Con mi mal sentido de la orientación geográfica, me resulta un tanto
extraño verme convertida en guía de un grupo en un viaje al extranjero.
Estoy recordando una calurosa y húmeda noche en Lahore, Pakistán, cuando
Josh Brollier y yo, tras haber disfrutado de una larga cena con los
estudiantes de la universidad de Lahore, tuvimos que regresar al
alojamiento para huéspedes que amablemente nos había proporcionado el
director de la Garrison School para chicos.
Habíamos cogido un rickshaw,
pero el conductor se encontró enseguida totalmente perdido y, con mi
desastroso sentido de la orientación y mi total ignorancia del urdu, no
pude ser de ayuda alguna.
Mi teléfono móvil estaba fuera de juego y de
todas formas no estaba nada segura de cuál era el número que
necesitábamos marcar.
Salté y empujé el rickshaw por su parte
posterior junto a Josh, mientras nos embarcábamos en una pesadilla de
viaje por caminos sin asfaltar llenos de baches en medio de un tráfico
vertiginoso hasta que finalmente el conductor del rickshaw atisbó
un indicador que dijo pertenecer a nuestro colegio –todos sabíamos que
era un campus equivocado- y, ansioso por librarse de nosotros, despertó a
sus habitantes y nos puso en la calle a nosotros y a nuestras maletas
antes de largarse.
Nos quedamos junto a la puerta mirando fijamente a
una familia que antes de nuestra irrupción debía estar profundamente
dormida sobre unos catres en el patio.
Con toda rapidez, el padre de la
familia cogió en brazos a sus dos niños y los trasladó con todo cuidado
al catre que compartía con su esposa para que Josh y yo tuviéramos un
sitio donde sentarnos.
Después, él y su esposa desaparecieron hacia las
humildes habitaciones de su vivienda, reapareciendo con un ventilador y
una extensión de cable, queriendo ofrecernos algún alivio en la
abrasadora noche abrasadora.
Su mujer volvió llevando un vaso de té para
cada uno de nosotros.
No nos conocían de nada pero nos estaban tratando
como si fuéramos de la familia, la tan famosa pero siempre asombrosa
hospitalidad que se nos había ofrecido tantas veces antes en la región.
Finalmente, establecimos con nuestro anfitrión que nos encontrábamos en
el campus equivocado, después de lo cual llamó a la familia que debía
haber estado nerviosamente esperando a sus errantes invitados.
Esta
escena de extraordinaria hospitalidad del patio volvería a mi mente
cuando todos supimos del asalto nocturno de las Fuerzas de Operaciones
Especiales Conjuntas de EEUU (JSO, por sus siglas en inglés) en la
provincia de Nangarhar el 12 de mayo de 2011.
No importa en qué lado de
la frontera entre Pakistán y Afganistán te encuentres, las sofocantes
temperaturas prevalecen día y noche durante estos meses de canícula.
Es
normal que la gente duerma en los patios.
¿Cómo podía alguien que viva
en la región desconocer ese hecho?
Pero las fuerzas de las JSO que
llegaron en medio de la noche al hogar de una niña de doce años,
Nilofer, que estaba profundamente dormida en su catre en el patio,
empezaron su asalto lanzando una granada en medio del patio que aterrizó
contra la cabeza de Nilofer. Murió al instante.
El tío de Nilofer
corrió a toda velocidad hacia el patio.
Trabajaba con la policía afgana
local y esa noche le habían dicho que no se uniera a la patrulla
nocturna porque no conocía bien el pueblo al que tenían que ir, por eso
se había acercado a casa de su hermano.
Cuando escuchó la explosión de
la granada, quizá pensó que los talibanes estaban atacando la casa.
Las
tropas estadounidenses le asesinaron tan pronto como le vieron aparecer.
Después, la OTAN emitió un comunicado disculpándose.
“Los ataques
se producen cada noche.
Somos muy desgraciados”, dijo Roshanak Wardak,
doctor y ex miembro del parlamento nacional.
Estoy leyendo un informe de
McClatchy del 8 de agosto de este año:
“Los vecinos del área del
Valle de Tanqi, al este de la provincia de Warda, a unos 90 kilómetros
al suroeste de Kabul, se quejaban de forma muy parecida por los ataques
nocturnos que se producen en su zona, acusando a los estadounidenses de
asesinar a civiles, de trastornar sus vidas y alimentar el apoyo popular
hacia los talibanes.”
Imagínenselo. La gente de los pueblos
afganos se pasa la noche sin dormir, angustiada por el hecho de que su
casa pueda sufrir un ataque nocturno por parte de las tropas que EEUU
dirige.
