo cubano de un pueblo de comunistas, se sustentaba la concepción de construcción paralela del socialismo y del comunismo.iv

Si bien en aquellos años, la población alcanzó y desarrolló importantes valores solidarios, quedando el saldo positivo de haberse planteado un proyecto integral y de movilizar a las mayorías ciudadanas en los propósitos sociales, el fracaso de los planes económicos, las consecuencias en el exceso de liquidez, la desorganización introducida en muchos sectores por las constantes movilizaciones a la agricultura y la atención que concitó el programa de producción de grandes cantidades de azúcar, la desatención a otros cultivos y otras consecuencias negativas, obligaron a una profunda rectificación del rumbo que derivó en la copia del sistema de dirección de la economía vigente entonces en la URSS y los países socialistas europeos integrados al Consejo de Ayuda Mutua Económica que constituyó la base de un segundo modelo de desarrollo, aprobado en 1975 por el I Congreso del PCC.

La aplicación de este sistema, reconoció el estímulo material, vinculó el salario con la norma, recuperó el sindicalismo, reimplantó una economía con controles contables, y aunque se mantuvieron importantes gratuidades, estas se concentraban en lo social.
 
 Las bases del nuevo sistema estaban en contradicción con la psicología igualitarista arraigada en los años precedentes, psicología que, sin embargo, se manifestaba sobre todo en las relaciones de las personas con el Estado y no tanto en las relaciones directas entre personas.

En la lógica del sistema aplicado, los trabajadores debían responder a las necesidades del proceso productivo y en correspondencia con ello recibirían sus ingresos. 
 
En la producción de bienes y servicios la relación no estaría ya mediada por la conciencia, sino por la economía, lo que debería haber contribuido al fortalecimiento de la conciencia económica, sin que el propósito fuera dejar sin efecto el papel de otros componentes importantes de la ideología, pero el sobredimensionamiento del estímulo material conspiró contra ese propósito y en realidad, el apostar más de lo necesario a los mecanismos, disminuyó el papel de lo político y lo ideológico, lo formalizó.

Aquel proceso no fue solo un cambio en el metabolismo socioeconómico de la sociedad cubana, se complementó en el plano de la organización general del Estado, en la división política administrativa y en la institucionalidad del país.

Durante dos lustros se construyó este sistema que fue dejando importantes logros en el plano organizativo y al contar con el respaldo del CAME la economía cubana creció casi duplicando el PIB y dejando un saldo positivo en la infraestructura y el crecimiento del sector industrial; se desarrollaron aceleradamente la educación y los servicios de salud, mejoró notablemente la alimentación y el suministro de ropa y calzado, se incrementó la esperanza de vida, disminuyó la mortalidad infantil y materna, mejoró notablemente la situación de la vivienda, pero no se alcanzaba la eficiencia, el país se endeudaba.

Paralelamente a esas realizaciones se absolutizó el papel de los mecanismos al punto de deformar sus objetivos primarios, se abusó del estímulo material, se entronizaron vicios administrativosm entre ellos el sectorialismo y se incrementó el desvío de recursos.
 
 A nivel de la conciencia de las grandes mayorías ciudadanas hubo un repunte del individualismo expresado particularmente en el decaimiento del trabajo voluntario, en gran medida por falta de convocatoria de las organizaciones políticas y sociales.

Se hizo imprescindible una nueva rectificación, pero esta vez no se partiría de un modelo previamente concebido para sustituir al anterior, sino que tendría lugar primero un inventario de los problemas que aquejaban a la economía y al funcionamiento integral del país con la intención de avanzar de abajo hacia arriba, en la construcción gradual de un nuevo metabolismo socioeconómico que superara los errores y las tendencias negativas observadas.

El afán rectificador logró un despertar de los valores solidarios de las grandes mayorías ciudadanas, hubo una amplia participación popular, expresada en la construcción de obras sociales, en la participación activa en las iniciativas que iban surgiendo, los contingentes de la construcción, las nuevas formas organizativas del trabajo, la recuperación del multioficio, etc. 
 
La conciencia solidaria de las mayorías ciudadanas que en los años de decaimiento del trabajo voluntario productivo se había refugiado en las tareas de preparación de la defensa del país, encontraba ahora nuevos derroteros para expresarse y desarrollarse.

