El matrimonio homosexual es contra natura y punto. Lo ha dicho el Papa. No se atreva usted a contradecirlo, o vaya preparando abundante crema solar para cuando cruce las puertas del infierno....
Pedro Antonio Honrubia Hurtado
I
Dice el Papa Benedicto XVI que el matrimonio homosexual es anti-natura. Que un hombre se case con otro hombre, o una mujer con otra mujer, no tiene cabida para esta gente de moral intachable e imperturbable en eso que ellos llaman la "ley natural", una ley que es distinta a la ley revelada, y que está vigente en aquellas cosas que los seres humanos podemos conocer por medio de la razón; es decir, lo que está al alcance de la razón sin recurso a la fe.
En pocas palabras, es algo así como el conocimiento intuitivo, cuyos preceptos se captan a través de una reflexión racional para con uno mismo, que ha de tener todo ser humano acercca de la validez universal que se desprende de las principales doctrinas morales asociadas a la fe católica, pues estas estarían impresas en nuestra naturaleza existencial más profunda.
Si usted no las ha encontrado aún, no se preocupe, es que simplemente no ha dedicado suficiente tiempo para buscarlas. Pero estar, están. Ya se encargan los Papas, auténticos Sherlock Holmes para con estas cuestiones, de buscarlas por usted, encontrarlas de todas, todas, y recordárselas. No hay un solo precepto de la ley moral natural que pueda escapar a las sabias exploraciones de estos representantes de Dios en la tierra.
Total, que ya lo saben, el matrimonio homosexual es contra natura y punto. Lo ha dicho el Papa. No se atreva usted a contradecirlo, o vaya preparando abundante crema solar del 50 para cuando le toque la hora de cruzar las puertas del infierno.
Pero no solo es anti-natura, también es anti-natural. La naturaleza, ente sabio donde los haya, aunque, por supuesto, no más sabio que Dios, que por algo fue quien la creo a partir de sí mismo y de su inagotable sabiduría e imaginación (un día que estaba aburrido y solo para demostrar que era superior a Chuck Norris), ha dotado a la especie humana de machos y hembras no por capricho, sino para que estos puedan casarse, fornicar, tener hijos y todas esas cosas que ya ustedes conocen.
Tan sabia es la naturaleza que a donde a uno le puso un palito, a la otra le puso un agujerito. Y tanto monta, monta tanto, que “si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta”. Como decimos, la naturaleza es sabia (la autora de la cita anterior no, pero qué vamos a hacerle).
II
Ahora bien, a Dios, en su inagotable sabiduría, se le pasó por encima un detalle en el momento de la creación: convertir también el matrimonio católico en algo natural. ¿O acaso los seres humanos ya nacemos casados por la Iglesia? Es más, ¿cuántos animalitos conocen ustedes que hayan pasado por la vicaría? No, no parece que el matrimonio católico, visto así, desde los fundamentos biológicos de nuestra existencia, o desde las pautas que se dan de forma mayoritaria entre el global de las especies animales que habitan en el conjunto de la naturaleza, sea algo que se pueda considerar como muy natural. Es más, podríamos decir que todo lo contrario.
Si, según la ciencia, existen en torno a 1.000.000 de especies animales conocidas, y solo una de ellas, que se sepa, tiene entre sus conductas vitales hacer uso de este tipo de matrimonio católico, esto quiere decir que tan solo el 0,000001% de las especies animales existentes tienen entre sus comportamientos el casarse según dictan las normas de la Iglesia. Si, como deciamos antes, se sabe además que los miembros (y miembras) de esa única especie no nacen ya casados por tal rito, sino que es algo que han de realizar a lo largo de sus respectivas vidas, y a la misma vez se sabe que más de dos tercios de esos miembros (y miembras) de la especie humana no profesan la religión católica y, por tanto, quedan descartados de tal grupo, la cosa va quedando en un marco cada vez más reducido y antinatural. Si encima buena parte de los que supuestamente viven en naciones donde tal religión es mayoritaria, y aun habiendo sido bautizados en dichas creencias, tampoco optan finalmente por casarse según marca la doctrina católica, el tema ya es chistoso. De natural tiene poco o nada, más bien nada.
