Altivo y fornido, místico, en el brazo izquierdo empuña una AK-47 que apunta al cielo gris de una tarde común en Managua; más abajo, en la diestra, una herramienta de labranza agricola, sobre la base azul de concreto que sustenta a la estatua una promesa ambigua: "Solo los obreros y los campesinos irán hasta el fin".
César Barrantes
Tributo castrense y cuasi-religioso a los soldados desconocidos de un conflicto bélico que arrasó el país a lo largo de casi tres décadas, en la capital abundan monumentos con cañones y símbolos militares, solo igualados por las cruces e imágenes de la Virgen.
Entonces viene el sincretismo. Cerca de allí el rostro del Presidente Ortega impreso en una valla publicitaria, sonriente, sobre un fondo rojo y letras blancas que celebran 31 años de triunfos de la revolución sandinista; más arriba, en caracteres amarillos el emblema: Nicaragua, cristiana, socialista, solidaria.
Es difícil ignorar la ironía, en un país profundamente creyente aunque cada día menos católico, el gobierno otrora comunista -hoy quién sabe qué- hace mancuerna con una jerarquía eclesial que le repudiaba y que quedó patente en 1983 con la regañada mediática del siglo del papa Wojtyla al entonces cura y teólogo de la liberación, Ernesto Cardenal. El amable taxista, que cándidamente llama Comandante a Ortega, admite la paradoja "dos poderes que se odiaban, hoy se dan la mano para gobernar".
El trato funciona, por lo menos para la parte con sotana que logró que el antiguo rival reeditara el respaldo a la ley que penaliza el aborto terapéutico, que se mueran las malas madres es el lema, o si viven para contarlo que pasen ocho años en la cárcel, dicta la ley pinolera. Los efectos ya se sienten, dice Amnistía Internacional que en las primeras 19 semanas de 2009, alrededor del 16% de las muertes maternas se debieron a un aborto realizado en condiciones peligrosas, frente a ninguna durante el mismo período de 2008.
Supongo que para el Comandante y su gabinete el beneficio reside en esa útil habilidad de la religión para calmar los ánimos, de llamar a la resignación y mermar el malestar social, sirve si se recuerda que en la tierra de Sandino la mitad de los nicaraguenses son pobres, muy, muy pobres, y si llegaran a enterarse rodarían cabezas.
Ya lo dijo Napoléon Bonaparte: "la religión es un formidable medio para tener quieta a la gente" y para meterle goles sin que se entere, y eso lo saben bien los Ortega, los Bush y más al sur, en la Suiza de pacotilla, la "Hija predilecta de la Virgen de los Ángeles" que solapadamente apoya referendos para evitar que parejas del mismo sexo tengan derechos fundamentales y se hace de la vista gorda para promover derechos reproductivos de las mujeres.
Todo sea por la gobernabilidad del rebaño, mejor si es manso.
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