Colegio San José: La Enseñanza del Terrorismo

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¿Qué hay detrás del operativo militar de Estados Unidos en el Caribe?

A inicios de esta semana, el gobierno de Estados Unidos anunció un operativo militar de varios meses en el Caribe Sur, con unos 4.500 efectivos (entre ellos, 2.200 marines), aviones espía y hasta un submarino de ataque, con el supuesto fin de "combatir al narcotráfico" usando como pretexto acusaciones totalmente infundadas de que el presidente venezolano Nicolás Maduro encabezaría una organización delictiva dedicada al tráfico de drogas. 

El operativo ha despertado el rechazo de varios gobiernos de la región, desde el ALBA y México hasta Colombia, que la han denunciado como un acto intervencionista pero ¿qué fuerzas hay detrás del mismo?

Una perspectiva histórica

Los datos del operativo son verdaderamente impresionantes, pero palidecen comparados con otras intervenciones militares estadounidenses en nuestra región.

Recordemos, por ejemplo, la invasión a República Dominicana en 1965, llevada a cabo para apoyar el golpe contra el gobierno popular de Juan Bosch. Esa movilización yanqui comprendió más de 30 mil soldados, marines, aviadores y marineros. 

Para invadir a la minúscula isla de Grenada y derrocar a su gobierno socialista en 1983, el Comando Sur desplegó nada menos que 7.300 efectivos con destructores, fragatas, tanques y hasta un portaaviones. 

Para invadir al fuertemente impopular y desestructurado gobierno de Noriega en Panamá en 1989, los EEUU desplegaron casi 28.000 soldados y 300 aeronaves. ¡Y eso que el general panameño Manuel Noriega tenía años de estar en la nómina de colaboradores de la CIA!

Claramente, la fuerza militar desplegada por la administración Trump en el Caribe Sur no alcanza para derrocar a un gobierno como el de Nicolás Maduro, incomparablemente más sólido que cualquiera de los mencionados arriba. 

Además, se trata de un gobierno que le ha propinado a la derecha local, apoyada por los Estados Unidos, su enésima derrota electoral, política e ideológica desde la irrupción del chavismo en 1998.

Desde Nicaragua en los años 30 del siglo pasado, y tras la amarga derrota propinada por la guerrilla de Augusto Sandino, y la otra amarga derrota de Playa Girón en 1963, los EEUU ha aprendido que es preferible usar otros métodos que los de la fuerza militar directa.

Por ejemplo, aunque la sangrienta guerra de "Baja intensidad" en Centroamérica en los años 80 del siglo pasado recibió un apoyo, financiamiento y conducción masivos por parte de los Estados Unidos, estos se guardaron muy bien de poner sus propias botas sobre el terreno (excepto por "contratistas" de la CIA) ya que los estategas imperiales estaban conscientes del costo que eso significaría dentro y fuera de su país.

Aún cuando los EEUU lograron mediatizar a la Revolución Sandinista de Nicaragua forzando la elección de una alianza de partidos neoliberales, no lograron aniquilar a los movimientos populares y tuvieron que aceptar en los países del istmo diversos procesos de paz --que por cierto, nunca fueron de su agrado. 

Hoy, a 50 años de distancia, el gobierno popular de Xiomara Castro y el gobierno sandinista de Nicaragua, son testimonios de aquella gesta.

El grueso de las intervenciones estadounidenses desde los años 80 del siglo pasado hasta la fecha, han venido de la mano del complejo humanitario-intervencionista que ha manejado el Departamento de Estado a través de la NED y la USAID en conjunto con la CIA y con sus estructuras afines en los países europeos. Ahora ese complejo está en profunda crisis por los recortes impuestos por la administración Trump y por las crecientes contradicciones entre esta y los países de Europa Occidental, también inmersos en crisis económicas y presupuestarias agravadas por la guerra en Ucrania.

