Son las tres de la tarde y es día sábado, las calles están llenas de parejas que van al cine y familias humildes que con su charpa de hijos van al parque a dar una vuelta como último y único recurso de distracción familiar ante lo difícil que se hace cada día la vida.
Yo, de pendejo, he desperdiciado la oportunidad de irme a acostar con mi novia y aprovechar esta linda tarde de Octubre de 1976.
Todo lo contrario, acabo de recoger a mi responsable Miriam, quien viste una falda negra y blusa celeste a tono con el ambiente que predomina en las calles.
Me indica que vamos a recoger a “Mercedes” en la parada de buses de “La Castellana” allá por la Casa del Obrero.
Tenemos tiempo, lo que nos permite hacer un rodeo y verificar que nadie nos sigue.
A las tres y veinte pasamos por el lugar, chequeando que esté limpio, luego a las tres y media en punto nos detenemos en la parada y me sorprendo al ver que quién se acerca al carro es una muchacha blanca de anteojos oscuros, pelo corto, blusa negra y falda blanca con estampado azul, la que se sube rápidamente pero sin prisa y saluda fraternalmente a mi responsable.
Se ha acomodado en el asiento trasero y pregunta como luce, pero inmediatamente comprendo que no es por coquetería femenina sino porque se siente incomoda con el disfraz de muchacha pequeño-burguesa que el amor a su pueblo le obliga a llevar esta tarde de sábado.
Se quita los lentes oscuros en el preciso momento en que yo chequeo por el retrovisor y me encuentro con dos ojos verdes celestes que me fulminan en un reproche como si yo tuviera la culpa de haberlos visto, como si fuera un secreto que no debía conocer jamas, la voz de Miriam me vuelve a la realidad y me ordena que la lleve a la colonia Morazán y agrega que mañana domingo me presente a las 4:00 p.m. en la 35 avenida, es decir la que desde el km. 5 de la carretera sur baja hasta el costado Oeste de la Morazán.
Las bajo por el matadero, ellas se pierden en una esquina y yo en un mar de pensamientos: pienso que con esos ojos y ese color tan blanco no es el prototipo idealizado de una guerrillera, pero siento que sus ojos, su piel y su voz clara y serena han de ser el reflejo de su alma y que he estado en presencia de un ángel, que en vez de alas lleva una Smith & Wesson de nueve milímetros a la que vi revisar el seguro segundos antes de bajarse del carro, un ángel de carne y hueso de ojos soñadores de futuros, de Reforma Agraria, de C.D.I., de Cruzadas de Alfabetización…
Domingo, a las 4 de la tarde, después de pasar por la Iglesia Santa Ana doblo al final de la calle del triunfo hacia el Sur, voy a recoger a Miriam y vuelvo a recordar aquellos ojos, mejor dicho desde ayer que los vi por casualidad (o indiscreción ) no los puedo apartar de mi mente, pero sobretodo me duele ese mudo reproche, pienso que ese ángel ha de ser importante por la firmeza de su hablar y de sus movimientos y porque además no es normal que mi carro se “queme con cualquier compañero” (solo Miriam y Cleto lo conocen).
De pronto una falda blanca floreada en azul y unos anteojos oscuros me sacuden de mis pensamientos, busco a Miriam con la vista y no la veo, quito el pie del acelerador indeciso entre pararme y seguir como si nunca hubiera visto los diamantes que ocultan aquellos anteojos.
De pronto ella sonríe burlonamente al ver mi asombro y me hace señas como “pidiendo raid”, sin salir de mi sorpresa ella ya se ha montado a mi lado y me dice que siga hasta el Munich pero que no me fije en los detalles de los automóviles.
¿Será que Miriam le habrá contado que yo me ufano de “registrar en mi computadora” los modelos, placas, año, color, cantidad de personas, etc. de los carros que vienen en sentido contrario y mejor aun de los que vienen por detrás ?
Con su angelical voz (decido internamente agregarle otro seudónimo, “ANGEL” , a la que supongo ya larga lista), Mercedes me explica que quedaron de pasarla recogiendo a esta hora pero que está consciente de las altas probabilidades de que no consigan carro y por eso amarró con Miriam que yo sirviera de “Emergente”.
Esto lo acordaron desde ayer cuando las recogí, pero acostumbrado a la disciplina de no oír ni saber lo que no me corresponde no me enteré del acuerdo y porque la llamarada que sentí cuando descubrí sus ojos me entorpecieron los sentidos.
Me dice que tiene que esperar una hora de emergencia hasta las 5 y que hasta esa hora sabrá definitivamente si la vendrían a traer o no.
