PEDRO SANTANDER / EL CIUDADANO.CL – Es bueno recordar que tan
importante como lo que la prensa publica es también lo que los medios
–por diversas razones- deciden no publicar.
En estos días, por ejemplo, hemos podido ver
crónicas, editoriales, columnas de opinión, reportajes, etc., acerca del
movimiento de indignados en el mundo entero. Madrid, Nueva York, Bruselas, Atenas, El Cairo, Tel Aviv, y, por supuesto, Santiago de Chile han sido ciudades donde la indignación de las personas se ha expresado con fuerza y, a ratos, con furia.
Es una indignación que efectivamente carece de una articulación
orgánica (un partido, un sindicato, etc.) que la unifique, antes bien,
vemos movimientos, agrupaciones, ciudadanos que conforman y dan forma al
malestar. Pero sí que tienen en común un punto: el rechazo a cómo se
genera y se reparte la riqueza y el bienestar en las sociedades a las
cuales se pertenece.
Este movimiento se ha expandido por el mundo, hasta llegar al centro financiero: Wall Street.
Sin embargo, lo que los medios no han señalado es que en algunos países
de Sudamérica este movimiento no ha tenido importancia alguna, o sólo
de manera marginal.
Porque mientras en Santiago de Chile marchaban unas 70 mil personas, en Caracas, en La Paz o en Quito no
pasaba nada y el llamado de los “indignados del mundo” para el sábado
22 de octubre no encontraba suelo fértil en esas ciudades. Parecida cosa
ocurrió en Buenos Aires, donde apenas 800 personas se sumaron a la marcha mundial o en Uruguay, donde, según la prensa, sólo 90 personas marcharon por Montevideo.
¿Qué tienen en común Argentina, Uruguay, Venezuela, Ecuador y Bolivia que
nos pudiera explicar esta aparente inmunidad al movimiento
internacional de los indignados? Claramente no son países con sus
problemas económicos y sociales resueltos, pero sí son naciones que han
enfrentado esos problemas con una visión y con medidas distintas a los
demás.
Se trata de países que muestran altas tasas de crecimiento económico
(igual que Chile), pero que (a diferencia de Chile) han dejado atrás el
dogma neoliberal y quieren resolver de otro modo lo que el
vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera llama
“la apropiación de la riqueza y el control del excedente”. En esa línea,
estos países sudamericanos han realizado diversas medidas –con
intensidades y velocidades distintas- para que la apropiación de la
riqueza comience a ser colectiva y no –como ocurre en Chile-
fundamentalmente privada.
Mayor presencia del Estado, renacionalización
de los recursos naturales (lo que ha permitido la generación de
excedentes), independencia de los dogmas y recetas del dúo diabólico FMI/BM; independencia de EE.UU.
(por ejemplo, en el comercio y en la política internacional);
democratización de las tomas de decisiones (en Venezuela, Ecuador y
Bolivia se redactaron nuevas Constituciones); democratización de la
comunicación (Argentina aprobó una nueva Ley de Medios que es
antimonopólica y Uruguay tiene un ley de radiodifusión que le asigna un
tercio del espectro a las emisoras comunitarias) y creación de espacios
regionales propios.
Todo eso ha sido posible ya que antes hemos tenido nuestra propia
historia de indignados y luchas populares: el Caracazo en 1989, los
piqueteros argentinos en 2002, la Guerra del Agua y del Gas en Bolivia
(2001-2003), los “forajidos” ecuatorianos (2005), etc.
Le llevamos, pues, casi una década de ventaja al los países centrales
en la reflexión crítica sobre el capitalismo y la democracia y en las
medidas que deben tomarse para enfrentar el lado oscuro de ese binomio.
Sin duda que, por lo mismo, la crisis económica que golpea a Europa y EE.UU. se siente menos en gran parte de Sudamérica y los indignados hoy se pronuncian en otras partes del mundo.