III
No, no me he vuelto loco. Tampoco estoy tratando de reírme de la inteligencia del lector, todo lo contrario. Si absurdo es el razonamiento anterior, que lo es, igual de absurdo resulta todo aquel razonamiento que trate de equiparar la sexualidad humana con los comportamientos de la naturaleza, o con las pautas mayoritarias presentes en el conjunto de esta. La sexualidad humana, al igual que la institución del matrimonio católico, no es algo natural, sino cultural. Así que hablar de sexualidad humana o de matrimonio católico es hablar en ambos casos de una misma cosa: la cultura humana.
Por ello, al igual que ocurre en el caso de los enlaces matrimoniales o de parentesco, son las reglas culturales de unos y otros pueblos del mundo quienes determinan cuáles son los comportamientos sexuales aceptados como válidos y socialmente reconocidos en el seno de una determinada comunidad humana.
La ciencia antropológica ha dado buena cuenta de ello en sus estudios a lo largo y ancho del Planeta entre la multitud de culturas existentes. Salvo algunos tabús que parecen estar presentes en la práctica totalidad de las culturas, como es el caso del incesto (aunque tal concepto varía según la cultura en cuestión), las prácticas sexuales son tan variadas como pueden serlo las prácticas matrimoniales, o las prácticas gastronómicas. De hecho, bajo un análisis cultural, la sexualidad sería a la reproducción algo así como lo que la gastronomía es a la alimentación: una práctica cultural vinculada a unos determinados fundamentos biológicos, pero no por ello una práctica biológica.
Es decir, que haya un fundamento biológico que sustente de alguna manera tales prácticas culturales (bien por la satisfacción de necesidades biológicas, bien por su relación con el placer captado a través de los órganos sensoriales), no implica en ningún caso que el modo diverso en como las diferentes culturas del mundo las llevan a cabo sea una cuestión natural y no algo culturalmente determinado y delimitado. Una cosa es la cultura y otra muy distinta los fundamentos biológicos que se puedan dejar entrever a partir de ciertas prácticas humanas vinculadas con esta.
En consecuencia, cualquier argumento que trate de relacionar, en una misma disertación lógica, sexualidad y naturaleza, para obtener a través de ello una conclusión acerca de lo antinatural que resulta una determinada práctica sexual, será igual de válido (o de absurdo) que aquellos otros argumentos, como el dado por mí con anterioridad, que traten de equiparar matrimonio católico y naturaleza para tales efectos: lo que es cultural es cultural, y queda exento, en cuanto a tal, de cualquier vínculo real con las leyes de la naturaleza.
No hay, pues, una ley natural para la sexualidad, como no hay una ley natural para el matrimonio. Lo único que hay son leyes morales, comportamientos e instituciones culturales, nada más.
IV
Pero incluso si aceptásemos con válida la falacia que trata de vincular el matrimonio homosexual con las leyes de la naturaleza o con aquellos comportamientos determinados naturalmente que a su vez son mayoritarios en el conjunto de las especies animales existentes, el matrimonio homosexual no sería menos anti-natural que el matrimonio católico.
Un matrimonio católico se define por ser un vínculo entre un hombre y una mujer, sustentado, por tanto, en una relación de monogamia y monoandria, en cuyo compromiso se juran fidelidad eterna tanto desde una perspectiva sexual como desde una perspectiva de proyecto de vida “hasta que la muerte los separe”. Ahora bien, ni la monogamia, ni la monoandria, y mucho menos la fidelidad sexual, son comportamientos habituales en la naturaleza, sino todo lo contrario.
Según se sabe por estudios llevados a cabo entre biólogos y etólogos, sólo el 5% de los mamíferos, nuestros parientes más directos, son monogámicos. Entre los insectos, que cuentan con el mayor número de especies animales existentes, apenas si se han constatado unos pocos casos de relaciones monogámicas. Únicamente en el caso de las aves parece ser un comportamiento más extendido.
Incluso entre los seres humanos, según un estudio de estructura social que abarcaba 238 diferentes sociedades humanas alrededor del planeta del antropólogo George Murdock, el matrimonio monógamo estaba presente en solo 43 de ellas; esto es, un porcentaje de alrededor del 16%. Tenemos, pues, un 84% de sociedades humanas que no han debido profundizar los suficiente en la búsqueda de la "ley natural" de la que el Papa nos habla como máxima guía y referente. El infierno no va a tener hueco suficiente para tanto pecador.
