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Las momias de los Kukukukus


En Papúa-Nueva Guinea se hablan más de 700 lenguas. 

Esto debería hacernos ver que entre las tribus no hay muy buena relación, la comunicación es imprescindible para el intercambio cultural, por lo que allí encontramos una gran cantidad de tribus aisladas y cerradas con sus propias tradiciones que no han cambiado en mucho tiempo.

Una tribu especialmente peculiar y violenta son los Kukukukus, cuyas tradiciones llaman la atención por encima de las demás. 


Los antropólogos siempre los han considerado un misterio pendiente, pero la fotógrafa alemana Ulla Lohmann nos ha acercado un poco más a conocerlos.

Son la tribu más temida; guerreros belicosos y feroces a pesar de su estatura media de metro y medio. La fuerza para ellos es lo más importante y son animistas.

Esto les lleva a tener prácticas bastante curiosas.

Por ejemplo, la homosexualidad es obligatoria para los adolescentes varones y los jóvenes adultos.

Esta es una forma bastante efectiva de mantener equilibrado el número de nacimientos en la tribu, aunque en realidad no es más que un efecto secundario de su verdadera razón de ser. 

Las relaciones orales destinadas a ingerir semen son mágicamente valoradas como esenciales para obtener fuerza, virilidad y hacerse un hombre.

Su poder es reconocido por todas las demás tribus que los temen y evitan. Pero ellos también tienen miedo de algo. Las almas de sus difuntos y los espíritus malvados vagan por la tierra así que los Kukukukus jamás entierran a sus muertos.

«Si la tierra probara sus fluidos, luego pediría más y éste sería un lugar sediento de sangre que pediría constantemente nuestras vidas», explican.

 
En lugar de enterrarlos, los momifican, hecho que fue descubierto por la etnóloga británica Beatrice Blackwood en 1936 pero no ha sido posible fotografiarlo hasta ahora.

El proceso comienza retirando los órganos del cadáver. 

Después los atan a una parrilla que colocan sobre suaves brasas para que se deseque lentamente.

Los fluidos que se destilan del cadáver son bebidos por los parientes cercanos para recuperar la esencia del muerto y evitar que toquen la tierra.

Los familiares se encierran en una cabaña donde velan al muerto día y noche durante 2 o 3 meses sin salir en ningún momento.

Cuando termina el proceso llevan a la momia a lo alto de las montañas donde se unirá a sus ancestros. 

Una vez al año, lo bajarán para repararlo con una savia llamada kaumaka que tiene propiedades bacteriológicas, la cual extienden sobre el cuerpo embalsamado para sellar las grietas e imperfecciones.


Más tarde lo pintan para que consiga un buen aspecto. Los más mayores enseñan a los niños las complicadas técnicas y rituales para momificar y adorar a sus ancestros, y para ello practican con animales. 

Desde muy pequeños aprenden a reverenciar a sus antepasados.

Es el caso de este gran guerrero, un héroe desconocido de una estirpe extinta de quien nadie recuerda su nombre o sus hazañas.


Para el ritual los Kukukukus se pintan la cara de blanco porque es el color que se asocia a los espíritus. 

Por esta razón, cuando llegó el hombre blanco fue considerado como un dios.

Cuando terminan, los muertos vuelven a lo alto de la montaña, donde cuidarán el sueño de los vivos y los protegerán de los enemigos que acechen. 

Además, los indígenas subirán a pedirles consejo y protección.

Es el caso de Gemtasu, el jefe de la tribu. Cuando su padre Moymango murió, lo momificó con sus propias manos. Ahora, lo baja de las montañas para restaurarlo, honrarlo y pedirle consejo. 

Su hija pequeña murió de forma inesperada y la tribu piensa que ha sido obra de los voraces espíritus del suelo.

Cuando el ritual termina, los Kukukukus respiran tranquilos: la tierra no reclamará más sangre.

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