Me pregunta qué recomiendo yo que hagamos para matar el tiempo (¡¡¡una hora con mi Angel!!!), y que si ando suficiente combustible para un viaje largo fuera de Managua (siento que estoy faltando a las reglas de seguridad al imaginarme que se confirman con sus palabras mi sospecha de su importancia, y desde ya la ubico como responsable de algún Regional del Frente).
Me hago la autocrítica para mis adentros y asumo la responsabilidad que como militante me corresponde por la vida de un “hermano mayor” y decido que el lugar mas adecuado para pasar desapercibidos en una tarde de Octubre, siendo Domingo y dado que ella es un compañero “compañera” , es el parque de Las Piedrecitas, aparte de que además estamos cerca.
Llegamos, me parqueo en un lugar apartado, entre los arboles, con salida por delante y por detrás, desde el que podemos controlar la entrada al parque.
Comenzamos a platicar, sin quitarse los anteojos, me pregunta que cuales son los comentarios de la situación política y económica de la gente con la que me relaciono y de pronto cuando trato de disculparme por lo de haberle visto los ojos aparece un Becat¹, ella saca su nueve milímetros (no me equivoqué) una Smith & Wesson y la coloca debajo de su pierna izquierda, yo le digo que aunque tenemos tiempo de arrancar e irnos, ya que el Becat tiene que darle vuelta a todo el parqueo, lo mejor, para no despertar sospechas, es quedarnos y hacernos pasar por novios, ella asiente, se quita los anteojos oscuros (ya son casi las cinco y estamos en la sombra) se me acerca, cierra los ojos (aparentemente) y descansa su cabeza en mi hombro; yo le rodeo sus hombros con mi brazo y le tomo su mano derecha (la izquierda la tiene debajo de su pierna izquierda empuñando la culata de la semi-automática) y justamente en el momento en que pasan las bestias yo le doy un beso en el pelo a mi bello Angel.
No había vuelto a saber nada de mi Angel, y por supuesto no podía ni debía preguntar, pero una noche del mes de Febrero Miriam me anunció que ella iba estar un tiempo “congelada” y que yo funcionaria como enlace y a la vez de apoyo a los compas del Regional de Occidente, así que luego de dejarla en la calle 14 de Septiembre, cerca de la P. del H. debía pasar a las siete y media por La Castellana recogiendo a “alguien que vos conoces”.
En este peligroso oficio, al igual que en las Matemáticas, tres mas dos son cinco, por lo que supe de inmediato de quien se trataba.
Efectivamente, esta vez ya no hubo titubeos, su figura la descubrí desde lejos, venia acercándose a la parada de buses y ahora no hubo sorpresa como cuando la tarde de la Morazán, hoy, al ver en mi reloj las 7:30 de la noche, estaba seguro que no era casualidad que a ella le faltaran 10 pasos para llegar a la parada, sino que esto era producto de la rigurosa sincronización a la que obligaban las condiciones del trabajo urbano clandestino y a que uno está consciente de que por 30 segundos que uno llegue tarde le puede costar la vida a un compañero, que para el cuadro clandestino 30 segundos que permanezca de mas en las calles equivalen a darle 30 segundos de oportunidad al enemigo para detectarlos.
Subió al carro, nos saludamos y me indicó que íbamos para Occidente. Tuvimos que detenernos a echar combustible en la Shell del 7 y medio de la carretera Sur, yo me había bajado a comprobar el aire de las llantas y estaba pagando la cuenta cuando ella me llamó diciéndome en voz baja y un poco inquieta “tapame que la gente de ese carro me conoce” Era un carro que se había parado en la otra bomba como a unos 5 metros en posición paralela al nuestro, traté de cubrir con mi cuerpo la ventana para que no la vieran mientras recibía el vuelto y hasta le di las llaves del valijero al bombero para que chequeara la llanta de repuesto y hacer tiempo y que el otro carro se marchara.
Por fin pudimos arrancar y ella mas tranquila me dijo que eran gente de “su pueblo”. De nuevo el subconsciente ató cabos pues desde el momento en que el otro carro se acercó yo había visto que la placa era de Carazo. Sin proponérmelo, sabia pues que por las venas del Angel corría sangre de Diriangen.
Llegamos a Chinandega a las nueve y cincuenta y cinco minutos de la noche, encontrando una ciudad caliente con una apariencia de centro industrial en desarrollo, es decir a esa hora se podía sentir mezclado en el aire seco y caliente el olor de las fábricas de aceite, de las desmotadoras y hasta los vapores que el viento trae del Ingenio San Antonio de los Pellas, donde se produce el Ron “para los hombres muy hombres” esos que pretenden ahogar su miseria con un par de medias y luego regresan a sus casas a volcar su amargura y sus bolsas vacías.
