
En un día opresivamente
caluroso en Basora, Daoud Mousa me habló de la muerte de su hijo, y me
comentó que sólo seis meses antes, la esposa del joven falleció de
cáncer.
Ahora los hijos de Baha son huérfanos.
No hacía mucho, el
ejército británico había arrestado a Baha Mousa y lo golpeó hasta
matarlo; eso fue lo que ocurrió.
Tiempo después, un funcionario
británico llegó a la casa del padre y, sin levantar la mirada del suelo,
ofreció dinero en efectivo en un aparente intento de disculparse.
¿Qué cree usted que debí haber hecho?, me preguntó Daoud.
Le dije que consiguiera un abogado.
Que contactara a
Amnistía Internacional y a Human Rights Watch.
Que me dejara escribir
sobre ello.
Cuando llamé a la base militar británica del aeropuerto de
Basora, un oficial se rió de mí.
Comuníquese con el Ministerio de Defensa, me dijo con displicencia.
No le importaba.
Pasé
años en Belfast y siempre me topé con esa brutalidad arrogante,
indiferente y sin compasión del ejército británico.
Siempre era lo
mismo.
Terroristas.
Propaganda terrorista.
La disciplina
de los miembros de pelotones británicos era extraordinaria y estaban
bajo enorme presión, etcétera, etcétera, etcétera.
Después,
cuando aparecían las evidencias, demasiado frescas y demasiado
comprometedoras, lo que yo obtenía era lo que hoy conocemos como
la respuesta Abu Ghraib:
Algunas manzanas podridas.
Siempre hay
algunas manzanas podridas.
Cientos
de miles de estupendos soldados británicos que se comportan con valor y
cortesía ejemplares y ponen sus vidas en peligro durante 24 horas al
día; los lectores encontrarán estas palabras en los diarios de mañana.
Ellos fueron las verdaderas víctimas de estas
manzanas podridasel Domingo Sangriento, en el que murieron 14 católicos en Derry.
Eso fue
Baha Mousa en Basora: solamente la la víctima secundaria que por mala
suerte estuvo ahí.
Debido a que no se les considera víctimas, se puede
mentir sobre ellas.
¿De dónde salieron todas estas
manzanas podridas?, solía yo preguntar a sus superiores militares, complacientes y cómplices.
Recuerdo el día en que el regimiento de Gloucestershire
arrasó Belfast, destruyó todas las ventanas de una calle católica antes
de volver a Inglaterra.
Todo esto era mentira, según los mandos
militares.
Fue
propaganda terrorista, primero, y
las manzanas podridasdespués.
Se me preguntó si acaso estaba yo de parte del ERI.
Y así siguió.
Y siguió.
La brutalidad no era lo
sistemático; mentir sobre los hechos lo era tanto en Irlanda del Norte, entre los soldados estadunidenses en las prisiones de Abu Ghraib y Bagram y las cárceles secretas y las supuestas
rendicionesde combatientes.
Baha Mousa sufrió 93 lesiones graves.
Se me dijo insistentemente que
hubo una investigación. Sus resultados estaban a punto de llegar a los
tribunales.
Ni siquiera el momento en que Baha Mousa fue
arrestado fue investigado.
El coronel Daoud Mousa, padre de Baha, era un
oficial policiaco de alto rango que tenía permiso de las autoridades
británicas de usar uniforme y portar un arma, pues se consideraba que no
podía ser padre de un terrorista.
Él vio a su hijo después de su
arresto, recostado en el suelo del hotel en que el joven trabajaba.
Los
soldados encontraron algunas armas en el hotel, lo cual era común en
casi todos los hogares de Basora.
Pero de lo que nunca hablaron los
británicos es que Baha dijo a su padre haber visto a varios militares
ingleses abrir la caja fuerte del hotel y retacarse los bolsillos de
dinero en efectivo.
El coronel Mousa cree que este fue el motivo
real por el que su hijo fue asesinado.
Baha fue un soplón y atestiguó un
robo.
El oficial británico en el hotel dijo al coronel que su hijo
sería devuelto sano y salvo.
Puras mentiras, desde luego.
El primer
batallón del Regimiento de Lancashire de su majestad, la reina, se
encargó de él.
Cuando me entrevisté con uno los compañeros de
Baha que habían sido detenidos junto con él, recién liberado por los
soldados británicos, el joven me platicó que acababa de perder un riñón a
consecuencia del tratamiento que recibió por sus lesiones.
Lloraba. Su
rostro estaba azul, lleno de moretones.
Sí, mi país le hizo esto.
Sin
comentarios.
Comuníquese con el Ministerio de Defensa.
A Baha
Mousa le rompieron la nariz.
Había sangre en torno a su boca.
Tenía las
muñecas desolladas.
Según su amigo, Baha lloraba y rogaba por su vida
mientras se le mantenía encapuchado.
Nos pusieron nombres de futbolistas y nos insultaban con ellos mientras nos atacaban, dijo.
Los
ingleses hicieron lo mismo en Irlanda del Norte, lo recuerdo.
Los
católicos me decían que les daban nombres de futbolistas antes de
someterlos a golpizas.
¿Algo
sistemáticotal vez?
“Practicaban kick-boxing y nos pateaban el pecho, entre las piernas y la espalda...”, dijo el amigo de Baha.
Él les suplicaba que le quitaran la capucha con la que le cubrían la cabeza porque sentía que se ahogaba.
Se rieron de él y lo patearon más.
Los
oficiales militares siempre mencionan paralelismos absurdos.
Tratamos a
los católicos mucho mejor que los soldados franceses trataban a los
argelinos, me dijo un oficial.
No somos tan malos como Saddam.
Me alegro
de poder decir que tampoco hemos sido tan malos como Hitler.
Mi
papá fue soldado, y era mayor que mi madre; combatió en la tercera
batalla de Somme de la Primera Guerra Mundial, en 1918.
Él fue parte de
lo que se convirtió en el Regimiento del Rey.
Gracias a Dios que no fue
el de la reina.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca