
***Amílcar Cabral con Fidel Castro en Cuba para la Conferencia Tricontinental. Enero de 1966, Wikimedia Commons.
En uno de los axiomas más perdurables de la integridad revolucionaria, Amílcar Cabral —teórico de la liberación africana, luchador por la libertad y mártir— instó a quienes luchan por la liberación y la justicia a «no mentir, no proclamar victorias fáciles».
Este precepto exige sinceridad, humildad y una confrontación implacable con la realidad. Se opone a la demagogia, la negación y la tentación de ocultar verdades difíciles por las apariencias.
En la Cuba actual, mientras el país lidia con los profundos efectos de la guerra económica estadounidense y los desafíos sociales internos, las recientes declaraciones del presidente Miguel Díaz-Canel, que refutan las declaraciones previas, cuando menos incongruentes, de un ministro del gobierno ahora dimitido sobre la desigualdad y la vulnerabilidad social, reafirman el compromiso de la Revolución Cubana con el principio de Cabral. Lejos de ocultar sus dificultades, la Revolución ha elegido el camino de la honestidad, la ética y el humanismo: un camino difícil, pero con principios.
El asedio económico estadounidense contra Cuba no es un simple intento de desestabilizar la economía del país; es una estrategia deliberada de asfixia.
Su objetivo es incitar el descontento interno, distorsionar la imagen del gobierno cubano y, en última instancia, desmantelar los logros de la Revolución Cubana.
Se trata de una guerra de desgaste, librada no solo con sanciones financieras y restricciones comerciales, sino también con un aluvión de desinformación y guerra psicológica.
En este clima, cualquier paso en falso del gobierno cubano o deficiencia de la sociedad cubana se exagera y se utiliza como arma.
Como resultado, las fallas inherentes a todo sistema político y económico, especialmente bajo presión, se presentan como fracasos únicos del socialismo.
Sin embargo, estos no son signos de colapso ideológico, sino indicadores de la implacable agresividad contra la Revolución.
A pesar de esta presión incesante, el liderazgo revolucionario cubano continúa realizando una autoevaluación crítica.
En su discurso ante la Comisión de Juventud, Infancia e Igualdad de la Mujer de la Asamblea Nacional, el presidente Díaz-Canel no duda en reconocer que el país enfrenta serios desafíos: desde distorsiones económicas y el agravamiento de la desigualdad hasta comportamientos sociales que reflejan la ruptura de los vínculos sociales, comunitarios y familiares.
Sin embargo, en lugar de negar la realidad o buscar chivos expiatorios, aboga por soluciones basadas en la ética y la justicia. «La Revolución no oculta sus problemas», declaró.
Los enfrenta a la ética y a la justicia social, incluso en medio de circunstancias extremas.
Esta franqueza no es debilidad, sino fuerza revolucionaria. Es precisamente lo que Cabral exigía: una honestidad inquebrantable que no minimiza las dificultades, pero tampoco abandona la esperanza.
La insistencia de Díaz-Canel en que estos son “nuestros problemas” —nuestras personas sin hogar, nuestras comunidades vulnerables, nuestras desigualdades sociales— es testimonio de la perdurable vocación humanista de la Revolución.
Este no es un gobierno que reniega de los marginados; asume su deber hacia ellos. Se reconoce que la vulnerabilidad no es una aberración en una sociedad revolucionaria, sino una consecuencia de presiones internas y externas, y por lo tanto exige una acción coordinada, compasiva y persistente.
“Estos son nuestros problemas: nuestras personas sin hogar, nuestras comunidades vulnerables, nuestras desigualdades sociales”, dijo el presidente Díaz-Canel.
El enfoque ético de la política del presidente cubano refleja otra idea fundamental de Cabral: que la lucha revolucionaria no se trata solo de ganancias materiales, sino de dignidad, verdad y valores.
Díaz-Canel invocó al intelectual revolucionario cubano Armando Hart para enfatizar que “el derecho como expresión de la justicia social” y “la ética como expresión de la verdad” deben guiar la Revolución.
Con ello, reprende los análisis superficiales o insensibles de las dificultades sociales de Cuba. Advierte contra la arrogancia y el desapego, y pide, en cambio, “sensibilidad”, “calidez humana” y “conducta decente” para abordar las heridas sociales más profundas del país.
Para ello, la Revolución ha puesto en marcha más de treinta programas sociales específicos, destinados a aliviar las condiciones de las poblaciones vulnerables.
No se trata de gestos simbólicos, sino de compromisos materiales, financiados a pesar del peso aplastante de un bloqueo que pretende negar a Cuba incluso los recursos básicos necesarios para su gobernabilidad.
La existencia de estos programas —respaldados por la voluntad política, la claridad ética y la participación popular— demuestra que la Revolución no ha renunciado a sus promesas fundacionales. Sigue luchando, en condiciones extremadamente difíciles, por una sociedad donde nadie quede excluido.
Lo que hace particularmente poderosa la postura de Cuba es su negativa a atribuirse victorias fáciles. Sería tentador, sobre todo bajo asedio, proyectar una imagen de éxito sin la menor crisis.
Pero la Revolución rechaza tales ilusiones autocomplacientes. Como afirma Díaz-Canel: «Sabemos que nuestros problemas se han agravado…
Pero la Revolución reconoce que hay causas que han llevado a este tipo de problemas, y por eso la Revolución tiene que… proyectar cómo vamos a resolverlos, sabiendo que es una lucha larga». Reconocer que el progreso será lento y desigual, que no todos los problemas pueden resolverse a la vez, es un testimonio de madurez revolucionaria, no de derrotismo.
Esta claridad política y moral cobra mayor relevancia dadas las narrativas deshumanizantes promovidas por los medios de comunicación imperialistas y monopolistas, que buscan retratar a Cuba como un Estado fallido.
Frente a este coro de cinismo, la Revolución Cubana afirma una verdad diferente: que un pueblo que es honesto ante sus dificultades, que se mantiene comprometido con la justicia ante la adversidad y que mantiene la solidaridad como principio rector, no está derrotado.
Perseverar y seguir desarrollándose bajo asedio, seguir construyendo una sociedad arraigada en la dignidad, la igualdad y la ética a pesar de la escasez y la agresión externa, no es un fracaso. Es un logro revolucionario.
Por lo tanto, la Revolución Cubana se mantiene fiel al mandato de Cabral, no solo en su negativa a mentir o a atribuirse victorias fáciles, sino en su continuo esfuerzo por luchar, confrontar y cuidar.
Mientras Cuba soporta una guerra económica continua diseñada para destruir la capacidad del gobierno cubano de cumplir sus promesas y compromisos con el pueblo cubano y erosionar el tejido social de la isla, ha optado por el camino más difícil, pero con más principios.
Enfrenta sus problemas con franqueza, reconoce sus deficiencias y busca soluciones mediante la acción colectiva y la responsabilidad moral.
Este compromiso con la ética revolucionaria y el humanismo es quizás la prueba más contundente de que la Revolución Cubana, a pesar de lo que algunos podrían considerar adversidades insuperables, se mantiene viva, digna y revolucionaria.
Honrar las palabras atemporales de Amílcar Cabral muestra al mundo lo que significa luchar por la justicia y la emancipación genuina con honestidad, coraje y determinación.
Isaac Saney es profesor de estudios sobre Cuba y los negros e historiador en la Universidad de Dalhousie.
https://mronline.org/2025/07/18/tell-no-lies-claim-no-easy-victories-the-cuban-revolution-social-vulnerability-and-revolutionary-ethics/