
José Luis Rojo (SOCIALISMO O BARBARIE).....
En la mañana de este miércoles 27 de octubre acaba de fallecer el ex presidente Néstor Kirchner. Más allá de las palabras de ocasión, su muerte es un hecho político llamado a tener por sí mismo amplias consecuencias.
Ocurre precisamente cuando la coyuntura del país era un tembladeral político camino a las elecciones del 2011.
Y en las circunstancias dónde el país acababa de ser conmovido por el asesinato de Mariano Ferreyra, el joven militante del PO.
Kirchner, el hijo burgués del Argentinazo
Kirchner asumió en un momento muy particular de la Argentina: luego de las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre del 2001.
Llegó al gobierno como la variante más “izquierdista” que podía ofrecer en ese momento la clase dominante luego del fracaso de Eduardo Duhalde (masacre del Puente Pueyrredón, mediante).
Su ascensión presidencial no fue un hecho aislado en el contexto latinoamericano. El conjunto del subcontinente se vio marcado –desde el comienzo del nuevo siglo– por lo que llamamos “el ciclo de las rebeliones populares”: este llevó el péndulo político regional hacia la izquierda luego del desierto político y social de los años ‘90.
Gobiernos como él de Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Correa y el propio Néstor Kirchner, llegaron para dar una “canalización” a ese proceso, evitando un eventual desborde anticapitalista por la vía de concesiones y reformas más o menos profundas según el caso.
Por esa razón lo llamamos en su momento el hijo burgués –o bastardo– de la rebelión popular, del Argentinazo. Los rasgos específicos del “kirchnerismo” –diferentes a los demás gobiernos de la democracia de ricos desde 1983, mucho más “conservadores”– tuvieron que ver con ese proceso que indirectamente le dio origen.
La llegada al poder de estos gobiernos latinoamericanos, marcó el segundo momento del nuevo ciclo político regional. Si en el primero toda la escena política la ocuparon las rebeliones populares propiamente dichas (es decir, la irrupción desde abajo e independiente de las masas populares), este segundo momento marcó la reabsorción desde arriba, “estatista”, de los movimiento sociales, interpelándolos mediante determinadas concesiones.
El gobierno de Kirchner transcurrió por esos mismos carriles más allá de todos los rasgos específicos del país. Logró en gran medida cooptar y disolver el emergente movimiento de trabajadores desocupados, los “piqueteros”, movimiento que, en el final de la década del 90 y a comienzo de los años 2000, había llegado a agrupar una amplia vanguardia de masas, pero que por su propia naturaleza “inorgánica” nunca logró recuperar el protagonismo alcanzado en esos años.[1]
El kirchnerismo se vertebró así cómo una suerte de “movimiento político” (en su momento lo llamamos de “alas anchas”) que en su apogeo tuvo el apoyo de lo más granado de los sectores patronales, la mayoría de las clases medias y los trabajadores.
Cómo estructura, este movimiento fue encaramándose en el PJ como tal, en el terreno sindical vertebró una estrecha alianza con Hugo Moyano al frente de la CGT (también pasó acuerdos con al menos una de las fracciones de la CTA), obtuvo el apoyo de movimientos desocupados como el de D’ Elia, ganó a la mayoría de los organismos de derechos humanos, intelectuales “nacionales y populares”, etc., etc.
El conflicto con la patronal campestre
En síntesis: el kirchnerismo fue construyendo un relato o “épica” movimentista que buscó tener semejanzas con algunos rasgos del peronismo de izquierda de los años ’70, a manera de cubrirse con un ropaje acorde a los nuevos tiempos de rebeldía popular.
Sin embargo, con el conflicto con las patronales del campo del 2008, hubo un quiebre político de enorme importancia, del cual el kirchnerismo nunca logró recuperarse totalmente. Ya bajo el gobierno de Cristina Kirchner, los K se enfrentaron con la Mesa de Enlace campestre, encabezada por la Sociedad Rural, por el manejo de las retenciones a las exportaciones.