En ese propósito sorprende a la sociedad cubana la desaparición de la URSS y del campo socialista.

Desde el punto de vista de la conciencia de las grandes mayorías ciudadanas, hay que distinguir al menos dos momentos de lo que se ha conocido como “período especial”: antes y después de la despenalización de la tenencia y uso de divisas libremente convertibles.

No es posible en el breve espacio de una ponencia hacer una descripción exhaustiva de la etapa que siguió al debilitamiento y posterior desaparición del campo socialista, etapa cuyas consecuencias se han prolongado hasta nuestros días. Basta señalar como indicador económico que Cuba no ha podido aún recuperar el bienestar general que se había alcanzado en la segunda mitad de la década de 1980.

En los largos años de escasez y de penurias sin alivio repuntó el individualismo en la sociedad cubana. Valores solidarios antes compartidos y expresados en las relaciones humanas por las grandes mayorías ciudadanas, se debilitaron refugiándose en el ámbito familiar.

Si bien en los años de aplicación del sistema copiado y la posterior rectificación también hubo casos de corrupción, existía el mercado subterráneo y el desvío de recursos pertenecientes a toda la sociedad para cubrir necesidades individuales y familiares, durante el Período Especial se ampliaron estas manifestaciones negativas, creándose una pseudo-moral familiar, local, grupal, vecinal que lo justificaba ampliamente.

A ello contribuyó también la complejidad y dificultad de encontrar un nuevo metabolismo socioeconómico que pusiera en orden las cosas, con soluciones que dieran cuenta de un modo apropiado -universalmente reconocido- de distribución del producto social. 
 
De hecho, hay que tener en cuenta que esa “corrosión”v jugó un papel en la estabilidad y gobernabilidad de la sociedad cubana, al aliviar la presión social de las necesidades. 
 
Por largos años, Cuba no recibía préstamos ni recursos para invertir, vivía estrictamente con lo que tenía. 
 
La respuesta a la pregunta de por qué si se logró sobrevivir con lo que se tenía, no pudo ordenarse de modo fluido, legal, sin contravenciones, la distribución de eso mismo que se distribuía mediante la apropiación ilegal de los recursos, revela los argumentos de por qué resultó funcional la susodicha “corrosión”, a pesar de sus connotaciones indiscutiblemente negativas.

Los primeros años del Período Especial fueron de una resistencia colectiva que puso a prueba la conciencia revolucionaria de las grandes mayorías ciudadanas. 
 
Por varios años fue imposible detener la recesión provocada por la desaparición de los principales socios comerciales de Cuba. 
 
Las primeras medidas para contrarrestar con resultados concretos comenzaron a concretarse en 1993. Una de ellas, la despenalización de la tenencia y uso de divisas libremente convertibles que abrió paso a la creación de las Tiendas de Recuperación de Divisas y con ellas a la doble circulación monetaria, significó un trauma importante para la conciencia de las mayorías ciudadanas, ya que a partir de ahí, las remesas del exterior y la relación con los cubanos residentes en el exterior, vistas antes con ojeriza, quedaban de facto institucionalizadas en la cotidianidad ciudadana. 
 
El dólar, símbolo del dinero imperialista, circulaba ahora libremente en el mercado donde había lo que no había para las grandes mayorías ciudadanas.vi

Si bien la doble circulación monetaria, hoy metamorfoseada en la prohibición de circulación de las divisas convertibles que deben ser cambiadas por el Peso Cubano Convertible (CUC), evidenció importantes desigualdades sociales, no ha sido ese, en mi criterio, el efecto pernicioso más importante del período especial, tampoco los casos mayores de corrupción visibles a partir de las relaciones con el capitalismo, sino la mencionada “corrosión”, que legitimó en muchos el aprovecharse de bienes que pertenecen a todos y la “privatización” tanto de nichos en el comerciovii, como de funciones públicasviii.

Lo que se ha persistido en la conciencia ciudadana

¿Cuál es la psicología actual del cubano? ¿Cómo se relaciona con la expansión de las relaciones mercantiles implícitas y explícitas en los Lineamientos de la Política Económica y Social aprobados por el VI Congreso del PCC?

