Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
La elección del Río de Brasil para organizar los juegos Olímpicos 2016 ha sido la demagogia olímpica al rojo vivo.
Nunca fue diferente. A diferencia de Río de Janeiro, Chicago, Madrid y Tokio eran opciones directas y más transparentes en el sentido de no estar vinculadas a las consideraciones de una peculiar y poco clara “política” del Comité Olímpico, ni vinculadas a la política de la política.
Se supone que al asignar la sede de los juegos deportivos más famosos del planeta, no es solo por la capacidad, sino también es un reconocimiento a la trayectoria del país, a su estabilidad socioeconómica, a su prestigio cultural, a sus contribuciones a la humanidad.
Es probable que sea por esto y por mucho más. Sin embargo puede ser mucho menos que esos intangibles del prestigio y mucho más a la hora de sacar cifras de mercado que se trafican detrás y delante de las medallas olímpicas y las expectativas de los atletas.
Ahora eligieron a uno de los países con la trayectoria más cuestionada en justicia social y con una deuda pendiente por las violaciones a los DDHH en las dictaduras militares de los años 60.
Desde 1950, Brasil no puede hacer descender el índice de desigualdad a menos de 50.0 de acuerdo al coeficiente Gini. Por muy eficaz que haya sido el esfuerzo del presidente Lula para mejorar el estándar de vida del brasilero, Brasil todavía exhibe uno de los peores índices de desigualdad con un coeficiente Gini en 2005, de 56.7. Se ubica dentro de los 15 peores del mundo, con Chile con un 54.9. Suecia el más bajo tiene 23.0 y la media de países los desarrollados está entre 28 y 38. Francia es 29.5 por ejemplo.
Es la peor elección porque crea la sensación que se está privilegiando a América del Sur siendo que Brasil culturalmente no se ha sentido históricamente parte de la “cultura latinoamericana” por una simple cuestión de lengua.
Con el presidente Lula eso sí ha habido un cambio y el ha marcado un paso diferente de los anteriores gobernantes en lo de la identidad latinoamericana. De hecho, dedica la obtención de la sede de Río como un triunfo de Sudamérica.
Aunque la historia futura puede ser otra. Brasil históricamente ha sentido la “responsabilidad” de convertirse en potencia regional y queda la duda si esa aspiración es intrínsecamente genuina por poderío, territorio y proyección demográfica en última instancia. O, es otra imposición externa de las potencias occidentales tradicionales en “dividirse” el control global al estilo de la Trilateral, con Brasil actuando como poder subrogante.
Así como los reclamos contra China por el asunto de los DDHH aparecieron cuando los Juegos de Beijing estaban por iniciarse, es probable que con Brasil ocurra algo similar en otro plano.
El 2016 en política puede ser una eternidad. Esta vez podría ser el tema del poderío bélico atómico que Brasil busca con afán.
Con todo, ese poderío y simpatía internacional que Lula ha gestado para Brasil, de pronto puede convertirse en una pesadilla en manos de una elite de políticos neoconservadores operando una transición después de 8 años de gobierno del Partido dos Trabalhadores (PT).
Así como se le veía a Lula radiante al conocer la selección de Río, no hay seguridad de que el PT y su líder lucirán igual en caso de perder las próximas elecciones presidenciales en Octubre 2010.
A un año, las encuestas favorecen con claridad al candidato de centro derecha, el gobernador de San Pablo José Serra, un ex izquierdista que buscó protección de la Embajada Italiana durante el golpe militar de 1973 en Chile. Serra es un político brillante, y hace la lectura correcta del clima conservador que se reinstala en lugares importantes del mundo después de la crisis económica.
Brasil por raíces y trayectoria política es muy proclive al conservadurismo a semejanza de EEUU. La candidatura de Serra destila ese candor del izquierdista arrepentido, muy conocido en los ambientes de Argentina, Brasil y Chile, por no haber estado en el poder mucho antes.