En ese conflicto nació una coalición conservadora –presente hasta el día de hoy–, que salió a desafiar a los Kirchner desde la derecha. El movimiento de los campestres o “sojeros” de la Mesa de Enlace fue similar a los “escuálidos” proyanquis en la Venezuela de Hugo Chávez y a la reaccionaria oligarquía autonomista del Oriente en Bolivia. Lamentablemente, algunas corrientes de izquierda de nuestro país se llenaron de oprobio, apoyando como idiotas útiles a este movimiento de la Mesa de Enlace y la Sociedad Rural.
Este verdadero “asedio” desde la oposición patronal de derecha marcó la tercera coyuntura del ciclo político regional y nacional. Ninguno de estos asedios desde la derecha logró realmente –hasta ahora– derrotar a los gobiernos patronales “progresistas”, aunque sí consiguió “esmerilarlos”. Al mismo tiempo, esta polarización en las alturas terminó instalándose como uno de los datos políticos fundamentales de la coyuntura del país y de América Latina.
Así las cosas, en los últimos años, el péndulo político regional se ha movido entre la centroizquierda y la derecha o centroderecha (dependiendo los casos), con extremos como el golpe de estado hondureño de junio del 2009, o la fracasada intentona contra Correa en Ecuador de semanas atrás. Pero estas oscilaciones no han cambiado de conjunto las coordenadas generales.
Ante un final de ciclo
La muerte de Néstor Kirchner se viene a instalar en esta encrucijada aún indefinida en la que aún se haya el proceso político nacional y latinoamericano.
A priori, se puede evaluar que con su deceso los más probable es que se vaya a la fragmentación del “proyecto” de los K. En un reciente seminario de IDEA, los empresarios especulaban con que el país se hallaba ante “un final de ciclo”. Es muy posible que ahora esta tendencia se acelere.
Aquí la reflexión de los sectores patronales venía siendo que los Kirchner “ya habían cumplido su papel”: la tarea de reabsorción “reformista” del proceso del Argentinazo había sido resuelta y la autoridad presidencial rescatada.
Sin embargo, había dos tareas pendientes para las cuales lo más granado de los capitalistas y las clases medias altas le habían bajado el pulgar a los K: una gobernabilidad más “normal” del país, y un “modelo” económico con menos intervención estatal. Si bien la oposición burguesa expresa una gran fragmentación, y la dificultad de vertebrar hasta ahora uno o dos proyectos “convincentes”, en términos generales busca asumirse como la respuesta a essos problemas.
Respecto a la “gobernabilidad”, lo que se pretende es una perspectiva de mayor control social. Diarios como La Nación o Clarín lo expresan como “necesidad de acabar con las manifestaciones de acción directa” o la recuperación de los mecanismos de “representación” (indirecta). Se trata del cuestionamiento a las huelgas, las ocupaciones de lugares de trabajo, de colegios y universidades, los cortes de calles y rutas, un largo etcétera. En fin: “suprimir” de una u otra forma las luchas populares.
En el terreno económico, lo que pretenden es una suerte de retorno a las condiciones de la “normalidad” neoliberal de los años ’90, ajuste económico mediante. Buscan así una “menor intervención del Estado en la economía”. O, en todo caso, otro tipo de arbitraje entre sectores patronales.
Por ejemplo, esto en la práctica implicaría una redistribución de los subsidios a los empresarios, un aumento generalizado de las tarifas y, sobre todo, un deterioro de las condiciones de empleo, salario, contrato y sindicalización de los trabajadores. Condiciones que, a decir verdad, no mejoraron cualitativamente bajo los K, los que nunca dejaron de ser –ni en los peores momentos de su pelea con el campo– un funcionarios políticos burgueses hechos y derechos.
En estas condiciones, no se puede saber si Cristina Kirchner llegará a octubre del 2011 o no. Tampoco bajo qué ley electoral se desarrollaran esos eventuales comicios. Lo más probable es que la mayoría de los sectores patronales quiera que finalice su mandato, cosa de no cortar los tiempos de la institucionalidad.
Sin embargo, se trataría de una continuidad “condicionada”, sin fuerza política para llevar adelante los aspectos más “reformistas” de la agenda K. Por el contrario, van a exigir que Cristina sea –desde ahora mismo– un gobierno de transición hacia la gestión más “normal” y conservadora que reclaman.
