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Maria Callas, orgullo y pasión

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Maria Callas, orgullo y pasión

Cuando era la Callas, sobre el escenario o en las glamourosas fiestas, era una diosa casi intocable; sin embargo, cuando era simplemente Maria, en sus inicios, junto a su padre -al que adoraba-, junto a su madre -con la que siempre mantuvo una tensa y difícil relación-, su hermana Jacqueline -la guapa y la artista de la familia-, o en la intimidad de su alcoba, se convertía en una mujer víctima de sus inseguridades y de la falta de amor, que la acompañó durante toda su vida.

Esto es lo que ha querido reflejar el periodista italiano Alfonso Signorini, director de la revista «Chi», dedicada al mundo del espectáculo, en el libro «Tan fiera, tan frágil». Publicado en 2007, coincidiendo con la celebración del 30 aniversario del fallecimiento de la Divina, sola, en su apartamento de París, Lumen acaba de editar su traducción al castellano.

Correspondencia privada

Mucho se ha escrito sobre Maria Callas de su voz y de su apasionada relación con el armador griego Aristóteles Onassis. El autor, admirador de la diva desde su infancia -«mis abuelos se enamoraron escuchando «La Traviata»», explica en la solapa del libro- ha querido aportar algo más a toda esa visión que se ha dado de la estrella: la de la persona. El acceso a la correspondencia privada de la soprano, le ha permitido hilvanar a modo de novela algunos de los acontecimientos de la vida íntima de la artista.

Nacida en 1923 en el seno de una familia de inmigrantes griegos que se instalaron en Nueva York, Signorini no escatima algunos detalles escabrosos y otros terriblemente dolorosos para la artista. De hecho, la narración arranca en uno de los escenarios más tristes de la vida de la cantante: el cementerio, a las afueras de Milán, donde enterró a su único hijo, fruto de su relación con Onassis, y que falleció pocas horas después de nacer. Un lunes al mes visitaba de manera regular su tumba en solitario, al abrigo de miradas indiscretas, hasta su muerte, en 1977.

El escritor y periodista se detiene especialmente en los comienzos de Maria Anna Cecilia Sophia Kalogeropoulos -ése era su nombre completo-, cuando era una niña con sobrepeso, poco agraciada en lo físico pero que destacaba por tener una maravillosa voz. Una voz en la que su madre vio el pasaporte para salir de la pobreza. Después de la separación del padre y el regreso a Grecia, Signorini sitúa los comienzos «artísticos» de la Callas -gestionados por su madre- en las tabernas del Pireo, cantando para los marineros por cinco dracmas y un plato de sopa. Alejada de su padre, mujeriego y poco dotado para los negocios, Maria buscó el cariño en sus primeros escarceos amorosos, poco rentables en opinión de su progenitora, que se encargó de ponerles fin.

Maria se dio cuenta entonces de que la única manera de liberarse era convertirse en la Callas. Para ello contaba con una gran aliada, su voz, y su ambición. Una vez de vuelta a Nueva York, Maria trabajaría duro para convertirse en la mejor del mundo, en la única, aunque para ello tuviera que enfrentarse con la reina de la Scala, otra diva, la Tebaldi...

El periodista italiano realiza también un recorrido por su debut en Verona, donde conoció a su marido, Giovanni Battista Meneghini, y sus papeles emblemáticos, Medea, Norma... Datos que aliña con otros más anecdóticos, como el método que utilizó para adelgazar 35 kilos, o su encuentro con Marylin Monroe.

La última visita a Onassis

A diferencia de otros autores, Signorini mantiene que la estrella siguió viendo al armador griego, después del matrimonio de éste con Jackie Kennedy. E incluso se aventura a reconstruir el supuesto último encuentro de Maria Callas con Onassis en el lecho de muerte de éste, en un hospital de París.


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