Ya me lo habían advertido: “Qhiché es una ironía, vos”.
El comentario me
lo hizo un líder comunitario en San Martín de Jilotepeque que conoce
como la palma de su mano a su país, antes de venir a este pueblo, uno de
los más masacrados durante la guerra civil (1960-1996), uno de los más
pobres del país.
- ¿Hermano usted sabe algo de la guerra civil?, le consulto a un joven con pinta de veterano de guerra -los jóvenes aquí están viejos y deteriorados. “No, vos.”, contesta.
- Pero aquí mataron a mucha gente. ¿No sabías? No, -dice- no sé.
- ¿Aquí no se habla de esto? Insisto, ya un poco desorientado. “No vos, no sé que hablas. A mí no me han hablado de ninguna guerra. En el colegio menos”.
Es increíble, porque con este indígena conversé a un costado de la Gobernación de Quiché, en otrora, en 1980 cuando arreció la masacre, era una cárcel clandestina. El maya se retira, no sé si molesto, y se pierde entre el mercado popular que es su pueblo.
A los Guatemaltecos, a sus nuevas generaciones, a esos que acudieron en masa a votar, quienes lucen camisetas blancas que dicen “voluntarios” en estas elecciones del domingo, le censuraron su pasado, sus 45 mil muertos oficiales y otros tantos miles no oficiales.
La guerra luce tan distante (y casi como mentira) para muchos de ellos, que hoy repiten orgullosos que votaron por Otto Pérez Molina, un ex militar que participó activamente como capitán cuando el ejército desaparecía a sus abuelos, o a sus padres.
No les dijeron nunca que Quiché, su pueblo, por ejemplo, fue cercado por el ejército para capturar a sus hermanos mayas, acusados todos de participar del ejército del pueblo.
Los separaban por hombres y mujeres (los niños eran incluídos). Muchos terminaban en hornos, en huecos donde les prendían fuego con leña hasta quedar en cenizas, otros eran degollados o asesinados a tiros; quienes huían los masacraban desde el cielo con helicópteros.
Quiché jugó un papel determinante en este conflicto, por su cercanía con la frontera mexicana, punto de partida de los guerrilleros que incursionaron a Guatemala.
- ¿Hermano usted sabe algo de la guerra civil?, le consulto a un joven con pinta de veterano de guerra -los jóvenes aquí están viejos y deteriorados. “No, vos.”, contesta.
- Pero aquí mataron a mucha gente. ¿No sabías? No, -dice- no sé.
- ¿Aquí no se habla de esto? Insisto, ya un poco desorientado. “No vos, no sé que hablas. A mí no me han hablado de ninguna guerra. En el colegio menos”.
Es increíble, porque con este indígena conversé a un costado de la Gobernación de Quiché, en otrora, en 1980 cuando arreció la masacre, era una cárcel clandestina. El maya se retira, no sé si molesto, y se pierde entre el mercado popular que es su pueblo.
A los Guatemaltecos, a sus nuevas generaciones, a esos que acudieron en masa a votar, quienes lucen camisetas blancas que dicen “voluntarios” en estas elecciones del domingo, le censuraron su pasado, sus 45 mil muertos oficiales y otros tantos miles no oficiales.
La guerra luce tan distante (y casi como mentira) para muchos de ellos, que hoy repiten orgullosos que votaron por Otto Pérez Molina, un ex militar que participó activamente como capitán cuando el ejército desaparecía a sus abuelos, o a sus padres.
No les dijeron nunca que Quiché, su pueblo, por ejemplo, fue cercado por el ejército para capturar a sus hermanos mayas, acusados todos de participar del ejército del pueblo.
Los separaban por hombres y mujeres (los niños eran incluídos). Muchos terminaban en hornos, en huecos donde les prendían fuego con leña hasta quedar en cenizas, otros eran degollados o asesinados a tiros; quienes huían los masacraban desde el cielo con helicópteros.
Quiché jugó un papel determinante en este conflicto, por su cercanía con la frontera mexicana, punto de partida de los guerrilleros que incursionaron a Guatemala.
En comunidades muy cercanas a donde me
encuentro, como Ixcán o Nebaj las historias relacionadas al conflicto
son de terror. Si no morían los hacían trabajar como esclavos.