A lo largo de los diferentes intentos de sistematizar el metabolismo socioeconómico del país sobre la base del predominio de la propiedad social, la planificación y la justicia social, se han logrado mantener con altas y bajas, logros fundamentales de la revolución socialista en el terreno de la seguridad social, la alimentación, salud pública, el suministro de agua potable, de electricidad, y otros importantes aspectos de la vida del país. 
 
Las grandes mayorías ciudadanas han visto ampliados sus horizontes de conocimientos ha habido un importante cambio en su mentalidad, caracterizado en lo fundamental por su identificación con los propósitos revolucionarios socialistas, pero en las grandes mayorías ciudadanas, en todos esos momentos, se mantuvo incólume la psicología del intercambio de equivalentes.

El compañero Fidel expresó en el aula magna de la Universidad de La Habana el 17 de Noviembre de 2005, que el principal error de la revolución había sido suponer que sabíamos algo de socialismoix. Probablemente la ignorancia fundamental ha estado en ignorar la presencia de esa psicología o eventualmente en la imposibilidad -aun reconociéndola- de cambiarla por decreto.

Esa psicología es la que viabiliza ahora el papel ordenador y constructivo de las relaciones mercantiles. En efecto, el cubano considera justo intercambiar equivalentes, lo cual rige no solo para el intercambio de objetos, sino también para justipreciar el valor de su capacidad laboral.

El proceso de superación de la “corrosión” si bien no puede prescindir de la aplicación de la ley, debe ser un proceso esencialmente económico y político, entre otras razones porque no toca a un puñado de personas corruptas, irrecuperables o delincuentes, sino al ciudadano común, el mismo que está sindicalizado, participa en los CDR, en la FMC, asiste a votar y vota correctamente cuando hay elecciones, etc. Se trata entonces de recuperar la disciplina y el respeto por lo ajeno.

Ahora bien, la solución es fundamentalmente económica en el sentido de rescatar el orden, la disciplina, el control estricto de los recursos y de su empleo y de encontrar mecanismos que, como rezan los Lineamientos de la Política Económica y Social, motiven el trabajo y lo remuneren conforme a su cantidad y calidad, pero también la labor ética, ideológica y política es imprescindible, ya que hay zonas de esa “corrosión” que no podrán ser abordadas y cambiadas solo con medidas económicas y organizativas.

No puede pensarse, sería forzar la realidad, que es posible hacer los grandes cambios que se requieren hoy simplemente porque se adoptan acuerdos y se hacen llamados a cambiar la mentalidad. 
 
La mentalidad solo cambiará al ritmo de los cambios en las bases mismas del metabolismo socioeconómico de la sociedad cubana, cambios que deben ser acompañados de los correspondientes en los planos organizativos y jurídicos normativos. 
 
De poco vale repetir que hay que cambiar, hay que esclarecer cómo, y esto último no es posible en los detalles, pero sí en sus líneas maestras.

Eso implica, por ejemplo, que hay que crear los espacios económicos y las motivaciones eficientes para que se desarrolle la creatividad de los productores de bienes y servicios y junto con ello el amparo jurídico normativo para su actividad, el amparo para los que producen esos bienes y para quienes los adquieren para cubrir sus necesidades.

El reconocimiento de la persistencia en la sociedad cubana de una psicología de intercambio de equivalentes es la base para desarrollar las correspondientes políticas que estimulen la creatividad, la iniciativa y el esfuerzo extra que el país necesita. 
 
Naturalmente también son imprescindibles las inversiones, pero la experiencia nos ha demostrado que el desconocimiento de la cultura del intercambio de equivalentes conduce a la ineficiencia.

El socialismo necesita de una certera intencionalidad social, cultural y política, además de condiciones materiales, para que tal intencionalidad tenga éxito.

Socialismo y mercado si bien son conceptos –y realidades- que expresan un proceso contradictorio, solo pueden ser vistos como una suerte de oxímoron o de realidades incompatibles para quienes tienen una mentalidad dogmática y mecánica, aquella que resulta indispensable para poder a renglón seguido afirmar que no puede existir una transición socialista, ya que “si hay mercado, no puede haber socialismo”. 
 
Ese es un enfoque mediocre incapaz de comprender la dialéctica de la transición.

El mercado, vale repetirlo, es una realidad que le ha sido necesaria a los seres humanos, pero no solo una realidad económica, sino también psicológica, cultural. 
 
Si el intercambio de equivalentes entre las personas y grupos de personas, no tuviera asidero cultural, no existiría, si no fuera necesario, la humanidad lo habría desechado en algún momento y ese momento tampoco es ahora.

Sin embargo, las finalidades psicológicas, culturales, ideológicas y políticas definidas en los objetivos de justicia social, equidad, igualdad, humanismo, solidaridad, cooperación que contiene la idea socialista genuina, también constituyen realidades, existen y cobran materialidad desde su existencia como necesidades humanas, como potencialidades que buscan llenar los enormes vacíos que deja el mercado.

A estos vacíos se añaden ahora problemas globales, cuya urgencia física en tanto tal trasciende las pugnas políticas e ideológicas, pero coexiste inevitablemente con ellas en esta hora crucial de la humanidad.

Las estructuras mentales, los modelos de entendimiento de las personas, que persisten hoy en la sociedad cubana han sedimentado por décadas como resultado de la incomprensión de la realidad de esa psicología de intercambio de equivalentes, que no es posible superarla de un día para otro, por decisiones voluntaristas por más justificadas que estén desde el punto de vista de su humanismo.

El intercambio de equivalentes que fundamenta las relaciones mercantiles básicas y a cuya cuenta hay que cargar la correspondiente psicología que estas construyen y reafirman en la sociedad, tiene un papel regulador que nace de la aceptación generalizada de esa norma, considerada justa y legítima y jerarquizada como principio de convivencia, como fundamento de las relaciones humanas.
 
 En este sentido las relaciones mercantiles tienen en las condiciones actuales de la sociedad cubana un lado constructivo, ordenador, regulador de las relaciones entre las personas, contribuyendo a recuperar el valor del trabajo y sobre esta base recuperar el trabajo como valor.

¿De qué modo se ha debilitado el trabajo como valor en la sociedad cubana, cuya ciudadanía ha sido capaz de las mayores proezas y esfuerzos, como los derrochados durante los difíciles años del período especial? La respuesta es simple: porque se perdió el valor del trabajo. 
 
El trabajo se convierte en un valor ético no porque se diga que es importante, sino por el significado positivo que tiene para la vida de la gente, porque le provee de modo legítimo y reconocido socialmente, los medios para satisfacer sus necesidades, porque en el esfuerzo laboral que contiene el resultado del trabajo se reconoce una actitud ciudadana positiva.
 
 La ética socialista es una ética “de carne y hueso”

El hecho de que las relaciones mercantiles en las condiciones de la propiedad privada y del Estado capitalista que la ampara se hayan convertido en un monstruo depredador no sustrae la importancia de los niveles reguladores del metabolismo socioeconómico que puede proveer en el socialismo la psicología del intercambio de equivalentes si se logra desarrollar una concepción sistémica dinámica que logre articular eficientemente la economía, con las estructuras organizativas, con las leyes y con la ideología y la política.

La negación de la coexistencia conflictual, pero constructiva, de una orientación sociopolítica socialista con las relaciones mercantiles (que resulten el complemento natural de la psicología de intercambio de equivalentes persistente como cultura en la actualidad y por un tiempo prolongado que puede constituir toda una etapa histórica), es la negación de la posibilidad de una transición socialista. 
 
En otras palabras, equivale a decir que el capitalismo como sistema -aun con todas sus injusticias y calamidades- es eterno y no hay modo de superarlo.

La mano invisible de la conciencia

La racionalidad es consustancial a la vida de la sociedad y por ende también a su economía. 
 
Los enormes desafíos del mundo actual que vive en un medio natural depredado principalmente por la irracionalidad del mercado capitalista, donde la lista de recursos escasos crece y su escasez también, imponen el imperativo de ahorrarlos, de ser eficientes y racionales tanto en la producción como en el consumo.

El capitalismo tardío no tiene resortes para controlar el consumo, ya que es una sociedad condenada a crecer para existir. 
 