Doctrina Monroe y crisis de dominación

Voluntaria o involuntariamente, los Estados Unidos hoy ya no están en una fase de construcción imperial, sino en una fase defensiva estratégica en la que los fondos públicos sencillamente no alcanzan para controlar países y regiones enteras. 

Los Estados Unidos se están retirando escalonadamente de Europa e incluso del Oriente Medio, al mismo tiempo tratando de evitar que las potencias emergentes, especialmente China y Rusia, jueguen un papel decisivo en cada uno de esos territorios.

Desde una óptica geopolítica, el hemisferio occidental es sin dudas el último bastión de los Estados Unidos, que luchan por contener el avance económico y político-militar de China y Rusia, a la vez que intentan desestabilizar y desestructurar cualquier régimen político independiente en la región, ya sea que enarbole banderas progresistas, revolucionarias o incluso populistas de derecha, pero no alineadas con los Estados Unidos.

El Mar Caribe es el bajo vientre del imperio estadounidense, uno de los nodos más importantes del comercio mundial (eje Este-Oeste, con sus instalaciones y proyectos interoceánicos) y eslabón entre las economías del norte y los centros de materia prima del sur de América. Cuba y Venezuela son los dos grandes obstáculos con los que se topa la dominación imperial en la región. Son dos países relativamente grandes, uno con enormes recursos energéticos y el otro con una posición geopolítica central, justamente frente a la costa Sur de los Estados Unidos.

Desde una perspectiva estratégica, la Doctrina Monroe, que es incluso más vieja que la Doctrina del Destino Manifiesto, está más vigente que nunca: "América debe ser de los Estados Unidos". 

En este sentido, no hay ninguna ruptura de fondo en los planes que había para el Comando Sur durante la administración Biden y los que hay en la actual administración, por más que ahora se hayan eliminado las referencias al tema de género, la diversidad y el medio ambiente.

La "novedad" es que la Administración Trump promete conseguir la cuadratura del círculo (impedir que los EEUU sean destronados del estátus de potencia imperial) gastando menos dinero, y para esto se apoya en una apuesta político-financiero-ideológica y en un reacomodo a lo interno de la élite de poder estadoundense.

La peligrosa propuesta de Trump

La propuesta de Trump para enfrentar el surgimiento de un nuevo orden multipolar no es en absoluto inocente: Hay que reconocer que no carece de fundamentos en la realidad, aunque sus perspectivas de éxito para los propios Estados Unidos y sus efectos para la economía mundial sean potencialmente desastrosos. Nos referimos a la destrucción de las monedas nacionales y a la imposición de un modelo de feudalismo capitalista de alta tecnología de la mano de las criptomonedas.

A inicios de marzo de este año, Donald Trump firmó una orden ejecutiva para crear la primera reserva estratégica de bitcóin del país de un estimado de unos 200 mil bitcoines provenientes de la confiscación de activos de procedimientos civiles y penales, en un intento de convertir la nación norteamericana en la "criptocapital del mundo". 

Paralelamente, anunció la creación de otro fondo de otras criptomonedas como ethereum, XRP, solana y cardano con el mismo fin. 

El objetivo, explicó el “zar” de las criptomonedas de Trump, David Sacks, no es vender esos activos sino mantenerlos como “reserva de valor” que, según algunos partidarios, algún día podría ayudar a pagar la deuda externa de los Estados Unidos.

Semanas más tarde, el aliado de Donald Trump, director ejecutivo de la sociedad de inversión BlackRock y gran inversionista en criptomonedas, Larry Fink, advirtió que el dólar corre el riesgo de perder su condición de moneda de reserva mundial frente al auge de activos digitales como el bitcóin, en gran parte a causa de la deuda externa de Estados Unidos.

"Para 2030, el gasto público obligatorio y el servicio de la deuda consumirán todos los ingresos federales, creando un déficit permanente. Si Estados Unidos no controla su deuda, si el déficit sigue aumentando, corre el riesgo de perder esa posición frente a activos digitales como el bitcóin", aseveró Fink en su carta anual a los inversores de BlackRock.

Al mismo tiempo, los dos hijos mayores de Trump, Eric y Donald Trump Jr. anunciaron la fusión de su compañía de minado de bitcoins, American Data Centers, con un nuevo emprendimiento llamado American Bitcoin controlado por Hut 8, una compañía de infraestructura de criptomonedas basada en Miami. El objetivo, según Wall Street Journal, es el de convertirse en el mayor minador de bicoin del mundo y amasar una reserva estratégica de esa moneda.

La apuesta de Trump por las criptodivisas viene de la mano de las ideas del movimiento de la Ilustración oscura, un desarrollo del movimiento libertariano de los años ochenta del siglo pasado, guiado por la convicción de que la libertad y la democracia son entidades mutuamente excluyentes y que la mejor forma de gobierno consiste en la corporación comandada de manera autocrática por un gerente general, un poco al estilo del propio Donald Trump, con la ayuda de genios blancos y de género masculino, como Elon Musk, haciendo uso de granjas de computadoras programadas con algoritmos de Inteligencia Artificial General, es decir, un tipo de inteligencia artificial muy cercano a la inteligencia humana.

El vicepresidente JD Vance (y probable sucesor de Donald Trump) ha admitido que entre sus influencias ideológicas se encuentra el bloguero Curtis Yarvin, uno de los intelectuales más destacados del grupo, junto con Nick Land (que acuñó la expresión «ilustración oscura») y el multimillonario Peter Thiel, que lanzó en público la tesis de la incompatibilidad entre libertad y democracia

En este sentido, es importante agregar que en días pasados, Elon Musk dijo que tal vez ya no sería necesario fundar un partido para enfrentar a su ex-aliado Donald Trump, dando a entender que podría apoyar al propio Vance en las próximas elecciones.

Los planteamientos de estos “neorreaccionarios”, como también se les llama, no son menos globalistas que los de las versiones del mainstream republicano o demócrata. Quieren acabar con el Estado en todo el mundo y sustituirlo por dictaduras corporativas.

Los partidarios de la ilustración oscura imaginan un mundo dividido en corporaciones-estados en los que las personas decidan dónde quieren vivir, pero sometiéndose incondicionalmente a las reglas definidas por el director ejecutivo de la ciudad. 

Demás está decir que son enemigos de los bancos centrales y en especial de la Reserva Federal, a los que quieren sustituir con criptodivisas como el bitcoin.

Cabe destacar que, si el neoliberalismo que se impuso a nivel mundial de la mano de Ronald Reagan y Margareth Thatcher en los años 80 del siglo pasado resultó en un traslado de la carga fiscal de las grandes empresas a la ciudadanía, la propuesta de la “ilustración oscura” consiste en trasladar todos los costos sociales (luz, energía, agua, carreteras, escuelas, orden público, etcétera) a los ciudadanos/consumidores/vendedores-de-fuerza-de-trabajo a favor de los mismos monopolios que controlan el poder político/absolutista de la “ciudad”. 

O sea que si en el neoliberalismo “1.0” el capital pagaba el 0.1% de los impuestos, ahora con el neoliberalismo de la “ilustración oscura” ellos pagarán el 0.0%, es decir, una dictadura totalmente descarada en la que los ciudadanos pasarían a ser meros siervos de la gleba.

Ecos en el Caribe y en América Latina

Al Caribe llegan ecos de ese tipo de propuestas en el proyecto de las “ciudades modelo” o "Zonas de Desarrollo Especial" que con éxito parcial (y muy difícil de revertir en la práctica) se quiso implementar en Honduras, así como en el proyecto de la Ciudad Bitcoin de Nayib Bukele en El Salvador.

Estos proyectos planteaban el establecimiento de zonas político-económicas especiales en en las que no rijan las reglas nacionales, sino reglas locales dictadas por corporaciones. 

No son las zonas económicas especiales que conocemos de otros países, incluso Cuba. En las ciudades de la ilustración oscura regiría un sistema de apartheid en todos los sentidos, una verdadera dictadura corporativa.

Con la multiplicación de versiones locales de sujetos como Jair Bolsonaro y Javier Milei y la mayoría de los países de nuestra región, no es difícil imaginar que surjan diversos intentos de reeditar los "experimentos" de El Salvador y Honduras, especialmente si son aupados por movimientos secesionistas auspiciados desde el exterior.

Un proyecto absurdo pero muy corrosivo

El proyecto de la "Ilustración Oscura" está destinado al fracaso, entre otras cosas porque ha perdido el factor sorpresa que en su momento tuvieron las denominadas "doctrinas del shock" implementadas para imponer el modelo neoliberal a escala planetaria. Además hoy en día carece del músculo estatal necesario para implementarlas a pesar de la dependencia de las audiencias globales de una Internet controlada en su mayor parte por monopolios occidentales.

Además, este proyecto está plagado por contradicciones entre sus mismos impulsores producto de la exacerbada competencia intercapitalista causada por ellos mismos, un ejemplo clarísimo de esto son los pleitos entre Elon Musk y Donald Trump, pero lo cierto es que las grietas recorren toda la geografía del proyecto MAGA.

Sin embargo, sus consecuencias se harían sentir por mucho tiempo en países cuyas estructuras fiscales hayan sido comprometidas en sus cimientos, tal y como es el caso de muchos estados africanos en los que hoy la "economía del bitcóin" concentra una gran parte de la actividad.

 Metabolizar la exposición a las criptomonedas garantizando la financiación del sector público (es decir, la base de la democracia) es un reto para todos los países grandes y pequeños, pero no es el único.

Las debilidades en la financiación del Estado a su vez repercuten en la posibilidad de llevar adelante programas políticos, lo que a su vez también erosiona la legitimidad de los gobiernos populares democráticamente electos. 

A la debilidad presupuestaria se le debe sumar la debilidad política e ideológica, producto de la degradación del debate público, sumido en la lógica corporativa de las "redes sociales" y en la lógica desempoderante de sistemas de participación política cada vez más dependientes de la formación de "aparatos" electorales que cada vez alejan más a la ciudadanía del papel de sujetos de la política.

Todo esto, claro está, abona el terreno para el permanente surgimiento de figuras políticas como Milei y Bolsonaro.

¿Qué esperar de las cañoneras de Trump en nuestra región?

Como lo indicábamos al inicio, la actividad militar de Estados Unidos en el Caribe Sur no busca en sí misma derrocar al gobierno bolivariano... pero sí busca debilitarlo y debilitar también a otros gobiernos de la región. Una manera de hacerlo, podría ser intervenir en la región del Esequibo para "defender" a Guyana.

Otra manera podría ser lanzar alguna operación en la frontera entre Colombia y Venezuela, en la que se enfrenta una situación muy dificil con las denominadas "disidencias" de las FARC a las que se acusa de recibir apoyo de los cárteles de la droga mexicanos. El objetivo sería el de sembrar cizaña entre Bogotá y Caracas, amenazando a ambos gobiernos.

La presencia militar de Estados Unidos en nuestra región puede tener otros objetivos, como la de asegurarse el acceso a recursos naturales como el litio o a recursos acuáticos como la hidrovía y el acuífero guaraní. Recordemos que toda América Latina está atravesada por una red de "ubicaciones de operaciones de avanzada" (forward operating locations) que permiten el desplazamiento rápido de las tropas estadounidenses.

En todo caso, el hecho en sí del despliegue de una flota estadounidense en el Caribe representa un precedente muy peligroso, por ejemplo, para países como México, donde Estados Unidos dice querer realizar operaciones militares contra los cárteles de la droga. En realidad, cualquier gobierno puede sentirse amenazado.

Asimismo, la lógica de las movilizaciones militares de Estados Unidos en nuestra región hay que buscarla en las empresas norteamericanas con intereses en nuestros países, las que deberían cargar con buena parte de los costos.

