

Que hoy con sus prácticas destructivas, han declarado la guerra al aire, a la tierra y a las personas que aquí viven.
Chief Logan Park en West Virginia, es uno de los parque naturales que bordean los Apalaches.
Está dedicado a un jefe indio, Logan, que pasó a la historia, por un discurso elocuente elogiado por Thomas Jefferson que pronunció para lamentar la masacre de su familia y de su tribu por parte de los nacientes EEUU a finales del 1700.
Primero los masacraron y luego les dedicaron parques y equipos de fúttbol.
Hay una estatua de Logan en el parque pero no tiene ninguna inscripción.
Llego al atardecer después de un aventurado viaje (las líneas aéreas estadounidenses, como gran parte de la infraestructura de este país, se caen a pedazos).
Ya se han levantado una treintena de carpas y Mike y Carrie Klein me reciben con una nueva canción que han aprendido hace pocos días en Harlan, Kentucky “En Harlan tienes dos posibilidades o cultivas marihuana en el fondo de los valles o bajas a las minas en las que tus lágrimas se convierten en fango”.
Se une a ellos una jovencita con su guitarra que luego nos contará cómo la expulsaron del baile de la escuela porque había ido con otra chica en lugar de ir con un varón.
Estamos aquí porque mañana nos juntaremos para manifestarnos con otro centenar de personas en la cima de la Blair Mountain, la cumbre que separa los condados de Mingo y Logan.
Fue aquí que en 1921, diez mil mineros armados se enfrentaron a los ejércitos privados de las compañías mineras que tenían bajo el zapato a Logan County bajo un absoluto dominio feudal.
Fue el conflicto social más dramático de la historia de los EE.UU., después de la guerra civil, ignorado por los libros de historia y por la memoria pública.
La batalla concluyó con la intervención de aviones privados que bombardearon a los mineros, el único bombardeo ocurrido en territorio estadounidense antes del 11 de setiembre.
También la naciente aeronáutica militar estadounidense mandó aviones dispuestos a bombardear a sus propios conciudadanos, pero no llegaron a tiempo.
En estos días doscientas personas procedentes de varios lugares de los EE.UU. han recorrido la marcha de los mineros de 1921.
No se trataba solo de recordar aquellos acontecimientos y de reivindicar los derechos sindicales, atacados en gran parte de los Estados Unidos.
La memoria histórica se entrelazaba con urgencias actuales y futuras.
Una compañía minera ha obtenido permiso para hacer estallar por los aires la cumbre del Blair para extraer el carbón que yace debajo.
Es un sistema que se llama “mountain top removal” que ya ha destruido 500 montañas y envenenado 400 km. de ríos solo en el oeste de Virginia, transformando en un desierto y en detritos una superficie equivalente a la mitad de una región italiana.
Por la noche en el campamento me piden que diga dos palabras, tal vez porque soy el que ha llegado desde más lejos.
Les cuento la historia de Giacomo Diana y Nicola Aiello, sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial que marcharon con los mineros de Blair en 1921.
Y les recuerdo las palabras de mi amiga Annie Napier: “Dios nos ha dado el agua, la tierra, el aire y los árboles y ahora nos toca combatir para que no lo destruyan”
Por eso estamos aquí.
Son las vísperas del referendum sobre el agua en Italia, en el que no podré votar pero la lucha es la misma.
Luego una muchacha que me conoce porque ha debido estudiar para un examen en un libro mío me evita dormir a la intemperie, yéndose a dormir con dos amigas y dejándome su carpa.
Nos juntamos a la mañana siguiente en un prado al pie de la montaña Blair, rodeado de un verdísimo bosque, bordeado por un arroyo de aguas marrones por los detritos de la minera.
El único camino para llegar atraviesa un campo de propiedad de la empresa minera.
Tengan cuidado de no salir del sendero, nos advierten porque si pisáis el pasto os arrestarán por violación de domicilio.
Nos recibe un cartel en que se lee “Friends of coal”, amigos del carbón: las empresas mineras los distribuyen por miles y muchas personas convencidas de que su supervivencia depende de los intereses de la empresa, los enarbolan frente a los manifestantes.
Como si ser amigo del carbón deba significar forzosamente ser enemigo de la tierra, del aire y del agua.
Los que han hecho el recorrido de los mineros a pie hasta aquí dicen que la mayor parte de la gente los aplaudía a lo largo del camino, les agradecía, les alcanzaba botellas de agua.
Pero cuando llegaron a los campamentos que habían reservado a lo largo del camino, los rechazaban; la mayor parte está contra la destrucción de la montaña pero nadie tiene el coraje de oponerse a las compañías que controlan la economía, la policía, la policía, los tribunales de este estado.
