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Un testimonio desde el Sahara ocupado: “Al salir, solo veíamos cortinas de humo en Agdaym Izik y en El Aaiún”

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El relato de Silvia García, una de las observadoras internacionales que estaba en Agdaym Izik cuando las fuerzas marroquíes desalojaron el campamento

Silvia es integrante de Thawra, asociación de Denuncia y Derechos Humanos. 

 Hoy sigue en El Aaiún junto a otro miembros de Sahara Thawra, Javier Sopeña. Ambos son buscados en estos momentos por la policía marroquí, que trata por todos los medios de poner fin a su labor informativa y de denuncia.

Sin tiempo para asimilar lo vivido la mañana del 8 de noviembre, la observadora de derechos humanos Silvia García narraba a DIAGONAL cómo se había producido el desalojo del campamento. Después de ser una de las últimas personas en salir de allí, en El Aaiún solo tuvo tiempo para descargar las imágenes que grabó del desalojo. Su única preocupación era poder grabar lo que pasara después. El toque de queda le impidió seguir su trabajo.

“He perdido todos mis objetos personales y mi documentación. Pero eso me da igual, lo único que me importaba era mantener la cámara y eso lo conseguí”, explicaba por teléfono a este periódico mientras con un consejo recalcaba cuál era su objetivo: “Difundirlo mucho, que ha sido muy bestia”.

DIAGONAL: ¿Cómo lograsteis salir del asedio marroquí?

SILVIA GARCÍA: Salí, creo, con el último grupo de mujeres que abandonaba la zona, ya no vimos a saharauis detrás de nosotras. Éramos unas 50 mujeres, acompañadas de niños y una persona en silla de ruedas. El problema no fue el camino desde Agdaym Izik a El Aaiún, lleno de efectivos policiales y militares que se reían de nosotras y nos insultaban. El problema era dejar atrás la masacre que habíamos vivido, además del saqueo marroquí.

D.: ¿Cómo fue el momento del desalojo por las fuerzas marroquíes?

S.G.: A las 5.30 nos despertaron a Javier [Sopeña, también integrante de Thawra] y a mí porque había saltado la alarma. Entonces subí al tejado de la haima para grabar. Una hora después llegó el helicóptero que avisaba del inicio del desalojo. En nuestra parte del campamento vimos cientos de coches de policía, después aparecieron fuerzas antidisturbios totalmente equipadas, incluso con chalecos antibalas de plástico que les hacían parecer robocops.

Yo nunca había visto a policías así. Iniciaron el ataque con gases lacrimógenos, piedras y porrazos. Eran unas sensaciones terribles, especialmente las de los gases lacrimógenos, que te queman la cara, te dejan sin respiración, te irritan los ojos… Menos mal que las saharauis tenían preparadas colonia y cachos de cebolla para contrarrestar sus efectos.

Tras bajar del tejado, huimos hacia el centro del campamento perseguidos por la policía. Los saharauis se defendían con piedras, y con lo que encontraban, de las agresiones marroquíes. Entonces nos topamos con otro gran despliegue policial y militar. En un momento, me quedé sola y me refugié en la casa del pastor, uno de los tres edificios de cemento que había antes del campamento. 

Allí, unas 50 mujeres, niños y algunos chavales más mayores intentaban que la policía no derribara la puerta y entrara. Pero no lo consiguieron y nos sacaron a todas, menos a los chicos.

Estábamos totalmente rodeadas por agentes armados con porras, escudos e, incluso, con metralletas. A los chicos les sacaban de uno en uno, y al igual que a otro grupo que veíamos a lo lejos, les esposaban y en el suelo les pateaban y daban porrazos. Después se los llevaban y nadie volvía a saber más de ellos. 

Lo más terrible era la impunidad con que se paseaban, tiraban las jaimas al suelo y arrasaban con todo. Cuando se fueron, vimos decenas de jeeps descapotables en los que robaban todas las mantas, abrigos y cualquier objeto de valor.

Al irnos, todo era un basurero. Grabé cómo una especie de tractores o apisonadoras arrastraban todo a un montón y después le prendían fuego. Al llegar a la carretera todo estaba totalmente militarizado y sólo veíamos desde lejos cortinas de humo en Agdaym Izik y en El Aaiún hacia donde íbamos caminando.

D.: Y al llegar a El Aaiún, ¿qué os encontrasteis?

S.G.: Todo estaba lleno de piedras, de barricadas, de cosas incendiadas… Nos contaron que habían matado a varios saharauis. Mi gran preocupación era poder mandar las imágenes para denunciar lo que pasaba. Hasta que no conseguí enviar el material, no tomé conciencia de lo que había pasado. Desde ese momento no he podido salir de casa.

D.: ¿Cómo se encuentra la población saharui?

S.G.: Hay muchos desaparecidos y muchos nervios, aunque la población saharaui ha pasado por situaciones parecidas muchas veces. La sensación que tengo, de las mujeres con las que estoy, es que saben que hay que seguir adelante. Y están convencidas del reencuentro con los desaparecidos.

D.: ¿Se había preparado la resistencia al desalojo del campamento?

S.G.: En el campamento estaba todo organizado por comités: de sanidad, de limpieza, de seguridad… La intención era resistir el mayor tiempo posible, por ejemplo, había jaimas de seguridad entre el muro marroquí y el resto. Durante el desalojo yo estuve siempre detrás de los saharauis que nos defendían, que lanzaban piedras para retener a los marroquíes. 

Pero de repente, escuchamos “vamos, vamos”, porque nos acechaban. Mi melfa [vestido tradicional saharaui] está llena de sangre. He visto varias personas muertas, cabezas abiertas, brazos totalmente ensangrentados. Ha habido violencia, muchas salvajadas y mucha brutalidad.

D.: ¿En algún momento habéis visto algún efectivo de la ONU?

S.G.: No, no hemos visto coches que no fueran de policías o militares marroquíes. 

Y caminamos durante mucho tiempo por una carretera muy larga. Yo iba con mi melfa, en ningún momento me identifiqué de forma especial, a las mujeres nos dejaron pasar hacia El Aaiún sin ninguna pregunta. 

(Tomado de Diagonal)

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