Pero si extraños son los comportamientos monogámicos en la naturaleza, mucho más extraños aún resultan los comportamientos animales sustentados en una fidelidad sexual macho/hembra. Incluso entre las especies que se consideraban monogámicas hay pocas, si es que hay alguna, que sean realmente monogámicas desde una perspectiva sexual. Diversos estudios científicos han puesto de manifiesto que en multitud de ocasiones los machos de una determinada pareja animal cuidan hijos que no han sido engendrados por ellos mismos. David P. Barash explica bien este tema en su famoso artículo “desinflando el mito de la monogamia”.
En el mundo animal, al igual que ocurre en tantas ocasiones en el mundo de los humanos, la monogamia “social” no se corresponde con una verdadera monogamia “sexual”. La inmensa mayoría de las especies que han sido identificadas por los científicos como monógamas, son en realidad promiscuas desde una perspectiva sexual, y esto afecta por igual tanto a machos como a hembras, según la especie en cuestión.
Las pruebas de ADN hechas por los científicos a las diversas especies consideradas monogámicas han ido demostrado que si bien algunos animales son socialmente monógamos, establecen relaciones estables, sexualmente apuestan por la poligamia; incluso los cisnes y los gansos, que hasta ahora se tomaban como ejemplos de fidelidad en el reino animal, resulta que les ponen los "cuernos" a sus “cónyuges”.
Así que, sabido esto, podemos afirmar con toda rotundidad que si la homosexualidad es tachada por estos señores de rancia sotana como un comportamiento anti-natural, a pesar de ser conocido también que existen abundantes muestras de comportamientos homosexuales en determinadas especies animales, no es en realidad menos anti-natural que cualquiera de las principales características de lo que se conoce como un matrimonio católico. De hecho, no hay nada más antinatural, en lo que se refiere a comportamientos sexuales, que la fidelidad sexual, santo y seña del matrimonio católico tradicional. Pero no verán ustedes a ningún Papa diciendo que tal cosa atenta contra la ley natural o es un comportamiento contra-natura. Son así de hipócritas.
V
Por supuesto, todos estos argumentos, como ya se ha dicho antes, dejan de tener cualquier tipo de validez lógica desde el mismo momento en que se acepta que las conductas sexuales de los seres humanos, a diferencia de las que tienen la inmensa mayoría de las especies animales existentes, son una manifestación más de la cultura humana, y no un rasgo propio de su naturaleza.
Nada puede haber anti-natural en la sexualidad humana, como nada puede haber antinatural en las relaciones matrimoniales o de parentesco que se establezcan en las diferentes sociedades existentes. Lo único que hay, como mucho, son comportamientos sexuales contra-culturales o que no van en la linea de los comumente desarrollados por la mayoría social. Lo que los católicos llaman un comportamiento anti-natural, en realidad no es más que un comportamiento opuesto a la moralidad mojigata y represiva que históricamente el catolicismo ha impuesto a las prácticas sexuales de aquellas sociedades donde ha estado presente. Nada más. Y nada menos.
Afortunadamente, las leyes civiles poco a poco han ido apartándose de la senda impuesta por esta moralidad represiva. La aprobación del matrimonio homosexual que cada vez se va extendiendo por más rincones del mundo, así como la despenalización de la misma práctica de la homosexualidad, es sólo una muestra más de este avance hacia una sociedad verdaderamente liberada desde una perspectiva sexual, que no solo debe respetar las prácticas sexuales de todos sus ciudadanos y ciudadanas (siempre y cuando sean prácticas voluntarias y mutuamente consentidas entre personas adultas y en uso de sus plenas facultades mentales), sino que además debe ajustar necesariamente su legalidad civil a las diversas realidades sentimentales y/o matrimoniales que puedan derivarse de ello.
No queda otro camino si abordamos la cuestión desde una perspectiva de derechos humanos, la auténtica y verdadera "ley natural" por la que deberíamos regirnos todas las sociedades del planeta.
VI
Por cierto, que para comportamiento verdaderamente antinatural, la abstinencia sexual a la que se ven obligados curas y monjas. Eso sí que no lo encontrarán en una sola especie de la naturaleza.
Otra muestra más de lo absurda que puede llegar a ser a veces la cultura humana. Sobre todo si tiene su amparo en eso que el Papa y los suyos llaman la "ley moral natural", que en realidad es, naturalmente, cualquier cosa menos natural.