Las fuerzas surgidas por el desgaste del PT en el poder, no es diferente al de las fuerzas opositoras que enfrenta la Concertación en Chile o el peronismo oficialista en la Argentina.
Cuando fuerzas progresistas o de cierto acento izquierdista gobiernan por varios períodos, algo les sucede que al estacionarse en el poder se fragmentan en dos o más facciones. Sucedió con los socialistas en Francia bajo el gobierno de F. Mitterand, con los socialistas en España bajo Felipe González y al Chile de la Concertación.
No es solo la corrupción o el desgaste natural de gobernar países con sistemas precarios. Es algo más, y tiene que ver con la inevitable conversión de un contingente progresista en una elite del poder destinada a gobernar desde la función del estado. El fantasma ideológico del comunismo soviético les atemoriza tanto que se transforman en neo conservadores. El caso chileno es patente.
Brasil ha sido invitado por el club de las potencias mayores a participar en un espacio de la elite del poder mundial.
Por territorio, riquezas naturales, el Amazonas y peso específico en la región esa invitación se extiende a que se transforme en el futuro en potencia atómica. Brasil desde hace décadas que no ha disimulado esa ambición.
La apuesta es peligrosa no solo por el significado en sí de poseer armas nucleares, sino porque desequilibraría la balanza del poder en la región por completo. En algunos cuarteles ha habido algarabía por esa posibilidad porque estaría formándose un polo de poder regional que le haga frente a EEUU.
No es aconsejable creer que Brasil recibiría la aprobación de las potencias occidentales para tener poderío bélico nuclear sin nada a cambio.
Esperando a los juegos, esperemos también que no sucedan manifestaciones en las calles de Brasil y en el resto de los países, porque un país como Brasil se transformó en potencia atómica mientras es gobernado por un puñado de neoconservadores cortados a la estadounidense. De los brasileros depende solamente que este escenario sea el más improbable.
Foto: Dinamarca - El presidente Luiz Inácio Lula da Silva festeja junto a la delegación brasilera la elección de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016. / Autor: Ricardo Stuckert - ABR
Nunca fue diferente. A diferencia de Río de Janeiro, Chicago, Madrid y Tokio eran opciones directas y más transparentes en el sentido de no estar vinculadas a las consideraciones de una peculiar y poco clara “política” del Comité Olímpico, ni vinculadas a la política de la política.
Se supone que al asignar la sede de los juegos deportivos más famosos del planeta, no es solo por la capacidad, sino también es un reconocimiento a la trayectoria del país, a su estabilidad socioeconómica, a su prestigio cultural, a sus contribuciones a la humanidad.
Es probable que sea por esto y por mucho más. Sin embargo puede ser mucho menos que esos intangibles del prestigio y mucho más a la hora de sacar cifras de mercado que se trafican detrás y delante de las medallas olímpicas y las expectativas de los atletas.
Ahora eligieron a uno de los países con la trayectoria más cuestionada en justicia social y con una deuda pendiente por las violaciones a los DDHH en las dictaduras militares de los años 60.
Desde 1950, Brasil no puede hacer descender el índice de desigualdad a menos de 50.0 de acuerdo al coeficiente Gini. Por muy eficaz que haya sido el esfuerzo del presidente Lula para mejorar el estándar de vida del brasilero, Brasil todavía exhibe uno de los peores índices de desigualdad con un coeficiente Gini en 2005, de 56.7. Se ubica dentro de los 15 peores del mundo, con Chile con un 54.9. Suecia el más bajo tiene 23.0 y la media de países los desarrollados está entre 28 y 38. Francia es 29.5 por ejemplo.
Es la peor elección porque crea la sensación que se está privilegiando a América del Sur siendo que Brasil culturalmente no se ha sentido históricamente parte de la “cultura latinoamericana” por una simple cuestión de lengua.
Con el presidente Lula eso sí ha habido un cambio y el ha marcado un paso diferente de los anteriores gobernantes en lo de la identidad latinoamericana. De hecho, dedica la obtención de la sede de Río como un triunfo de Sudamérica.
