El discurso moral inflexible de la jerarquía de la Iglesia católica hace aguas tras los escándalos en los que se han visto envueltos cientos de religiosos en todo el mundo, que lo ponen en cuestión y da argumentos a los sectores progresistas que no cesan en reivindicar cambios aperturistas, como la eliminación del celibato.
Agustín GOIKOETXEA
Pocas veces en las últimas décadas la Iglesia católica había estado tan cerca del abismo y frente al espejo de sus profundas contradicciones. Los numerosos escándalos de pederastía que no cesan de surgir y llegan a salpicar hasta al mismísimo Papa se están convirtiendo en una losa difícil de levantar para una jerarquía exhausta tras la persecución a las voces progresistas que aún permanecen en el seno de la Iglesia de Roma y empeñada en algo antinatural: regresar al pasado.
Desde que el escándalo comenzase en Estados Unidos, con dosis a mansalva de puritanismo e intereses económicos y políticos dispuestos a alimentarlo, se ha extendido como una balsa de aceite a Irlanda, Suiza, Austria, Holanda, México, Chile, Argentina, Estado español, Euskal Herria, Italia y Alemania que ha hecho tambalear los discursos morales más inflexibles, las «buenas costumbres» y la férrea disciplina exigida a los católicos respecto al sexo.
Lo que algunos diagnosticaron como un constipado del catolicismo conservador que copa la curia vaticana se está convirtiendo en neumonía sin que el paciente acabe de reconocerlo. Una buena prueba de ello son las declaraciones del prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el cardenal español Antonio Cañizares, que ha afirmado que los escándalos de abusos sexuales a menores en Alemania, al parecer conocidos por el propio Papa y por su hermano Georg, «no preocupan excesivamente». La crisis es creciente aunque para tratar de frenarla se planteen solemnes cartas a los fieles de diferentes partes del planeta o indemnizaciones millonarias para acallar a las víctimas más ruidosas.
No son pocas las voces que sitúan entre las causas del abuso sexual masivo a niños y adolescentes por parte de sacerdotes y monjas en el celibato, aunque tal y como apunta el teólogo Hans Küng, tiene su raíz en la moral católica respecto al sexo. El catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad alemana de Tubinga asegura que la ley romana que obliga a los religiosos a ser célibes «contradice el Evangelio y la antigua tradición católica», recordando que San Pedro y el resto de los apóstoles de Jesús de Nazaret estaban casados.
«El celibato obligatorio es el principal motivo -a juicio del teólogo expulsado de la Iglesia- de la catastrófica carencia de sacerdotes, de la transcendente negligencia de la celebración de la Eucaristía y, en muchos lugares, del colapso de la asistencia espiritual personal».
Küng va más allá al acusar a los obispos en general y al actual Papa de encubrir durante muchas décadas los abusos. Explica que de 1981 a 2005 todos los delitos sexuales importantes cometidos por sacerdotes estuvieron bajo el control de la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe y que su prefecto, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, envió el 18 de mayo de 2001 una carta en la que declaró que todos los casos estaban clasificados como secretum pontificium, cuya violación está penada con el castigo eclesiástico. El teólogo suizo enfrentado desde hace décadas a Roma ha llegado a escribir en un artículo en el diario ``Süddeutsche Zeitung'' que «ninguna persona en la Iglesia ha tenido sobre su mesa tantos casos de abusos como él», en referencia al papa Benedicto XVI. Es más, anima al sucesor de San Pedro a que asuma su responsabilidad en vez «de lamentar una campaña contra su persona».
Entre quienes defienden acabar con el celibato está el teólogo español José María Castillo, que defiende que «quien vea que va a realizar mejor su vida y su destino en base a privarse del matrimonio, que lo haga. Pero otra cosa muy distinta es obligar a todo el que quiera ejercer el ministerio eclesiástico a que tenga que renunciar».
La apertura del Papa romano a los anglicanos en 2009, muchos de ellos casados, fue la anterior ocasión en que se puso en cuestión por qué los presbíteros católicos no pueden esposarse con una mujer y a los anglicanos casados se les permite participar de una prelaturas especiales constituidas por el Vaticano.
«El celibato no es santo, no es ni tan siquiera sagrado, es más bien funesto, ya que excluye a un amplio número de buenos candidatos al sacerdocio y ha expulsado de sus puestos a un gran número de religiosos que deseaban casarse», recuerda Hans Küng. No es el único que reniega del celibato, hay quien incide en que esta práctica se instituyó en principio en internados y seminarios y fomenta las tendencias pedófilas.
La existencia de estas prácticas ha sido sistemáticamente ocultada y trasladados los agresores a nuevos destinos donde volvían a cometer nuevos abusos. En la mayor parte de los casos, las agresiones se produjeron en instituciones educativas católicas, en las que hacían prevalecer su principio de autoridad para satisfacer sus deseos sexuales más depravados.
Tampoco cabe pasar por alto la identidad de algunos de los sacerdotes contra los que no se actuó, como es el caso de Marcial Maciel (1920-2008), fundador en 1941 de la todopoderosa Orden de los Legionarios de Cristo. Denuncias acusan al sacerdote mexicano, al que Benedicto XVI ordenó en mayo de 2006 retiro y penitencia, mantener relaciones con dos mujeres y ser el padre de al menos seis hijos. La Congregación exaltó una imagen falsa de su fundador, cuando era, según diferentes testimonios, «un monstruo abominable», tal y como comenzó a conocer la opinión pública internacional a raíz de las denuncias en 1997 de ocho ex legionarios víctimas de abusos sexuales. Roma aguarda que los cinco obispos encargados por Benedicto XVI de investigar -entre ellos, el todavía administrador diocesano de Bilbo, Ricardo Blázquez- emitan su informe definitivo para pronunciarse. A la vista de los escándalos de pederastía que se multi- plican, se hará esperar.
