Cuesta creer que alguien que defienda la legitimidad de Israel como Estado acepte el argumento del ex presidente de la Cámara de EE.UU., Newt Gingrich, de que Palestina es una “nación inventada”.
El
triunfo singular del movimiento sionista es que logró inventar un
Estado y un pueblo –Israel y los israelíes– de la nada.
El primer niño
que habló hebreo en 1900 años, Ittaar Ben-Avi, recién nació en 1882.
Su
padre, el brillante lingüista Eliezer Ben-Yehuda, creó para él un
lenguaje moderno para que lo hablara, improvisando con el lenguaje de la Biblia.
El
fundador del Estado israelí fue Teodoro Herzl (1860-1904), un escrito
vienés asimilado convencido por el juicio de Dreyfus en Francia –y el
horrendo antisemitismo derechista que provocó– de que los judíos tenían
que irse de Europa.
En 1897 escribió el libro que esencialmente inauguró el movimiento sionista.
Se llamó Der Judenstaat
(“el Estado de los judíos” o “el Estado judío”), que constituía su
propuesta para sacar a los judíos de Europa y llevarlos a su propio
país.
No
especificó dónde estaría la patria judía.
Estaba más preocupado de
obtener rápidamente territorio en cualquier lugar para que los judíos
buscaran refugio.
Más
tarde decidió que Palestina tendría más sentido porque allí fue donde
el pueblo judío comenzó y ejerció la autodeterminación en tiempos
antiguos, y donde ya había una pequeña minoría judía.
Pero también habló
de encontrar un sitio en África o en las Américas si Palestina no
estaba disponible.
La
reacción a la idea de Herzl fue primordialmente que estaba un poco
loco.
Los judíos comprometidos con la asimilación insistieron en que los
judíos no constituían una nación, sino una fe religiosa.
Sus
nacionalidades eran francesa, alemana, polaca, iraquí o estadounidense,
no alguna nacionalidad judía imaginaria que no había existido durante
1.900 años.
Hace 100 años: ‘sólo una idea’
Todavía
en 1943, durante los peores días del Holocausto, el Comité Judío
Estadounidense –que apoyaba la idea de la asimilación– renunció al
organismo creado por judíos estadounidenses, para reaccionar ante la
catástrofe nazi, por su “demanda para el eventual establecimiento de una
nación judía en Palestina”.
Más
de setenta años después es imposible argumentar que la nación israelí
no sea tan auténtica y digna de reconocimiento como cualquier otra en el
mundo (de hecho más auténtica que algunas).
El
lenguaje hebreo es hablado por millones de judíos y palestinos. La
cultura israelí es única: Con poco parecido con cualquier otra en el
mundo.
De hecho, los judíos en la diáspora tienen tan poco en común con
los israelíes como los afroestadounidenses con los africanos.
Los
israelíes no son solo judíos que viven en Palestina, a pesar de que el
concepto de “judeidad” empezó hace poco más de cien años solo como una
idea. Son israelíes, con derecho a la autodeterminación, la paz y la
seguridad en su propio país.
Y
los palestinos también son desde todo punto de vista una nación.
Si la
definición definitiva de la categoría de nación es la residencia
continua en un país durante miles de años, la reivindicación de la
categoría de nación palestina es indiscutible.
Nunca abandonaron
Palestina (excepto en el caso de los que emigraron o se convirtieron en
refugiados después del establecimiento de Israel).
Los
que niegan que los palestinos tengan una nación basan su caso en dos
argumentos, ambos lógicamente incoherentes.
El primero es que los
palestinos nunca ejercieron la autodeterminación en Palestina; siempre
fueron gobernados por otros desde la antigüedad hasta nuestros días.
La respuesta a esto es:
¿Y qué?
¿Qué hace que un pueblo sea real?
La
mayoría de las naciones del mundo carecieron de autodeterminación
durante largos períodos de su historia. La nación polaca existió entre
1790 y 1918 aunque borraron el Estado del mapa, dividido entre Rusia y
Austria-Hungría.
Logró su independencia en 1918 solo para volver a
perderla bajo los nazis y luego los soviéticos, desde 1939 hasta 1989.
¿Existe alguien que argumente actualmente que la nación polaca es
inventada?
La
idea en sí es ridícula, especialmente si la presentan los israelíes o
estadounidenses (o canadienses, neozelandeses, australianos…) cuya
existencia nacional habría sido inimaginable hace algunos siglos.
El
segundo argumento es que los palestinos nunca se consideraron
palestinos hasta que los judíos comenzaron a llegar a su territorio; que
el nacionalismo palestino es una reacción al sionismo.
De nuevo,
¿Y qué?
Cuando
los judíos europeos desembarcaron en Jaffa, Palestina, en las primera
olas de inmigración a finales del Siglo XIX, había árabes esperando en
el puerto.
Cuando los judíos compraron tierras, los que tuvieron que
abandonarlas fueron árabes.
Y
si esos árabes no se llamaron palestinos hasta que comenzó el
movimiento sionista, los judíos tampoco se llamaban israelíes. Hasta
1948, fueron solo judíos.
Pero cada uno de los dos pueblos sabía quién
era y quién era el otro.
El
resultado es que actualmente, la nación palestina es tan auténtica como
la nación israelí, y viceversa.
Los que piensan que una de ellas va a
desaparecer están cegados por el odio.
Dicho
simplemente, la primera parte del término “autodeterminación” es el
prefijo auto.
Ambas naciones tienen pleno derecho a definirse como dos
naciones que, ojalá, se conviertan en dos Estados.
La alternativa es la
catástrofe nacional no para una nación, sino para las dos.
¿Pero qué le importa a Newt Gingrich?
MJ
Rosenberg es asociado senior de política exterior en Media Matters
Action Network. Este artículo apareció primero en Foreign Policy
Matters, parte de Media Matters Action Network. Contacto en twitter:
@JayRosenberg.