Las protestas y los incidentes que han sacudido algunos barrios de
las ciudades inglesas parece que han ido decreciendo y la clase política
está intentando recuperar su lugar en esa coyuntura.
Estas revueltas no
son algo nuevo en Inglaterra y por lo general se manifiestan de manera
cíclica, y muchas veces acompañadas o desencadenadas por alguna
actuación represiva de la policía del país.
Como bien han señalado
algunos analistas, un repaso a canciones de The Clash sirve como una
buena introducción a una situación que se aceleró a partir de los años
setenta.
La huelga de los mineros galeses, el rechazo a la “poll tax”,
las manifestaciones del uno de mayo, las recientes movilizaciones
estudiantiles o lo que ha acontecido estos días son algunos ejemplos de
ese carácter cíclico que adquieren las revueltas y que según pasan los
años adquieren mayor fuerza.
Las causas
Son muchos los analistas que haciéndose eco de la ideología dominante en la clase política del statu quo
tienden a simplificar la situación, centrando sus trabajos y artículos
en condenar la violencia provocada y reduciendo la situación a un
“problema violento”.
Sin embargo, también los hay que intentan analizar
las causas que provocan estas revueltas.
En ese sentido, muchos
coinciden en señalar el contexto que viven muchos de los protagonistas
de las revueltas, que producen sin duda alguna un peligroso cóctel que
estalla como lo ha hecho esta semana.
Los continuos recortes de los
servicios públicos (que llevan a un desmantelamiento de los centros
culturales y escuelas, sobre todo en los barrios más desfavorecidos),
las privatizaciones (la sanidad es el próximo objetivo), el desempleo o
en su defecto los contratos-basura, la percepción de un futuro que lejos
de mejorar se presenta muy negro, son algunas de las causas que sin
duda influyen en el devenir de los acontecimientos.
Todo ello nos
da un panorama ciertamente desolador, que como señalaba un académico
local, los problemas se están convirtiendo en algo crónico en amplios
sectores y zonas del país, y “la pobreza residual, las altas tasas de
desempleo juvenil, las disfunciones sociales y familiares o la
alineación política” contribuyen a aumentar el rechazo hacia ese sistema
que sustenta esas diferencias.
Pero además hay otros dos aspectos que se intentan ocultar por parte del engranaje del statu quo.
Por un lado, la rabia y frustración que se manifiestan en buen aparte
de las poblaciones de todo el mundo, y en el caso de Inglaterra, y de
Londres más concretamente de manera acentuada, ante la ostentación,
corrupción e impunidad con las que operan buena parte de los sectores
dirigentes y las élites (políticos, banqueros, algunos medios de
comunicación…).
Y por otra parte no hay que olvidar que el motivo
que desencadenó las protestas de estos días fue la muerte a tiros de
una persona por parte de la policía.
Y no es el primer caso, ni
probablemente sea el último, sobre todo a raíz de las declaraciones de
Cameron y compañía.
Como señala un periodista inglés, “la policía tiene
la desafortunada costumbre de intentar ocultar sus errores, sobre todo
si éstos conllevan la muerte de civiles.”.
Falsos enfrentamientos,
desprecio hacia la familia y allegados del fallecido, difusión de falsas
noticias y datos sobre la vida del mismo (algo que contrasta con el
trato que se da por ejemplo desde la clase política y los medios a los
militares fallecidos en el extranjero, no se publica ningún nombre hasta
comunicárselo a las familias, sin embargo en el caso reciente de Mark
Duggan, sus allegados se enteraron por la prensa), son prácticas
habituales que generan un rechazo importante en las poblaciones
afectadas.
Todo ello contribuye a aumentar el rechazo y la
desconfianza hacia los policías, unido además a una imagen ligada a la
corrupción, como se ha demostrado recientemente a raíz de los lazos
entre algunos oficiales y el imperio mediático de Rupert Murdoch.
Los
más de trescientos muertos cuando se encontraban bajo custodia policial
desde 1998, con ningún policía condenado, también contribuyen a
deteriorar aún más la imagen popular de ese cuerpo.
Las reacciones
La
clase política, con Cameron a la cabeza, se ha dado cuenta de que ha
perdido el control de la situación, y eso es algo que no soporta, de ahí
su reacción posterior.
Tras las condenas, ha llegado el mensaje
distorsionador, reduciendo la situación a un problema de orden público,
“violencia, desorden y criminalidad”.
La batería de medidas
anunciada supone sin duda alguna un punto y seguido en el recorte de
libertades que iniciaron algunos gobiernos hace diez años tras el
fatídico 11-S y al amparo de lo que definieron como la “guerra contra el
terror”.
Ahora el nuevo término, aunque en la línea argumental del
anterior, es “la restauración de la ley y el orden”.
Y esto se
percibe por parte de esos sectores desfavorecidos de la sociedad como la
defensa a ultranza del mismo sistema que les condena a ellos y sus
familias a un negro futuro sin expectativas de mejorar.
La retirada de
las ayudas sociales, el cierre de los servicios comunitarios, de
escuelas, la privatización de la sanidad o el encarecimiento de la
educación son nuevos obstáculos para todo aquel que quiera encontrar una
solución a la situación.
La fotografía de la clase política se
muestra cada día más nítida ante los ojos de los ciudadanos.
Para muchos
de ellos, los años de Thatcher y del “nuevo laborismo” de Blair son
parte de la misma estrategia.
Gracias a la cual, el populismo
“corporativo” caracteriza a ese grupo que busca “el beneficio personal a
través de la política y que además basa su carrera y su fortuna en una
fusión entre los dominios políticos y de los mass media”.
Al hilo
del reciente escándalo en torno al imperio mediático de Murdoch se ha
destapado esa estrecha colaboración entre la clase política y algunos
medios de comunicación privados, que se manifiestan como los dominadores
del entramado institucional del Estado.
Recientemente, un
analista señalaba que “estamos gobernados por una fusión de políticos,
periodistas y propietarios de algunos medios.
Todos ellos se han unido
para lograr un consenso público de cara a unas políticas que les
benefician claramente a ellos, pero que están en contra del interés
general”.
¿Y ahora qué?
Las medidas represoras y de
control que pretende poner en marcha el gobierno británico (algunos
recuerdan medidas similares en Bahrein, Arabia Saudí o China, este
último un caso que desde los gobiernos de Occidente se denuncia
activamente) no solucionan a medio o largo plazo la situación.
Control y
censura en Internet y en las nuevas redes sociales, cientos de
detenciones, muchas de ellas de menores de edad, mayores recortes
sociales, más policía… son todas ellas cortoplacistas, y como señalaba
un joven estos días siempre habrá otras alternativas.
Algunos
señalaban los años 2012 o 2013 como puntos de tensión elevada que podían
desencadenar en revueltas, la situación económica y las protestas en
otros lugares acabarían llegando a las calles de Londres.
Pero todo se
ha adelantado, y con la celebración el próximo año de las Olimpiadas,
Cameron y sus aliados políticos intentarán profundizar en las medidas
anunciadas, pero lo que en definitiva estará haciendo es afianzar la
“cultura del gueto”, y en el corazón de la misma la rabia sigue
desarrollándose.
Gara/Rebelión