Toda su lógica se derrumba ante la pregunta elemental que plantea la contradicción entre un planeta finito y la supuesta infinitud del modo capitalista de producción y de vida.

La sociedad cubana en transición socialista no puede proponerse en el orden de la producción material competir con el capitalismo desarrollado ni medir su avance social con los parámetros del consumismo capitalista, pero si no es capaz de un desarrollo que asegure el crecimiento eficiente de sus capacidades productivas y encontrar espacio real para el desarrollo suficiente de las mayorías ciudadanas, no podrá compensarlo solamente con las reservas ideológicas y vivirá el debilitamiento de los fundamentos socialistas vigentes, y el retroceso.

¿Qué entender por eficiencia en una sociedad de orientación socialista? 
 
Obviamente algo bien diferente de la eficiencia del capitalismo.
 
 A la sociedad capitalista le interesa el valor de uso de los bienes y servicios que produce en la medida en que sin este no puede realizar el propósito esencial de su metabolismo socioeconómico que es el de proveer ganancias para los dueños de los medios que generan esos bienes y servicios. 
 
En función de esa finalidad esencial, la eficiencia se mide por este indicador, si hay ganancias es eficiente, o también, es eficiente lo que genera ganancias, o también, es más eficiente si genera mayores ganancias. 
 
Aunque proclama que la búsqueda del beneficio individual es el motor del progreso y que “la mano invisible” del mercado se ocupa de poner las cosas en su lugar, en realidad al capital no le importan ni las personas ni la naturaleza. 
 
El imperativo de mayores ganancias rige ese metabolismo depredador.

Ahora bien, si al capitalismo le interesa el valor de uso de lo que produce su metabolismo socioeconómico solo en la medida en que a través de este los que poseen los medios de producción y distribución de los bienes y servicios pueden acumular ganancias, al socialismo le interesan las ganancias solo en la medida en que estas le permiten satisfacer las necesidades de la sociedad a través del valor de uso de lo que produce su metabolismo.

Pero cualquier sociedad en el mundo de hoy que pretenda un camino socialista, tiene obligadamente que “pactar” con las relaciones mercantiles generadas inevitablemente por la cultura del intercambio de equivalentes presente en la psicología del ciudadano común y, además, no tiene otra opción que reconocer que el entorno mundial en el que tiene lugar el propósito socialista se rige implacablemente por el mercado maniatado por el poder de las transnacionales, que ha instalado en una parte importante y socialmente relevante de la humanidad patrones consumistas en correspondencia con su lógica de mayores ganancias.

Eso significa que en la producción de bienes y servicios en una sociedad como la cubana, que se orienta hacia la construcción socialista, le corresponde defenderse del lado destructivo de las relaciones mercantiles, pero no puede ignorarlas, so pena de no alcanzar la eficiencia de su metabolismo socioeconómico.
 
 Pero no se trata solamente de defenderse del lado destructivo y es aquí donde juega un papel insustituible la educación, la ideología, la ética, el sentido de la vida, la dignidad.

Por ello a la mano invisible de las relaciones mercantiles hay que acompañarla con la mano invisible de la conciencia, de la ética, de la cultura, de la legitimidad de una juridicidad que pone límites al potencial crecimiento del afán de lucro, de la ideología que es la que pone límites e impide que la lógica mercantil crezca como la mala hierba y se adueñe de la sociedad, invadiendo todos los espacios públicos y no públicos y en el caso de la sociedad cubana subordinándola nuevamente a los designios del Norte, con los previsibles resultados funestos para la independencia, la soberanía, la identidad cultural y el bienestar de las mayorías.

En el momento en que los Estados Unidos y los países capitalistas desarrollados relanzan la ideología liberal en forma pura y trabajan sistemáticamente por reinventar viejos valores burgueses, es aún más importante la defensa y promoción de los valores de la ideología revolucionaria socialista, con mayor razón cuando es imprescindible una política económica que favorece –aunque con límites- el mercado.x

Por esa razón tampoco hay soluciones aisladas; las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política tienen que articularse de modo armónico para que se aprovechen las potencialidades organizativas y reguladoras que mantiene el intercambio de equivalentes vigente en la subjetividad de la sociedad cubana actual, pero subordinado a la orientación de justicia y equidad que sostiene la ideología socialista y el proyecto de socialidad que esta postula en sus rasgos generales.

