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Juan Pablo II: la “beatificación” de un malvado


Si nos tapamos la nariz y aguantamos el vómito, podremos repasar la trayectoria del religioso polaco Karol Wojtyla, a quien la Iglesia católica acaba de “beatificar” como paso previo a su canonización. 

Nadie pudo negar su tirón mediático. 

Pero, en mi opinión, aquel papa que llegó del este fue cualquier cosa menos beato o santo. Siempre lo contemplé como un actor frío y cruel, alejado del amor que, al menos en teoría, se predica en los Evangelios.

Así, bajo su pontificado, la cúpula católica volvió a la época terrorífica en la cual pontífices, cardenales y obispos apoyaban y bendecían a los dictadores. Entre otros, Wojtyla mantenía relaciones cordiales y fluidas con tipejos como Pinochet. 

Pero el polaco no pudo ignorar que, por orden de aquella hez chilena, se aplicaban electrodos en vaginas, anos y testículos, se golpeaba hasta el desmayo por dolor, se asfixiaba a los detenidos en bañeras hediondas, y se asesinaban miles de inocentes en lúgubres amaneceres, con la complicidad de la noche y los toques de queda, armas predilectas de los genocidas y los canallas.

Pues bien, aquel polaco de alma de hielo impartió la “sagrada comunión” a su amigo Pinochet. Jamás le reprochó sus crímenes y nunca exigió que pidiera perdón… 

Muy al contrario, juntos salieron al balcón del palacio de la moneda, sonrientes, en camaradería. 

Sí, al balcón de un palacio que su amigo Pinochet había ordenado bombardear pocos años antes, el lugar donde el dictador había perpretrado crímenes contra la humanidad.

Estamos hablando de un “beato”, un próximo “santo”, que nada más ser elegido (por el Espíritu Santo, ojo) cerró con doble candado las investigaciones sobre los escándalos financieros del Banco Vaticano. 

Pero la desfachatez del “beato” no se frenó. Paul Marcinkus, responsable de la banca vaticana, permaneció protegido en los muros del Vaticano mientras era reclamado por la justicia de varios países.

Y el “beato” Juan Pablo II también protegió al pederasta reincidente Marcial Maciel... ¿a cuántos niños violó Maciel, fundador de los “legionarios de Cristo”? 

La lista resultaría interminable, pero la desvergüenza de aquel polaco gélico impidió su castigo.

A su vez, mientras trababa sentidas amistades con delincuentes y genocidas (a los que amparaba y protegía) se ensañaba con aquellos teólogos católicos que apostaban por la justicia y liberación de los humildes, tales como Leonard Boff o Ernesto Cardenal…

Por tanto, entiendo que solo no puede calificarse a Karol Wojtyla como “santo” o “beato”, sino que analizando su trayectoria, ni tan siquiera podríamos considerarlo una buena persona. 

Era un hombre culto y de inteligencia más que vida. 

Y con esas cualidades vería que su destino se reducía al de operario en destartaladas fábricas, o a una insegura existencia como actor de tercera categoría. 

Posiblemente por ello abrazó la religión, como un medio de vida mucho más cómodo que el que le aguardaba. 

Pero su comportamiento se correspondió siempre, a mi juicio, con el de un hombre malvado.

Por ello, no puedo evitar compararlo con otros religiosos como Juan José Gerardi. 

Dudo mucho que el obispo Gerardi llegue a ser canonizado. Su denuncia del genocidio en Guatemala, así como la lucha inquebrantable por desvelar los crímenes de las dictaduras le acarrearon la muerte. Gerardi, como sabemos, acabó con la cabeza destrozada en un aparcamiento. 

Junto a su cuerpo sin vida, una piedra empapada de sangre.

Sí, ambas figuras trazan un triste paralelismo entre el destino de un hombre bueno y el de un malvado: Juan José Gerardi murió por defender a los más desfavorecidos y cayó en el olvido; Juan Pablo II vivió para amparar a los poderosos, los genocidas, los impulsores del neoliberalismo, y ha sido elevado a los altares… extraigan sus conclusiones.

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