Así lo confirma el reciente informe presentado por el World Inequality Lab. Se trata de solo las 56.000 personas más ricas del planeta, el 0.001 de la humanidad, que tienen tres veces más riqueza que el 50% del mundo. La irracionalidad capitalista en su grado extremo.
El Informe Mundial sobre Desigualdad 2026, presentado por el World Inequality Lab, destapa un abismo obsceno de la irracionalidad capitalista: el 10% más rico de la población mundial se apropia del 53% de todos los ingresos globales y acapara el 75% de la riqueza total, mientras que el 50% más pobre —cuatro mil millones de personas— apenas logra capturar el 8% de los ingresos y un mísero 2% de la riqueza.
Aún más criminal, los 56.000 multimillonarios que forman el 0,001% superior controlan tres veces más patrimonio que toda la mitad inferior de la humanidad, con su porción de la riqueza mundial escalando del 4% en 1995 al 6% actual gracias a un vertiginoso crecimiento anual del 8% en sus fortunas desde los años ’90.
Esta concentración brutal no es un accidente, sino el resultado directo de décadas de políticas al servicio del gran capital.
La brecha se agranda en todos los frentes: clima, género, regiones y educación
Los ultra ricos no solo acumulan fortunas descomunales, sino que devastan el planeta en el proceso: el 10% superior genera el 77% de las emisiones de carbono vinculadas a la propiedad privada de capital, y el 1% más rico es responsable del 41%, casi el doble de lo que emite todo el 90% inferior combinado.
En el terreno de género, la situación es igual de indignante: las mujeres perciben solo el 28% del ingreso laboral global —una cifra estancada desde 1990—, y si se cuenta el trabajo doméstico no remunerado, laboran 53 horas semanales frente a 43 de los hombres, con un ingreso por hora que se desploma al 32% del masculino.
Regionalmente, las disparidades son bestiales: un habitante de Norteamérica y Oceanía tiene 13 veces más ingresos que en África Subsahariana (€125 diarios vs. €10), con brechas educativas criminales que destinan €220 por niño en África frente a €9.000 en Norteamérica, perpetuando un ciclo de pobreza impuesto por el imperialismo económico.
En América Latina, el 10% rico se lleva el 58% de los ingresos, superando incluso a los niveles de desigualdad de la era colonial en muchos casos.
Causas estructurales: evasión fiscal, privilegios financieros y políticas regresivas
Esta desigualdad no cae del cielo: los multimillonarios evaden impuestos progresivos a gran escala, pagando tasas efectivas inferiores a las de los hogares medios —en EE.UU., Francia o Brasil, sus tasas fiscales reales caen en picada en la cima de la pirámide—, lo que priva a los Estados de recursos vitales para salud, educación y servicios públicos.
El sistema financiero global actúa como un mecanismo de saqueo: países ricos como EE.UU. y la Eurozona extraen anualmente el 1% del PBI mundial de las naciones pobres mediante rendimientos netos positivos en inversiones, una cifra tres veces superior a toda la ayuda oficial al desarrollo, todo debido a monedas reserva como el dólar que abaratan sus deudas.
Desde los años ’80, políticas neoliberales —desregulación financiera, recortes fiscales a los ricos, debilitamiento de sindicatos y privatizaciones salvajes— han disparado esta concentración de riqueza, aunque las transferencias redistributivas han logrado reducir las brechas hasta un 30% en Europa donde se aplican con firmeza.
En los países del llamado Sur Global, el ajuste estructural impuesto por el FMI y el Banco Mundial ha agravado la miseria, con deudas eternas que benefician solo a los acreedores yanquis y europeos.
El capitalismo profundiza esta barbarie de manera intrínseca: su lógica de acumulación ilimitada en manos de una minoría parasitaria destruye el planeta y condena a miles de millones a la miseria absoluta, mientras los trabajadores del mundo producen la riqueza de todo el planeta.
No hay forma de acabar con la desigualdad, que cada vez es más y no menos profunda a pesar de los desarrollos científicos y tecnológicos apropiados por unos pocos multimillonarios y potencias imperialistas, sin una política y una estrategia abiertamente anticapitalista y con independencia de los partidos que tienen mil y un lazos con los empresarios y capitalistas alrededor del mundo.
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