Giro conservador y desborde por izquierda
La muerte de Néstor K viene a ocurrir días después del asesinato de Mariano Ferreyra a manos de la burocracia de la Unión Ferroviaria. Como tal, este asesinato, más que otra cosa, fue una expresión defensiva de “desesperación” de la burocracia. Al mismo tiempo, el repudio democrático fue inmenso, logrando que comenzaran a caer rápidamente presos algunos de sus autores materiales e intelectuales.
Sin embargo, ahora la coyuntura política está pegado un inesperado giro de conjunto. Es que Kirchner era un factor político en sí mismo, por así decirlo. Y su deceso abre –en principio– una “exclusa” para su eventual capitalización desde la derecha del arco político. Esto podría implicar un giro político conservador que, entre otras cosas, dificulte la pelea contra la impunidad en el caso de Mariano y por barrer a Pedraza de la Unión Ferroviaria.
Sin embargo, esto ocurrirá en un contexto seguramente mucho más polarizado de la realidad del país. Las reservas democráticas son inmensas, y si una cosa nunca pudieron lograr los Kirchner, fue precisamente derrotar las fuerzas sociales que la rebelión popular del 2001 puso en marcha.
¿Qué pasará entonces ante un eventual escenario de giro conservador de la superestructura política? Lo que podemos aventurar es un casi inevitable y duro choque de tendencias políticas, con menos “anestesia” que en los últimos años.
Es que no parece claro que un recambio de personal político a la derecha de los K, pueda vérselas fácilmente con el proceso en curso de recomposición en la vanguardia obrera, con una clase trabajadora que va a defender el nivel de empleo alcanzado, con un movimiento estudiantil que se viene tonificado, y con una izquierda que tiene su peso en la realidad política nacional.
Al previsible “gorilaje” de la patronal y las clases medias altas, se le va a oponer una realidad dónde las fuerzas de la clase trabajadora y los sectores populares están enteras, en un marco, además, dónde nada está saldado, ni en la región ni en el mundo. Esto podría dar lugar –disolución del aparato K mediante– a un corrimiento de fuerzas sociales hacia la izquierda, o dialécticamente a un mayor espacio para la izquierda revolucionaria ante la crisis del progresismo.
La clave es el proceso de recomposición obrera
Lo que acabamos de describir es el escenario más probable para los meses venideros. Sin embargo, el hecho es que el reciente asesinato de Mariano Ferreyra ha mostrado dos elementos de mucha importancia a ser “insertados” en este marco general.
Por un lado, en el país se está procesando una experiencia de eventual e histórico recambio en la organización del movimiento obrero argentino.
Aunque haya tendencias “conservadoras” que van a intentar hacerse valer en ese terreno, hay también tendencias“reformistas”. Y esto se da en momentos en que el país se ha quedado sin una conducción clara. Esto puede abrir una multiplicidad de escenarios todavía difíciles de calibrar. Lo más probable es que el proceso de recomposición obrera se profundice porque es un proceso estructural.
Por otra parte, los Kirchner han sido una evidente mediación respecto a la “visibilidad” de la izquierda independiente. Pero el peso político relativo de esta izquierda en la vida del país se acaba de ver la semana pasada. “Contradictoriamente”, su rol también está llamado a escalar, incluso si el país se encamina a una situación más difícil, conservadora o polarizada.
En todo caso, los K no dejan ninguna verdadera transformación en lo que hace a la naturaleza capitalista semicolonial de la Argentina. Las transformaciones históricas que necesita a gritos el país, solamente pueden venir desde la clase obrera y la izquierda revolucionaria. El hecho es que la crisis del kirchnerismo seguramente abrirá también las compuertas a la posibilidad de un desborde político por la izquierda. A eso apostamos desde el Nuevo MAS.
Notas:
1) Como lo señalamos y peleamos desde el Nuevo MAS, este movimiento nunca logró asumir realmente la bandera de “trabajo asalariado genuino”, ni tender un puente hacia los trabajadores ocupados, factor que contribuyó también a su cooptación estatal.