Agustín GOIKOETXEA
Pocas veces en las últimas décadas la Iglesia católica había estado tan cerca del abismo y frente al espejo de sus profundas contradicciones. Los numerosos escándalos de pederastía que no cesan de surgir y llegan a salpicar hasta al mismísimo Papa se están convirtiendo en una losa difícil de levantar para una jerarquía exhausta tras la persecución a las voces progresistas que aún permanecen en el seno de la Iglesia de Roma y empeñada en algo antinatural: regresar al pasado.
Desde que el escándalo comenzase en Estados Unidos, con dosis a mansalva de puritanismo e intereses económicos y políticos dispuestos a alimentarlo, se ha extendido como una balsa de aceite a Irlanda, Suiza, Austria, Holanda, México, Chile, Argentina, Estado español, Euskal Herria, Italia y Alemania que ha hecho tambalear los discursos morales más inflexibles, las «buenas costumbres» y la férrea disciplina exigida a los católicos respecto al sexo.
Lo que algunos diagnosticaron como un constipado del catolicismo conservador que copa la curia vaticana se está convirtiendo en neumonía sin que el paciente acabe de reconocerlo. Una buena prueba de ello son las declaraciones del prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el cardenal español Antonio Cañizares, que ha afirmado que los escándalos de abusos sexuales a menores en Alemania, al parecer conocidos por el propio Papa y por su hermano Georg, «no preocupan excesivamente». La crisis es creciente aunque para tratar de frenarla se planteen solemnes cartas a los fieles de diferentes partes del planeta o indemnizaciones millonarias para acallar a las víctimas más ruidosas.
No son pocas las voces que sitúan entre las causas del abuso sexual masivo a niños y adolescentes por parte de sacerdotes y monjas en el celibato, aunque tal y como apunta el teólogo Hans Küng, tiene su raíz en la moral católica respecto al sexo. El catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad alemana de Tubinga asegura que la ley romana que obliga a los religiosos a ser célibes «contradice el Evangelio y la antigua tradición católica», recordando que San Pedro y el resto de los apóstoles de Jesús de Nazaret estaban casados.
«El celibato obligatorio es el principal motivo -a juicio del teólogo expulsado de la Iglesia- de la catastrófica carencia de sacerdotes, de la transcendente negligencia de la celebración de la Eucaristía y, en muchos lugares, del colapso de la asistencia espiritual personal».
Küng va más allá al acusar a los obispos en general y al actual Papa de encubrir durante muchas décadas los abusos. Explica que de 1981 a 2005 todos los delitos sexuales importantes cometidos por sacerdotes estuvieron bajo el control de la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe y que su prefecto, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, envió el 18 de mayo de 2001 una carta en la que declaró que todos los casos estaban clasificados como secretum pontificium, cuya violación está penada con el castigo eclesiástico. El teólogo suizo enfrentado desde hace décadas a Roma ha llegado a escribir en un artículo en el diario ``Süddeutsche Zeitung'' que «ninguna persona en la Iglesia ha tenido sobre su mesa tantos casos de abusos como él», en referencia al papa Benedicto XVI. Es más, anima al sucesor de San Pedro a que asuma su responsabilidad en vez «de lamentar una campaña contra su persona».
Entre quienes defienden acabar con el celibato está el teólogo español José María Castillo, que defiende que «quien vea que va a realizar mejor su vida y su destino en base a privarse del matrimonio, que lo haga. Pero otra cosa muy distinta es obligar a todo el que quiera ejercer el ministerio eclesiástico a que tenga que renunciar».
La apertura del Papa romano a los anglicanos en 2009, muchos de ellos casados, fue la anterior ocasión en que se puso en cuestión por qué los presbíteros católicos no pueden esposarse con una mujer y a los anglicanos casados se les permite participar de una prelaturas especiales constituidas por el Vaticano.
«El celibato no es santo, no es ni tan siquiera sagrado, es más bien funesto, ya que excluye a un amplio número de buenos candidatos al sacerdocio y ha expulsado de sus puestos a un gran número de religiosos que deseaban casarse», recuerda Hans Küng. No es el único que reniega del celibato, hay quien incide en que esta práctica se instituyó en principio en internados y seminarios y fomenta las tendencias pedófilas.
La existencia de estas prácticas ha sido sistemáticamente ocultada y trasladados los agresores a nuevos destinos donde volvían a cometer nuevos abusos. En la mayor parte de los casos, las agresiones se produjeron en instituciones educativas católicas, en las que hacían prevalecer su principio de autoridad para satisfacer sus deseos sexuales más depravados.
Tampoco cabe pasar por alto la identidad de algunos de los sacerdotes contra los que no se actuó, como es el caso de Marcial Maciel (1920-2008), fundador en 1941 de la todopoderosa Orden de los Legionarios de Cristo. Denuncias acusan al sacerdote mexicano, al que Benedicto XVI ordenó en mayo de 2006 retiro y penitencia, mantener relaciones con dos mujeres y ser el padre de al menos seis hijos. La Congregación exaltó una imagen falsa de su fundador, cuando era, según diferentes testimonios, «un monstruo abominable», tal y como comenzó a conocer la opinión pública internacional a raíz de las denuncias en 1997 de ocho ex legionarios víctimas de abusos sexuales. Roma aguarda que los cinco obispos encargados por Benedicto XVI de investigar -entre ellos, el todavía administrador diocesano de Bilbo, Ricardo Blázquez- emitan su informe definitivo para pronunciarse. A la vista de los escándalos de pederastía que se multi- plican, se hará esperar.