Se contabilizaron unas 440 comunidades masacradas por estos tipos, que hoy llegan al poder en Guatemala, prometiendo una mano muy dura, cuando en Quiché, como el resto del interior de Guatemala, lo que se necesita es una mano muy dura contra la pobreza.
Quiché lideriza al país en desnutrición infantil. Es muy normal ver a niños, casi mendigos, por no afirmarlo, vendiendo todo en la calle, sucios, pidiendo quetzales a su paso ya que Quiché es un mercado donde todos son empresarios (muy informales).
Las calles se han perdido entre tantas lonas e indígenas que ofrecen lo que menos imaginas: piedras, relojes, camisetas del barcelona, gallinas, relojes, sexo, zapatos, aretes, ropa maya, manzanas, Tito el Bambino, Shakira.
Es doloroso conocer este Quiché, sufrido, que vive peor que en esa época terrible, y con miedo, como me aseguró una señora de un restaurante, porque “tratar de exigir justicia o clamar por un familiar muerto” puede traer todavía consecuencias mortales.
Los Guatemaltecos que votaron son relativamente jóvenes y han obsevado toda su vida a Efraín Ríos Montt, uno de los presidentes vinculados a las masacres de la guerra, gozar de una impunidad total, y hablar en la televisión como Diputado del Congreso.
Más de 7 millones estaban acreditados en el padrón electoral (más del 50% eran mujeres), de los cuales un poco más de la mitad votó este domingo. Una gran parte del grupo eran jóvenes como el que conocí en el parque.
Son ellos, y la gente urbana, aquellos que sí le tienen miedo a la violencia, que no saben que es pasar hambre, quienes exigen al gobierno medidas solo para ellos, quienes apoyan a Otto y votaron por Otto. El resto no les quedó otra que Baldizón, o no votar...
Por eso en Quiché, esta noche, que se ha sabido el resultado final, las luces se apagaron temprano como todos los noches.
Se contabilizaron unas 440 comunidades masacradas por estos tipos, que hoy llegan al poder en Guatemala, prometiendo una mano muy dura, cuando en Quiché, como el resto del interior de Guatemala, lo que se necesita es una mano muy dura contra la pobreza.
Quiché lideriza al país en desnutrición infantil. Es muy normal ver a niños, casi mendigos, por no afirmarlo, vendiendo todo en la calle, sucios, pidiendo quetzales a su paso ya que Quiché es un mercado donde todos son empresarios (muy informales).
Las calles se han perdido entre tantas lonas e indígenas que ofrecen lo que menos imaginas: piedras, relojes, camisetas del barcelona, gallinas, relojes, sexo, zapatos, aretes, ropa maya, manzanas, Tito el Bambino, Shakira.
Es doloroso conocer este Quiché, sufrido, que vive peor que en esa época terrible, y con miedo, como me aseguró una señora de un restaurante, porque “tratar de exigir justicia o clamar por un familiar muerto” puede traer todavía consecuencias mortales.
Los Guatemaltecos que votaron son relativamente jóvenes y han obsevado toda su vida a Efraín Ríos Montt, uno de los presidentes vinculados a las masacres de la guerra, gozar de una impunidad total, y hablar en la televisión como Diputado del Congreso.
Más de 7 millones estaban acreditados en el padrón electoral (más del 50% eran mujeres), de los cuales un poco más de la mitad votó este domingo. Una gran parte del grupo eran jóvenes como el que conocí en el parque.
Son ellos, y la gente urbana, aquellos que sí le tienen miedo a la violencia, que no saben que es pasar hambre, quienes exigen al gobierno medidas solo para ellos, quienes apoyan a Otto y votaron por Otto. El resto no les quedó otra que Baldizón, o no votar...
Por eso en Quiché, esta noche, que se ha sabido el resultado final, las luces se apagaron temprano como todos los noches.
Y
los indígenas se retiraron a sus aldeas, porque toca volver en la
madrugada de este lunes a seguir vendiendo sus vidas y callar 4 años
más...
Fuente: http://otramerica.com/especiales/el-blog-de-la-ruta/por-que-gano-otto/757
Fuente: http://otramerica.com/especiales/el-blog-de-la-ruta/por-que-gano-otto/757