Los autoatentados son parte de la historia política estadounidense como disculpa para invadir a una nación soberana, que comenzó con el hundimiento de El Maine en Cuba y la huida española de su última colonia.
Tras las ya más que demostradas irregularidades y manipulaciones de los informes sobre los sucesos del 11-s, parece que llega el momento de retomar la estrategia del terror entre la población, como forma ideal para que Obama se asegure otros cuatro años en la presidencia.
Esta vez no se ha llegado a perpetrar una matanza, pero la semilla del miedo ya está en la calle.
Un hombre fue detenido ayer viernes cerca del Congreso de los EE.UU. en Washington, como parte de una ”investigación sobre terrorismo“.
El arresto es el resultado de una nueva operación encubierta, en la que el sospechoso ya estaba siendo vigilado por la policía.
Lo más llamativo del caso radica en el hecho de que el agente del FBI que lo estaba observando, era el mismo que le había entregado explosivos desactivados y una pistola, para comprobar hasta qué punto podría cumplir una orden para la comisión de un atentado.
La policía responsable de la seguridad en el Congreso, dijo en un comunicado que esta operación habia sido “larga y profunda” y “en ningún momento el personal público o el Congreso había estado en peligro, ya que los artefactos que llevaba habían sido inutilizados por la policía y no representaban mayor amenaza para la población “.
El Washington Post dijo, citando a un funcionario de EE.UU. que pidió el anonimato, que el presunto terrorista era un hombre de unos treinta años, de origen marroquí, que contactó con un oficial del FBI (que actúaba bajo una identidad falsa) y le pidió ayuda para llevar a cabo un ataque contra el Capitolio de Washington.
Una historia tan burda como teatral, que el gobierno y sus agencias de espionaje regalan a los norteamericanos, a quienes preparan sicológicamente para una nueva guerra de la que Irán parece la víctima más propiciatoria.

