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La construcción mediática del monstruo Gadafi y la “rebelión popular” libia


Como todos saben, la primera víctima en tiempos de guerra es la verdad, o dicho de otro modo: el primer arma de toda guerra es la estrategia comunicativa que la justifica.

Hace menos de cuatro años, en diciembre de 2007, Gadafi era recibido con honores militares por el rey de España para después instalar literalmente su jaima en el palacio de El Pardo durante unos días.


El presidente Zapatero, el expresidente Aznar, varios ministros y hasta el Alcalde de Madrid, quien le entregó simbólicamente las llaves de la ciudad, no dejaron pasar la oportunidad de encontrarse con él.

El por qué de aquella sintonía entre el coronel ‘revolucionario’ y el establishment político español debemos buscarlo en el séquito de empresarios españoles que cenaron en aquella jaima, entre ellos el presidente de Cepsa (Carlos Pérez), el de Técnicas Reunidas S. A. (José Lladó), el de las Cámaras de Comercio (Javier Gómez Navarro) o el del Grupo Flores Valles S. A. (José Luís Flores), recabando inversiones libias de hasta 11.500 millones de euros “para la economía española”, la mayoría en venta de armas. 

No sólo los políticos, también los medios de comunicación adaptaban entonces su discurso a los intereses materiales de la clase empresarial española. 

Echemos un vistazo, por ejemplo, al diario de mayor tirada.

Si bien hoy sólo merece el calificativo de ‘dictador’, el Gadafi de aquel momento era referido en El País casi siempre como “el líder libio”, e incluso se evitaba mencionar el nombre de Gadafi al informar de las terribles torturas sufridas por un médico palestino durante su detención en las cárceles libias.

Hoy no se perdería esa oportunidad, ni se hubiera dejado pasar si hubiera sido el caso de Cuba, por ejemplo.

Pero entonces se recurría sistemáticamente a formulas respetuosas como “las autoridades libias”, aunque fuese para narrar el dramático capítulo en que estas se negaron a autorizar el desembarco de los 58 inmigrantes náufragos rescatados por el pesquero español Corisco3. 

Entonces no era Gadafi, sino “Trípoli” quien “exigía condiciones inaceptables” según El País. 

Por supuesto que aquel Gadafi cometía ya atrocidades, pero el diario español considerado “de referencia”, cuidaba mucho su lenguaje al respecto y relataba en tono respetuoso cómo Moratinos, ministro de exteriores, “conversaba con el jefe de gabinete del presidente Muamar al Gadafi” para alcanzar un acuerdo, dando así “una solución rápida” al problema del barco, que pasó tres días abandonado sin víveres en medio del Mediterráneo.

¿Qué transformó a aquel discreto “presidente de Libia, coronel Muammar El Gaddafi,” en el dictatorial monstruo mitológico que hoy ocupa tantas portadas?

El tratamiento que un medio de comunicación tan relevante da a un presidente extranjero nunca es casual. 

Muy al contrario, se selecciona cuidadosamente un léxico coherente con la línea editorial institucional, filtrado por las múltiples instancias que revisan cada día los textos publicados, empezando por la propia autocensura del buen periodista que conoce la sensibilidad de la institución que le da de comer. 

Cuidando ciertos márgenes de diversidad sobre los que construir una polifonía de voces que mantenga su imagen plural, los adjetivos son seleccionados, las fórmulas expresivas son escogidas, los términos preferidos se establecen explícita e implícitamente de acuerdo a una orientación bien marcada por la línea editorial de la dirección del Grupo, con el objetivo de guiar la representación pública de la figura de un hombre del que el lector medio no tendrá nunca un conocimiento directo, y generalmente, ni siquiera alternativo.

De ese modo se construye una imagen pública del sujeto en cuestión, se diseña un personaje mediático acorde a los intereses del grupo de comunicación, en este caso de los Polanco (lo que engloba a los de sus inversores, prestamistas, anunciantes, socios, etc.) y del partido político anexo a dicho imperio mediático.

Cierto es que algunos personajes son mucho más difíciles de legitimar y, llegado el momento son fácilmente denigrables. 

Las excentricidades, brutalidades y el atuendo visual de Gadafi ofrecen ‘barra-libre’ a la hora de atacarlo, pero maquillarlas tampoco resulta un problema mayor para los profesionales de la estrategia discursiva, bien engranados en una jerarquía institucional que se articula desde la junta directiva del periódico hasta los becarios que revisan la ortografía. 

Múltiples niveles de decisión se ocupan de traducir el lineamento político impuesto desde arriba en términos de rutina profesional. 

Para los profesionales del discurso estratégico, que gracias a su olfato ocupan puestos clave en las redacciones periodísticas y gabinetes de comunicación políticos, esta actividad es automática. 

Veamos un ejemplo. 

¿Cómo legitimar una imagen tan horrible como la de Gadafi ante el público español? 

Pues hombre, si le encanta el flamenco, que es nuestra seña de identidad, y además parece uno de Los Chunguitos, qué mejor forma de humanizarle que organizarle un buen “sarao”. 

No es ninguna broma.

Coincidiendo con la lluvia de inversiones libias en España, El País relata el campechano episodio de la cantaora granadina que “cautivó” y “obnubiló” al “simpático y cordial mandatario”. 

Cuenta El País como lo que le hizo la cantaora “le llegó al alma” −porque en aquellos días Gadafi tenía alma, claro−. 

El monstruo de hoy, aquel día “disfrutó bastante del espectáculo privado” en Madrid, y hasta “se arrancó a dar palmas”, dejando claro “su interés por el folclore español”6. 

Este encuadre noticioso7 no es un caso aislado, la misma imagen se construye en otro artículo titulado “Gadafi, palmero flamenco”8, con motivo de su paso por Málaga.

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