Aunque la historia futura puede ser otra. Brasil históricamente ha sentido la “responsabilidad” de convertirse en potencia regional y queda la duda si esa aspiración es intrínsecamente genuina por poderío, territorio y proyección demográfica en última instancia. O, es otra imposición externa de las potencias occidentales tradicionales en “dividirse” el control global al estilo de la Trilateral, con Brasil actuando como poder subrogante.
Así como los reclamos contra China por el asunto de los DDHH aparecieron cuando los Juegos de Beijing estaban por iniciarse, es probable que con Brasil ocurra algo similar en otro plano.
El 2016 en política puede ser una eternidad. Esta vez podría ser el tema del poderío bélico atómico que Brasil busca con afán.
Con todo, ese poderío y simpatía internacional que Lula ha gestado para Brasil, de pronto puede convertirse en una pesadilla en manos de una elite de políticos neoconservadores operando una transición después de 8 años de gobierno del Partido dos Trabalhadores (PT).
Así como se le veía a Lula radiante al conocer la selección de Río, no hay seguridad de que el PT y su líder lucirán igual en caso de perder las próximas elecciones presidenciales en Octubre 2010.
A un año, las encuestas favorecen con claridad al candidato de centro derecha, el gobernador de San Pablo José Serra, un ex izquierdista que buscó protección de la Embajada Italiana durante el golpe militar de 1973 en Chile. Serra es un político brillante, y hace la lectura correcta del clima conservador que se reinstala en lugares importantes del mundo después de la crisis económica.
Brasil por raíces y trayectoria política es muy proclive al conservadurismo a semejanza de EEUU. La candidatura de Serra destila ese candor del izquierdista arrepentido, muy conocido en los ambientes de Argentina, Brasil y Chile, por no haber estado en el poder mucho antes.
Las fuerzas surgidas por el desgaste del PT en el poder, no es diferente al de las fuerzas opositoras que enfrenta la Concertación en Chile o el peronismo oficialista en la Argentina.
Cuando fuerzas progresistas o de cierto acento izquierdista gobiernan por varios períodos, algo les sucede que al estacionarse en el poder se fragmentan en dos o más facciones. Sucedió con los socialistas en Francia bajo el gobierno de F. Mitterand, con los socialistas en España bajo Felipe González y al Chile de la Concertación.
No es solo la corrupción o el desgaste natural de gobernar países con sistemas precarios. Es algo más, y tiene que ver con la inevitable conversión de un contingente progresista en una elite del poder destinada a gobernar desde la función del estado. El fantasma ideológico del comunismo soviético les atemoriza tanto que se transforman en neo conservadores. El caso chileno es patente.
Brasil ha sido invitado por el club de las potencias mayores a participar en un espacio de la elite del poder mundial.
Por territorio, riquezas naturales, el Amazonas y peso específico en la región esa invitación se extiende a que se transforme en el futuro en potencia atómica. Brasil desde hace décadas que no ha disimulado esa ambición.
La apuesta es peligrosa no solo por el significado en sí de poseer armas nucleares, sino porque desequilibraría la balanza del poder en la región por completo. En algunos cuarteles ha habido algarabía por esa posibilidad porque estaría formándose un polo de poder regional que le haga frente a EEUU.
No es aconsejable creer que Brasil recibiría la aprobación de las potencias occidentales para tener poderío bélico nuclear sin nada a cambio.
Esperando a los juegos, esperemos también que no sucedan manifestaciones en las calles de Brasil y en el resto de los países, porque un país como Brasil se transformó en potencia atómica mientras es gobernado por un puñado de neoconservadores cortados a la estadounidense. De los brasileros depende solamente que este escenario sea el más improbable.
Foto: Dinamarca - El presidente Luiz Inácio Lula da Silva festeja junto a la delegación brasilera la elección de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016. / Autor: Ricardo Stuckert - ABR