Sin prisa, pero sin pausa. Práctica y teoría

Todo proceso de cambios estructurales en una sociedad, implica poner en tensión todas sus potencialidades, pero también evitar errores que pueden ser muy costosos, llevados por el entusiasmo y la improvisación. Hay que ir paso a paso. En este proceso es preciso atender al desarrollo de una teoría general de la transición socialista en Cuba.

En el enfoque de todo el proceso de transformaciones que experimenta hoy la sociedad cubana, se ha abierto un espacio mayor a las diferentes disciplinas y entidades de las ciencias sociales para que aporten sus resultados, se han creado comisiones, grupos de trabajo, que se incorporan orgánicamente a los cambios que están teniendo lugar. 
 
Todo ello constituye un avance importante y ha creado las bases para el paso siguiente, en el cual es imprescindible avanzar: el de la mirada integral que comience a generar aportes teóricos de alcance universal para el proceso de cambios que tiene lugar en el país.

En efecto, el apotegma leninista que recuerda que sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario requiere en lo tocante a la teoría revolucionaria de la transición socialista que se jerarquice el concepto de una ciencia del socialismo, fase de la teoría revolucionaria para la cual tenemos las bases creadas como resultado de la rica experiencia acumulada y los avances en las últimas décadas de las ciencias sociales en Cuba. 
 
Una teoría general de la transición socialista que emergerá de la vida misma, no de la especulación.

Cabe insistir -una vez más- en que la transición socialista, proceso consciente por definición, necesita de la anticipación construida a partir de los datos que aporta constantemente la realidad social y de la puesta en práctica y enriquecimiento sistemáticos de la teoría, a partir de los resultados.
 
 Esta construcción debe conjugar armónicamente las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política, sin cuya adecuada articulación, se produciría un doble efecto negativo, el de la ineficiencia y el de la incoherencia en la vida cotidiana de la ciudadanía con resultados perjudiciales para la ideología revolucionaria.

La teoría del socialismo tiene varios ámbitos, campos u objetos fundamentales de estudio, sistematización y conceptuación, todos indisolublemente vinculados entre sí, y que deben investigarse en la dialéctica de lo nacional y lo internacional, entre los cuales deben mencionarse:

El ámbito económico

El ámbito medioambiental

El ámbito científico tecnológico

El ámbito jurídico normativo

El ámbito organizacional

El ámbito político

El ámbito ideológico

El ámbito comunicacional

En su integralidad, expresan lo fundamental del enfoque cultural de la teoría socialista, ya que si bien en la abstracción podemos diferenciarlos para su estudio y acciones conscientes de transformación, en la vida cotidiana de la ciudadanía, del trabajador, de la familia, inciden simultáneamente por lo que las incoherencias que se observen en las decisiones en uno u otro campo, conducen a desequilibrios nocivos para el proceso de desarrollo cultural, vale decir, duradero, sólido, de la sociedad en dirección al socialismo.

Los ejemplos que pueden situarse para ilustrar lo nocivo de estos desequilibrios son numerosos: llamados políticos que no tienen asidero en la cotidianidad de la población, soluciones económicas que no tienen el respaldo jurídico correspondiente, el retraso de los cambios en el plano organizativo en relación con la realización de los objetivos económicos, y un largo etcétera.

El desarrollo de una teoría general de la transición socialista necesita para ser eficiente de una constante construcción del saber sobre la transición socialista en estrecho vínculo con las mayorías ciudadanas, protagonistas principales del proceso.
 
 Cuando se habla de “poner el oído en la tierra” no es para ver cómo tiene lugar lo que se concluyó teóricamente en un cónclave académico, ni para controlar cómo se realiza la voluntad emanada “de arriba” y eventualmente tomar nuevas decisiones, sino para aprender del pueblo, que como dijera Fidel es el gran maestro de los revolucionarios.