Para complejizar aún más el panorama, se deberían tener en cuenta los intereses y contactos personales de gente como el Secretario de Estado Marco Rubio y la mafia anticubana de Miami.

La sombra de Blackwater tras bambalinas

Un elemento que no se menciona en relación al operativo estadounidense en el Caribe Sur es el papel que en él pueda jugar la heredera de la transnacional mercenaria Blackwater, conocida por su accionar en teatros de guerra como Kosovo, Irak y Afganistán.

Blackwater fue la empresa más grande en su tipo y bajo la sombra de George W. Bush y Dick Cheney crecieron desorbitadamente hasta que todos los crímenes cometidos por las fuerzas estadounidenses en el Oriente Medio fueron imposibles de ocultar.

Blackwater participó en todo tipo de operaciones encubiertas vinculadas al tráfico de drogas y al crimen organizado e incluso llegó a estar activa en proyectos desestabilizadores de la USAID contra países de la región como Venezuela y Nicaragua.

Hasta el año 2010, y a causa de los escándalos provocados por su actuación en distintos escenarios de guerra, el fundador de Blackwater, Erik Prince, tuvo que renunciar a su cargo de gerente general para reaparecer al frente de Vectus Global, otra empresa que le vende "servicios de seguridad" a proyectos en los que la administración Trump prefiere no verse asociada públicamente.

Según las agencias Newsmax y Reuters, Vectus es una red de empresas que provee servicios de seguridad a países del África y América Latina, incluyendo a Ecuador, la República Democrática de El Congo y Haití, supuestamente países "en los que la influencia de Estados Unidos ha retrocedido". Es difícil creer que ese hay sido el caso, precisamente en Ecuador y Haití.

Entre los contactos de Prince en la administración Trump se menciona al Secretario de Defensa Pete Hegset.

Por cierto, y para que no quepan dudas, el año pasado Prince estuvo envuelto en la campaña "Ya casi Venezuela" de recolección de fondos para derrocar a Nicolás Maduro, pidiendo una recompensa de 100 millones de dólares por su cabeza y la del presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello... un pedido que fue oído por Trump en la Casa Blanca.

La escala de contratistas (mercenarios) que maneja Prince hoy no se compara con los 20.000 que se dice tuvo con Blackwater en la era Bush-Cheney, pero lo cierto es que a inicios de este año en la Conferencia del Comité Conservador de Acción Política dijo que Vectus podría a llegar a ser el equivalente estadounidense la Grupo Wagner ruso --algo divertido ya que el grupo Wagner vino a ser "el equivalente ruso de... Blackwater".

Según el Wall Street Journal, Prince dijo que trabajaría con compañías estadounidenses que "empiecen a salir al extranjero para proyectos de energía, minerales e infraestructura".
Un precedente muy peligroso para toda la región

En resumidas cuentas, la incursión militar de Estados Unidos en el Caribe representa una provocación y un precendente muy peligroso para toda la región, no solamente para Cuba y Venezuela.

Cualquiera sea su escala, su impacto será negativo en la medida en que contribuya a la desestabilización de países sometidos a fuertes presiones de todo tipo.

No hace falta decir que su objetivo no es combatir el narcotráfico. Si los Estados Unidos quisieran hacerlo, darían pasos concretos para controlar Wall Street, que es donde se lavan los capitales de la droga, así como los paraísos fiscales que operan en los propios Estados Unidos, pero eso no lo hará ningún presidente, mucho menos Donald Trump.

Más bien, el riesgo es que se incremente la actividad del narcotráfico, tal y como pasó en los teatros de guerra en los que en su día operó Blackwater. Asimismo, se deben vigilar todos los movimientos secesionistas en zonas con importantes recursos naturales. El peligro de un imperio en decadencia es la violencia de sus últimos estertores.

https://telegra.ph/Qu%C3%A9-hay-detr%C3%A1s-del-operativo-militar-de-Estados-Unidos-en-el-Caribe-08-22

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