Chinandega, Febrero del 77, en plena temporada algodonera, en las aceras del mercadito que queda cerca del comando de la guardia se pueden ver en vivo y a todo dolor la tragedia que vive la mano de obra que cosecha y recoge el “oro blanco” : el oro para el patrón y el blanco para el peón.
¿Conocés bien Chinandega? - pregunta el Angel No, no muy bien - contesté
Está bien, yo te digo donde me vas a dejar, y el jueves nos vemos a las 4:00 P.M. en el trayecto que hay entre el Hotel Cosigüina y el supermercado la colonia, O.K.?
La dejo despuesito de pasar el puente del barrio La Libertad, sigo adelante buscando una pulpería donde consumir una gaseosa pero realmente lo que deseo es consumir 8 o 10 minutos para pasar de regreso por el lugar donde la había dejado en previsión de cualquier situación desagradable.
El jueves llegué a Chinandega desde antes de las tres de la tarde con el fin de “explorar” la ciudad y familiarizarme con ella y sus puntos de referencia mas importantes, conocer sus vías de entrada y salida, los alrededores del comando, las calles que al terminar en los barrios marginales se convierten en callejones sin salida, etc.
A las cuatro en punto, a media cuadra del Hotel, mi Angel se subía al carro y luego del saludo me pregunta por la situación de la carretera, es decir si había alguna vigilancia o algún “tranque”.
Me dice que tomemos la carretera que va a Somotillo. Al llegar al empalme de la carretera con un camino de tierra me hace doblar a la derecha, en el camino que va a Villanueva.
Pronto dejamos atrás este pueblito y continuamos por el camino unos 25 kilómetros.
Se le nota mas seria que de costumbre, preocupada talvez, me dice que comience a fijarme bien en la topografía del lugar tratando de ubicar puntos de referencia porque probablemente yo tenga que hacer alguna vez este recorrido solo.
Al doblar un pequeña curva del camino aparece un hermoso guanacaste como a 50 metros de la orilla del camino y me dice que nos paremos.
Nos chequeamos, son las cinco y media de la tarde y no se ve ni una sola alma, de pronto, al pie del gigante se ve una pequeña chispa, como de alguien que enciende un cigarro. ¡Allí está! Dice, y agrega: Dame 15 minutos pero no vayas lejos.
Al arrancar veo por el espejo que ella cruza el cerco de alambre en dirección al tronco del guanacaste. Me alejo unos doscientos metros y aprovecho un gancho de camino para girar el carro y tenerlo listo para el regreso o para lo que sea, me detengo y sin apagarlo me bajo y levanto la tapa del motor con el viejo cuento de arreglar algún desperfecto.
Desde esta posición puedo observar todo un buen trecho del camino y toda la planicie que se extiende detrás del gigantesco árbol, sin embargo el Angel se ha perdido detrás del tronco. Al cabo de algún tiempo, la compa inicia el regreso hacia el camino, la dejo avanzar, el camino sigue sin dar señales de vida, bajo la tapa del motor y arranco.
Cuando el Angel sube, su cara se ha transformado, ya no tiene el ceño fruncido ni se le ve preocupada, al contrario sonríe cuando al pasar por un ranchito dos niños panzoncitos y sin camisas nos dicen adiós, y se ríe ampliamente cuando en broma le digo que qué pasaría si las voraces compañías madereras nos volaran el guanacaste que utiliza como punto de referencia y contacto.
Al cabo de unos minutos me ordena que me detenga.
Saca un rollito fino de papel fino y arrugado que acaba de recibir y aprovechando la poca claridad que todavía hay escribe algo en el poco espacio que queda sin escribir.
Ahora al verla de reojo, su manera de escribir me da la explicación del por qué de algunos se sus movimientos que antes la he visto hacer, como la tarde en las Piedrecitas cundo pasó el Becat: mi Angel es zurda.
Termina de escribir, enrolla el papel muy bien y lo vuelve a meter en el frasquito plástico de colirio del que lo había sacado.
Esto es para Miriam, es urgente y muy bueno.
Estas son las primeras páginas de un trabajo-testimonio en memoria de Angela Morales Avilés, quién cayo en combate desigual el Sábado 14 de Mayo de 1977, en las inmediaciones de la Iglesia Monseñor Lezcano, tenía 28 años de edad, y su entrega a la causa de los oprimidos es un ejemplo imperecedero que debe servir para iluminarnos en estos difíciles días.
¹Becat: Brigada especial contra actividades terroristas
—Alfredo Sánchez Alegría—
Managua
El Nuevo Diario © Martes 3 de Abril de 2001
http://archivo.elnuevodiario.com.ni/2001/abril/03-abril-2001/opinion/opinion6.html
Recopilado por:
Dr. Humberto José González Suárez
San Francisco, California, EE.UU.
2001
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