Bajo un sol que parte las piedras, en la aparente confusión que se genera centenares de carteles, camisetas con eslóganes, corrillos móviles, grupitos con guitarras, armónicas y banjos, hierve una organización que parecería militar si no fuera que no existe disciplina sino participación.
Nos reunimos en círculo para entrenarnos en prácticas no violentas: como la cumbre de la Blair Mountain es también propiedad privada, algunos deciden subir arriesgándose a que los arresten, mientras que la mayor parte se queda fuera del recinto minero en la cima del monte.
Hay comida en abundancia; servicio médico con doctores y enfermeras: abogados para el apoyo legal; un servicio de objetos perdidos (en donde milagrosamente encontré más tarde los anteojos que había perdido en medio de aquel baile); retretes móviles que van y vienen según se mueve la multitud.
Encuentro a Charlen Keeney, biznieto de Frank Keeney, líder de la marcha de 1921.
“No sabía nada de mi bisabuelo –cuenta– mis padres tenían vergüenza, porque había sido encarcelado, condenado por alta traición y toda clase de delitos.
Luego sabiendo quién era la gente venía a estrecharme la mano, a decirme que conocían a Frank, que habían estado con él… y comprendí que debía sentirme orgulloso” Fue él quién inauguró la asamblea.
“Nos llaman ambientalistas de pacotilla, pero no estamos aquí tratando de defender una rara especie de salamandra, sino para salvar un ambiente natural precioso y riquísimo y a salvar la vida de las personas amenazadas por las explosiones, por los detritos y la contaminación.
Dicen que debemos destruir la montaña por que nuestro país necesita energía y porque así se crean puestos de trabajo; pero desde que esto comenzó hemos perdido decenas de miles de puestos de trabajo; habría muchos más si nos preocupáramos de desarrollar una economía sostenible y fuentes alternativas.
” El trabajo y el ambiente hoy y aquí son aliados.
Carteles y bandos con inscripciones de sindicatos se mezclan con nombres de montañas ya destruidas y banderas de los Mountain Keepers y de los River Keepers, los custodios de las montañas y de las aguas. Gente de todas las edades, pero sobre todo jóvenes.
Un músico local actualiza Maggie’s Farm de Bob Dylan, denunciando a la Massey, la compañía culpable del desastre en que hace unos meses murieron 28 mineros, por haberse violado todas las normas de seguridad sin que los responsables hayan sido seriamente castigados: "I ain't gonna work in Massey's mine no more”
No trabajo más en la minera Massey.
Luego habla Robert Kennedy Jr. Abogado ambientalista, hijo de Robert y sobrino de John Kennedy: recuerda que si no hubiera sido por el voto de los mineros de West Virginia su tío no habría llegado a ser presidente y que su padre Robert estaba de parte de ellos.
Es la más radical de las intervenciones: “lo que está en juego es la democracia.
Porque cuando los ciudadanos no pueden hacerse escuchar por las instituciones, cuando las grandes empresas controlan al gobierno, solo hay una palabra para definir esa situación: fascismo” Cierra Kathy Mattea, estrella de Nashville: They'll never turn us back.
No nos harán retroceder.
Tal vez no sea cierto que toda la música country es de derecha.
Y a mí se me terminaron las pilas del grabador.
Luego partimos organizada y alegremente en filas de a tres, flanqueados por los servidores del orden que insisten: “Permanezcan en el camino, no pisen el pasto…”
Una docena de automóviles de la policía flanquean la marcha, cada tanto nos ordenan caminar en fila india para no estorbar en el camino, nos intimidan pero la marcha sigue.
Yo no puedo llegar a la cumbre, me he torcido un pie en una zona escarpada e inmediatamente me rodean tres presurosos enfermeros tan felices de serme útiles que me avergüenza decirles que estoy bien y que puedo volver solo a la base.
En la base seguimos la marcha por la radio y los celulares.
Se producen momentos de tensión, pero finalmente nno arrestan a nadie.
Pasan dos horas hasta que la policía hace volver a la marcha al camino y separadamente todos se van encaminando detrás.
El viaje de vuelta, entre retrasos y vuelos cancelados, es peor que el de venida.
En estos días en Nueva York se está proyectando un film sobre el “mountain top removal”. The Last Mountain.
Vale la pena ver por lo menos el trailer en youtube; es peor que un bombardeo, parece Irak, parece la luna.
Es la guerra contra la tierra, el aire, el agua, los árboles y las personas que viven aquí.
Tal vez no basten para detener esta masacre el millar de personas que han subido a Blair Mountain y a recordar a todo Estados Unidos los mineros de 1921.
Pero como decía Gianni Bosio y como cantaba Ivan Della Mea, hoy algo hemos hecho.
Traducido para Rebelión por Susana Merino