JUAN JOSÉ FERNÁNDEZ – La policía de Miami
también ha caído en la crisis.
No solo por sufrir despidos y recortes
económicos en sus pagas y pensiones (algunas son realmente escandalosas,
como las de los políticos), sino por sus métodos y enfrentamientos
internos.
Está bajo sospecha su forma de atacar la delincuencia en los
barrios pobres de mayoría negra, algo recurrente en el país, y, lo más
inesperado, ha estallado en plena línea de flotación del cuerpo una
serie de enfrentamientos entre colegas saldados con tiros, arrestos y
descalificaciones.
Los vigilantes de la ley, en el ojo del huracán.
No es la época de Miami Vice y Scarface a final de
los setenta y en los ochenta, aunque la droga sigue circulando
imparablemente.
De hecho, hace unos meses incluso hubo una conexión
española cuando fue detenido el último cabecilla de la banda de Los
Miami, Álvaro López Tardón, su hermano Artemio y tres compinches más que
blanquearon hasta 26 millones de dólares de la venta de cocaína
colombiana en España.
Vivían en uno de los rascacielos para
multimillonarios situados en la punta de South Beach y contaban con una
flota de Lamborghini, Ferrari, Rolls Royce, Bugatti, Aston Martin y
Mercedes.
Pero también siguen cayendo policías. La semana pasada, entre los
arrestados por otro caso de narcotráfico estaba Arthur Balom, veterano
agente de Opa-Locka, una de las ciudades que rodean Miami.
Es moneda habitual cada cierto tiempo,
pero no tan descarado como hace 30 años, cuando Miami era capital en el
imperio de los narcos colombianos y la policía navegó en aguas
procelosas.
Sólo cuando el peligro de generalización fue evidente hubo
limpieza general, incluidos los policías implicados. Pero la lucha
continúa, ahora al estilo CSI, casi igual de violenta, y con algunas
variantes que parecen increíbles.
“Todo es posible en Miami”, dice
Sarita, cubana del exilio que ha vivido las dos eras.
Entre los meses de julio de 2010 y febrero de 2011, siete jóvenes
negros fueron abatidos por las fuerzas especiales de la policía de
Miami. La policía dijo que no tuvo opción, pero estalló el escándalo.
El
Departamento Federal de Justicia, a petición de la alcaldía y ante la
presión de los principales barrios negros, ha acabado por abrir una
investigación sobre si hubo violación de los derechos civiles.
La
contundente actuación policial provocó la indignación de las comunidades
afectadas, en la misma línea que otros incidentes similares en Nueva
York o Los Ángeles.
Las acusaciones de racismo salpicaron al jefe de policía, Miguel
Expósito, quien finalmente fue despedido hace un mes.
Distintas
reuniones con los líderes comunitarios calmaron las aguas, pero la
protesta ya está en la fiscalía estatal.
“No estamos aquí para acusar a nadie ni para buscar culpables, sino
para aprender y revisar [lo ocurrido]”, dijo Wilfredo Ferrer, el fiscal
general para el distrito sur de la Florida, entrando de puntillas en el
turbio asunto antes de añadir: “Y, si encontramos faltas o violaciones
de los derechos civiles, arreglarlas o corregirlas”.
Es la 18ª investigación de este tipo que se efectúa en todo el país
bajo la presidencia de Barack Obama y la segunda en Miami tras una en
2002 en la que se detectaron excesos policiales.
Esta vez se comprobó
que varios de los muertos iban desarmados, pero unas semanas después dos
policías, un hombre y una mujer, murieron acribillados por un
delincuente que se les adelantó.
En el aire quedó la sospecha de que en
la selva de delincuencia en que se ha convertido Miami, donde las armas
de grueso calibre como los AK-47 se han generalizado en manos de
malhechores desesperados y sin escrúpulos, la decisión de quién saca
primero el arma es de décimas de segundo.
Y el error o el acierto en la
acción se mueve por un finísimo filo de la navaja hacia la vida o la
muerte.
Expósito defendió siempre lo correcto de las acciones de los agentes y
terminó enfrentándose con el alcalde al incautarse de máquinas
tragaperras que calificaba de ilegales según las normas del Estado,
ignorando una ordenanza municipal que las permitía. Acusó de esa
permisividad al alcalde por haber recibido ayudas de los empresarios del
juego para su campaña.
Este enfrentamiento fue uno de los episodios
insólitos que se repiten habitualmente en Miami. Pero no llegó a las
manos.
Tras ser despedido en una votación de los comisionados de la
ciudad llevó su caso a los tribunales.
Que ciudadanos sean arrollados por un todoterreno conducido por
policías ebrios en plena playa de Miami fue un escándalo reciente. Pero
todo puede empeorar.
En la madrugada del pasado 11 de octubre, la agente
D.J. Watts, de la Patrulla de Carreteras, arrestó al policía de Miami
Fausto López en el Turnpike, una de las autopistas que cruzan el sur de
la Florida.
Tras una peligrosa persecución de película, a más de 120
millas por hora, el doble de lo permitido, algo que López negó, Watts
logró que su colega se detuviera y lo arrestó a punta de pistola.
Todo
quedó grabado en la cámara del coche de la agente, que pensó en un robo,
pero que tampoco hizo caso a su supervisor cuando este ordenó que
abandonara la persecución en medio del tráfico por el riesgo que
suponía. López iba a un segundo trabajo de vigilante, fuera de la
policía, y llegaba tarde. Con coche y gasolina pagados por el
contribuyente.
La detención, retransmitida repetidamente por todas las cadenas de
televisión, fue vista como humillante por la policía de Miami y provocó
todo tipo de reacciones, especialmente machistas.
Las revanchas no se
hicieron esperar. Primero, una policía grabó a dos colegas de carreteras
circulando también con exceso de velocidad. Después, otro efectuó una
detención pese a que no tenía jurisdicción fuera de los límites de la
ciudad.
Y para ensuciarlo más, en el fragor de la batalla, el automóvil
del portavoz de la Patrulla de Carreteras, excomisionado y perdedor de
las elecciones a la alcaldía de Miami, apareció rociado de excrementos.
Los jefes de los distintos cuerpos ordenaron el fin de los roces,
pero unos días después, como a cualquier perro flaco, a la policía le
salieron más pulgas en Lauderhill, otra ciudad al norte de Miami.
Christopher John Biegger, un agente despechado, la emprendió a tiros con
su compañera Britney Skinner, que estaba de vigilancia en su coche
patrulla.
Una de las 10 balas atravesó el chaleco que llevaba, pero
milagrosamente no la hirió.
Ella llamó a la central de la policía
aterrorizada.
Biegger, que actuó así porque Skinner, con quien mantenía una
relación, le había dejado, se fue a pedir dos pizzas y llamó por
teléfono como si nadie se fuera a enterar de lo sucedido.
Todo quedó
grabado en la cámara de seguridad. Una unidad de las fuerzas especiales
entró en la pizzería y le detuvo, esta vez sin disparos.
La agente fue muy afortunada al no engrosar la lista de víctimas de
la violencia machista que también asola Miami.
Sus colegas del condado
de Dade han iniciado una campaña para que los vecinos denuncien a los
que posean armas ilegalmente y acaba de terminar otra operación en el
vecino de Broward donde ya suman este año más de 200 armas confiscadas y
un número similar de detenidos.
Dentro de la alta permisividad
existente, el arsenal descontrolado es aún mayor.
“Todo está muy enredado”, concluye Sara.
“No me extraña que los
policías se peleen, que maten a los negros porque si no los matan a
ellos o que la gente haga lo que sea para sacar dinero. No es fácil,
como dicen en Cuba”.