Los campesinos están indignados cuando escuchan historias sobre
ancianos e imanes a los que se detiene y golpea, de mujeres y niños
asesinados, de pertenencias robadas y propiedades destruidas.
Cada vez
más, las batallas del ejército estadounidense contra la supuesta
insurgencia están creando una resistencia mucho más firme porque aumenta
el número de afganos decididos a tomar represalias y contraatacar.
En la provincia de Helmand, en Nad Ali, el gobernador del distrito le contó a un periodista del New York Times
un incidente ocurrido en esa espiral de violencia: el pasado 5 de
agosto, una patrulla de la OTAN se puso a disparar contra la casa de una
familia matando a un soldado e hiriendo a un intérprete afgano.
Las
tropas de la OTAN reclamaron un ataque aéreo.
La OTAN está ahora
investigando un informe que acusa a ese ataque aéreo de asesinar a ocho
civiles, siete de ellos niños.
“La casa pertenecía a Mullah Abdul Hadi,
de 50 años, un imán local que, según las autoridades afganas, estaba
ayudando a los talibanes”, dijo el Sr. Shamlani.
“Le mataron junto con
una de sus dos mujeres y sus siete niños, todos menores de siete años”.
Por
tanto, sí, esperen sentados que la gente de Nad Ali estreche relaciones
con EEUU y sus tropas después de matar a siete niños, niños que se sabe
tenían de uno a siete años y que no habían cometido delito alguno.
Y
ahora parece que EEUU está determinado a firmar una “Declaración de
Asociación Estratégica” con su clientelista gobierno afgano.
Muchos en
ese país (y en este) esperan que ese acuerdo le permita a EEUU
establecer bases militares permanentes, una presencia de ocupación
permanente que provocará que los grupos de la resistencia afgana
declaren una guerra perpetua.
Los Jóvenes Voluntarios Afganos por
la Paz, un grupo de gente joven dedicada a luchar para poner fin a las
guerras y a las desigualdades en su país, escribió en un comunicado del 9
de agosto:
- “La Declaración de Asociación Estratégica entre
EEUU y Afganistán no hará sino perpetuar el ‘terrorismo” llevándolo ante
la puerta de todos. La ‘asociación’ permitirá bases militares conjuntas
afgano-estadounidenses que servirán para lanzar y proyectar su duro
poderío.
Los talibanes ‘extremistas’ ‘utilizarán’ convenientemente esas bases como motivo autónomo para su ‘guerra santa’.
No podemos olvidar que una de las razones por las que Osama bin Laden atacó a EEUU el 11 de septiembre fue a causa de la presencia de bases militares estadounidense en Arabia Saudí…
Esta Declaración de Asociación Estratégica acabará con cualquier posibilidad de reducir la locura y calmar la violencia…
Condenará a los estadounidenses y a los afganos normales y corrientes a un terrorismo permanente…
¿Por qué no podemos calmar nuestros nervios, mirar al interior de nuestra humanidad y comenzar a cerrar heridas?”
Todo el mundo quiere sentirse a
salvo, pero pienso en la familia de Lahore acogiéndonos en su patio en
medio de la noche sin saber nada de esos locos estadounidenses que
habían aparecido en su puerta.
Les despertamos y ellos optaron por
quedarse despiertos y cuidar de nosotros.
Parece que los estadounidenses
sólo sabemos responder ante los afganos irrumpiendo en sus vidas e
interrumpiendo su sueño solo para matarles y volvernos a dormir, en vez
de trabajar para mejorar la situación.
Pienso en todas esas incursiones
nocturnas, en las familias que se despiertan súbitamente al horror en
algún lugar de la región cada noche, en niños asesinados mientras
duermen a causa de nuestro equivocado empeño por sentirnos más seguros
(entre otros motivos) y en un conflicto que cada vez intensifica más la
violencia.
Estamos espantosa y terriblemente perdidos, y cada vez
lo estaremos más.
Si vemos una señal aquí en la oscuridad, una
oportunidad para contactar con la gente que nos rodea, deberíamos
aprovecharla agradecidos.
La carta de mis amigos de los Jóvenes Afganos
es para mí otro indicio de que el hogar afgano, que hemos tomado a punta
de pistola, no nos pertenece.
Sin embargo, puede que nos despertemos o
volvamos a despertar aturdidos ante esa terrible situación y nuestro
papel en ella; tenemos ya que actuar para liberar a nuestros anfitriones
afganos de sus impuestos huéspedes a fin de conseguir devolverle a EEUU
la seguridad que debiera tener.
Kathy Kelly coordina Voices for Creative Nonviolence y ha trabajado estrechamente con los Afghan Youth Peace Volunteers. Es autora de Other Lands Have Dreams, publicado por CounterPunch / AK Press. Puede contactarse con ella en: Kathy@vcnv.org