La sostenibilidad del ideal socialista no está en una formulación teóricamente consistente por más perfectamente redactada que esté, sino en la coherencia integral del sistema, en la identificación de las mayorías ciudadanas con el metabolismo socioeconómico de la sociedad en transición al socialismo y con la funcionalidad de las diferentes formas de actividad armónicamente articuladas.

El sujeto de la formulación de los cambios plasmados en sus aspectos concretos en los Lineamientos de la Política Económica y social no fue solo “El Estado”, ni solo “El Partido”, fue una expresión concreta de la articulación del sujeto colectivo, perfectible sí, pero eficiente, al permitir elaborar una política que hoy se desarrolla con participación de las mayorías ciudadanas. 
 
Pero la articulación de las actividades fundamentales que también son objeto de la elaboración de una teoría general de la transición socialista, particularmente la actividad socioeconómica, la organizativa, la jurídica normativa y la ideológica política, requerirá sucesivas y crecientes redistribuciones de poder hacia los territorios, las comunidades, los colectivos laborales, las diferentes organizaciones, dentro siempre de lo establecido por la constitución socialista la cual, como ha sucedido en ocasiones anteriores, deberá ser modificada a tono con las nuevas exigencias, pero no más allá, no desde una perspectiva que favorezca el liberalismo, sino manteniendo los principios socialistas, la perspectiva socialista.
 
 Con esa legalidad debe construirse el Estado de Derecho Socialista, con todos y para el bien de todos.

Con el proceso revolucionario de 1959 y el desarrollo de la ideología socialista, los valores legados por generaciones anteriores que lucharon par la liberación de los cubanos cobraron nuevos contenidos, fueron resignificados por la historia de los cambios revolucionarios.

El patriotismo se enriqueció con la conciencia internacionalista que identifica en los hechos la máxima martiana que enseña que patria es humanidad junto con los fundamentos socialistas que garantizan una patria con todos y para el bien de todos.

Con la revolución socialista, la libertad se despojó del individualismo consustancial al concepto liberal de libertad y adquirió el sentido martiano de tiranía del deber al nutrirse con los valores del colectivismo.

La independencia nacional pasó de ser vista como algo mucho mayor y trascendente que un color en el mapa, una bandera y un escaño en las instituciones internacionales, para vincularse indisolublemente al poder de las mayorías ciudadanas, ese que garantiza que no se confíe en el imperialismo “ni tantito así” y que no prospere la idea de hacerle concesiones bajo el disfraz de la flexibilidad y la negociación, sin que ello implique en modo alguno una política exterior petrificada.

Son muchos los ejemplos que demuestran el desarrollo de la ideología revolucionaria cubana en tanto producto histórico cultural de la sociedad cubana. 
 
Bastan, sin embargo, los mencionados para demostrar que los cambios en curso requieren más ideología socialista en el futuro y no suponer que se pueden enfrentar con éxito los desafíos del futuro con un regreso romántico u extraviado a la pretensa pureza del liberalismo.

Es cierto que hay una relación perversa en el mundo de hoy. Un país subdesarrollado puede hacer ingentes esfuerzos por mejorar la eficiencia de su economía, crecer –incluso con un cuidado especial en la preservación del medio ambiente y los recursos naturales- y ello no reflejarse en el bienestar de las mayorías ciudadanas, simplemente por el hecho del crecimiento de los precios de muchos productos en el mercado internacional, causado por el dominio monopolista del mercado ejercido por las trasnacionales y las macabras operaciones especulativas del capital financiero.

Pero la pregunta es la siguiente: ¿Abandonar la intención de luchar por una sociedad de justicia social y deponer las armas ante las transnacionales o perseverar en el propósito de una sociedad con justicia social?

Estamos en el proceso cubano actual ante un cambio integral, más que una actualización o una reforma, que no tiene ni puede tener mejor plataforma para su proyección y gradual realización que la experiencia de construcción acumulada por la sociedad cubana, pero que está hoy en jaque por la acción combinada de los efectos negativos residuales del período especial, el cansancio natural de años de lucha desigual, el bloqueo económico de los Estados Unidos que ya cumple el medio siglo, la condición de país subdesarrollado y las difíciles condiciones de un mundo en crisis.

Esa teoría general de la transición socialista en Cuba, debe ser un producto dinámico, siempre renovado, cambiante, abierto a los nuevos datos que en su lógicamente inacabada forma permita reducir al mínimo los posibles errores y constituir un fundamento esencial del consenso en la sociedad cubana.

La identificación de las grandes mayoría ciudadanas con el sistema social cubano se expresa en las masivas asistencias a las elecciones periódicas, la amplia participación en las convocatorias políticas, como la reciente para discutir los Lineamientos Económicos y Sociales del Partido y la Revolución, y en la incorporación creciente a las nuevas modalidades de trabajo por cuenta propia, las asociaciones, las cooperativas, etc. 
 
En el orden ideológico las grandes mayorías ciudadanas se identifican con los conceptos revolucionarios y socialistas defendidos en Cuba por más de medio siglo, pero es condición sine qua non para la continuidad del rumbo socialista encontrar soluciones duraderas que permitan una organización estable del metabolismo socioeconómico de la sociedad cubana sobre la base del predominio de la propiedad social y el ejercicio de una planificación eficaz, pero con la adecuada imbricación en todo el edificio jurídico normativo, organizativo, que derive en un Estado de Derecho socialista con amplia participación ciudadana, no solo en las grandes líneas de desarrollo del país, sino a escala de su cotidianidad en los centros de trabajo, la comunidad, el gobierno, las organizaciones.

La ideología de la revolución cubana debe nutrirse de la propia realidad a cuyo cambio contribuye con su papel regulador y renovarse en el propio proceso de transformaciones enriqueciendo sus principios y postulados básicos a la vez que revirtiéndose en los procesos de orientación de la política y de los comportamientos sociales.

A los efectos de los desafíos en el terreno ideológico y político que impone a la sociedad cubana el fortalecimiento del sustrato socioeconómico favorable a las ideas liberales, es imprescindible una teoría general que demuestre la viabilidad de una alternativa socialista en la sociedad cubana y oriente el comportamiento de las mayorías ciudadanas y sus instituciones sociales y políticas.
 
 Es ya en este momento una de las principales urgencias que plantean los cambios en curso.

Notas:

i Cuando a la sombra de la intervención norteamericana de 1898 surge lo que se ha dado en llamar “República mediatizada”, “República neocolonial” o también “Pseudorepública”.

ii Solamente quedó la pequeña propiedad privada sobre la tierra generada por la reforma agraria y algunas formas en el transporte.

iii Propósito que no fue logrado y que se reconoce hoy en la práctica de la aplicación de los Lineamientos..

iv Para ampliar sobre el tema puede consultarse del propio autor “Nuestro propio camino. Análisis del proceso de rectificación en Cuba”, Editora Política, La Habana, 1993.

v La llamo así para denominar el fenómeno de sustracción de un poco de lo que alguien tenía a su alcance: combustible los choferes, harina los panaderos, comida los cocineros, etc.

vi Personas ideológicamente plenamente identificadas con la revolución y el socialismo no acudían a las TRD para no significarse ante los demás, o se sentían aliviadas con el hecho de que fuera la abuela o la tía soltera la que recibiera una remesa, de la cual se beneficiaba toda la familia.

vii En los comercios estatales de venta minorista, se venden productos situados allí por particulares, abriéndose un espacio al negocio privado, que no paga impuestos ni está sujeto a política de precios.

viii Por ejemplo, un dentista que retiene medios para el arreglo bucal y luego los tasa privadamente en un servicio particular, o el maestro que vende una prueba.

ix “Una conclusión –dijo Fidel- que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, que alguien sabía cómo se construye el socialismo.”

x Es la razón esencial que contienen las palabras de Raúl Castro cuando fue elegido Presidente del Consejo de Estado: “A mí no me eligieron Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba ni para entregar la Revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para destruirlo.” (Discurso pronunciado por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el Tercer Período Ordinario de Sesiones de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 1º de agosto de 2009, "Año del 50 aniversario del triunfo de la Revolución").

Dr. Darío L. Machado Rodríguez. Licenciado en Ciencias Políticas, diplomado en teoría del proceso ideológico y doctor en ciencias filosóficas, presidente de la Cátedra de Periodismo de Investigación y vicepresidente de la Cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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